No sé muy bien cómo ha ocurrido, pero tengo pendiente de reseñar tres libros que he leído recientemente. Bueno, sí lo sé. Uno lo acabé hace más de un mes (o igual dos) pero no había encontrado el momento de escribir sobre él. Y los otros dos los acabé hace sólo dos días. Cosas que pasan cuando lees simultáneamente.
El que lleva más tiempo esperando en la recámara es éste libro de Philip Hoare, “El mar interior”, una mezcla de ensayo, novela de viajes y divulgación científica. Un tipo curioso, este Hoare. Antes de dedicarse a escribir, trabajó en el mundo de la música, música punk para más señas. Después, su amor por el mar le ha llevado a viajar por todos los mares de la tierra y a escribir sobre ello. Hoare es un amante de la naturaleza en general, del mundo marino en particular y de los cetáceos más concretamente. Y ese amor se refleja claramente en este libro, con una sutileza casi poética pero a la vez con infinidad de datos interesantes sobre los mares que ha surcado, las gentes que se ha encontrado y los animales que ha tenido la suerte de ver. Datos históricos, conocimientos sobre biología y reflexiones personales se mezclan en un libro que, cuando lo empecé, no sabía muy bien de qué iba y, según avanzaba, me impacientaba por saber qué nueva sorpresa traería el siguiente capítulo.
Me resulta difícil destacar algo que me haya llamado la atención, porque han sido muchas cosas: desde las historias de zifios que llegan al Támesis, leyendas maoríes, reflexiones personales, detalladas descripciones de animales que creo que no tendré oportunidad de ver en mi vida o historias de animales extintos y las dudas razonables sobre si realmente están extintos o no. Como el tigre de Tasmania, un animal que me resulta fascinante creo que desde que vi uno disecado en el Museo de Historia Natural de Bruselas, junto a la grabación del último ejemplar vivo. Leer este libro me ha llevado a lanzarme a internet a buscar información después de leer casi cada capítulo: intentando saber más de estos animales casi extintos, ver fotos de las especies de las que habla y hasta comprobar la existencia de sitios fantásticos que ha visitado. Es un libro lleno de información pero que, al menos a mí, incita a conocer más del mar. Igual es porque a mí ya me fascinaba el mar antes de leer el libro, qué se yo. También tiene un punto casi triste, melancólico, con algunos trozos que me han encogido un poco el corazón, como éste:
“Pero tener una playa en casa es imposible, por muchos montones de guijarros que se acumulen en los estantes, como si de una morrena de recuerdos se tratara, acumulando un polvo que se nutre de la propia descomposición de mi ser”.
Efectivamente, es un libro en el que se habla de mucho y del que se aprende mucho, pero como él mismo dice en esta entrevista, al final "de lo que se acaba hablando es del hogar de cada uno de nosotros, de lo que cada uno considera su casa". Del mar interior, ni más ni menos. Y como dice aquí, “El mar, igual que la imaginación del escritor, arrastra todo tipo de obsesiones, historias y ambiciones. Escribir tiene mucho que ver con sumergirse sin saber qué ocurrirá”.
Ya lo digo yo todo lo que puedo. El mar, siempre el mar.
Lo dicho, un tipo fascinante este Hoare. Yo no lo conocía, me lo descubrió un amigo prestándome este libro y ahora me leeré su libro anterior (también prestado), “Leviatán o la ballena”. El siguiente paso será leer “Moby Dick” que no, a pesar de mi amor por el mar, nunca he leído. Tengo en casa una versión inglesa en papel, que nunca me he atrevido a empezar. Igual me atrevo este invierno.
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