El primer día de turismo en Roma, no lo pasamos en Roma precisamente: nos fuimos a Florencia.
Lo de ir allí fue una decisión difícil y laboriosa. Bueno, no. Alguien me dijo “¿Y no vais a salir de Roma?”. Y yo, que ya conocía bastante Roma pensé “¿Y por qué no?”. Lancé la idea a mis compañeras de viaje y dijeron “¡¡Adelante!!”.
Lo dicho, una decisión difícil y laboriosa.
Así que (en contra de la opinión de un colega italiano que me advirtió sobre lo mal que le parecía que intentara conocer Florencia en un solo día), después de unas cinco horas de sueño, madrugamos para viajar hora y media en tren y llegar a Florencia.
[Inciso: para los que vivimos en una isla, eso de coger un tren y poder ir a casi cualquier lugar es una auténtica y alucinante maravilla].
[Inciso 2: odio hacer turismo en verano en ciudades del sur de Europa. Y quiero dejarlo claro, no se vaya a pensar alguien que porque el año pasado turisteara por Milán y Venecia en pleno julio y este año hiciera lo propio en Roma y Florencia me guste hacerlo. No, no me gusta. Pero me veo obligada por las circunstancias: 1. Reuniones de trabajo en julio a lugares chulos y 2. Billetes de avión baratos en verano que aprovechan mis compañeros espontáneos de viaje].
Decía que fuimos a Florencia. Lo mejor: ver el David de Miguel Ángel. Yo no soy nada, nada, nada de ir a museos, no sé nada de arte, pero flipé viendo el David. No podía dejar de mirarlo (y no sólo porque representa un tío bueno, sino por lo bien que está representado dicho tío bueno). Lo peor: el calor. Y es que hay que estar muy locos para hacer turismo de ciudad en pleno verano en el sur de Europa (ver Inciso 2).
Me gustó ir a Florencia. Por supuesto, con más tiempo la hubiera disfrutado más, pero me encantó tener la oportunidad de echarle un vistazo. Algún día volveré. Subiré de nuevo a la colina desde la que se tiene una visión maravillosa de la ciudad y su puente Vecchio. Volveré a atravesar dicho puente. Me perderé por su callejuelas. Incluso tal vez vaya de nuevo a algún museo. Y me iré a comer algo a alguno de los restaurantes que hay en la primera planta del mercado que hay cerca de la estación de tren. Y conoceré los campos y pueblecitos que la rodean, en la Toscana.
Seguro.
jueves, 31 de julio de 2014
miércoles, 30 de julio de 2014
"El océano al final del camino" de Neil Gaiman
He llegado a Neil Gaiman después de haber oído hablar mucho de él. Tenía ganas de leer ya algo suyo, así que cuando un día me encontré con este libro (no recuerdo muy bien dónde, pero creo que en un hipermercado), me lo compré.
Narra la historia de un hombre que regresa al pueblo de su infancia a un funeral y acaba en la que fue la casa de una amiga de su infancia, una niña de once años que vive con su madre y su abuela, en una casa junto a un estanque. Allí, sentado en un banco junto al estanque (el océano del título), recuerda los acontecimientos que vivió en aquellas tierras con tan sólo siete años, en los que su amiga jugó un importante papel.
El libro me ha gustado bastante. No lo negaré, no me ha encantado, creo que había oído hablar tanto de este autor que esperaba más, mucho más. Es un libro de fantasía, una historia a ratos tétrica, bastante melancólica, oscura y en algún momento casi terrorífica (yo es que soy muy miedica). Pero también es una historia que engancha y, antes de que te des cuenta, ya la has acabado. Seguramente leeré más libros de este autor, no inmediatamente, pero sé que en algún momento volveré a él.
Narra la historia de un hombre que regresa al pueblo de su infancia a un funeral y acaba en la que fue la casa de una amiga de su infancia, una niña de once años que vive con su madre y su abuela, en una casa junto a un estanque. Allí, sentado en un banco junto al estanque (el océano del título), recuerda los acontecimientos que vivió en aquellas tierras con tan sólo siete años, en los que su amiga jugó un importante papel.
El libro me ha gustado bastante. No lo negaré, no me ha encantado, creo que había oído hablar tanto de este autor que esperaba más, mucho más. Es un libro de fantasía, una historia a ratos tétrica, bastante melancólica, oscura y en algún momento casi terrorífica (yo es que soy muy miedica). Pero también es una historia que engancha y, antes de que te des cuenta, ya la has acabado. Seguramente leeré más libros de este autor, no inmediatamente, pero sé que en algún momento volveré a él.
lunes, 28 de julio de 2014
La Fontana di Trevi
Recuerdo perfectamente la sensación que sentí la primera vez que vi la Fontana di Trevi. Fue a finales de septiembre de 2005. Llevaba el pelo corto y aún no usaba gafas. Mi primer viaje laboral internacional, mi primera reunión internacional de trabajo. Iba con varios colegas callejeando por el centro de Roma y de repente, allí, en mitad de aquellas callejuelas laberínticas, se abrió un espectáculo visual que me dejó anonadada, casi sin palabras. Era final de verano, hacía calor y la ciudad estaba llena de turista. No importaba. En ese momento, se convirtió en uno de mis lugares favoritos de Roma o, simplemente, en mi lugar favorito de Roma.
La segunda vez que fui a la Fontana fue en febrero de 2012. Llevaba el pelo corto y gafas rojas. De nuevo, en viaje de trabajo, uno más de los muchos que he ido acumulando con los años y, de nuevo, con un grupo de colegas. Era una tarde fría de invierno y nevaba. Nevó mucho más durante las horas siguientes. Estaba enferma, triste y hacía un frío que pelaba. Pero me encantó volver, me pareció alucinante ver la Fontana (y toda Roma) nevada y acabé de enamorarme de la Fontana, más aún.
La tercera vez que fui a la Fontana fue a finales de enero de este año. Llevaba el pelo largo y aún no había decidido si amaba u odiaba mis nuevas gafas negras. Fue un viaje relámpago, una noche en Roma de escala de camino a Montenegro, a una reunión de trabajo. Hacía mucho frío, apenas unos grados sobre cero, pero convencí a mis colegas de trabajo de ir después de cenar hasta allí, a ver la Fontana. Fue maravilloso volver a verla, a pesar de todo, frío incluido. Creo que fue entonces cuando decidí que, siempre que fuera a Roma, pasaría por la Fontana. O igual ya lo había decidido mucho antes.
Ayer hizo una semana que estuve por cuarta vez en la Fontana di Trevi. Llevo el pelo muy largo (para lo que es habitual en mí) y ya me he acostumbrado a las gafas negras (aunque sigo añorando las rojas). Aunque los primeros días, fue un viaje laboral, luego se transformó en un viaje de amistad. Así que esta vez mis compañeros no eran colegas de trabajo. Antes de ir, ya sabía que estaba en obras, así que estaba preparada para lo que me iba a encontrar. Cuando llegamos a la plaza, me asomé antes que mis compañeras de viaje, miré la Fontana me volví a ellas y les dije “No entréis, no la podéis ver así”. Pero claro, entraron y la vieron. Yo casi lloro, en serio. Si no llego a saber que está en obras, sé que hubiera llorado. De verdad.
Qué tristeza, la Fontana en obras. Qué dolor. Ahora sólo pienso en que acabe pronto la restauración y poder volver a Roma y contemplarla. Aunque me temo que volveré a Roma antes de que esté restaurada. Pero, aún bajo los andamios, iré a verla.
Lo prometo.
Las fotos son de cada una de las visitas, claro.
La segunda vez que fui a la Fontana fue en febrero de 2012. Llevaba el pelo corto y gafas rojas. De nuevo, en viaje de trabajo, uno más de los muchos que he ido acumulando con los años y, de nuevo, con un grupo de colegas. Era una tarde fría de invierno y nevaba. Nevó mucho más durante las horas siguientes. Estaba enferma, triste y hacía un frío que pelaba. Pero me encantó volver, me pareció alucinante ver la Fontana (y toda Roma) nevada y acabé de enamorarme de la Fontana, más aún.
La tercera vez que fui a la Fontana fue a finales de enero de este año. Llevaba el pelo largo y aún no había decidido si amaba u odiaba mis nuevas gafas negras. Fue un viaje relámpago, una noche en Roma de escala de camino a Montenegro, a una reunión de trabajo. Hacía mucho frío, apenas unos grados sobre cero, pero convencí a mis colegas de trabajo de ir después de cenar hasta allí, a ver la Fontana. Fue maravilloso volver a verla, a pesar de todo, frío incluido. Creo que fue entonces cuando decidí que, siempre que fuera a Roma, pasaría por la Fontana. O igual ya lo había decidido mucho antes.
Ayer hizo una semana que estuve por cuarta vez en la Fontana di Trevi. Llevo el pelo muy largo (para lo que es habitual en mí) y ya me he acostumbrado a las gafas negras (aunque sigo añorando las rojas). Aunque los primeros días, fue un viaje laboral, luego se transformó en un viaje de amistad. Así que esta vez mis compañeros no eran colegas de trabajo. Antes de ir, ya sabía que estaba en obras, así que estaba preparada para lo que me iba a encontrar. Cuando llegamos a la plaza, me asomé antes que mis compañeras de viaje, miré la Fontana me volví a ellas y les dije “No entréis, no la podéis ver así”. Pero claro, entraron y la vieron. Yo casi lloro, en serio. Si no llego a saber que está en obras, sé que hubiera llorado. De verdad.
Qué tristeza, la Fontana en obras. Qué dolor. Ahora sólo pienso en que acabe pronto la restauración y poder volver a Roma y contemplarla. Aunque me temo que volveré a Roma antes de que esté restaurada. Pero, aún bajo los andamios, iré a verla.
Lo prometo.
Las fotos son de cada una de las visitas, claro.
domingo, 27 de julio de 2014
El cuestionario de Proust
Todo empezó con un post de Molinos sobre el cuestionario de Proust, comparando sus respuestas con las que en su día dio David Bowie. Después, Gordipé y Bichejo también dieron sus versiones del cuestionario. Y yo, aunque no conozco mucho a Proust, iba contestando mentalmente a las preguntas que iba leyendo así que pensé, ¿y si las escribo?
Pues aquí están.
¿Cuál es tu idea de la felicidad perfecta?
Un día junto al mar, en una playa de arena blanca, aguas cristalinas, una sombrilla para cuando me canse el sol y un libro para los ratos que no esté en el agua viendo peces. Y si tuviera a alguien querido a mi lado, pues mejor.
¿Cuál es su característica más relevante, más importante?
Soy transparente. La gente que me conoce no se acuerda de mí. Me refiero a la gente que me conoce poco. A veces es estupendo, puedes evitar a indeseables, pero a veces es un poco rollo que ni las puertas automáticas se abran a tu paso. Lo bueno es que no soy transparente para la gente que de verdad me conoce. Menos mal.
¿Cuál consideras que es tu mayor logro?
Haber acabado la tesis doctoral. En diez años, pero la acabé. Fue un esfuerzo personal brutal, mental y físico. Creo que aún no me he recuperado y eso que hace ya dos años.
¿Cuál es tu mayor temor?
Perder a la gente que quiero, verles sufrir. Y últimamente tengo un temor absurdo de no reproducirme.
¿Con qué figura histórica te identificas más?
Anita Conti. Alguien una vez me llamó por ese nombre, desconocido para mí. Cuando busqué quién era me di cuenta de que me habían soltado un piropo como la copa de un pino: fotógrafa, escritora, exploradora y primera oceanógrafa francesa. Me gusta pensar que el que me llamó por ese nombre no estaba equivocado y me parezco a ella. Ojalá.
¿A qué persona viva admiras más?
Creo que a nadie en concreto. A los que son capaces de compaginar vida familiar y vida laboral y mantenerse cuerdos.
¿Quiénes son tus héroes en la vida real?
Los que siguen creyendo que la humanidad vale la pena y trabajan aportando su granito de arena en condiciones adversas: desde voluntarios en zonas de conflicto bélico hasta médicos que les recortan el sueldo pero no pierden la sonrisa cuando te atienden.
¿Cuál es el rasgo qué más deploras de ti mismo?
La baja autoestima. No me quiero demasiado, sobre todo a nivel físico (una vez me dijeron “Tú eres guapa, lo que pasa es que no lo sabes”) y eso hace que en los campos en los que me siento más segura, como el laboral, actúe a veces de manera que algunos interpretan como pedantería.
¿Cuál es el rasgo que más deploras en los demás?
La falta de coherencia.
¿Cuál es tu viaje favorito?
Los cuatro meses que pasé en Creta, por la isla y por el ritmo de vida pausado que llevaba allí. De los que me quedan por hacer, me encantaría hacer alguna vez un voluntariado en la África negra.
¿Cuál es para ti la virtud más sobrevalorada?
La fortaleza. Sí, mola lo de ser fuerte y tal, pero todos necesitamos de vez en cuando alguien en quien apoyarnos. Y eso no es malo.
¿Qué frases o palabras usas más?
No hace mucho me he dado cuenta de que acabo muchas frases con un “¿eh?”. También uso mucho “ostras”.
¿De qué te arrepientes más?
Me he arrepentido de muchas cosas en mi vida, pero a corto plazo. A medio y largo plazo las he ido olvidando, así que muy transcendentales en mi vida no debieron ser. Eso sí, debería haber hecho más tonterías de jovencita. De más reciente, me arrepiento de no haber cambiado un vuelo de avión para pasar un fin de semana con alguien que me pidió que lo hiciera. Me encantaría saber qué hubiera pasado si lo hubiera hecho. Espero que esto también lo acabe olvidando, pero no estoy tan segura.
¿Cuál es tu estado actual de ánimo?
En tonos de gris.
Si pudieras cambiar algo de tu familia, ¿qué cambiarías?
Me hubiera gustado que hubiera sido más numerosa, tener más hermanos y, en general, más familia cerca. Y que cierta intolerancia de mi padre desapareciera.
¿Cuál es tu posesión más valiosa?
En términos puramente económicos, mi CocheCapricho, aunque no sólo económicos, porque llegó a mi vida en el momento que más necesitaba un capricho superficial. Sentimentalmente, no lo sé. He asumido que podría vivir sin muchas cosas de las que me consideraba inseparable (un anillo, una tobillera). Tal vez este portátil, creo que toda mi vida actual está aquí dentro. Pero estoy hiperorgullosa de mi colección de Harry Potter en idiomas varios.
¿Cuál consideras que es el estado vital más miserable?
Sentirte solo cuando estás rodeado de gente. Tener cerca a alguien a quien quieres y saber que nunca le podrás tener. Sentir dolor, de cualquier tipo.
¿Dónde te gustaría vivir?
En una casa con una puerta roja, con un pequeño jardín con uno (o dos) Ginkgo biloba y un pequeño espacio para cultivar un huerto y flores. Cerca del mar, junto a una zona con rocas para bucear viendo peces y a una distancia a pie de una gran playa de arena blanca. Preferiblemente, en una isla mediterránea. La mía me sirve. Pero quiero una puerta roja.
¿Cuál es tu ocupación favorita?
Leer, escribir, buscar la velocidad/abertura de diafragma adecuadas para que la foto quede como quiero, tejer, bailar, tirarme en el sofá sin pensar en qué hora es, estar con la gente que quiero (familia, amigos) y pasar el tiempo con ellos. Estar cerca o en el mar u otra masa de agua.
¿Qué cualidad te gusta más en un hombre?
El sentido del humor, la conversación inteligente y la fortaleza. Y esto último no es contradictorio con la respuesta a la pregunta once. Me gustan los hombres que no se amedrantan cuando me hago la dura. Y unos ojos profundos. Me miran un poco asín y me enamoro.
¿Qué cualidad te gusta más en una mujer?
La perseverancia para conseguir cosas que aparentemente sólo consiguen hombres sin caer ni en la seducción de sus superiores, ni en la masculinización de su comportamiento. La maternidad llevada con naturalidad y no como un don de su superioridad moral hacia las que (aún) no tenemos hijos.
¿Cuáles son tus nombres favoritos?
Ni idea. De pequeña tenía nombres favoritos, ahora ya no (ja, de algo parecido hablé aquí).
¿Cuál es tu lema?
“Estudiad como si fuerais a vivir eternamente; vivid como si fuerais a morir mañana” (San Isidoro de Sevilla). No sé si la cita y/o el autor son correctos, pero me encanta la filosofía que encierra.
Y con esto de un bizcocho, aquí se acaba el cuestionario de Proust.
Pues aquí están.
¿Cuál es tu idea de la felicidad perfecta?
Un día junto al mar, en una playa de arena blanca, aguas cristalinas, una sombrilla para cuando me canse el sol y un libro para los ratos que no esté en el agua viendo peces. Y si tuviera a alguien querido a mi lado, pues mejor.
¿Cuál es su característica más relevante, más importante?
Soy transparente. La gente que me conoce no se acuerda de mí. Me refiero a la gente que me conoce poco. A veces es estupendo, puedes evitar a indeseables, pero a veces es un poco rollo que ni las puertas automáticas se abran a tu paso. Lo bueno es que no soy transparente para la gente que de verdad me conoce. Menos mal.
¿Cuál consideras que es tu mayor logro?
Haber acabado la tesis doctoral. En diez años, pero la acabé. Fue un esfuerzo personal brutal, mental y físico. Creo que aún no me he recuperado y eso que hace ya dos años.
¿Cuál es tu mayor temor?
Perder a la gente que quiero, verles sufrir. Y últimamente tengo un temor absurdo de no reproducirme.
¿Con qué figura histórica te identificas más?
Anita Conti. Alguien una vez me llamó por ese nombre, desconocido para mí. Cuando busqué quién era me di cuenta de que me habían soltado un piropo como la copa de un pino: fotógrafa, escritora, exploradora y primera oceanógrafa francesa. Me gusta pensar que el que me llamó por ese nombre no estaba equivocado y me parezco a ella. Ojalá.
¿A qué persona viva admiras más?
Creo que a nadie en concreto. A los que son capaces de compaginar vida familiar y vida laboral y mantenerse cuerdos.
¿Quiénes son tus héroes en la vida real?
Los que siguen creyendo que la humanidad vale la pena y trabajan aportando su granito de arena en condiciones adversas: desde voluntarios en zonas de conflicto bélico hasta médicos que les recortan el sueldo pero no pierden la sonrisa cuando te atienden.
¿Cuál es el rasgo qué más deploras de ti mismo?
La baja autoestima. No me quiero demasiado, sobre todo a nivel físico (una vez me dijeron “Tú eres guapa, lo que pasa es que no lo sabes”) y eso hace que en los campos en los que me siento más segura, como el laboral, actúe a veces de manera que algunos interpretan como pedantería.
¿Cuál es el rasgo que más deploras en los demás?
La falta de coherencia.
¿Cuál es tu viaje favorito?
Los cuatro meses que pasé en Creta, por la isla y por el ritmo de vida pausado que llevaba allí. De los que me quedan por hacer, me encantaría hacer alguna vez un voluntariado en la África negra.
¿Cuál es para ti la virtud más sobrevalorada?
La fortaleza. Sí, mola lo de ser fuerte y tal, pero todos necesitamos de vez en cuando alguien en quien apoyarnos. Y eso no es malo.
¿Qué frases o palabras usas más?
No hace mucho me he dado cuenta de que acabo muchas frases con un “¿eh?”. También uso mucho “ostras”.
¿De qué te arrepientes más?
Me he arrepentido de muchas cosas en mi vida, pero a corto plazo. A medio y largo plazo las he ido olvidando, así que muy transcendentales en mi vida no debieron ser. Eso sí, debería haber hecho más tonterías de jovencita. De más reciente, me arrepiento de no haber cambiado un vuelo de avión para pasar un fin de semana con alguien que me pidió que lo hiciera. Me encantaría saber qué hubiera pasado si lo hubiera hecho. Espero que esto también lo acabe olvidando, pero no estoy tan segura.
¿Cuál es tu estado actual de ánimo?
En tonos de gris.
Si pudieras cambiar algo de tu familia, ¿qué cambiarías?
Me hubiera gustado que hubiera sido más numerosa, tener más hermanos y, en general, más familia cerca. Y que cierta intolerancia de mi padre desapareciera.
¿Cuál es tu posesión más valiosa?
En términos puramente económicos, mi CocheCapricho, aunque no sólo económicos, porque llegó a mi vida en el momento que más necesitaba un capricho superficial. Sentimentalmente, no lo sé. He asumido que podría vivir sin muchas cosas de las que me consideraba inseparable (un anillo, una tobillera). Tal vez este portátil, creo que toda mi vida actual está aquí dentro. Pero estoy hiperorgullosa de mi colección de Harry Potter en idiomas varios.
¿Cuál consideras que es el estado vital más miserable?
Sentirte solo cuando estás rodeado de gente. Tener cerca a alguien a quien quieres y saber que nunca le podrás tener. Sentir dolor, de cualquier tipo.
¿Dónde te gustaría vivir?
En una casa con una puerta roja, con un pequeño jardín con uno (o dos) Ginkgo biloba y un pequeño espacio para cultivar un huerto y flores. Cerca del mar, junto a una zona con rocas para bucear viendo peces y a una distancia a pie de una gran playa de arena blanca. Preferiblemente, en una isla mediterránea. La mía me sirve. Pero quiero una puerta roja.
¿Cuál es tu ocupación favorita?
Leer, escribir, buscar la velocidad/abertura de diafragma adecuadas para que la foto quede como quiero, tejer, bailar, tirarme en el sofá sin pensar en qué hora es, estar con la gente que quiero (familia, amigos) y pasar el tiempo con ellos. Estar cerca o en el mar u otra masa de agua.
¿Qué cualidad te gusta más en un hombre?
El sentido del humor, la conversación inteligente y la fortaleza. Y esto último no es contradictorio con la respuesta a la pregunta once. Me gustan los hombres que no se amedrantan cuando me hago la dura. Y unos ojos profundos. Me miran un poco asín y me enamoro.
¿Qué cualidad te gusta más en una mujer?
La perseverancia para conseguir cosas que aparentemente sólo consiguen hombres sin caer ni en la seducción de sus superiores, ni en la masculinización de su comportamiento. La maternidad llevada con naturalidad y no como un don de su superioridad moral hacia las que (aún) no tenemos hijos.
¿Cuáles son tus nombres favoritos?
Ni idea. De pequeña tenía nombres favoritos, ahora ya no (ja, de algo parecido hablé aquí).
¿Cuál es tu lema?
“Estudiad como si fuerais a vivir eternamente; vivid como si fuerais a morir mañana” (San Isidoro de Sevilla). No sé si la cita y/o el autor son correctos, pero me encanta la filosofía que encierra.
Y con esto de un bizcocho, aquí se acaba el cuestionario de Proust.
jueves, 24 de julio de 2014
Roma. Segunda parte
Anoche volví de Roma.
Como ya conté el otro día, la primera parte del viaje fue de trabajo. La segunda, ha sido de placer.
Aunque, bien pensado, Roma es siempre un placer. A veces un placer triste, a veces un placer alegre. Esta vez fue un placer caluroso. Y pasado por agua.
Ha sido bonito volver a sitios que ya había estado, pero con gente nueva. Conocer sitios nuevos. Disfrutar de la gastronomía (me he vuelto muy, muy fan de los ñoquis). Ir y venir. Caminar de arriba abajo. Pasear. Observar. Hacer fotos.
Roma es exagerada en todo, hasta en los sentimientos que genera y la rodean. Es exuberante, casi inalcanzable. Y supongo que ahí está su genialidad. Roma es genial. Incluso con calor sofocante o bajo un diluvio universal impropio del mes de julio. Incluso llena de turistas. Es única y, siempre que trato de hablar de ella, me quedo sin palabras.
Es inevitable.
Como ya conté el otro día, la primera parte del viaje fue de trabajo. La segunda, ha sido de placer.
Aunque, bien pensado, Roma es siempre un placer. A veces un placer triste, a veces un placer alegre. Esta vez fue un placer caluroso. Y pasado por agua.
Ha sido bonito volver a sitios que ya había estado, pero con gente nueva. Conocer sitios nuevos. Disfrutar de la gastronomía (me he vuelto muy, muy fan de los ñoquis). Ir y venir. Caminar de arriba abajo. Pasear. Observar. Hacer fotos.
Roma es exagerada en todo, hasta en los sentimientos que genera y la rodean. Es exuberante, casi inalcanzable. Y supongo que ahí está su genialidad. Roma es genial. Incluso con calor sofocante o bajo un diluvio universal impropio del mes de julio. Incluso llena de turistas. Es única y, siempre que trato de hablar de ella, me quedo sin palabras.
Es inevitable.
viernes, 18 de julio de 2014
Roma. Primera parte
Llevo en Roma desde el domingo, en una reunión. Ha sido una semana curiosa y extraña. Vine con pocas ganas y el primer día acabé cansada, enfadada y frustrada. Me enfada ver como se banalizan algunas cosas, como se toman a las ligeras cosas que cuestan mucho conseguir, como se simplifican cosas que son muy complejas y difíciles, y que luego, encima el trabajo durísimo de meses, muchos meses, se simplifique en un titular sensacionalista. Escribí una entrada el mismo lunes bastante pesimista y dura, una entrada que nunca publiqué. Esa misma noche, la cosa se empezó a animar, con una cena en el apartamento que he compartido con colegas franceses y con las parejas (e hijo) de algunos de ellos, a la que se añadieron varios colegas más. Quesos, sobrassada, pasta, helado, risas, Aperol Spritz, vino.
El resto de la semana, simplemente me he dejado llevar. Y la cosa ha ido mejorando bastante, el trabajo ha ido bien, es agradable reencontrarte con colegas con los que sólo coincides puntualmente y, aunque prácticamente no hemos visto nada de la ciudad, esto es Roma, señores.
El martes nos animamos a ir al Trastevere directamente desde la reunión, a tomar un aperitivo y pasear un poco. De vuelta al metro, nos acercamos hasta el Coliseo. La vez anterior que lo vi, estaba nevado, parece que hace mil años. Qué diferente aquel día frío de invierno con las noches cálidas de julio. El miércoles tuvimos la cena de grupo, dos cenas de grupo simultáneas, de dos reuniones. Qué buena comida, qué risas, qué bueno las copas (más spritz) al aire libre, qué gracia encontrarte con tu jefe en Roma. Hasta el paseo de más de 40 minutos al apartamento a las tantas de la madrugada fue agradable. La felicidad etílica. Y claro, ayer jueves, fue un día duro. Y una noche tranquila en casa, con pizzas.
Hoy, viernes, estoy feliz de haber acabado bien una semana que pintaba mucho peor de lo que ha sido, esperando en otro apartamento (éste con vistas al río Tíber) a mis compañeras de lo que serán poco más de cuatro días de vacaciones en Roma.
Ah, Roma.
No es la primera vez que estoy aquí, es la cuarta (aunque la última fue una escala relámpago) y, aparentemente no será la última este año. Pero no me importa. Roma es Roma. Y ahora toca disfrutarla.
Empieza la segunda parte.
En la foto (mala, está hecha con el móvil), el Coliseo, la otra noche.
El resto de la semana, simplemente me he dejado llevar. Y la cosa ha ido mejorando bastante, el trabajo ha ido bien, es agradable reencontrarte con colegas con los que sólo coincides puntualmente y, aunque prácticamente no hemos visto nada de la ciudad, esto es Roma, señores.
El martes nos animamos a ir al Trastevere directamente desde la reunión, a tomar un aperitivo y pasear un poco. De vuelta al metro, nos acercamos hasta el Coliseo. La vez anterior que lo vi, estaba nevado, parece que hace mil años. Qué diferente aquel día frío de invierno con las noches cálidas de julio. El miércoles tuvimos la cena de grupo, dos cenas de grupo simultáneas, de dos reuniones. Qué buena comida, qué risas, qué bueno las copas (más spritz) al aire libre, qué gracia encontrarte con tu jefe en Roma. Hasta el paseo de más de 40 minutos al apartamento a las tantas de la madrugada fue agradable. La felicidad etílica. Y claro, ayer jueves, fue un día duro. Y una noche tranquila en casa, con pizzas.
Hoy, viernes, estoy feliz de haber acabado bien una semana que pintaba mucho peor de lo que ha sido, esperando en otro apartamento (éste con vistas al río Tíber) a mis compañeras de lo que serán poco más de cuatro días de vacaciones en Roma.
Ah, Roma.
No es la primera vez que estoy aquí, es la cuarta (aunque la última fue una escala relámpago) y, aparentemente no será la última este año. Pero no me importa. Roma es Roma. Y ahora toca disfrutarla.
Empieza la segunda parte.
En la foto (mala, está hecha con el móvil), el Coliseo, la otra noche.
domingo, 13 de julio de 2014
"Guerra mundial Z" de Max Brooks
Tenía muchas ganas de leerme este libro y me costó bastante conseguirlo. Lo encontré por casualidad, en formato de bolsillo y me lo compré. Me lo he leído en cinco días, un récord para mi ritmo de lectura actual.
El libro no es una novela al uso, con su introducción-nudo-desenlace, aunque esta estructura sí que se incluye detrás de la sucesión de entrevistas que describe. Son entrevistas a supervivientes de una invasión zombi y a la guerra que ésta deriva, desde distintos puntos de vista, algunos muy técnicos y otros más personales. Está estructurada en distintos capítulos cronológicos, que incluyen cada unos varias entrevistas, desde los primeros casos de la infección hasta el final de la guerra.
Me ha gustado mucho, mucho, no me ha decepcionado nada y me ha asustado muy poco. Ya lo he dicho otras veces: me gusta la ciencia-ficción, pero no me gusta nada el terror. “Guerra mundial Z” me parece la típica historia que ha pasado de ser una gran novela de ciencia-ficción a una película de terror. La película no la pienso ver, ni de broma, pero leer el libro me ha encantado. Me lo he pasado pipa, me ha parecido muy interesante porque más allá de el tema obvio (el mundo llenándose de muertos vivientes) es una interesante reflexión de la naturaleza humana, de cómo el hombre reacciona en momentos de pánico, de situaciones límite, de la actitud de la gente de la calle, de los militares y de los gobiernos de distintos países. Muestra lo mejor y lo peor de la condición humana y demuestra, que el enemigo muchas veces es uno mismo y tus iguales, no lo que viene de fuera.
Muy recomendable.
El libro no es una novela al uso, con su introducción-nudo-desenlace, aunque esta estructura sí que se incluye detrás de la sucesión de entrevistas que describe. Son entrevistas a supervivientes de una invasión zombi y a la guerra que ésta deriva, desde distintos puntos de vista, algunos muy técnicos y otros más personales. Está estructurada en distintos capítulos cronológicos, que incluyen cada unos varias entrevistas, desde los primeros casos de la infección hasta el final de la guerra.
Me ha gustado mucho, mucho, no me ha decepcionado nada y me ha asustado muy poco. Ya lo he dicho otras veces: me gusta la ciencia-ficción, pero no me gusta nada el terror. “Guerra mundial Z” me parece la típica historia que ha pasado de ser una gran novela de ciencia-ficción a una película de terror. La película no la pienso ver, ni de broma, pero leer el libro me ha encantado. Me lo he pasado pipa, me ha parecido muy interesante porque más allá de el tema obvio (el mundo llenándose de muertos vivientes) es una interesante reflexión de la naturaleza humana, de cómo el hombre reacciona en momentos de pánico, de situaciones límite, de la actitud de la gente de la calle, de los militares y de los gobiernos de distintos países. Muestra lo mejor y lo peor de la condición humana y demuestra, que el enemigo muchas veces es uno mismo y tus iguales, no lo que viene de fuera.
Muy recomendable.
jueves, 10 de julio de 2014
Mint tee
Y ahí me puse, a tejer con las agujas. Y no puedo estar más orgullosa del resultado: mi camiseta perfectamente imperfecta. Porque sí, cada vez que la veo le encuentro algunos fallitos, pequeñas trampas y cosas que debería haber hecho un poco mejor. Pero no puedo olvidar que la he hecho yo. Y sólo por eso me encanta. Además, creo que es cuestión de tiempo, cada vez me irán saliendo mejor estas cosas. Espero.
En teoría, la talla del kit era una 38/40 y compré un ovillo de más por si acaso. Lo he utilizado en parte y sin modificar nada en el patrón, así que supongo que salió mi talla (42) porque tiendo a tejer bastante suelto. En cualquier caso, me va perfecto, holgadito.
Me ha gustado mucho la calidad del algodón, ha sido un placer trabajar con él. Los colores también son preciosos y las agujas de madera (las primeras que tengo) me han resultado muy agradables de usar, además de que son muy bonitas. El único pero es el precio de estos kits: son caros, sí, por eso no me compraré un kit cada día, ni cada mes, pero de vez en cuanto hay que darse algún capricho.
Y como es jueves, me voy a RUMS, por primera vez en este blog. ¡Espero que no sea la última!
martes, 8 de julio de 2014
De cocodrilos y tobilleras
Hace ahora seis años (¡glups!) por estas fechas, estaba yo preparando lo que con posteridad llamé mi exilio cretense: los cuatro (maravillosos) meses que pasé en esa isla griega. Fue una experiencia increíble, de la que guardo muchos recuerdos y fotos, decenas de entradas en el blog que tenía entonces y algunos contactos y amistades. Durante aquellos meses, trabajé mucho y descubrí mucho de Creta. Casi cada fin de semana me lanzaba a recorrer la isla, con transporte público o coche de alquiler, llegando hasta esos rincones que ni siquiera aparecen en las guías.
En una de esas excursiones, descubrí, de camino al valle de Amari, una presa recién construida, con un embalse en el que apenas comenzaba a haber agua. Me impresionó mucho el lugar y me impresionó ver una iglesia en el fondo del embalse, todavía intacta y la iglesia nueva que habían construido en lo alto del embalse para sustituir aquella. Recuerdo que estuve allí un buen rato, parada, admirando el paisaje cambiante, haciendo multitud de fotos, impresionada por aquella iglesia a punto de sucumbir bajo las aguas, de aquellas carreteras que acababan en el fondo del embalse.
Ayer volví a pensar en ese embalse cuando vi esta noticia: se ha avistado un cocodrilo en ese embalse.
¡¡Un cocodrilo en Creta!!
Suena a noticia engañosa de internet. Pero no, por lo visto es cierta, incluso se ha grabado la presencia del bicho con un drone. Impresionante.
¿Qué hace un cocodrilo en Creta? Me imagino que es la típica historia de mascota que crece demasiado y se acaba soltando en la naturaleza. ¿No conocéis a nadie que tenga un cocodrilo en casa? Pues hay gente que tiene. Yo conozco a uno.
A lo que iba, hay un cocodrilo en Creta (y quieren capturarlo vivo). Y la noticia me ha parecido una excusa perfecta para recordar mi vida cretense y repasar algunas fotos de entonces, del embalse, de la presa, de la iglesia. Las recordaba más bonitas.
Y, siguiendo con la línea de pensamiento cretense, estando allí, hice una excursión a una maravillosa isla de playas cristalinas en la que compré una tobillera que usé durante mucho tiempo y de la que ya hablé aquí, de color rosa que se fue convirtiendo en blanco con el tiempo. Se me rompió en un par de ocasiones y siempre la pude arreglar, menos cuando se me rompió mientras jugaba con ella en una terraza de un restaurante en Swakopmund (Namibia). Allí quedaron, entre las tablas del suelo, muchas de las cuentas de mi tobillera. Pero guardé las que recuperé, pensando en resucitarla. Allí, en Swakopmund, compré cuentas blancas, hechas de cáscara de huevo de avestruz. Y ha sido ahora, hoy, más de un año después cuando, por fin, he creado la tobillera que quería: mezcla de recuerdos cretenses y recuerdos namibios. Y así es, mi nueva/vieja/reconstruida tobillera.
En una de esas excursiones, descubrí, de camino al valle de Amari, una presa recién construida, con un embalse en el que apenas comenzaba a haber agua. Me impresionó mucho el lugar y me impresionó ver una iglesia en el fondo del embalse, todavía intacta y la iglesia nueva que habían construido en lo alto del embalse para sustituir aquella. Recuerdo que estuve allí un buen rato, parada, admirando el paisaje cambiante, haciendo multitud de fotos, impresionada por aquella iglesia a punto de sucumbir bajo las aguas, de aquellas carreteras que acababan en el fondo del embalse.
Ayer volví a pensar en ese embalse cuando vi esta noticia: se ha avistado un cocodrilo en ese embalse.
¡¡Un cocodrilo en Creta!!
Suena a noticia engañosa de internet. Pero no, por lo visto es cierta, incluso se ha grabado la presencia del bicho con un drone. Impresionante.
¿Qué hace un cocodrilo en Creta? Me imagino que es la típica historia de mascota que crece demasiado y se acaba soltando en la naturaleza. ¿No conocéis a nadie que tenga un cocodrilo en casa? Pues hay gente que tiene. Yo conozco a uno.
A lo que iba, hay un cocodrilo en Creta (y quieren capturarlo vivo). Y la noticia me ha parecido una excusa perfecta para recordar mi vida cretense y repasar algunas fotos de entonces, del embalse, de la presa, de la iglesia. Las recordaba más bonitas.
Y, siguiendo con la línea de pensamiento cretense, estando allí, hice una excursión a una maravillosa isla de playas cristalinas en la que compré una tobillera que usé durante mucho tiempo y de la que ya hablé aquí, de color rosa que se fue convirtiendo en blanco con el tiempo. Se me rompió en un par de ocasiones y siempre la pude arreglar, menos cuando se me rompió mientras jugaba con ella en una terraza de un restaurante en Swakopmund (Namibia). Allí quedaron, entre las tablas del suelo, muchas de las cuentas de mi tobillera. Pero guardé las que recuperé, pensando en resucitarla. Allí, en Swakopmund, compré cuentas blancas, hechas de cáscara de huevo de avestruz. Y ha sido ahora, hoy, más de un año después cuando, por fin, he creado la tobillera que quería: mezcla de recuerdos cretenses y recuerdos namibios. Y así es, mi nueva/vieja/reconstruida tobillera.
lunes, 7 de julio de 2014
“Guía del autoestopista galáctico” de Douglas Adams
Con esto de irme de pesca dos veces este año (una y dos), he leído bastante poco en los últimos tiempos (debido a mi incapacidad para leer estando en el mar, como ya expliqué aquí). Ahora que mi vida parece que está volviendo a la rutina de la vida en tierra y sus viajes asociados, me estoy empezando a poner al día acabando libros que tenía a medias.
La “Guía del autoestopista galáctico” es uno de ellos. Lo empecé hace mucho, leí varios capítulos (incluyendo algún intento en el mar), pero al final volví a empezarlo hace una par de semanas, ya de vuelta. Tenía muchas ganas de leer este libro, había oído hablar mucho de él y sentía mucha curiosidad.
El principio del libro no puede ser mejor: la Tierra es aniquilada para construir una autopista espacial. Arthur Dent, cuya máxima preocupación a primera hora de la mañana era evitar que destruyeran su casa, consigue salvar el pellejo gracias a un vecino, que es en realidad un extraterrestre que lleva muchos años viviendo en la Tierra. A partir de ahí, las aventuras interestelares de ambos se suceden, con grandes dosis de humor, surrealismo y situaciones estrambóticas.
Es un libro divertido y ameno, de ciencia-ficción surrealista. Vamos, la ciencia-ficción no suele ser muy realista, pero en este caso el toque de humor es la clave. No es una historia que se intente tomar en serio a sí misma en ningún momento y, precisamente por eso, tiene una frescura que ya quisieran grandes clásicos del género. Un entretenimiento la mar de agradable. Por lo visto, hay una película que intentaré ver y cuatro secuelas que tengo que leer, porque la historia no acaba, no tiene un final cerrado sino que es simplemente un capítulo de algo más grande.
La “Guía del autoestopista galáctico” es uno de ellos. Lo empecé hace mucho, leí varios capítulos (incluyendo algún intento en el mar), pero al final volví a empezarlo hace una par de semanas, ya de vuelta. Tenía muchas ganas de leer este libro, había oído hablar mucho de él y sentía mucha curiosidad.
El principio del libro no puede ser mejor: la Tierra es aniquilada para construir una autopista espacial. Arthur Dent, cuya máxima preocupación a primera hora de la mañana era evitar que destruyeran su casa, consigue salvar el pellejo gracias a un vecino, que es en realidad un extraterrestre que lleva muchos años viviendo en la Tierra. A partir de ahí, las aventuras interestelares de ambos se suceden, con grandes dosis de humor, surrealismo y situaciones estrambóticas.
Es un libro divertido y ameno, de ciencia-ficción surrealista. Vamos, la ciencia-ficción no suele ser muy realista, pero en este caso el toque de humor es la clave. No es una historia que se intente tomar en serio a sí misma en ningún momento y, precisamente por eso, tiene una frescura que ya quisieran grandes clásicos del género. Un entretenimiento la mar de agradable. Por lo visto, hay una película que intentaré ver y cuatro secuelas que tengo que leer, porque la historia no acaba, no tiene un final cerrado sino que es simplemente un capítulo de algo más grande.
domingo, 6 de julio de 2014
La Sirenita
Hoy hace dos semanas que llegué a Copenhague y que fui a ver La Sirenita.
La vi por primera vez de lejos, en octubre de 2011, en mi primer viaje a Copenhague, en un paseo turístico en barco, desde el canal. Pero tenía ganas de verla desde tierra y fue en este tercer viaje a esta ciudad cuando, por fin, la vi.
Todo el mundo dice que es muy pequeña, que el largo paseo hasta llegar a ella no (siempre) vale la pena. Blablablá. Tonterías.
Yo divido las cosas que veo en los lugares que visito en dos: las que hacen que me pare unos instantes a saborearlas, a disfrutarlas y las que no.
La Sirenita entra en el primer grupo.
Llegamos con una bonita luz pre-crepuscular. Me pareció un lugar único, una escultura única, un momento único. Y, con la (paciente) complicidad de mi compañero de paseo, me senté allí un buen rato, contemplándola, haciéndole fotos, a ella y al cisne que llegó a saludarla, ignorando a los (muchos) turistas que la rodeaban, por tierra y por mar, disfrutando de esa luz, de ese momento, de ese lugar.
Fueron las únicas fotos que hice con la réflex en todo el viaje.
La vi por primera vez de lejos, en octubre de 2011, en mi primer viaje a Copenhague, en un paseo turístico en barco, desde el canal. Pero tenía ganas de verla desde tierra y fue en este tercer viaje a esta ciudad cuando, por fin, la vi.
Todo el mundo dice que es muy pequeña, que el largo paseo hasta llegar a ella no (siempre) vale la pena. Blablablá. Tonterías.
Yo divido las cosas que veo en los lugares que visito en dos: las que hacen que me pare unos instantes a saborearlas, a disfrutarlas y las que no.
La Sirenita entra en el primer grupo.
Llegamos con una bonita luz pre-crepuscular. Me pareció un lugar único, una escultura única, un momento único. Y, con la (paciente) complicidad de mi compañero de paseo, me senté allí un buen rato, contemplándola, haciéndole fotos, a ella y al cisne que llegó a saludarla, ignorando a los (muchos) turistas que la rodeaban, por tierra y por mar, disfrutando de esa luz, de ese momento, de ese lugar.
Fueron las únicas fotos que hice con la réflex en todo el viaje.
jueves, 3 de julio de 2014
C2
Creo que no he dado suficiente importancia a un acontecimiento muy significativo en mi vida en las últimas semanas: he aprobado el nivel C2 de inglés.
Para el que no lo sepa, el nivel C2 es un nivel muy alto, es un nivel de “sé mucho inglés”. Así que aprobarlo ha sido todo un reto. Un reto que me ha llevado tres años.
Llevo mucho utilizando el inglés de manera habitual en mi vida. Viajo a menudo al extranjero por trabajo y las reuniones son siempre en inglés. También lo uso en el día a día, en la lectura y redacción de informes y artículos científicos, en la correspondencia con colegas. He ido a curso de formación en inglés e incluso he dado yo cursos en ese idioma. Antes solía leer de manera esporádica en inglés, pero desde hace algo más de un año, suelo tener siempre un libro en inglés en marcha. Veo series y películas en inglés, no todas, pero sí bastantes. Y hace bastantes meses que tengo por costumbre llevar puesta una emisora inglesa en la radio del coche.
Vamos, que se podría decir que sé inglés.
Eso no quita que tenga momentos de crisis, tampoco implica que entienda todo lo que está escrito en inglés y, sobre todo, todo lo que oigo. Tengo un inglés aprendido en colegios y escuelas de idiomas. Nunca he vivido ni he pasado un período medianamente largo en un país anglosajón. Pero he aprendido inglés, me mola aprender y me molan los idiomas.
Decía que he tardado tres años en aprobar el nivel C2. El primer año, no me lo tomé muy en serio. Aún estaba con la sorpresa de haber aprobado el C1 sin haber estudiado nada, así que no creía que fuera a aprobar el C2 a la primera. Encima, la semana del examen de junio fue una de las semanas más horribilis de mi vida: tenía que depositar la tesis, mi padre tuvo un desprendimiento de retina y alguien que creía importante en mi vida resultó que no lo era tanto. Fui al examen pero ni lo acabé: mi padre entraba en quirófano esa misma tarde y me pareció absurdo estar allí, examinándome de algo para lo que no estaba ni remotamente preparada.
El segundo año fue aún peor. Empezó el curso el día que defendía mi tesis doctoral y, aunque me ha costado tiempo darme cuenta, caí en un bajón intelectual importante. No tuve una depresión post-tesis ni nada eso, sino que le había dedicado tantos años, tanto esfuerzo, tanto de mi misma a esa tesis que me quedé vacía. No tenía energía para seguir dedicando mi tiempo libre a estudios. Eso, unido a alguna crisis sentimental me llevó a abandonar el curso cuando faltaban varios meses para que acabara. Me disculpé con el profesor, para que no creyera que era culpa suya, y decidí postergarlo todo el tiempo que hiciera falta.
Y llegó el tercer año. El último con derecho a clases presenciales. Dudé si matricularme o no, no sabía si tendría la energía que necesitaba para seguir el curso y, sobre todo, aprobarlo. Pero me sentía fuerte, animada y me lancé. Y esta vez, sí, gané. Ha sido un curso largo, intenso. He tenido el mismo profesor que los años anteriores, un profesor que me ha gustado mucho y que cada año ha dado las clases de manera diferente. He ido a clase siempre que mis viajes laborales me lo permitían. No he faltado ni un solo día por pereza, aburrimiento o porque prefería quedarme en casa. Y a eso, no lo voy a negar, ha colaborado que en mi clase hubiera un chico mono. El chico mono de inglés, como lo llamaba yo. Era simplemente eso, un chico mono y majo y un aliciente para obligarme a ir a clase. No ha sido más que eso. He hecho los deberes siempre que he podido, incluso a horas intempestivas de la noche. He leído bastantes libros. He convertido el inglés en parte de mi vida. Y he aprobado. Haciendo el examen, no estaba muy segura de haber aprobado pero sí que lo disfruté, disfruté de lo que estaba haciendo, no me resultó un examen pesado ni terrorífico. Me resultó natural hacerlo.
Debo admitir que no he tenido notas espectaculares, de media menos de 7. Pero he conseguido hacer algo que tenía empezado. Por una vez, no he dejado una cosa a medias.
Me llena de orgullo y satisfacción.
Je.
La verdad es que no creo que sepa más inglés del que sabía antes de aprobar este examen. La verdad es que no creo que sepa mucho inglés. De hecho, la semana en el curso en el que estuve, tuve momentos de crisis lingüística de no entender nada. Pero estoy contenta de haber superado este reto. Ya tenía ganas de poder superarlo y dedicar el tiempo de clases y estudio de inglés a otras cosas. Ya veremos a qué.
Ayer me matriculé en el nivel básico de francés.
En la foto, un gato en Moni Chrisoskalitissis, un monasterio en el sudoeste de Creta, la última vez que estuve allí, hace ya demasiado. No tiene nada que ver con la entrada, pero es parte de la foto que tengo ahora mismo de fondo de pantalla. Y me gusta.
Para el que no lo sepa, el nivel C2 es un nivel muy alto, es un nivel de “sé mucho inglés”. Así que aprobarlo ha sido todo un reto. Un reto que me ha llevado tres años.
Llevo mucho utilizando el inglés de manera habitual en mi vida. Viajo a menudo al extranjero por trabajo y las reuniones son siempre en inglés. También lo uso en el día a día, en la lectura y redacción de informes y artículos científicos, en la correspondencia con colegas. He ido a curso de formación en inglés e incluso he dado yo cursos en ese idioma. Antes solía leer de manera esporádica en inglés, pero desde hace algo más de un año, suelo tener siempre un libro en inglés en marcha. Veo series y películas en inglés, no todas, pero sí bastantes. Y hace bastantes meses que tengo por costumbre llevar puesta una emisora inglesa en la radio del coche.
Vamos, que se podría decir que sé inglés.
Eso no quita que tenga momentos de crisis, tampoco implica que entienda todo lo que está escrito en inglés y, sobre todo, todo lo que oigo. Tengo un inglés aprendido en colegios y escuelas de idiomas. Nunca he vivido ni he pasado un período medianamente largo en un país anglosajón. Pero he aprendido inglés, me mola aprender y me molan los idiomas.
Decía que he tardado tres años en aprobar el nivel C2. El primer año, no me lo tomé muy en serio. Aún estaba con la sorpresa de haber aprobado el C1 sin haber estudiado nada, así que no creía que fuera a aprobar el C2 a la primera. Encima, la semana del examen de junio fue una de las semanas más horribilis de mi vida: tenía que depositar la tesis, mi padre tuvo un desprendimiento de retina y alguien que creía importante en mi vida resultó que no lo era tanto. Fui al examen pero ni lo acabé: mi padre entraba en quirófano esa misma tarde y me pareció absurdo estar allí, examinándome de algo para lo que no estaba ni remotamente preparada.
El segundo año fue aún peor. Empezó el curso el día que defendía mi tesis doctoral y, aunque me ha costado tiempo darme cuenta, caí en un bajón intelectual importante. No tuve una depresión post-tesis ni nada eso, sino que le había dedicado tantos años, tanto esfuerzo, tanto de mi misma a esa tesis que me quedé vacía. No tenía energía para seguir dedicando mi tiempo libre a estudios. Eso, unido a alguna crisis sentimental me llevó a abandonar el curso cuando faltaban varios meses para que acabara. Me disculpé con el profesor, para que no creyera que era culpa suya, y decidí postergarlo todo el tiempo que hiciera falta.
Y llegó el tercer año. El último con derecho a clases presenciales. Dudé si matricularme o no, no sabía si tendría la energía que necesitaba para seguir el curso y, sobre todo, aprobarlo. Pero me sentía fuerte, animada y me lancé. Y esta vez, sí, gané. Ha sido un curso largo, intenso. He tenido el mismo profesor que los años anteriores, un profesor que me ha gustado mucho y que cada año ha dado las clases de manera diferente. He ido a clase siempre que mis viajes laborales me lo permitían. No he faltado ni un solo día por pereza, aburrimiento o porque prefería quedarme en casa. Y a eso, no lo voy a negar, ha colaborado que en mi clase hubiera un chico mono. El chico mono de inglés, como lo llamaba yo. Era simplemente eso, un chico mono y majo y un aliciente para obligarme a ir a clase. No ha sido más que eso. He hecho los deberes siempre que he podido, incluso a horas intempestivas de la noche. He leído bastantes libros. He convertido el inglés en parte de mi vida. Y he aprobado. Haciendo el examen, no estaba muy segura de haber aprobado pero sí que lo disfruté, disfruté de lo que estaba haciendo, no me resultó un examen pesado ni terrorífico. Me resultó natural hacerlo.
Debo admitir que no he tenido notas espectaculares, de media menos de 7. Pero he conseguido hacer algo que tenía empezado. Por una vez, no he dejado una cosa a medias.
Me llena de orgullo y satisfacción.
Je.
La verdad es que no creo que sepa más inglés del que sabía antes de aprobar este examen. La verdad es que no creo que sepa mucho inglés. De hecho, la semana en el curso en el que estuve, tuve momentos de crisis lingüística de no entender nada. Pero estoy contenta de haber superado este reto. Ya tenía ganas de poder superarlo y dedicar el tiempo de clases y estudio de inglés a otras cosas. Ya veremos a qué.
Ayer me matriculé en el nivel básico de francés.
En la foto, un gato en Moni Chrisoskalitissis, un monasterio en el sudoeste de Creta, la última vez que estuve allí, hace ya demasiado. No tiene nada que ver con la entrada, pero es parte de la foto que tengo ahora mismo de fondo de pantalla. Y me gusta.
miércoles, 2 de julio de 2014
Un día
De repente, llega un día en que todas tus preocupaciones, todos tus cabreos, todas tus frustraciones, todos tus problemas, todas tus tristezas, toda esa energía negativa que circula a tu alrededor alcanza cuotas extremas y de repente, sin más, lo liberas todo de golpe con una cascada de lágrimas incontrolables.
Ese día ha llegado hoy.
Todo, todo, todo se ha ido acumulando y todo, todo, todo ha acabado saliendo a borbotones, sin poder detenerlo. En realidad no ha salido todo, porque los que tienen la mala suerte de pillarte cerca en ese momento te miran con cara de sorpresa y te dicen “Pero si eso que te he dicho… ¡no era para tanto!”. Y tú lo admites, con los ojos rojos, cogiendo un segundo paquete de pañuelos, sorbiendo los mocos e hipando sin control. Y te intentas controlar. Porque claro, “eso” que ha desencadenado la cascada no era, ni mucho menos, para tanto. Pero todas las minucias negativas de tu vida personal, sentimental, familiar, laboral y social tienen que salir fuera en algún momento y de alguna manera.
Y ha sido hoy.
Es así. No es nada terrible, ni horrible, ni siquiera preocupante. Pero hay veces que hay que parar, que tienes que decir basta, que el mundo tiene que comprender, al menos una vez, que lo de ser fuerte es agotador. Y si encima tienes faringitis y estás menstruando, pues aún más agotador.
Mañana volveré con fuerza, energía y alegría.
Hoy, simplemente, es hoy. Un día.
En la foto, un pececito triste que fotografié la semana pasada en Copenhague. A ratos, me siento identificada con él.
Y encima, va Bichejo y cuelga este video en twitter y ahí estaba yo, llorando a moco tendido. De bonus track, la canción original de la peli (“Frozen", que ya comenté aquí).
Ese día ha llegado hoy.
Todo, todo, todo se ha ido acumulando y todo, todo, todo ha acabado saliendo a borbotones, sin poder detenerlo. En realidad no ha salido todo, porque los que tienen la mala suerte de pillarte cerca en ese momento te miran con cara de sorpresa y te dicen “Pero si eso que te he dicho… ¡no era para tanto!”. Y tú lo admites, con los ojos rojos, cogiendo un segundo paquete de pañuelos, sorbiendo los mocos e hipando sin control. Y te intentas controlar. Porque claro, “eso” que ha desencadenado la cascada no era, ni mucho menos, para tanto. Pero todas las minucias negativas de tu vida personal, sentimental, familiar, laboral y social tienen que salir fuera en algún momento y de alguna manera.
Y ha sido hoy.
Es así. No es nada terrible, ni horrible, ni siquiera preocupante. Pero hay veces que hay que parar, que tienes que decir basta, que el mundo tiene que comprender, al menos una vez, que lo de ser fuerte es agotador. Y si encima tienes faringitis y estás menstruando, pues aún más agotador.
Mañana volveré con fuerza, energía y alegría.
Hoy, simplemente, es hoy. Un día.
En la foto, un pececito triste que fotografié la semana pasada en Copenhague. A ratos, me siento identificada con él.
Y encima, va Bichejo y cuelga este video en twitter y ahí estaba yo, llorando a moco tendido. De bonus track, la canción original de la peli (“Frozen", que ya comenté aquí).
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