De esto que te levantas un día y dices “Pues esta tarde hoy voy a la peluquería”. Que no os creáis, para mí es una decisión muy importante porque ODIO que me toquen el pelo y/o la cabeza. Que sí, que hay quien se atreve a tocármelo pero se arriesga a un grito o un tortazo. Total, que digo, me voy a la pelu que ya casi no veo con este flequillo que me tapa los orificios nasales. Y ya que estoy, pues me pongo unos reflejitos que molan y hace mucho que no me pongo y tengo ganas y tengo canas. Y llego a la pelu y ya noto que pasa algo, el peluquero todo misterioso hablando en susurros con una clienta y con una mala cara que vamos. Aparte de las bermudas blancas demasiado ajustadas y el pelo de mentira que se ha puesto y que me despista un montón (era calvo). En fin, cuando me toca le digo, “Tienes mala cara” y se me pone a llorar. “¡Me divorcio!”, me dice, en plan Escarlata O’Hara. Y yo diciendo ponme unos reflejitos y un cortecito y qué ha pasado y cuéntame que la última vez ya tenías problemas con tu marido. Y me empieza a contar que si los amigos, que si el tío cubano de su marido cubano (y veintipico años más joven) que es un maricón, pero maricón, maricón, maricón malo, malo y que si el Grindr (que por lo visto es el Tinder gay) y que si no sé con cuántos tíos me ha puesto los cuernos mi marido. Cuando ya me he puesto un poco al día de la situación, con el decolorante en el pelo (bueno, en cuatro mechones) y hartos de oír pasar camiones de bomberos, el peluquero va y dice “Ahora vengo, voy a ver qué pasa” y me deja ahí, ola en la peluquería, con el decolorante en la cabeza que yo creía que iba a ser Daenerys o Khaleesi o como se llame la tía esa tan mona del pelo blanco de Juego de Tronos, toda preocupada. Y vuelve (“Nada, un incendio en un piso”. ¿NADA? ¿PERDONA?) y se queda fuera fumando y mirando fotos en el Grindr o mensajes o no sé qué. Y entra y yo “¿Esto no está? Me veo el pelo blanco…” y él “Casi, casi, mira el tío con el que estaba hablando mi marido estos días” y jolín, qué guapo, el tío, ¿ahora qué digo? Y ya me empieza a contar que le mandaba fotos a amigos comunes para ligárselos. “Si te enseño una foto… ¿no te importa?”. Y yo “¿No?”. “Venga, te la enseño”. Y yo “Me hago a la idea…”. Y él “Pues te la enseño, sale en bolas y todo empalmado” y yo “ME HAGO A LA IDEA, GRACIAS” y señalando la cabeza porque de verdad que se me iba a quedar el pelo blanco. Que no es por no ver a un tío macizo en bolas, pero a ver, que hay una crisis matrimonial aquí, eso es un desnudo gratuito y YO SEGUÍA CON EL DECOLORANTE EN LA CABEZA. Total que al final me quita el decolorante, el gorro ese terrible que ay qué daño, me lava el pelo y se pone a cortármelo, entre lágrimas y deseos de que le pase algo muy malo al futuro exmarido, o al menos algo un poco malo, que a mí eso me da muy mal rollo y le digo “corta por aquí y despuntado y tú ya sabes” (que llevo veinte años viniendo aquí, hombreya). Y él “pero ¿por aquí igualado, por aquí despuntado, por aquí irregular, por aquí cómo?” y yo “Y qué más da, corta lo que te apetezca, total, tengo un mechón amarillo limón en la frente y tú te vas a divorciar y se está quemando un piso aquí al lado…”. Y se pone a cortar y a contarme que el marido sigue en casa, que no se quiere ir, que lo trata como a una chacha, que cuando por las tardes le decía que quería descansar porque luego por la noche trabaja bailando en hoteles en realidad se iba por ahí a tirarse a otros, que quiere que sigan trabajando juntos en la peluquería y que él así no puede. Y yo, claro, claro, creo que me equivocado al decirle que me cortara tanto. Qué digo, creo que me he equivocado al venir hoy aquí, que hay una crisis muy gorda y a éste le tiembla el pulso de lo mal que lo está pasando. Y me enseña el brazo todo picado “Mira, mira, por su culpa” y yo “Mierda, ahora se mete droga por culpa del cubano infiel” y él “Ayer, toda la tarde en el hospital de un ataque de ansiedad”. Menos mal. Que no, que me sabe fatal, pero menos mal que no se estaba chutando drogas (¿se dice chutarse droga?). Y entra un amigo del peluquero al que le dice “He hecho trozos” y el otro “¿Mande? Ah, que has cortado” (atención a la gracia: hacer trozos= cortar, FLI-PO, aunque igual tiene más gracia en idioma isleño, que sonaba así: “He fet trossos!”, “Eh? Batualmont, que has tallat!”). Y en eso que el amigo se va y llama otro amigo con el que por lo visto estuvo de juerga hasta casi el amanecer el día antes (mucho hospital, mucha ansiedad, pero menuda juerga te corriste, pillín) y coge el peluquero con mi pelo a medio cortar y me dice “Ahora vuelvo, que voy a por este amigo que no sabe llegar”. ¿PERDONA? Y ahí ya lo vi: ahora coge, le pasa algo y estoy sola en la peluquería con medio pelo cortado. Tanta tensión me va a matar. Pero no, vuelve, me acaba de cortar, el amigo dice que qué pasa en esta ciudad que las chicas van todas con el pelo corto (¿A ti quién te ha preguntado?), me seca el pelo, se confirma que el mechón amarillo limón no tiene arreglo, pago, le doy ánimos con el divorcio o lo que sea y me largo por patas.
Al final, que odie que me toquen el pelo es lo de menos.
En el vídeo, yo, cuando me tocan el pelo.