Hoy mi hermana la gafapasta cumple 40 años.
Cuarenta.
Madre mía, qué vértigo.
¡Felicidades!
¡Si los 40 de hoy son los 30 de ayer, mujer!
Y, para celebrarlo, he decidido contaros 40 cosas de ellas que no sabéis.
O igual sí sabéis.
1. Nació un jueves. De cesárea.
2. No le debió hacer mucha ilusión que yo naciera, casi tres años después, porque cuando yo era un bebé, me retorcía el brazo hasta que lloraba.
3. De pequeña era muy rubita. Luego se le fue oscureciendo el pelo de manera natural, porque nunca se ha hecho nada en el pelo que implique un cambio de color. Tiene canas pero no quiere teñirse. “Ya me teñiré al cumplir los cuarenta”. Estoy expectante.
4. Una vez, estando en casa enferma, se dedicó a jugar a las peluqueras con mis muñecas. Les cortó tanto el pelo que me dejó traumatizada.
5. Es una acuario de libro. Vive en acuarilandia. Y le encanta.
6. De pequeña tenía los pies planos. La operaron de los dos.
7. Cuando vivíamos en casa de mis padres, siempre me quitaba los jerséis. Cuando se fue de casa, flipó al descubrir la poca ropa que tenía.
8. Le extirparon el apéndice siendo adolescente. Incluso antes de ir al médico, ella ya se autodiagnosticó.
9. Es cabezona, muy cabezona. Es reservada, muy reservada. Aunque con la edad lo segundo creo que le ha mejorado. Lo primero, no.
10. Siempre le ha gustado leer. Hemos compartido infinitos libros.
11. De jovencita iba mucho al cine, era una cinéfila de pro y compraba y devoraba la Fotogramas todos los meses. Ahora no va tanto, pero sigue comprando la revista casi cada mes.
12. Una vez, hace unos diez años, se quedó sin gasolina en mitad de la autopista cuando volvía a casa del trabajo con el coche que entonces compartíamos. Pudo salir y parar en un sitio que no molestaba y allí fuimos a rescatarla, mi padre y yo. Él con su coche, desde la otra punta de la isla. Yo con una furgoneta del trabajo y con 5 € en gasoil que compré por el camino. Y ella no hacía más que jurar que “a este coche le pasa algo. Y no es el gasoil”. Por mucho que yo le dijera que hacía una semana que iba en reserva, ella siguió intentando convencernos de que no. Si le preguntáis ahora, seguro que os dirá que no fue por culpa de la falta de gasoil. Aunque al ponérselo, empezó a funcionar sin problemas.
13. Lleva gafas desde que era una adolescente. Una vez las perdió en una excursión en las montañas.
14. Hace un par de meses, se compró un coche nuevo. Blanco.
15. Hace mogollón de años se fue a vivir a 40 Km de mí. Creo que aún no se lo he perdonado.
16. Cuando repartieron las capacidades cognitivas, se olvidaron de darle un poco de empatía.
17. Hace unos años, le hicieron una punción lumbar. Y ella tan pancha.
18. Va por la vida con una inyección de adrenalina en el bolso.
19. En una prueba médica en la que tenían que anestesiarla, todos los que salían antes que ella de la misma lo hacían en unas condiciones penosas. Ella salió riendo como una loca y diciendo “estoy colocadííííísima”. Cuando, minutos después, fuimos a hablar con su médico, ella ni le hacía caso y sólo le preocupaba una cosa “¿Puedo comer ya? Jo, es que tengo mucho hambre”.
20. El año pasado perdió 10 kilos. Este año quiere perder otros 10. Y, si se lo propone en serio, lo conseguirá.
21. Se ha vuelto una adicta al Energy Jump, una gimnasia sobre trampolines que es tan divertida como agotadora.
22. Tarda un millón de años en meterse en el agua en la playa. Aunque esté calentísima.
23. Nunca va a la playa sin sombrilla.
24. Quería estudiar Magisterio, pero la convencieron de que tenía capacidad de hacer una Licenciatura. Acabó haciendo Químicas, aunque no ejerce de ello.
25. Es muy buena en su trabajo.
26. Conoce a mucha gente, gracias a su trabajo. Y eso hace que le pasen cosas curiosas, como que la llamen “preciosa” desde un camión de la basura después de medianoche saliendo un día de mi casa.
27. Tiene un ojo de cada color.
28. Tiene un mapa de carreteras de la isla en su cabeza y, si quieres ir a un sitio, te organiza siempre la ruta más adecuada.
29. Le encanta el azul. Y el morado. Odia el rosa. Aunque últimamente acepta el fucsia.
30. Siempre ha soñado con ir a Italia. Llevamos dos años yendo en verano, siguiendo mis reuniones. En 2013 estuvimos en Milán y Venecia. En 2014 en Roma y Florencia. Flipó tanto viendo el Puente Viejo de Florencia que pensé que se iba a poner a llorar.
31. Le encantan los niños.
32. Odiaba el vino. No entendía que a la gente le gustara el vino. Un día, descubrió el vino. Y ahora se ha convertido en una sibarita del tema.
33. Hace una tortilla de patatas estupenda.
34. Odia el caldo en los cocidos de legumbres. No soporta el cocido de verduras que hace mi madre pero le pirran las mismas verduras cocidas como “sopas mallorquinas”.
35. Es muy indecisa. Y si se le presiona, aún más. Es capaz de bloquearse en un restaurante cuando todo el mundo ya ha pedido y posponer su decisión hasta límites que rozan lo absurdo.
36. Sabe caminar con zapatos altos. Para mí eso es un súperpoder.
37. La lana le pica.
38. No soporta los jerséis de cuello alto.
39. No se le dan demasiado bien las plantas. Una orquídea se le suicidó. Pero una planta de Navidad le duró más que a mí.
Y 40. Hoy cumple 40. Eso ya lo he dicho. Le podríamos haber organizado una gran fiesta, pero no nos hemos atrevido. Ya lo dije una vez: si algo no le gusta, te lo dice a la cara. Y no queríamos arriesgarnos a darle una fiesta de la que luego huyera despavorida. Así que dejamos que ella decidiera cómo celebrarlo, por si las moscas.
Pero eso ya es otra historia que, supongo, contará ella algún día.
En la foto, la homenajeada dando sus primeros pasos. No os fiéis de su cara de niña buena.
viernes, 30 de enero de 2015
martes, 27 de enero de 2015
Una chaquetita
La gente de mi entorno se reproduce a un ritmo más rápido del que mis agujas pueden soportar. Así, sólo de vez en cuando (una vez al año), soy capaz de preparar un regalo para algún bebé que nace a mi alrededor con mis propias manos, bueno, con mis propias agujas.
Hace cosa de un año, me atreví con una mantita. Ahora, me he atrevido con una chaquetita (ah, esos diminutivos…). Y sí, he sido capaz de acabarla a tiempo para que el pequeño que será su dueño, que nació casi, casi a la vez que este 2015, pueda utilizarla en este invierno frío. No es perfecta, no es una gran obra maestra, pero estoy contenta de haberla acabado a tiempo y bastante orgullosa de haber sido capaz de tejerla.
La chaqueta es obra mía. Los botones, de la bolsa con mil botones que tiene mi madre en su casa. Ni idea de dónde han salido.
Hace cosa de un año, me atreví con una mantita. Ahora, me he atrevido con una chaquetita (ah, esos diminutivos…). Y sí, he sido capaz de acabarla a tiempo para que el pequeño que será su dueño, que nació casi, casi a la vez que este 2015, pueda utilizarla en este invierno frío. No es perfecta, no es una gran obra maestra, pero estoy contenta de haberla acabado a tiempo y bastante orgullosa de haber sido capaz de tejerla.
La chaqueta es obra mía. Los botones, de la bolsa con mil botones que tiene mi madre en su casa. Ni idea de dónde han salido.
domingo, 25 de enero de 2015
De esto que... (V)
De esto que sales de comer de un restaurante que te gusta mucho, con la tripa llena y algunos remordimientos por haber tomado postre cuando mañana tienes la revisión médica del trabajo. Sopla viento norte fuerte, hace frío de nieve (las montañas siguen nevadas a pesar del día soleado de ayer) y te encoges dentro del abrigo intentando que el frío no se cuele en tus huesos. Y coges el coche y, tras conducir un par de calles por el pueblo en el que está el restaurante, expresas en voz alta lo que hace unos treinta segundos te preocupa “Este coche está haciendo un ruido muy raro”. Así que paras antes de salir del pueblo y, aunque no sabes qué mirar o buscar, echas un vistazo a lo que está a simple vista: las ruedas. Trasera izquierda: bien. Delantera izquierda: bien. Delantera derecha: ¡reventón!
Así que les comunicas a tus progenitores que van en el coche y cuyas edades suman 150 años que hay que cambiar una rueda. Tu padre te dice que él nunca ha cambiado una rueda en ese coche (que es el suyo y tiene casi 13 años) y tú sabes de mecánica tanto como de física cuántica. Pero os ponéis a ello. Hay un momento de crisis, en el que parece que no vais a poder aflojar los tornillos, pero cuando esa fase está superada, las cosas mejoran. Hasta entráis en una conversación absurda de “Igual se ha reventado cuando has aparcado tú”. “No, seguro que has sido tú cuando has desaparcado”. Y decidís que es mejor reír que entrar en la tontería del “has sido tú”, “no tú”.
Y ahí estás, sentada en una bolsa de rafia del Carrefour sobre la acera, con las piernas cuidadosamente cruzadas, porque claro, justo hoy has decidido ponerte vestidito, subiendo el coche con el gato y sueltas en voz alta “Pues menos mal que he comido postre”. Y las risas nos hacen olvidar las incomodidades y hasta el viento helado del norte. Porque ya te has quitado el abrigo (mi maravilloso abrigo rojo) y hasta el cuello de lana y ya ni tienes frío. Y miras tus manos, con los dedos negros como la noche y te sorprendes de que tu vestidito siga sin manchas.
Y en mitad del proceso suena el móvil de tu progenitor y resulta que es tu hermana la gafapasta, que obviamente se parte de risa cuando se entera de la situación y que tenía que pasar por tu casa a medirse el jersey que le estás tejiendo. Y así, con una mano en el neumático de repuesto y la otra en el móvil, le explicas cómo probarse lo que va a ser su jersey y cómo medirse para que decida la longitud de manga que desea. Tejer y cambiar neumáticos, qué extraña combinación.
Y, milagrosamente, en un rato, el coche vuelve a tener cuatro ruedas. Y aunque no estás muy segura de que sea seguro conducir un coche cuyos tornillos has apretado tú misma, conduces los 50 km de vuelta a casa recordándole entre risas a tu copilota que mire de vez en cuando si sale la rueda disparada, porque no te fías. Ni un pelo.
Así que ahora ya puedo poner un tic al lado de “cambiar un neumático” en el listado de cosas que debe saber hacer una mujer moderna.
Y tan feliz, oye.
En la foto, el coche, sin rueda.
Así que les comunicas a tus progenitores que van en el coche y cuyas edades suman 150 años que hay que cambiar una rueda. Tu padre te dice que él nunca ha cambiado una rueda en ese coche (que es el suyo y tiene casi 13 años) y tú sabes de mecánica tanto como de física cuántica. Pero os ponéis a ello. Hay un momento de crisis, en el que parece que no vais a poder aflojar los tornillos, pero cuando esa fase está superada, las cosas mejoran. Hasta entráis en una conversación absurda de “Igual se ha reventado cuando has aparcado tú”. “No, seguro que has sido tú cuando has desaparcado”. Y decidís que es mejor reír que entrar en la tontería del “has sido tú”, “no tú”.
Y ahí estás, sentada en una bolsa de rafia del Carrefour sobre la acera, con las piernas cuidadosamente cruzadas, porque claro, justo hoy has decidido ponerte vestidito, subiendo el coche con el gato y sueltas en voz alta “Pues menos mal que he comido postre”. Y las risas nos hacen olvidar las incomodidades y hasta el viento helado del norte. Porque ya te has quitado el abrigo (mi maravilloso abrigo rojo) y hasta el cuello de lana y ya ni tienes frío. Y miras tus manos, con los dedos negros como la noche y te sorprendes de que tu vestidito siga sin manchas.
Y en mitad del proceso suena el móvil de tu progenitor y resulta que es tu hermana la gafapasta, que obviamente se parte de risa cuando se entera de la situación y que tenía que pasar por tu casa a medirse el jersey que le estás tejiendo. Y así, con una mano en el neumático de repuesto y la otra en el móvil, le explicas cómo probarse lo que va a ser su jersey y cómo medirse para que decida la longitud de manga que desea. Tejer y cambiar neumáticos, qué extraña combinación.
Y, milagrosamente, en un rato, el coche vuelve a tener cuatro ruedas. Y aunque no estás muy segura de que sea seguro conducir un coche cuyos tornillos has apretado tú misma, conduces los 50 km de vuelta a casa recordándole entre risas a tu copilota que mire de vez en cuando si sale la rueda disparada, porque no te fías. Ni un pelo.
Así que ahora ya puedo poner un tic al lado de “cambiar un neumático” en el listado de cosas que debe saber hacer una mujer moderna.
Y tan feliz, oye.
En la foto, el coche, sin rueda.
miércoles, 21 de enero de 2015
Decoración navideña
Seguro que os habéis preguntando alguna vez cuándo es el momento adecuado de quitar la decoración navideña, el árbol y el belén. En la plaza de San Pedro, en el Vaticano, a 21 de Enero sigue brillando el árbol y sonando música alrededor de su belén de figuras de tamaño real.
Así que si aún tenéis en casa toda la parafernalia navideña, no os preocupéis: en casa del mandamás en esto del catolicismo, aún no han subido los adornos al altillo del armario.
Y él de esto de las Navidades sabe un rato. Digo yo.
La foto es de hace un par de horas. Necesito un trípode.
Así que si aún tenéis en casa toda la parafernalia navideña, no os preocupéis: en casa del mandamás en esto del catolicismo, aún no han subido los adornos al altillo del armario.
Y él de esto de las Navidades sabe un rato. Digo yo.
La foto es de hace un par de horas. Necesito un trípode.
lunes, 19 de enero de 2015
Víspera
Hoy es la víspera del patrón de mi ciudad, San Sebastián. Hoy las plazas de mi ciudad se llenan de fuego, de música, de gente, de fiesta. Hasta de luces de Navidad. Son unos días mágicos, estos de mitad de enero, con toda la isla celebrando algún que otro santo, San Honorato, San Antonio, San Sebastián.
Hoy es noche de salir a la calle y pasear, de encontrarte con conocidos, de criticar los grupos de música de este año (nunca, nunca, nunca he oído a nadie totalmente satisfecho de los mismos), de refugiarte de la lluvia porque sí, muy a menudo, más de lo que quisiéramos, llueve el día de la revetlla.
Hoy es una noche muy chula en mi ciudad. Cada año es diferente, cada año es especial por algo, aunque sea sólo porque no pase nada especial y cada año, en cuanto acaba, quieres que pase ya el año entero para volver a ver las calles llenas de gente, las plazas iluminadas por el fuego y con banda sonora en directo.
Hoy, aunque llueva, la ciudad vive y respira de una manera que no lo hace el resto del año.
La noche más sonada del año, dicen por ahí.
Y yo, en Roma.
La foto es de anoche, en esta ciudad maravillosa. Que sí, que lo es, pero hoy tengo el corazón un poco partido.
Hoy es noche de salir a la calle y pasear, de encontrarte con conocidos, de criticar los grupos de música de este año (nunca, nunca, nunca he oído a nadie totalmente satisfecho de los mismos), de refugiarte de la lluvia porque sí, muy a menudo, más de lo que quisiéramos, llueve el día de la revetlla.
Hoy es una noche muy chula en mi ciudad. Cada año es diferente, cada año es especial por algo, aunque sea sólo porque no pase nada especial y cada año, en cuanto acaba, quieres que pase ya el año entero para volver a ver las calles llenas de gente, las plazas iluminadas por el fuego y con banda sonora en directo.
Hoy, aunque llueva, la ciudad vive y respira de una manera que no lo hace el resto del año.
La noche más sonada del año, dicen por ahí.
Y yo, en Roma.
La foto es de anoche, en esta ciudad maravillosa. Que sí, que lo es, pero hoy tengo el corazón un poco partido.
jueves, 15 de enero de 2015
Ronaldo
Le digo hoy a mi madre, con la que me suelo poner al día de la actualidad de la prensa rosa:
- ¡Mamá! ¡Ronaldo y su novia la modelo se han separado! ¡No me lo habías dicho!
- ¿No lo sabías? Pues sí, parece que se han separado. A mí eso siempre me ha parecido un montaje. ¿Te gusta Ronaldo para ti?
- ¿Para mí? ¡Jajaja! No soy ni lo suficientemente delgada ni lo suficientemente tonta. Además, – miro a mi padre, que es del Barcelona – papá, ¿qué te parecería que te trajera a Ronaldo como yerno?
- Ronaldo no vendría nunca aquí.
- ¿Por qué? ¿Insinúas que soy incapaz de ligarme a alguien como Ronaldo?
- Sí.
- Eeeeeh… ¿No me crees capaz de tener un novio como Ronaldo?
- No.
A veces molaría que tu familia no fuera tan sincera.
Y eso que no me gusta nada Ronaldo.
- ¡Mamá! ¡Ronaldo y su novia la modelo se han separado! ¡No me lo habías dicho!
- ¿No lo sabías? Pues sí, parece que se han separado. A mí eso siempre me ha parecido un montaje. ¿Te gusta Ronaldo para ti?
- ¿Para mí? ¡Jajaja! No soy ni lo suficientemente delgada ni lo suficientemente tonta. Además, – miro a mi padre, que es del Barcelona – papá, ¿qué te parecería que te trajera a Ronaldo como yerno?
- Ronaldo no vendría nunca aquí.
- ¿Por qué? ¿Insinúas que soy incapaz de ligarme a alguien como Ronaldo?
- Sí.
- Eeeeeh… ¿No me crees capaz de tener un novio como Ronaldo?
- No.
A veces molaría que tu familia no fuera tan sincera.
Y eso que no me gusta nada Ronaldo.
domingo, 11 de enero de 2015
De esto que... (IV)
De esto que es Nochevieja y estás en plena Faringitis Anual Navideña (FAN) [*], así que no sales y celebras una noche tranquila en casa de tus padres. No sabes muy bien cómo pero, entre analgésico y antiinflamatorio, llegas a las uvas, que a duras penas te tragas, porque tienes la faringe más hinchada que el trasero de Kim Kardashian y a eso de la una decides que ya has cumplido con lo de entrar en el año nuevo con felicidad blablablá y te vas a casa. Te metes en la cama leyendo y contestando las felicitaciones que gente que piensa en ti te manda por whatsapp, aunque tú no has pensado en nadie, porque la FAN te convierte en un gremlin huraño y antisocial que se ha tirado a una piscina después de medianoche. Gente que te quiere te manda mensajes contándote lo bien que se lo están pasando y tú piensas en ellos con esa superioridad que te da estar en una cama calentita en una noche tan fría (por no hablar que esa felicidad absurda e irreal que te dan los antiinflamatorios cuando te los acabas de tomar). Total, que a eso de las dos caes en ese sueño comatoso que caracteriza tus noches de FAN, bajo los efectos de todas esas sustancias anteriormente citadas, habiendo puesto el despertador para las seis de la mañana, que es cuando te toca una nueva dosis de ese antibióticos que, bah, algo te debe estar haciendo después de cuatro días, pero que ni notas.
Y ahí estás, en pleno sueño comatoso, cuando notas unos golpecitos en el hombro, abres un ojo y ves, como en las pelis, una silueta recortada sobre un fondo luminoso. De la silueta, sólo distingues que tiene el pelo rizado y un gorro puesto y, antes de que empiece a hablar, ya sabes que es ella, sí, tu hermana la gafapasta. Y la silueta de pelo rizado te empieza a hablar: “Nisi, ¡no te asustes! Soy yo, vamos a dormir contigo, es que las llaves, el portal, la casa de M.A…”. Y te suelta una explicación larga y compleja (no, en realidad súper simple, pero ¡ja! Son las tres y media de la mañana y, tras hora y media de sueño comatoso, te han interrumpido) sobre por qué al final dormirán en tu casa en vez de en otra casa. Y lo único que eres capaz de pronunciar es “No, si no me asusto”. Y oyes pasos, luces, puertas que se abren y se cierran y la gafapasta que te dice “Tú no te muevas, ya nos apañamos. Dormiré contigo, ¿vale?”. Y te acurrucas pensando qué calentita estás en tu cama y te das cuenta de que la habitación de invitados con cama individual debe estar congelada. Aparte de llena de trastos por todos lados, cama incluida. Y te levantas, te pones la bata y vas a ver si pones un poco de orden pero no hace falta, el orden ya lo han puesto las visitas inesperadas, saludas, felicitas el Año Nuevo (eso creo que no lo hice, debería haberlo hecho) y te vuelves a la cama.
Para cuando la gafapasta se mete en tu cama, tienes los ojos abiertos como platos y ya no tienes sueño y te cruje la tripa como si no hubieras comido nada desde el año pasado (juas, juas, qué chiste tan bueno y novedoso). Intercambias algunas palabras y, cuando la gafapasta apaga la luz, tienes una gran idea: “¿No os apetece un chocolate caliente?”. “Nisi, ¿un chocolate? ¿A estas horas? Qué va. Anda, duérmete”. Y ella se duerme y empieza a respirar haciendo ruido y tú estás ahí, en plena Nochevieja, a las cuatro de la mañana, despierta, con la FAN que te golpea más que nunca y soñando con un chocolate caliente. Pero al final, te duermes.
Y así, niños y niñas, es como inesperadamente, dormí acompañada en Nochevieja.
En la foto, el primer desayuno del año. En compañía, claro.
[*] La FAN, como su propio nombre indica, es una faringitis que me visita de manera anual durante las fechas navideñas. Es recurrente y puñetera y, aunque (afortunadamente) en 2013 me falló, no suele faltar a su cita anual. Durante algunos años, se alternó con el Virus Estomacal Anual Navideño (VEAN), siendo este último mucho peor de llevar que la FAN. Así que aunque estoy harta de la FAN, sin duda la prefiero al VEAN.
Y ahí estás, en pleno sueño comatoso, cuando notas unos golpecitos en el hombro, abres un ojo y ves, como en las pelis, una silueta recortada sobre un fondo luminoso. De la silueta, sólo distingues que tiene el pelo rizado y un gorro puesto y, antes de que empiece a hablar, ya sabes que es ella, sí, tu hermana la gafapasta. Y la silueta de pelo rizado te empieza a hablar: “Nisi, ¡no te asustes! Soy yo, vamos a dormir contigo, es que las llaves, el portal, la casa de M.A…”. Y te suelta una explicación larga y compleja (no, en realidad súper simple, pero ¡ja! Son las tres y media de la mañana y, tras hora y media de sueño comatoso, te han interrumpido) sobre por qué al final dormirán en tu casa en vez de en otra casa. Y lo único que eres capaz de pronunciar es “No, si no me asusto”. Y oyes pasos, luces, puertas que se abren y se cierran y la gafapasta que te dice “Tú no te muevas, ya nos apañamos. Dormiré contigo, ¿vale?”. Y te acurrucas pensando qué calentita estás en tu cama y te das cuenta de que la habitación de invitados con cama individual debe estar congelada. Aparte de llena de trastos por todos lados, cama incluida. Y te levantas, te pones la bata y vas a ver si pones un poco de orden pero no hace falta, el orden ya lo han puesto las visitas inesperadas, saludas, felicitas el Año Nuevo (eso creo que no lo hice, debería haberlo hecho) y te vuelves a la cama.
Para cuando la gafapasta se mete en tu cama, tienes los ojos abiertos como platos y ya no tienes sueño y te cruje la tripa como si no hubieras comido nada desde el año pasado (juas, juas, qué chiste tan bueno y novedoso). Intercambias algunas palabras y, cuando la gafapasta apaga la luz, tienes una gran idea: “¿No os apetece un chocolate caliente?”. “Nisi, ¿un chocolate? ¿A estas horas? Qué va. Anda, duérmete”. Y ella se duerme y empieza a respirar haciendo ruido y tú estás ahí, en plena Nochevieja, a las cuatro de la mañana, despierta, con la FAN que te golpea más que nunca y soñando con un chocolate caliente. Pero al final, te duermes.
Y así, niños y niñas, es como inesperadamente, dormí acompañada en Nochevieja.
En la foto, el primer desayuno del año. En compañía, claro.
[*] La FAN, como su propio nombre indica, es una faringitis que me visita de manera anual durante las fechas navideñas. Es recurrente y puñetera y, aunque (afortunadamente) en 2013 me falló, no suele faltar a su cita anual. Durante algunos años, se alternó con el Virus Estomacal Anual Navideño (VEAN), siendo este último mucho peor de llevar que la FAN. Así que aunque estoy harta de la FAN, sin duda la prefiero al VEAN.
jueves, 8 de enero de 2015
Ayer
Ayer iba a actualizar el blog, pero la realidad pudo conmigo. Me parecía absurdo hablar de cualquier tontería que tengo en el tintero con lo que estaba pasando. Luego pensé que podría escribir sobre el atentado en Charlie Hebdo, pero era un hecho demasiado reciente y temía no ser capaz de escribir sobre lo que pensaba así, en caliente. Igual escribía alguna barbaridad. No, mejor dicho, no me creía capaz de escribir nada a la altura de los acontecimientos. Porque decir que me quedé sorprendida es poco. O asustada. O alucinada. O decepcionada. Me parecía que era irreal, ficción, que una barbaridad así no podía estar pasando, no podía estar pasando aquí al lado.
Pues sí.
Yo no entiendo los fundamentalismos. Ningún tipo. No concibo lo que es ser fundamentalista, querer, creer, vivir algo tanto que necesitas obligar a los demás a que también lo quieran, lo crean, lo vivan como tú. Hablo de fundamentalismos de cualquier tipo, religiosos, alimentarios o lo que sea. Yo puedo ser muy fan de algo y desear compartir sus maravillas con los demás, pero nunca intentaría obligar a nadie a que lo siguiera. Yo qué sé, yo desde que descubrí la copa menstrual como elemento (juas) de higiene femenina me parece lo más. Y si, estando con amigas, ha salido el tema, siempre alabo sus maravillas. Pero sé de gente a la que no le gusta, no le va bien o no lo encuentra cómodo. De hecho, entiendo perfectamente que haya gente a la que no le guste, no le vaya bien o no lo encuentre cómodo. Y ya está. O como el “Sálvame”. A mí no me gusta ese programa, no lo veo y creo que es totalmente imprescindible. Pero no lo veo. Me da igual que exista. Probablemente sería mejor que no existiera y que la gente viera otra cosa en su lugar (o apagara la tele y leyera un libro), pero yo qué sé qué le pasa por la mente a otra gente, yo qué sé qué buscan viendo “Sálvame” y, si ellos son felices viéndolo, no voy a obligar yo a que quiten el programa. Yo no lo veo y punto. Nadie obliga a nadie a verlo. Y, por supuesto, no iré por ahí con una pistola matando a las que no usan copas menstruales o a los que ven “Sálvame”.
Después está lo de matar en nombre de un dios o un profeta. Yo no sé si existe un Dios, o una Diosa, o muchos dioses y diosas. Pero lo que creo es que ningún Dios estaría nunca orgulloso de una matanza en su nombre. Y mira que se ha matado en nombre de la religión muchas veces, en nombre de muchos Dioses. Pero no son las religiones las que provocan la muerte, son los hombres malinterpretando los dictados de esas religiones. Puedo estar equivocada, mi educación fue sólo católica, pero entre eso y lo que he leído de otras religiones, la base de ellas es el amor. O el Amor, así, con mayúsculas. Las religiones, en sus bases, en sus orígenes, hablan de amar, de hacer el bien. Algunas de las reflexiones más bonitas sobre las religiones las encontré en el libro “Life of Pi” de Yann Martel. El protagonista, de niño, criado hindú, entra en contacto con el cristianismo y el islam y quiere seguir las tres religiones, ante la sorpresa y el rechazo de todos los que le rodean. Él no entiende por qué los que le rodean se sorprenden, ya que lo único que quiere es acercarse a Dios, buscando el mejor camino. De hecho, describe la religión como eso, como caminos, como puentes que atraviesan un río para llegar hacia un Dios, distintos puentes, pero cruzando un mismo río y llegando a la misma orilla.
Pero me desvío del tema.
He intentado no leer demasiadas cosas sobre el atentado de ayer. Sí, me he informado, he leído noticias, algunos artículos y he visto las muchas viñetas conmemorativas que se han dibujado. Pero los comentarios de la gente se me han atragantado. Algunos. He mirado así, por encima, opiniones de gente (desconocida) que dejaba comentarios aquí y allá y, cuando he empezado a leer cosas tipo “Es que con algunas cosas no se juega”, “Es que hay que poner límites a las ofensas” he decidido dejar de leerlos. Porque me cabreaba. Porque me daban ganas de decirles, a esos que piden que no se bromee o se opine o se hable de según qué que se callen, que no opinen, que no escriban lo que escriben porque a mí me ofenden. En un tono irónico se me ocurrían mentalmente muchas respuestas. Muchas. Porque si vamos a poner límites, ¿quién los pone?, ¿quién lo va a decidir? Pongamos que a mí me dan miedo los gatos. Pongamos que cada vez que veo un vídeo de esos de gatos haciendo monerías, me pongo enferma. Pues deberían prohibir todos los vídeos de gatos en internet. ¿Por qué no? A mí me molestan y, ¿quién va a decir que la molestia que a mí me provocan no es más grave que la que provocan lo que otros hacen? Más aún, odio los gatos. Que desaparezcan de la faz de la tierra. ¿No? ¿Por qué no?
No sé. Yo aún estoy confusa, cabreada y un poco perdida. ¿Qué mundo es éste en el que se mata a tiros a gente cuyo presunto delito es hacer unos dibujos? ¿Qué mundo es éste en el que unos asesinos se escudan en la religión para hacerlo? Como dice una frase que, por lo visto, se le atribuye erróneamente a Voltaire, “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Y, siguiendo con frases, dicen que ésta es de George Orwell “Si la libertad significa algo, será sobre todo el derecho a decirle a la gente aquello que no quieren oir”.
Creo que el único límite de nuestra propia libertad debería marcarlo la libertad de los demás. La libertad de uno mismo acaba donde empieza la libertad del de al lado. Yo puedo hacer lo que quiera con mi vida, con mis creencias, con mi tiempo, siempre y cuando eso no impida que tú hagas lo que quieras con tu vida, con tus creencias, con tu tiempo. Vive y deja vivir. No hagas daño a los demás. Sonríe y ama.
A mí me parece sencillo.
Por lo visto, no lo es.
Pues sí.
Yo no entiendo los fundamentalismos. Ningún tipo. No concibo lo que es ser fundamentalista, querer, creer, vivir algo tanto que necesitas obligar a los demás a que también lo quieran, lo crean, lo vivan como tú. Hablo de fundamentalismos de cualquier tipo, religiosos, alimentarios o lo que sea. Yo puedo ser muy fan de algo y desear compartir sus maravillas con los demás, pero nunca intentaría obligar a nadie a que lo siguiera. Yo qué sé, yo desde que descubrí la copa menstrual como elemento (juas) de higiene femenina me parece lo más. Y si, estando con amigas, ha salido el tema, siempre alabo sus maravillas. Pero sé de gente a la que no le gusta, no le va bien o no lo encuentra cómodo. De hecho, entiendo perfectamente que haya gente a la que no le guste, no le vaya bien o no lo encuentre cómodo. Y ya está. O como el “Sálvame”. A mí no me gusta ese programa, no lo veo y creo que es totalmente imprescindible. Pero no lo veo. Me da igual que exista. Probablemente sería mejor que no existiera y que la gente viera otra cosa en su lugar (o apagara la tele y leyera un libro), pero yo qué sé qué le pasa por la mente a otra gente, yo qué sé qué buscan viendo “Sálvame” y, si ellos son felices viéndolo, no voy a obligar yo a que quiten el programa. Yo no lo veo y punto. Nadie obliga a nadie a verlo. Y, por supuesto, no iré por ahí con una pistola matando a las que no usan copas menstruales o a los que ven “Sálvame”.
Después está lo de matar en nombre de un dios o un profeta. Yo no sé si existe un Dios, o una Diosa, o muchos dioses y diosas. Pero lo que creo es que ningún Dios estaría nunca orgulloso de una matanza en su nombre. Y mira que se ha matado en nombre de la religión muchas veces, en nombre de muchos Dioses. Pero no son las religiones las que provocan la muerte, son los hombres malinterpretando los dictados de esas religiones. Puedo estar equivocada, mi educación fue sólo católica, pero entre eso y lo que he leído de otras religiones, la base de ellas es el amor. O el Amor, así, con mayúsculas. Las religiones, en sus bases, en sus orígenes, hablan de amar, de hacer el bien. Algunas de las reflexiones más bonitas sobre las religiones las encontré en el libro “Life of Pi” de Yann Martel. El protagonista, de niño, criado hindú, entra en contacto con el cristianismo y el islam y quiere seguir las tres religiones, ante la sorpresa y el rechazo de todos los que le rodean. Él no entiende por qué los que le rodean se sorprenden, ya que lo único que quiere es acercarse a Dios, buscando el mejor camino. De hecho, describe la religión como eso, como caminos, como puentes que atraviesan un río para llegar hacia un Dios, distintos puentes, pero cruzando un mismo río y llegando a la misma orilla.
Pero me desvío del tema.
He intentado no leer demasiadas cosas sobre el atentado de ayer. Sí, me he informado, he leído noticias, algunos artículos y he visto las muchas viñetas conmemorativas que se han dibujado. Pero los comentarios de la gente se me han atragantado. Algunos. He mirado así, por encima, opiniones de gente (desconocida) que dejaba comentarios aquí y allá y, cuando he empezado a leer cosas tipo “Es que con algunas cosas no se juega”, “Es que hay que poner límites a las ofensas” he decidido dejar de leerlos. Porque me cabreaba. Porque me daban ganas de decirles, a esos que piden que no se bromee o se opine o se hable de según qué que se callen, que no opinen, que no escriban lo que escriben porque a mí me ofenden. En un tono irónico se me ocurrían mentalmente muchas respuestas. Muchas. Porque si vamos a poner límites, ¿quién los pone?, ¿quién lo va a decidir? Pongamos que a mí me dan miedo los gatos. Pongamos que cada vez que veo un vídeo de esos de gatos haciendo monerías, me pongo enferma. Pues deberían prohibir todos los vídeos de gatos en internet. ¿Por qué no? A mí me molestan y, ¿quién va a decir que la molestia que a mí me provocan no es más grave que la que provocan lo que otros hacen? Más aún, odio los gatos. Que desaparezcan de la faz de la tierra. ¿No? ¿Por qué no?
No sé. Yo aún estoy confusa, cabreada y un poco perdida. ¿Qué mundo es éste en el que se mata a tiros a gente cuyo presunto delito es hacer unos dibujos? ¿Qué mundo es éste en el que unos asesinos se escudan en la religión para hacerlo? Como dice una frase que, por lo visto, se le atribuye erróneamente a Voltaire, “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Y, siguiendo con frases, dicen que ésta es de George Orwell “Si la libertad significa algo, será sobre todo el derecho a decirle a la gente aquello que no quieren oir”.
Creo que el único límite de nuestra propia libertad debería marcarlo la libertad de los demás. La libertad de uno mismo acaba donde empieza la libertad del de al lado. Yo puedo hacer lo que quiera con mi vida, con mis creencias, con mi tiempo, siempre y cuando eso no impida que tú hagas lo que quieras con tu vida, con tus creencias, con tu tiempo. Vive y deja vivir. No hagas daño a los demás. Sonríe y ama.
A mí me parece sencillo.
Por lo visto, no lo es.
viernes, 2 de enero de 2015
Detalles de Roma
Aunque ya hace más de un mes que volví de Roma, aún tengo algunas cosas pendientes que contar. En el día de vacaciones que estuve allí, pasé por muchos de los lugares más famosos. Pero en esta entrada no habrá fotos de lugares típicos de Roma, sino algunos detalles que me llamaron la atención, incluyendo la fauna variada que encontramos en las termas de Caracalla.
Prometo que ésta será la última entrada de ese viaje.
jueves, 1 de enero de 2015
El primero
Por mi cumpleaños, una amiga me regaló un pequeño cuaderno. Soy muy fan de libretas y cuadernos, pero éste era un cuaderno especial, “el cuaderno de los deseos”, lo llamó ella. Además de amiga, es un poco pitonisa, psicóloga casera y, en general, madreteresadecalcuta siempre a la búsqueda de almas heridas a las que curar. Y se le da muy bien. A mí hace mucho que me dice que tengo que plantearme mis objetivos, visualizar lo que quiero y escribir mis deseos. Y no le hago caso. Así que me regala un cuaderno para obligarme a hacerle caso. Un cuaderno en el que, además, en la primera página ha escrito “El amor y el deseo son las alas de espíritu de las grandes hazañas (Goethe)”. Y una carita sonriente.
Y hoy, primer día del año, he pensado qué diablos, que ya que tengo una libreta, pues voy a garabatear un poco. Y he empezado a escribir cosas que deseo, cosas que deseo a corto plazo, cosas realizables y cosas irrealizables y así, a lo tonto a lo tonto, he rellenado 4 páginas, por sus dos caras. Bah, no sé si es mucho o poco, pero es una manera de empezar el año. Digo yo.
En la foto, mi cuaderno de los deseos. Con mi pluma favorita.
Y hoy, primer día del año, he pensado qué diablos, que ya que tengo una libreta, pues voy a garabatear un poco. Y he empezado a escribir cosas que deseo, cosas que deseo a corto plazo, cosas realizables y cosas irrealizables y así, a lo tonto a lo tonto, he rellenado 4 páginas, por sus dos caras. Bah, no sé si es mucho o poco, pero es una manera de empezar el año. Digo yo.
En la foto, mi cuaderno de los deseos. Con mi pluma favorita.
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