Hoy acaba el estado de alarma, después de 98 días, más de tres meses. Si hace un año nos cuentan que íbamos a vivir esto, no lo hubiéramos creído. ¿Os acordáis lo que hacíais estos días hace un año? Yo estaba a punto de viajar a El Cairo. Parece que fue otra vida.
Es difícil resumir y entender lo que han significado estas semanas de los últimos meses. A nivel personal, a nivel social, a nivel global. No hemos salido mejores de esto, no vamos a salir mejores. Simplemente, se ha intensificado el verdadero yo de cada uno. Habrá gente a la que le habrá servido para algo; a otros, para poco y algunos, los menos afortunados, ni siquiera han llegarlo a verlo acabar.
A mí hay varias cosas que me han llamado la atención de todo esto, dos están relacionadas con cosas que creímos siempre que eran positivas y, realmente, no lo son tanto. ¿Os acordáis cuando se presumía de que España era uno de los países con mayor esperanza de vida? No sé para qué sirve eso si somos incapaces de cuidar a nuestros mayores, apartándolos de la sociedad, dejándolos en residencias donde, por desgracia, tantos han muerto. Que sí, que la vida es así, que la gente no puede cuidar de sus mayores, que todo el mundo trabaja fuera hoy en día, que vivimos muy rápido, nuestro ritmo diario es incompatible con sus requerimientos. Pero esa misma necesidad que ha sentido la gente de correr a los bares a tomarse la cerveza con sus amigos, esa necesidad de sentirse parte de la tribu la hemos dejado solo para la parte del ocio, para el disfrute, no para la responsabilidad y los cuidados. Y, ¿os acordáis cuando, en las épocas peores de cualquier crisis, algunas comunidades –como la mía– seguían aguantando gracias al turismo? El turismo lo era todo, el turismo nos salvaba pero, ese mismo turismo nos ha llevado ahora a una situación absolutamente impensable hace unos meses. Lo hemos jugado todo a una carta, nos hemos arriesgado y hemos perdido. Nos esperan tiempos difíciles, mucho.
Yo he aprendido muchas cosas de mí misma en estos meses y no todas me gustan, la verdad. Otras igual sí. Y me ha servido para muchas cosas también este estado de alarma. Puede que la más importante es descubrir que, aunque no lo creas, puedes vivir sin muchas cosas que pensabas imprescindibles. Aunque miento al decir que es una lección aprendida de estos días. Tal vez sí ha sido la traca final de un aprendizaje de varios años. Eso tiene un lado positivo y otro negativo. El positivo es la capacidad de adaptación: pase lo que pase, puedo sobrevivir. El negativo es un poso de desasosiego del que no soy capaz de desprenderme, un punto de pasotismo, un “me apetece esto pero, si no lo hago, tampoco pasa nada”. Me asusta un poco eso, no sé a qué va a derivar o hacia dónde va a ir. Supongo que podría obtener algo positivo de ello, pero aún no soy capaz de verlo. Supongo que volverá el entusiasmarme por las cosas. Supongo que, en algún momento, recuperaré la ilusión por la vida más allá de las cuatro paredes de mi casa. Y de mi balcón, tal vez mi gran descubrimiento de este estado de alarma. Volver a ilusionarme con las plantas, descubrir la felicidad que me da ese pequeño espacio que no es fuera, pero tampoco es dentro.
Sigo teniendo días en los que siento que me voy a comer el mundo y días en los que solo quiero hacerme un ovillo y dejar pasar las horas. Ya lo dije en algún momento: no hago mucho caso ni a los unos ni a los otros. ¿Veis? De nuevo el desasosiego. Y aún así, en estas circunstancias, en esta incertidumbre, hay pequeños detalles que me tocan de manera peculiar, casi exageradamente. Un libro que me hace llorar como hace tiempo que no hacía. Una conversación que me deja una sonrisa en los labios durante horas. Una luz encendida que me da una paz inexplicable. El movimiento tranquilizador de una cortina ondulándose por efecto de la brisa primaveral. No creo que esto, el observar así los detalles, el sentirlos, vaya a cambiar cuando acabe el estado de alarma, al menos no inmediatamente, mientras no volvamos del todo a la vorágine anterior a esto. O sí, qué sé yo ya. Todo es incierto, todo es caos, todo está aún por escribir.
En las fotos, mis ginkgos el día 15 de marzo, primer día del estado de alarma, y hoy, 20 de junio. Menuda aventura la de estos 98 días, en tantos y tantos sentidos.
sábado, 20 de junio de 2020
domingo, 7 de junio de 2020
En fase
Dos semanas en Fase 1.
Dos semanas en Fase 2.
La vida sigue, mayormente confinada, pero con algunas excepciones, con algunos alivios, navegando suavemente hacia eso que llaman “nueva normalidad”.
Si duermo mucho y bien, al día siguiente soy feliz. Si duermo poco o mal, lo veo todo negro. Creo que esto ya lo conté.
Mañana entramos en Fase 3 pero, en realidad, no creo que mi vida cambie demasiado a cómo ha sido en las últimas semanas. Teletrabajo. Empezar a quedar con amigos. Y poco más. Quiero recuperar lo de salir a caminar, a primera hora de la mañana. Pero ahora que las noches empiezan a ser cálidas, me gusta pasar un rato sentada en el balcón, tranquilamente, leyendo, escuchando música, viendo series o, simplemente, estando ahí. Así que se me hace tarde, no me voy a dormir tan pronto como acostumbraba al principio de la pandemia, cuando aún era invierno.
Madre mía, mi balcón. Ha tenido que llegar una pandemia para volver a enamorarme de él.
Hacía años que mi huerto urbano no resplandecía como ahora. Qué digo, hacía un par de años que ni siquiera tenía huerto urbano.
Me he vuelto a enamorar de mi balcón, de las plantas, de contemplar la vida pasar, tranquilamente.
He aprendido a hacer amigurumis, como el monstruo de la foto, tejido a partir de restos de lanas de otros proyectos, por eso tiene esos colores tan locos. Ha tenido que llegar una pandemia para aprender a tejer amigurumis.
Ayer pensé que, si en la nueva normalidad voy a dejar de viajar, o viajar muy poco, podría adoptar un perro. O un gato. Siempre quise tener un perro. Pero con tanto viaje… No sé, igual hay que tener nuevos objetivos ahora que parece que vamos a estrenar una normalidad nueva.
Ayer pensé que, aunque esta vida me encanta, algún día volveremos a la normalidad, no a la nueva, sino a la vieja. O, incluso en la nueva normalidad, tendré que volver a hacer cosas que ahora me parecen innecesarias, como coger un coche e ir a la oficina, como coger un avión e ir a una reunión. Si puedo hacer lo uno y lo otro desde casa, ¿qué necesidad tengo de moverme? Ha tenido que llegar una pandemia para poder teletrabajar, al menos temporalmente.
Mi objetivo en la Fase 3 es ir a la playa. Sí, lo sé, podría haber ido en la Fase 2, pero no sé, no me ha cuadrado, no he podido. Y pintarme las uñas de los pies, que ya es época de sandalias. Aunque estos días va a llover y, de hecho, esta mañana ha tronado mientras aún estaba en la cama. Y luego se ha puesto a llover. Ah, qué delicia.
Hoy he tenido un buen día: anoche, dormí mucho y bien.
Dos semanas en Fase 2.
La vida sigue, mayormente confinada, pero con algunas excepciones, con algunos alivios, navegando suavemente hacia eso que llaman “nueva normalidad”.
Si duermo mucho y bien, al día siguiente soy feliz. Si duermo poco o mal, lo veo todo negro. Creo que esto ya lo conté.
Mañana entramos en Fase 3 pero, en realidad, no creo que mi vida cambie demasiado a cómo ha sido en las últimas semanas. Teletrabajo. Empezar a quedar con amigos. Y poco más. Quiero recuperar lo de salir a caminar, a primera hora de la mañana. Pero ahora que las noches empiezan a ser cálidas, me gusta pasar un rato sentada en el balcón, tranquilamente, leyendo, escuchando música, viendo series o, simplemente, estando ahí. Así que se me hace tarde, no me voy a dormir tan pronto como acostumbraba al principio de la pandemia, cuando aún era invierno.
Madre mía, mi balcón. Ha tenido que llegar una pandemia para volver a enamorarme de él.
Hacía años que mi huerto urbano no resplandecía como ahora. Qué digo, hacía un par de años que ni siquiera tenía huerto urbano.
Me he vuelto a enamorar de mi balcón, de las plantas, de contemplar la vida pasar, tranquilamente.
He aprendido a hacer amigurumis, como el monstruo de la foto, tejido a partir de restos de lanas de otros proyectos, por eso tiene esos colores tan locos. Ha tenido que llegar una pandemia para aprender a tejer amigurumis.
Ayer pensé que, si en la nueva normalidad voy a dejar de viajar, o viajar muy poco, podría adoptar un perro. O un gato. Siempre quise tener un perro. Pero con tanto viaje… No sé, igual hay que tener nuevos objetivos ahora que parece que vamos a estrenar una normalidad nueva.
Ayer pensé que, aunque esta vida me encanta, algún día volveremos a la normalidad, no a la nueva, sino a la vieja. O, incluso en la nueva normalidad, tendré que volver a hacer cosas que ahora me parecen innecesarias, como coger un coche e ir a la oficina, como coger un avión e ir a una reunión. Si puedo hacer lo uno y lo otro desde casa, ¿qué necesidad tengo de moverme? Ha tenido que llegar una pandemia para poder teletrabajar, al menos temporalmente.
Mi objetivo en la Fase 3 es ir a la playa. Sí, lo sé, podría haber ido en la Fase 2, pero no sé, no me ha cuadrado, no he podido. Y pintarme las uñas de los pies, que ya es época de sandalias. Aunque estos días va a llover y, de hecho, esta mañana ha tronado mientras aún estaba en la cama. Y luego se ha puesto a llover. Ah, qué delicia.
Hoy he tenido un buen día: anoche, dormí mucho y bien.
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