Hoy necesitaba cargar pilas para la semana que me espera, para el mes que me espera.
Y he ido junto al mar, cómo no.
Es curioso que haya necesitado ir a él, cuando hace sólo tres días que volví de él, de un MiniFestival de Primavera, tan inesperado como sorprendente. Y fascinante. Un MiniFestival corto e intenso, que me ha dejado un mal de tierra que me ha durado dos días. También me ha dejado un montón de imágenes clavadas en la retina (y muchos gigas de disco duro externo), experiencias, cosas nuevas y un sueño cumplido: ir a conocer un poquito (sólo un poquito) un lugar maravilloso (y casi misterioso para mí), un monte submarino al que hace años le tengo ganas. Ha sido sólo una primera aproximación, pero espero volver. Sí, quiero volver.
Y ahora, que me voy a alejar del mar por unos días, me acuerdo de una de esas conversaciones que a veces se oyen en los puentes de los barcos y que quedan registradas (sí, como en las cajas negras de los aviones). Conversaciones que me hacen pensar que, si alguien las revisa alguna vez, se echará unas buenas risas. O no.
- ¿Te buscaban? – dijo el capitán.
- ¿Quién? – pregunté yo.
- Un chico alto y guapo. – bromea el primer oficial.
- ¿En serio? ¿Hay chicos así en este barco?
- ¡¿Cómo que si hay chicos así?! ¡Hay 18!
La primera foto, de hoy, viendo el mar desde tierra. La segunda, de hace unos días, viendo tierra desde el mar, en uno de esos momentos que te sientes afortunada no, lo siguiente.
domingo, 29 de mayo de 2016
domingo, 22 de mayo de 2016
Stop
A veces, hay que parar, hacer caso a la señal de stop.
Aunque vayas a tope, estés hasta arriba de trabajo, de preocupaciones, de cosas por hacer.
Aunque estés a diez días de unas oposiciones, a diecisiete del Festival de Primavera y a sólo dos de otro Festival mini en el que, no sabes aún muy bien como, te ha tocado participar (cuando hace sólo un día ni sabías que existía).
Aún así, aún en circunstancias de esas en las que parece que no tienes ni tiempo para respirar, hay que parar, hay que hacer caso a la señal.
Así que metes cuatro cosas en una maleta, conduces sesenta quilómetros y te plantas en un hotel junto al mar, para pasar una noche de fiesta, música swing y baile con amigos. Y durante unas horas te olvidas de preocupaciones, de trabajo, de todo lo que tienes aún pendiente y, casi (sí, digo casi), de las oposiciones y tu vida se reduce simplemente a eso, a la música. Y a no parar de sonreír mientas bailas.
Porque bailar me hace sonreír. Y, a veces, para poder bailar, hay que hacer caso a la señal de stop. Y parar.
En la foto, la bahía de Pollença, esta mañana, cuando me alejaba de la música y del baile, para volver a la realidad. Y el stop, claro.
Y la música, “Love” de Nat King Cole, porque la oí hace un par de días y mis pies no podían parar.
Aunque vayas a tope, estés hasta arriba de trabajo, de preocupaciones, de cosas por hacer.
Aunque estés a diez días de unas oposiciones, a diecisiete del Festival de Primavera y a sólo dos de otro Festival mini en el que, no sabes aún muy bien como, te ha tocado participar (cuando hace sólo un día ni sabías que existía).
Aún así, aún en circunstancias de esas en las que parece que no tienes ni tiempo para respirar, hay que parar, hay que hacer caso a la señal.
Así que metes cuatro cosas en una maleta, conduces sesenta quilómetros y te plantas en un hotel junto al mar, para pasar una noche de fiesta, música swing y baile con amigos. Y durante unas horas te olvidas de preocupaciones, de trabajo, de todo lo que tienes aún pendiente y, casi (sí, digo casi), de las oposiciones y tu vida se reduce simplemente a eso, a la música. Y a no parar de sonreír mientas bailas.
Porque bailar me hace sonreír. Y, a veces, para poder bailar, hay que hacer caso a la señal de stop. Y parar.
En la foto, la bahía de Pollença, esta mañana, cuando me alejaba de la música y del baile, para volver a la realidad. Y el stop, claro.
Y la música, “Love” de Nat King Cole, porque la oí hace un par de días y mis pies no podían parar.
martes, 17 de mayo de 2016
¡Feliz cumpleaños, Anijol!
Hoy alguien cumple 40 años.
Y, oye, es una cifra muy redonda como para dejar pasarla por alto, así como si nada.
Así que, allá vamos, Ani, ¡¡a celebrarlo!!
Disfruta de tu día a tope, que te regalen muchas cosas chulis y ya nos invitarás algún día a uno de esos pasteles tan maravillosos que haces.
Y recuerda…
Y, oye, es una cifra muy redonda como para dejar pasarla por alto, así como si nada.
Así que, allá vamos, Ani, ¡¡a celebrarlo!!
Disfruta de tu día a tope, que te regalen muchas cosas chulis y ya nos invitarás algún día a uno de esos pasteles tan maravillosos que haces.
Y recuerda…
domingo, 15 de mayo de 2016
Diecinueve días en el mar
He pasado unos cuantos días en el mar, casi tres semanas, en la primera parte del Festival de Primavera. Han sido días intensos, largos, curiosos, interesantes y divertidos. Ha sido todo eso y mucho más.
Vuelvo con las pilas cargadas, llena de energía y muchos recuerdos. Con esa alegría que te da el haber trabajado bien, el habértelo pasado bien y el volver a casa; con esa tristeza que te da dejar atrás a unos compañeros de viaje que han sido tu familia durante tantos días.
De estos días me quedo con la familiar comodidad que siento en este barco y sus habitantes, esa sensación de sentirte como en casa estando lejos de casa. Me quedo con el magnífico camarote que me ha tocado este año, yo creo que el mejor de todos. Me quedo con mis compañeros, con las risas, con las bromas, con el trabajo hecho y con el ánimo continuo que me han dado para lo que me espera durante el próximo mes y medio. Me quedo con los cruasanes con jamón y queso, a media tarde en el parque de pesca y a media noche en la cocina. Me quedo con el grito por megafonía de “¡Calderones a estribor!” y todos corriendo a la cubierta a verlos. Me quedo con la isla de Alborán, siempre lejana, misteriosa y fascinante con su forma de submarino, la historia de su nombre y los dos días (casi) aislados del mundo que pasamos allí. Me quedo con los atardeceres fabulosos día sí y día también, con delfines saltando a nuestro alrededor incluidos. Me quedo con la irrepetible sensación de dormirme viendo el mar a través del ojo de buey y despertarme al día siguiente viendo el mar lo primero de todo. Me quedo con la banda sonora de esta campaña: “la cumbia de Félix y Jacques”, grande, grande. Me quedo con los acuarios que montaron los colegas bentónicos y que nos permitieron ver las criaturas marinas desde una perspectiva diferente. Me quedo con las deliciosas comidas (esos cocidos a las 11 de la mañana a mí me sientan de maravilla, ese bocadillo, esa hamburguesas, ese… todo, todo, todo), los fabulosos postres y esos cruasanes y donuts que nos permiten saber que, cuando tocan para desayunar, es que es domingo. Me quedo con la noche que pasamos en tierra, la parada que hicimos, las risas que echamos desde que salimos del barco hasta que volvimos, muchas horas después. Me quedo con el ritmo pausado y silencioso del día siguiente, intentando recuperar el ritmo de trabajo que perdimos a cambio de alejarnos unas horas del balanceo marino. Me quedo con las horas y horas que pasamos limpiando espardeñas y lo ricas que estaban cuando nos las comimos. Me quedo con la guerra de agua mientras limpiábamos cajas el último día, que me obligó a dejar toda mi ropa en el guarda calor, tan empapada estaba. Me quedo con la cena a popa, esa última noche, todos juntos, con el marisco y la barbacoa, con la tarta espectacular, con el lugar en el que estábamos, Calabardina, un descubrimiento. Hasta me quedo con la alarma de incendios sonando esa última noche en el barco, por culpa de unas palomitas quemadas en el microondas, que activaron a la tripulación en un tiempo récord. Y me quedo, irremediablemente, con la complicada y eterna vuelta a casa, veintiuna horas de Cartagena a mi isla, con un vuelo perdido por el camino que nos obligó a retrasar, una noche más, la vuelta a casa.
Éste es el resumen de casi tres semanas en el mar. Vuelvo, sí, con las pilas cargadas, con una sonrisa en los labios y con ganas de volver al mar. Me queda menos de un mes.
Las fotos, son de estos días, con la compacta y con el móvil.
Y la frase, de Lewis Carroll, “No puedo volver al ayer, porque entonces yo era una persona diferente”. Es así.
Vuelvo con las pilas cargadas, llena de energía y muchos recuerdos. Con esa alegría que te da el haber trabajado bien, el habértelo pasado bien y el volver a casa; con esa tristeza que te da dejar atrás a unos compañeros de viaje que han sido tu familia durante tantos días.
De estos días me quedo con la familiar comodidad que siento en este barco y sus habitantes, esa sensación de sentirte como en casa estando lejos de casa. Me quedo con el magnífico camarote que me ha tocado este año, yo creo que el mejor de todos. Me quedo con mis compañeros, con las risas, con las bromas, con el trabajo hecho y con el ánimo continuo que me han dado para lo que me espera durante el próximo mes y medio. Me quedo con los cruasanes con jamón y queso, a media tarde en el parque de pesca y a media noche en la cocina. Me quedo con el grito por megafonía de “¡Calderones a estribor!” y todos corriendo a la cubierta a verlos. Me quedo con la isla de Alborán, siempre lejana, misteriosa y fascinante con su forma de submarino, la historia de su nombre y los dos días (casi) aislados del mundo que pasamos allí. Me quedo con los atardeceres fabulosos día sí y día también, con delfines saltando a nuestro alrededor incluidos. Me quedo con la irrepetible sensación de dormirme viendo el mar a través del ojo de buey y despertarme al día siguiente viendo el mar lo primero de todo. Me quedo con la banda sonora de esta campaña: “la cumbia de Félix y Jacques”, grande, grande. Me quedo con los acuarios que montaron los colegas bentónicos y que nos permitieron ver las criaturas marinas desde una perspectiva diferente. Me quedo con las deliciosas comidas (esos cocidos a las 11 de la mañana a mí me sientan de maravilla, ese bocadillo, esa hamburguesas, ese… todo, todo, todo), los fabulosos postres y esos cruasanes y donuts que nos permiten saber que, cuando tocan para desayunar, es que es domingo. Me quedo con la noche que pasamos en tierra, la parada que hicimos, las risas que echamos desde que salimos del barco hasta que volvimos, muchas horas después. Me quedo con el ritmo pausado y silencioso del día siguiente, intentando recuperar el ritmo de trabajo que perdimos a cambio de alejarnos unas horas del balanceo marino. Me quedo con las horas y horas que pasamos limpiando espardeñas y lo ricas que estaban cuando nos las comimos. Me quedo con la guerra de agua mientras limpiábamos cajas el último día, que me obligó a dejar toda mi ropa en el guarda calor, tan empapada estaba. Me quedo con la cena a popa, esa última noche, todos juntos, con el marisco y la barbacoa, con la tarta espectacular, con el lugar en el que estábamos, Calabardina, un descubrimiento. Hasta me quedo con la alarma de incendios sonando esa última noche en el barco, por culpa de unas palomitas quemadas en el microondas, que activaron a la tripulación en un tiempo récord. Y me quedo, irremediablemente, con la complicada y eterna vuelta a casa, veintiuna horas de Cartagena a mi isla, con un vuelo perdido por el camino que nos obligó a retrasar, una noche más, la vuelta a casa.
Éste es el resumen de casi tres semanas en el mar. Vuelvo, sí, con las pilas cargadas, con una sonrisa en los labios y con ganas de volver al mar. Me queda menos de un mes.
Las fotos, son de estos días, con la compacta y con el móvil.
Y la frase, de Lewis Carroll, “No puedo volver al ayer, porque entonces yo era una persona diferente”. Es así.
"I can't go back to yesterday because I was a different person then." - Lewis Carroll— Ram Dass (@BabaRamDass) 13 de mayo de 2016
[Artwork by Grant Haffner] pic.twitter.com/eDHvdDmLfo
martes, 3 de mayo de 2016
Rozando el caos
Hay un momento crítico, en todo Festival de Primavera que se precie, en el que todo puede tener al caos.
Al principio, todo es muy fácil y bonito: llegas, te instalas en tu camarote y tienes todo perfectamente ordenadito y colocado. La ropa limpia para trabajar, la ropa para después del trabajo, las cosas del baño, los papeles, los elementos de ocio que te acompañan… Todo tiene su sitio y su lugar y, cada vez que coges algo, lo devuelves a su sitio.
Al cabo de un tiempo variable, las cosas se empiezan a desmadrar. Igual es porque pasas poco tiempo en el camarote porque estás a otros menesteres (o sea, trabajando) pero te das cuenta de que las cosas empiezan a NO estar en su sitio. Un papel que dejas donde no toca, el mp3 que no recuerdas dónde lo pusiste, las botellas de agua vacía que se acumulan porque nunca te acuerdas de sacarlas de allí, esa camiseta que ni está limpia ni está sucia y que no sabes qué hacer con ella.
Y entonces llega el momento clave.
El point of no return que cantaría el Fantasma de la Ópera.
El punto más crucial.
En ese momento en el que te paras un segundo a pensar, respiras hondo e intentas volver a situar cada cosa en su sitio. Pero entonces te das cuenta de que ya no te acuerdas si habías decidido que los papeles debían estar en el segundo o tercer cajón, si la crema de manos va en la estantería de la derecha o de la izquierda o si es mejor tener el libro en la cabecera de la cama o sobre el escritorio. Así que tienes que hacer un esfuerzo extra, buscar un hueco entre muestreos, correcciones y trabajos pendientes y tratar de poner orden al pequeño caos que se apodera de tu entorno. Porque es el momento clave, a partir de ahora, o consigues controlar el caos, o el caos te controla aquí.
Y creo que pasa un poco lo mismo con la mente. No es que reine el caos, pero en el ir y venir, en el trabajar y trabajar, en el tener parte de la mente en tierra y parte aquí, vuelve todo un poco caótico. Y toca también para y organizar la mente. Para que el caos no lo domine todo y pueda contigo.
Acabamos de llegar a puerto. Será raro tocar tierra después de diez días en el mar. Pero es un buen momento para tomar las riendas en este punto tan crucial y evitar que el caos te acompañe el resto de días de Festival.
En la foto, mis botellas vacías esperando a ser llevadas al contenedor de plásticos. Hoy lo hago. Veréis como sí.
Al principio, todo es muy fácil y bonito: llegas, te instalas en tu camarote y tienes todo perfectamente ordenadito y colocado. La ropa limpia para trabajar, la ropa para después del trabajo, las cosas del baño, los papeles, los elementos de ocio que te acompañan… Todo tiene su sitio y su lugar y, cada vez que coges algo, lo devuelves a su sitio.
Al cabo de un tiempo variable, las cosas se empiezan a desmadrar. Igual es porque pasas poco tiempo en el camarote porque estás a otros menesteres (o sea, trabajando) pero te das cuenta de que las cosas empiezan a NO estar en su sitio. Un papel que dejas donde no toca, el mp3 que no recuerdas dónde lo pusiste, las botellas de agua vacía que se acumulan porque nunca te acuerdas de sacarlas de allí, esa camiseta que ni está limpia ni está sucia y que no sabes qué hacer con ella.
Y entonces llega el momento clave.
El point of no return que cantaría el Fantasma de la Ópera.
El punto más crucial.
En ese momento en el que te paras un segundo a pensar, respiras hondo e intentas volver a situar cada cosa en su sitio. Pero entonces te das cuenta de que ya no te acuerdas si habías decidido que los papeles debían estar en el segundo o tercer cajón, si la crema de manos va en la estantería de la derecha o de la izquierda o si es mejor tener el libro en la cabecera de la cama o sobre el escritorio. Así que tienes que hacer un esfuerzo extra, buscar un hueco entre muestreos, correcciones y trabajos pendientes y tratar de poner orden al pequeño caos que se apodera de tu entorno. Porque es el momento clave, a partir de ahora, o consigues controlar el caos, o el caos te controla aquí.
Y creo que pasa un poco lo mismo con la mente. No es que reine el caos, pero en el ir y venir, en el trabajar y trabajar, en el tener parte de la mente en tierra y parte aquí, vuelve todo un poco caótico. Y toca también para y organizar la mente. Para que el caos no lo domine todo y pueda contigo.
Acabamos de llegar a puerto. Será raro tocar tierra después de diez días en el mar. Pero es un buen momento para tomar las riendas en este punto tan crucial y evitar que el caos te acompañe el resto de días de Festival.
En la foto, mis botellas vacías esperando a ser llevadas al contenedor de plásticos. Hoy lo hago. Veréis como sí.
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