Al día siguiente, indagué por internet, intentando averiguar si alguien más había sido testigo de aquel fenómeno. Quería asegurarme que no lo había imaginado. Por lo visto, esos días había lluvia de Leónidas, así que sí, probablemente lo que vi no lo imaginé.
Vi una estrella fugaz surcando el firmamento, junto al Coliseo romano. Había quedado para cenar, había salido con mucho tiempo por miedo a llegar tarde y, al final, me daba miedo llegar demasiado pronto. No me apetecía nada esperar fuera del restaurante; ya iba bastante nerviosa como para aumentar los nervios con la espera. Así que deambulaba alrededor del Coliseo, haciendo tiempo, observando a la gente que iba y venía, en esa hora temprana pero oscura de la tarde que ya era noche. En una de esas, miré al cielo y fue cuando vi la estrella fugaz.
Se me olvidó pedir un deseo. Mentira. Lo pedí, pero tardé más de la cuenta. Supongo que por eso no se cumplió, o se cumplió sólo a medias. Igual con los nervios de la noche y al ser consciente de que había perdido la oportunidad de pedir un deseo inmediatamente, mi mente no lo formuló bien. Sí, debió ser eso. Incapacidad de formular un deseo de manera clara.
Se me olvidó pedir un deseo porque lo primero que pensé fue que aquello era una señal. Ay, las malditas señales. Quise pensar que era una señal, claro que sí, una señal de que la noche sería perfecta. Qué bien quedan las señales en las películas. Pero lo que confundí con una señal era una roca chocando contra la atmósfera del planeta, nada más simple y banal que eso.
Y, a pesar de que la señal era en realidad un trozo de piedra, la noche fue estupenda, claro que sí. Cervezas, buena comida, gente maja, charla y risas. Y un paseo plácido y agradable de vuelta al hotel. De verdad que no se me ocurre una manera mejor de pasar una última noche en Roma.
En la foto, la inscripción que hay en el Coliseo y que hice en ese ratito en el que deambulaba por sus alrededores, cuando la estrella me pilló por sorpresa. Qué vértigo da pensar el tiempo que lleva construido, qué ridículos parecen nuestros problemas ante su grandeza y qué cortas son nuestras vidas en comparación a las de estas piedras.