martes, 30 de abril de 2013

Cape Cross

El domingo estuve en la colina de cría de lobos marinos (Arctocephalus pusillus pusillus) de Cabo Cross, en la Costa de los Esqueletos namibia. Fue impresionante. Lobos y más lobos marinos miraras donde miraras: sobre la arena, sobre las rocas, nadando en el mar, saltando sobre las olas. Fue increíble estar allí sintiendo sus sonidos, sus olores, viéndoles dormir, rascarse, mamar o pelearse. Contemplando cómo madres y crías se buscaban a base de gritos y olfatos, cómo se relacionaban entre ellos, cómo se peleaban, cómo jugaban, cómo dormían.

Esta especie de lobo marino se encuentra aquí en Namibia y en Sudáfrica. En esta colonia nacen las crías en el mes de diciembre, así que ahora tienen unos 4 meses. Son bichos curiosos, los lobos marinos. Aparentemente no hacían más que eso: dormir, nadar, pelearse, rascarse y dormir más. Y comen, deben comer, claro; peces y cefalópodos marinos. De hecho, se usan los excrementos de estos animales para analizar el reclutamiento (es decir, de los individuos más jóvenes) de la merluza de aquí. Y también se les acusa, a los lobos marinos, de poner en peligro las poblaciones de peces. En fin. No digo que no, porque consumir, consumen mucho pescado. Pero después de unos cuantos días trabajando con datos de aquí puedo asegurar que la principal amenaza de los peces no son los lobos marinos, claro que no. En cualquier caso, es una especie sometida a un control de población. En otras palabras, igual que existen capturas máximas para algunas especies de peces, existen cuotas anuales de lobos marinos aquí en Namibia. No entraré si esto está bien o mal, no conozco el tema en profundidad para opinar seriamente y con conocimiento de cause, pero sé que hay campañas contra estas acciones. Lo que sí sé es que este país tiene problemas mucho más acuciantes, pero mucho, que la caza de lobos marinos. Y mira que son monos estos bichos.

Hoy no quería ponerme seria. Y me he puesto. En cualquier caso, ir a Cabo Cross fue toda una experiencia. Observar miles, sí, miles de lobos marinos en libertad es increíble. Estando allí fui consciente de que estoy viviendo algunos momentos únicos e irrepetibles. Quién sabe si algún día volveré a Cabo Cross. Quién sabe si algún día volveré a ver miles de lobos marinos en libertad. Uff, qué vértigo.













lunes, 29 de abril de 2013

"El Señor de las Moscas" de William Golding

No quiero resultar pesada actualizando (casi) cada día sobre mis días en Namibia, así que dejo para mañana mi visita de ayer a una colonia de cría de leones marinos (¡¡He visto leones marinos!! ¡¡En libertad!! ¡¡A millares!!) y hoy actualizo sobre libros.

Empecé a leerme “El Señor de las Moscas” hace algún tiempo, igual un año o así. Lo empecé a leer, creo recordar, porque iba a algún viaje y me pareció que sería un libro cómodo para viajar. Lo cogí del estante de libros sin leer pero más por obligación que por atracción. Y así me fue. Cuando llevaba un tercio del libro, lo dejé, porque efectivamente no era un libro que me apetecía en ese momento. Ahora, con este viaje, lo seleccioné de nuevo como un libro cómodo para viajar, aunque admito que esta vez sí que me llamó bastante más.

Ponerte a leer un libro que empieza con un accidente aéreo no es lo más adecuado cuando tienes por delante tres vuelos, el más corto de casi tres horas y el más largo de diez horas y media. Pero pasado el primer momento de tensión aérea conmigo misma, lo llevé bien. Y me ha resultado mucho más ameno e interesante que cuando lo intenté leer la vez anterior. Con lo que es cierta la teoría de que no debemos escoger los libros que leemos, sino que debemos dejar que ellos nos pidan ser leídos en su momento.

La novela es la historia de un grupo de chavales que quedan atrapados en una isla desierta, sin la presencia de ningún adulto. Las relaciones que se establecen entre ellos, el ansia de ser rescatados, la añoranza de su antigua vida, el terror a la oscuridad y a lo desconocido (se llame fiera, se llame fantasma) y el comportamiento violento, salvaje que llegan a tener en la isla marcan una historia que según he leído se ha interpretado de varias maneras: como una fábula moral sobre la condición humana en situaciones límite o una crítica a una educación represiva que prepara futuras explosiones de violencia. Yo me inclino más por la primera opción. Cómo reacciona el humano ante un hecho inesperado, unas condiciones adversas, límites, cómo se establecen los roles y las relaciones entre ellos y cómo la armonía relativa y casi ficticia que crean se ve alterada por elementos discordantes, violentos, que encuentran el placer en la lucha, en la sangre, en la caza. Creo que en una situación así, las reacciones serían muy parecidas a las que hay en el libro: unos surgen como líderes, otros se dejarían dirigir, a algunos les consume el terror y otros necesitan liberar su rabia en actos más o menos violentos, como en un juego que se te escapa de las manos.

Me ha gustado mucho, mucho. Me ha enganchado mucho, sobre todo los últimos capítulos, en los que quería saber ya, pero ya cómo acababa, cómo resolvería el autor una historia que se estaba convirtiendo en muy dura, salvaje, turbia. Y el final me ha encantado, me ha parecido el perfecto para una historia así. Y te hace pensar, claro. Te enseña que las fieras más salvajes, que los fantasmas más terroríficos somos nosotros mismos, los humanos, nuestras reacciones, nuestros temores, nuestras reacciones. A mí me ha hecho pensar en otra cosa: ¿qué hubiera pasado si en la isla también hubiera habido niñas? Estoy convencida que la historia hubiera sido muy diferente. No es por nada, pero creo que las mujeres le aportan a todo un toque de sabiduría, calma y reposo que hacen que el mundo sea un lugar más habitable. Y no quiero parecer feminista ni nada de eso, pero creo que es así.

Creo que hay alguna película basada en esta novela. Tendré que verla.

domingo, 28 de abril de 2013

Si hay micro-agua, hay micro-elefantes

Lo bueno de este viaje de trabajo, es que me ha pillado un fin de semana por en medio, por lo que he podido ver algo más de Namibia que las cuatro calles anchas de casas coloniales que forman el centro de la ciudad de Swakopmund.

Ayer, por ejemplo, estuve en el desierto del Namib. Y allí aprendí esta lección: si hay agua, hay elefantes; si hay micro-agua, hay micro-elefantes.

De esta manera tan clara y visual nos explicaba Chris, el responsable de Living Desert Namibia por qué en el desierto no hay elefantes, ni jirafas, ni leones: no hay agua. En cambio, la presencia casi continua de niebla en la zona provee de gotas de agua, de humedad, de micro-agua a las criaturas que viven en el desierto, criaturas de pequeño tamaño capaces de aprovechar los recursos disponibles de la mejor manera posible. Micro-elefantes.

En realidad, yo esto ya lo sabía, claro. Es lo que tiene haber estudiado Biología. Pero lo fabuloso es la capacidad de Chris de transmitir el amor y respeto por la naturaleza, por sus criaturas, sorprendernos no sólo por lo que cuenta sino cómo lo cuenta: genial la demostración de acumulación de agua en la dolar bush (Zygophyllum stapffii) o la de la presencia de metales en la arena de las dunas. Y brutal y eficaz la exhibición de fotos sobre la erosión que quads y coches todoterreno provocan sobre las zonas planas de gravilla del desierto. Didáctico, ameno, divertido, eficaz. Ojalá todo el mundo que se dedica a la naturaleza fuera capaz de transmitir así su pasión.

Camaleones, serpientes, lagartos, geckos, escarabajos, arañas, escorpiones. Estos son los micro-elefantes que se pueden encontrar en el desierto del Namib. Criaturas increíbles, impresionantes, capaces de vivir en las duras condiciones desérticas, criaturas sorprendentes y muy hermosas. Ayer vimos camaleones, tres especies de serpientes, lagartos y el gecko (más información sobre las especies aquí). Me quedo con los camaleones. No, con los geckos. Bueno, no sé.

Una experiencia maravillosa visitar el desierto de Namib. Y eso que apenas salimos de Swakopmund, tan sólo disfrutamos de una pequeñísima esquinita de este desierto, de sus zonas áridas y planas y de sus dunas, subiendo por ellas y disfrutando de la increíble imagen del océano Atlántico desde lo alto de las mismas, ahí, justo al lado.

Así que ya sabéis, si hay micro-agua, hay micro-elefantes.
















jueves, 25 de abril de 2013

Hormigas namibias paseando por mi escritorio

Son mi única compañía, en las tardes-noches de estos días, las hormigas namibias. No me caen muy bien, me dan bastante repelús. Pero están ahí y, por mucho que haga para evitarlas, de vez en cuando aparecen: una solitaria, unas cuantas juntas, de distintos tamaños y (juraría) formas. Se pasean por encima de mi escritorio, en la habitación del hotel, mientras trabajo un rato por las noches, respondo correos o simplemente leo noticias o blogs. Son unas impertinentes: se pasean sin reparo por el cargador del portátil, por mis cuadernos, por el teclado. Son pequeñajas pero valientes, acercándose a mi sin temor a que las machaque; son intrépidas, subiendo por paredes verticales sin dudarlo ni un segundo. Aparecen cuando menos me lo espero, donde menos me lo espero: dentro del armario, junto a la tele, en una pared, recorriendo una puerta, en el baño. Pero cada noche, sí, cada noche, alguna de ellas se pasea, impune, por mi escritorio.

Si tengo que escoger una palabra que defina África, al menos lo poco que conozco de África, es melancolía. Este lugar, esta ciudad, estas tierras, me provocan melancolía. Calles enormes casi vacías, espacios amplios y abiertos, el inmenso océano, el interminable desierto. Melancolía. ¿No hay una peli que se llama así? Tendré que verla.

Ayer sentía eso, melancolía, de camino a este gimnasio, donde fui una clase de yoga. Un gimnasio en teoría en mitad de una ciudad, pero en realidad en mitad de un descampado inmenso. Un gimnasio nuevo, moderno, muy europeo en mitad de África. Son curiosos los contrastes de este país. También sentí melancolía a la vuelta al hotel, a las 8 de la noche, noche cerrada ya desde un par de horas antes, calles más que desiertas, totalmente abandonadas, hasta la entrada del hotel cerrada a cal y canto como si fueran las tantas de la madrugada.

Hacía mucho que no hacía yoga. Me vino genial. Incluso las agujetas de hoy no son demasiado insoportables.

En la foto, hormigas namibias paseando por mi escritorio (bueno, en este caso, huyendo del escritorio pared arriba), con cable de portátil en primer (y borroso) plano.

miércoles, 24 de abril de 2013

Meme literario

Aprovechando que ayer fue el día del libro y que me apetece, hoy he decidido copiar el meme literario de Sil y de Bich. Y no, no es que me haya quedado sin ideas, tengo mucho sobre lo que escribir, pero es que me ha gustado tanto… Así que ahí va.

1. El último libro que he leído.
“A Short History of Tractors in Ukranian” de Marina Lewycka. En inglés, para mis clases de inglés, aunque cuando lo empecé ya (casi) había decidido dejarlas.

2. Un libro que cambió mi forma de pensar.
 No recuerdo ninguno que me impactara tanto como para cambiar mi forma de pensar. Tendré que leer más.

3. El último libro que me hizo llorar.
No suelo llorar con los libros. Sólo recuerdo haber llorado con dos: “El pájaro amarillo” de Myron Levoy y “Jane Eyre” de Charlotte Brontë.

4. El último libro que me hizo reír.El último que he leído, “A Short History of Tractors in Ukranian” de Marina Lewycka. No me hizo reír a carcajadas, pero sí me arrancó más de una sonrisa.

5. Un libro prestado que no me han devuelto.
Recuerdo un libro que de niña dejé a una amiga y nunca me devolvió. Era un libro infantil que yo adoraba. Y mi hermana tiene (seguro) algún que otro libro mío, pero no sabría decir cuál…

6. Un libro prestado que no he devuelto.
“En el último azul” de Carme Riera y 2 que me dejó mi hermana el otro día pero ni me dio tiempo de fijarme en los títulos. Pero no los he devuelto porque aún no los he leído. Están es un estante especial de “libros prestados que hay que leer y devolver a sus dueñas”.

7. Un libro que volvería a leer.
Cualquiera de los que recomendé ayer, aunque no suelo releer libros, hay demasiados ahí fuera sin leer…

8. Un libro para regalar a ciegas.
Si es a ciegas, ¿cómo voy a saber cuál es? Si regalo libros, intento personalizarlos, no regalarlos a ciegas, pero sí que regalaría “La evolución de Calpurnia Tate” de Jacqueline Kelly y he regalado “El frío modifica la trayectoria de los peces” de Pierre Szalowski.

9. Un libro para colorear.
Estuve a punto de comprarme hace poco un libro de mándalas. Al final decidí descargarme unos cuantos por internet y ponerme a pintarlos. Pero sé que algún día me compraré uno.

10. Un libro que me sorprendió para bien.
“La isla de los cazadores de pájaros” de Peter May. Lo compré porque me llamó la atención la portada y el título y encontré uno de los libros más chulos que he leído en los últimos tiempos. Tengo que comprarme más libros de este autor.

11. Uno de los primeros libros que leí en la escuela.
Ni idea, no recuerdo qué libros nos hacían leer cuando era pequeña. Sí recuerdo haber leído “El camino” de Miguel Delibes ya en BUP y que me encantó.

12. Un libro que robé.
Ninguno.

13. Un libro que encontré perdido.
Creo que nunca me he encontrado ninguno.

14. El autor del que tengo más libros.
J. K. Rowling, Javier Marías y no sé si alguno más. Tengo libros repartidos entre mi casa y casa de mis padres, así que ando un poco despistada con mis pertenencias literarias.

15. Un libro valioso.
Mis Harry Potter internacionales. Sobre todo el primero que compré, en griego.

16. Un libro que llevo tiempo queriendo leer.
“Cincuenta sombras de Grey” de E. L. James, pero me da pereza, sé que hay libros muchos más interesantes por ahí. Y “La reina en el palacio de las corrientes de aire” de Stieg Larsson, porque es el que me falta por leer de la Trilogía Millennium.

17. Un libro que prohibiría.
No creo que haya que prohibir libros. Y si alguien lo pone en duda, que se lea “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury.

18. El libro que estás leyendo ahora mismo.
He dejado uno a medias en casa (pesaba demasiado para traerlo de viaje): “La luz en casa de los demás” de Chiara Gamberale, y estos días estoy leyendo “El señor de las moscas” de William Golding en papel y “La fortaleza digital” de Dan Brown en digital.

19. El próximo libro que voy a leer.
“Salmon fishing in the Yemen” de Paul Torday, uno de los libros que me traje de Dublín. También ha viajado conmigo a Namibia.

20. El libro que no leeré jamás.

Por desgracia, habrá cientos, miles de libros que dejaré sin leer, pero nunca sabré cuáles son…

La foto de hoy, de mi paseo de anteayer, a la orilla del Atlántico aquí, en Swakopmund (Namibia), en plena Southern Exposure.

martes, 23 de abril de 2013

23-A

Creo que éste ha sido el día del libro más extraño de mi vida. O al menos de los últimos años. Porque en los últimos años, el día del libro ha sido equivalente a salir a pasear por el centro de mi ciudad y comprar libros. Lo que tiene que ser, vamos. Pero estoy desterrada ahora mismo en tierras namibias, en una pequeña ciudad entre el mar y el desierto que se vacía completamente a las 6 de la tarde, una hora a la que además es noche cerrada. He trabajado de 8 a 5 y al salir del curro sólo he tenido tiempo de hacer una visita rápida al súper para comprar algo para cenar y de vuelta al hotel para seguir trabajando hasta hace un rato.

Resumiendo: hoy no he comprado ningún libro. Pero mi hermana la gafapasta se ha encargado de comprarme uno, aunque no es el que yo quería y que le encargué anoche (aunque no me acordaba ni del autor, ni del título, ni de qué iba, así que tampoco es culpa suya, claro), ni el de Molinos, porque parece que no ha llegado a nuestra roca en mitad del mar. A lo que iba: hoy no he comprado ningún libro. Un Sant Jordi realmente extraño. La verdad es que no conozco ninguna librería en esta ciudad, tan sólo un diminuto puesto de libros de segunda mano por el que he pasado de camino a comer, pero no tenía tiempo de pararme: comprar un libro requiere tiempo. Y yo no lo tenía. Y por la tarde, a la vuelta del trabajo, el puesto estaba ya cerrado, como toda esta ciudad a horas bien tempranas.

Pero aunque no haya comprado ningún libro, voy a celebrar mi peculiar Sant Jordi leyendo un rato esta noche, antes de irme a dormir. Y voy a celebrar Sant Jordi respondiendo a la pregunta que hace hoy Bich en su blog: ¿qué libros recomendaríais? Hay van 10 libros que recomendaría, entre los que he leído en los últimos años y por qué los recomiendo:

“La isla de los cazadores de pájaros” de Peter May. Porque aunque en apariencia es una historia policíaca, en realidad es una historia de cómo el pasado afecta el presente y porque explica una tradición que yo no conocía.

“La evolución de Calpurnia Tate” de Jacqueline Kelly. Porque habla de ciencia desde una perspectiva inocente y suspicaz y tiene un poco feminista, pero feminista en positivo.

“The island” de Victoria Hislop. Porque es un culebrón sentimental pero también la historia de la batalla de Creta, de la última colonia de leprosos de Europa y de la fuerza de los cretenses.

“El barbero y otros corazones solitarios” de Julia Stuart. Porque lo lees con una sonrisa de principio a fin.

“Como bestia que duerme” de Camino José Cela Conde. Porque adoro todo lo que escribe CJCC y más si habla de mi isla y de mi mar.

“El frío modifica la trayectoria de los peces” de Pierre Szalowski. Porque es tan sencillo en planteamiento como sugerente en desarrollo.

“Trilogía de los trípodes” de John Christopher. Porque me hizo amar la ciencia ficción de adolescente y me volvió a enganchar de adulta.

“Una breve historia de casi todo” de Bill Bryson. Porque no es una novela, sino divulgación científica pura y dura, de la mejor manera contada.

“Mi familia y otros animales” de Gerald Durrell. Porque habla de familias curiosas, lugares curiosos y acontecimientos habituales.

“La bodega” de Noah Gordon. Porque me gustó aprender más sobre vino, sus variedades y su fabricación.

Y con esto y un bizcocho, concluye hoy el día de libro namibio. Así quedará reflejado para la posteridad, cuando en los próximos años recuerde que en este día no pude comprar un libro porque estaba en una ciudad de nombre impronunciable, a orillas del océano y a los pies de dunas inmensas. Aunque me pase todo el día encerrada currando y no vea nada de eso, sólo lo intuya.

En la foto, atardecer ayer sobre el Atlántico, en los pocos minutos libres que tuve tras el trabajo. Éste es un lugar increíble. Sí.

lunes, 22 de abril de 2013

Cine aéreo (II)

 Aunque el de hace dos días fue “sólo” mi tercer viaje de larga distancia, me he convertido en una experta en el tema. No en vano, lo de coger aviones ya forma parte de mi  día a día y, después de los dos vuelos largos de diciembre, he creado un kit de productos indispensables para un viaje largo (algún día debería compartir mi sabiduría aérea…) y he perfeccionado mi técnica para disfrutar del mismo.

Soy capaz de dormirme en un avión antes de que despegue, así que para aprovechar al máximo las horas en las que estoy despierta en este tipo de viajes, me he dado cuenta de que lo imprescindible es escoger la película que quieres ver rápido, empezar a verla antes del despegue y así poder ver una segunda película antes de dormir. Porque yo duermo, más o menos bien dependiendo del vuelo y de la cercanía de la gente a mi alrededor, pero sí, duermo. Y porque por las mañanas, se me hace raro ver una peli mientras reparten el desayuno: las pelis son para la tarde o la noche. Para el desayuno… como mucho alguna serie. Esta vez dudé entre cuatro películas, pero poco rato. Enseguida, escogí estas dos:

“Bestias del sur salvaje” de Benh Zeitlin. Había oído maravillas de esta película. Y cuando vas con esas grandes expectativas, no siempre se cumplen. Es la historia de una niña de 6 años que vive con su padre en una comunidad bayou (los antiguos meandros de un río) con el permanente peligro de inundación de sus casas. La protagonista es una niña independiente a pesar de su corta edad, preocupada por la posibilidad de que el hielo de los polos se deshaga lo que no sólo aumentaría el nivel del mar (y por tanto, inundaría su comunidad) sino que descongelaría bestias atrapadas en el hielo desde tiempos inmemorables. Yo no sé si no entendí la peli, mi inglés es peor de lo que pensaba o esperaba otra cosa. O igual es un poco de todo. Me pareció una historia de una crudeza descarnada, dura pero con toques de ternura, mucha hermosura y cariño, pero no acabé de entender el toque pseudo-fantástico que tenía. Quiero decir, me encanta la ciencia ficción y la fantasía, pero esa mezcla de abrumadora realidad y fantasía mágica me dejó un poco descolocada. Si la historia no hubiera tenido esos toques casi oníricos me hubiera parecido un dramón. Con esos toques, me ha confundido. ¿Eran metáforas? ¿Realmente lo que estaba pasando, los monstruos congelados en hielos antárticos eran reales? No sé, me confundió, mucho. Tal vez es porque no era lo que esperaba (aunque no tenía ni idea de qué iba). Me encantaría decir que es la maravilla de la que todos hablas, que es pura magia, pero a mí me faltó algo para que fuera así. Está bien y no es que no sea recomendable, pero ese contraste entre la dureza de la realidad y la ingenuidad de la fantasía me pareció innecesaria. Creo que la siguiente vez que la vea, me gustará más. Y la cría está que se sale.

Después de ver esta peli, decidí ir a lo seguro: había un par de otras que me parecían interesantes, pero era hora de cenar y de dormir en mi asiento 68G, así que necesitaba algo sin pretensiones ni sorpresas de ningún tipo. Así que la segunda parte de “Amanecer” de la saga “Crepúsculo” me pareció genial. No la vi en su día en el cine porque todas mis amigas petardas la fueron a ver estando yo de viaje (qué raro, ¿no?) y como soy súper fan (sí, ¿y qué?) de la serie, me alegré de poder ver por fin el final. Me encantó, me lo pasé pipa, me divertí y tuve lo que esperaba: vampiros que van por ahí con pinta de interesantes, lobos con gran corazón, un poco de intriga, alguna lucha y el cierre de la saga como tenía que cerrarse. Bueno, esta vez sí que tuve lo que esperaba: entretenimiento puro y duro. Aunque creo que como película independiente del resto es un poco floja: realmente las dos de Amanecer son una película que han partido en dos. A esta última le falta algo de integridad, incluso algunos personajes quedan un poco sosillos (como el lobo), a pesar de que el final de la primera parte prometía más. Como siempre, a la pregunta hipotética que podrían hacerme alguien de si prefiero al vampiro o al lobo, yo respondería lo de siempre: al padre del vampiro. Sin dudar.
A ver si a la vuelta tengo tanta suerte y veo otras dos pelis. Ya veremos.

domingo, 21 de abril de 2013

Los que nos quedamos

Se oye hablar mucho últimamente de la gente que se va de España por culpa de la crisis. Incluso algunos políticos frivolizan llamándolo “movilidad exterior”. Se cuentan mil historias, se hacen comparaciones del tiempo en el que la emigración era un fenómeno más habitual que la inmigración en nuestro país. Se dedican especiales a los que se marchan, a los que ya se fueron, a los que viven bien fuera o a los que las cosas no les van tan bien. Hay reportajes en la prensa escrita, programas en la televisión y secciones en las radios. Pero no se habla, o no se habla casi de los que se quedan, de los que nos quedamos. Y es curioso, sobre todo porque cada vez más parece que lo de irse es lo habitual y lo de quedarse es la excepción.

Los que nos quedamos, los que intentamos seguir haciendo nuestra vida en España, vivimos en un extraño limbo, en una extraña realidad irreal, como si fuera imposible hacer lo que estamos haciendo. Esto es especialmente significativo en el campo de la investigación: siempre, siempre ha habido fuga de cerebros en España, mucha gente se ha buscado las castañas fuera desde hace mucho, mucho tiempo. Pero ahora la sangría es mucho más devastadora. Cada vez oyes de más gente que se va porque aquí ya no encuentra nada, o que deja lo que tenía aquí en busca de un futuro mejor. Cada vez es (creo) mayor la proporción de gente conocida que se va que la que se queda. La situación es devastadora, para todos, tanto para los que se van como para los que nos quedamos.

Los que se van dicen que los que nos quedamos tenemos suerte. Y es verdad que la tenemos, por supuesto. Pero también es verdad que hemos perdido mucho de lo que teníamos. Los que somos temporales y trabajamos para la administración probablemente somos los que peor lo pasamos. A la inestabilidad laboral y un futuro más que incierto (nuestros contratos van ligados a proyectos o programas de duración definida), se une la aplicación de los mismos recortes que se les aplican a los funcionarios: reducción de sueldo, eliminación de paga extra, supresión de plan de pensiones, recortes en los días libres. Y aún más. No tenemos o se nos quitan cosas que ellos sí tienen como productividad o ayudas sociales y no se nos pagan trabajos que sí se les pagan a ellos porque “no está contemplado en tu convenio” (cuando ellos mismos están incumpliendo constantemente nuestro convenio) o porque “en tu contrato no pone que hagas esa función” (cuando ellos mismos te piden, o te exigen, que la hagas).

Yo (y otros como yo) me he cogido vacaciones para ir a congresos, a cursos de formación laborales o a trabajar a países lejanos. Yo (y otros como yo) he llevado la responsabilidad de campañas oceanográficas, con 18 científicos a mi cargo y equipos de muchos miles de euros, sin cobrarlo. Yo (y otros como yo) he representado a mi Instituto y a veces a mi país en reuniones internacionales en las que se deciden cosas importantes, sí, muy importantes porque los investigadores funcionarios no tienen tiempo para ir (y no porque sean unos vagos, como algunos nos quieren hacer creer, sino porque se dejan los cuernos buscando dinero en convocatorias nacionales –cada vez más escasas- e internacionales, para poder seguir investigando y para poder seguir contratando personal colaborador).

Cada vez más, en reuniones internacionales, me encuentro con europeos de países del sur (Italia, España) representando a países del norte (Suecia, Irlanda), donde han emigrado. Cada vez más, en reuniones internacionales, la gente me pregunta por mi situación, se sorprenden cuando les digo que al año siguiente igual no participaré en una determinada reunión porque no sé si tendré contrato y me preguntan, sorprendidos, por qué no me busco trabajo fuera. Me hablan de sus instituciones, de sus países, en las que hay dinero para invertir en investigación, en las que no se pasan la mitad del tiempo luchando contra la burocracia, en las que el trabajo de científico es respetado y valorado. Y les miro, y yo también me lo pregunto y me lo he preguntado muchas veces. ¿Por qué no me voy? ¿Por qué nos quedamos? Y la respuesta cambia según el día, según el momento, según el estado de ánimo. Aunque la respuesta es más o menos siempre parecida: no quiero irme. Es difícil explicar por qué no quiero irme, yo misma a menudo no me lo explico. Ahora mismo, no quiero irme. Y punto. Y eso les debe pasar (supongo) a muchos de los que nos quedamos. Aunque creo que quedarnos no es una forma de rebeldía, un acto de orgullo, un agarrarse a un clavo ardiendo, ni una forma de valentía. Tal vez sea precisamente todo lo contrario a eso. Aunque a veces creo que quedarnos es simplemente posponer nuestra marcha, intentar atrasarla al máximo. Así de simple. No sé si los que nos quedamos acabaremos marchándonos. No lo sé. Espero que no, pero la respuesta es cada vez más incierta.

Escribo esto a casi 8000 km de casa, en una pequeña ciudad costera de Namibia, a la que acabo de llegar para trabajar dos semanas en este proyecto (yo soy una de esos científicos españoles de visita de los que habla el artículo). Es maravilloso viajar, salir, visitar otros lugares, otras maneras de trabajar, para aprender, para formarte, para crecer como científico. Pero defiendo el derecho a hacerlo cómo y cuándo uno quiera, para beneficio personal que, en nuestro trabajo, es también beneficio social, incluso nacional. Hay que salir porque es bueno y es necesario, pero no deberíamos salir porque nuestro país no tenga lo que necesitamos para seguir avanzando. Porque, aunque muchos no lo crean, eso que nosotros necesitamos es lo mismo que el propio país necesita.

La foto no tiene nada que ver con la entrada, pero son unas flores que adoro que tengo en casa. Hay que darle un poco de color a la vida.

martes, 16 de abril de 2013

Colores

Llevo unos días rara. Desde que estuve con anginas no estoy del todo bien, sigo con tos, algo de dolor de garganta y un cansancio incrementado por las dos últimas noches de sueño escaso. No me cunde en el trabajo, se me acumulan mil y cosas que hacer antes de mi próximo viaje y creo que no tendré tiempo de todo. El mundo ahí fuera, está loco, pero loco, loco. Políticos diciendo barbaridades, gente muriendo por la maldad de otros en las cuatro esquinas del planeta, dramas personales y sociales. A veces es difícil encontrarle el sentido a todo esto. A veces es difícil encontrar momentos felices, agradables o simpáticos en mitad de toda esta negrura.

Pero hay que hacerlo.

Ayer, por ejemplo, mientras medio mundo miraba hacia Boston, yo estaba en un campo de fútbol, aún llenándose, y haciendo fotos, como ésta:



La vorágine de una tarde-noche con muchas cosas que hacer me impidió quedarme a ver el partido, pero también me impidió estar conectada, durante unas horas a la realidad que existe más allá de mi propia realidad. Así, fueron unas horas de desconexión total y absoluta, de olvidar, ignorar la realidad de ahí fuera y vivir mi propia realidad, a la pequeña escala de un grupo de gente que conoces, a la pequeña pero a la vez gran escala de un campo de fútbol.

A veces es necesario buscar colores que lo iluminen todo. A veces es, simplemente, imprescindible.

sábado, 13 de abril de 2013

Alucino

Alucino con la velocidad con la que crecen las hojas en mi bosque de ginkgos.

Hace quince días, enseñé como estaban aquí.

Hoy están como en la foto de aquí al lado.

Me asusta un poco pensar en el estirón que puedan dar este año. Quizás tendré que cambiarlos de emplazamiento y pasarlos al balcón. Quizás, incluso, tendré que llegar a plantearme darlos en adopción a alguien que tenga un lugar más apropiado para ellos. Espero que no.

Y sus hojas siguen creciendo, creciendo…

viernes, 12 de abril de 2013

Comparaciones

El otro día, alguien colgó en facebook la foto que adorna este post.

“¿Cómo quieren fomentar la educación si un libro es más caro que una botella de ron?”.

Y es cierto.

Una de las cosas que más me sorprendió de Dublín fue el precio de los libros. Me parecieron baratos, increíblemente baratos. Ahora me arrepiento de no haber comprado más. Vi varios que quería, pero entre que no podía sobrecargar el equipaje y que a menudo me echo para atrás cuando de leer libros en inglés se trata, pues compré pocos. Bueno, cinco. No está mal.

A lo que iba. Los libros en Dublín son muy baratos. O yo los encontré baratos. Podías irte a tomar una pinta por 5 euros, pero es que podías comprarte libros por menos de esos. Creo que el más barato que me compré me costó 3,99 €. El más caro fue Harry Potter en gaélico, pero me costó unos 14 €, lo que no me pareció excesivo, porque era una edición en tapas duras y en un idioma que, como ya conté por aquí, no era fácil de encontrar.

¿Os imagináis comprar aquí un libro por menos de lo que vale una caña? El planteamiento aquí en España sería el contrario: ¿Cuántas cañas me puedo tomar con lo que vale un libro?

Vale, vale, lo sé. Hoy en día comprar las ediciones digitales es más barato que comprarlo en papel. Y encima hay mucha versión electrónica de clásicos gratuita y legal por la red. Sin hablar del pirateo. Pero en igualdad de condiciones: si una persona quiere comprarse un libro en Dublín y el mismo libro en España, es mucho más barato en Dublín. Y tampoco vamos a comparar los sueldos.

La realidad es ésta: en España, es más barato emborracharse que comprarse un libro. Pero igual es lo que quieren nuestros gobernantes: hordas de ciudadanos borregos y borrachos, en vez de ciudadanos sabios y sobrios.

Así es la vida.

Yo seguiré leyendo. Cueste lo que cueste. Pero otra cosa digo: si vuelvo a Dublín, quiero volver a Hodges Figgis y comprar libros, muchos libros.

martes, 9 de abril de 2013

Fotos

A veces pienso que me gustaría dejar de hacer fotos. Porque a veces me cuesta encontrarle sentido a hacerlas. Hago fotos, muchas fotos. Algunas las comparto aquí. Otras las comparto en facebook. Otras las envío a amigos. Algunas las reviso de vez en cuando. Pero la mayoría yacen olvidadas en discos duros externos, sin vida, sin atisbo de revisión, con remotas posibilidades de volver a ser visionadas. Por eso a veces pienso que debería dejar de hacer fotos. ¿Para qué las hago? No siempre tienen demasiado sentido. La mayoría de las fotos que hago no tienen ninguna intención artística, ni podrían considerarse medianamente buenas. Pero las sigo haciendo. Supongo que intento atrapar el tiempo, atrapar momentos. Fijar memorias en formato digital. Porque a veces la memoria real no basta. El peligro a veces estriba en que al final las memorias son sólo esas fotos, esas imágenes. Se borran cosas de mi mente, borro cosas de mi mente. Y un día, veo una foto y pienso “Ostras, esto lo había olvidado”. Supongo que así las cosas cobran algún sentido. O tal vez no. Porque tal vez, sólo tal vez, si hemos olvidado algo significa que no necesitamos recordarlo, que olvidarlo era su destino. Y que la foto te devuelva un recuerdo igual no es tan bueno como creemos. Igual incluso es contraproducente.

A veces pienso que me gustaría dejar de hacer fotos. Pero no puedo, no sé. Aunque no siempre les encuentre el sentido, aunque no siempre tenga sentido. Aunque pase grandes períodos en los que apenas cojo la cámara, aunque de repente no pueda soltarla ni puedo dejar de darle al clic. Así que seguiré haciendo fotos. Al menos de momento. Aunque no sepa muy bien ni por qué ni para qué.

La foto, una puerta en la antigua finca de Planícia, tiene ya casi cuatro años, pero me sigue gustando.

domingo, 7 de abril de 2013

Cushendall

Hay un pueblo diminuto, en la costa norirlandesa, con una torre en su carretera principal.

Es un pueblo con algún restaurante, alguna tienda y un par de pubs.

Es un pueblo en el que entras en el supermercado buscando información sobre el lugar y sales (casi) con alojamiento para pasar la noche.

Es un pueblo en el que puedes disfrutar de una velada tomando pintas y charlando con gente del lugar, sobre la vida, sobre fútbol, religión, ciencia, amistad, sexo y amor.

Es un pueblo en el que te puedes parar a pasar la noche o a media tarde a tomar algo caliente para templar el cuerpo.

Es un pueblo del que sólo tengo una (borrosa) foto, la que ilustra esta entrada.

Cushendall es, además, nuestro pueblo.

Aunque en realidad eso no signifique nada.

Absolutamente nada.

sábado, 6 de abril de 2013

“A Short History of Tractors in Ukranian” de Marina Lewycka

Ayer acabé este libro mientras esperaba a que el otorrino me confirmara que tengo anginas y me recetara suficientes porquerías químicas que me aseguren que la semana que viene podré seguir haciendo vida normal de adulta. Porque las anginas son una enfermedad infantil. Y tener anginas a los 35 es una putada. Sobre todo cuando te las quitaron cuando eras una mocosa y sólo te dejaron unos restos al fondo de la lengua. Pero de vez en cuando se te inflaman y te ponen a 38º y pico. Como les pasa a los críos, vamos. Pero eso es otra historia.

Es el segundo libro que tengo que leer en clase de inglés. Es curioso que lo haya leído, porque ahora mismo no sé si voy a acabar el curso de inglés. Llevo dos meses sin ir a clase (por motivos varios, viajes incluidos) y no sé si tengo energía para retomarlas. Pero eso también es otra historia.

Compré el libro por internet y, curiosamente, me reencontré con él en una pequeña librería en Dublín, justo enfrente de Trinity Collegue. A un precio mucho más barato, claro. A la vuelta decidí empezar a leérmelo, independientemente de lo que pasara con mis clases de inglés.

Al igual que el curso pasado (soy repetidora), el segundo libro lo podíamos escoger de un listado que nos pasó el profe. Y, al igual que el año pasado, escogí uno que el profe me aseguró que era “funny”. No es que tenga especial predilección por los libros de humor pero leer en inglés me cuesta, así que necesito leer algo que me entretenga y atraiga. Aunque el libro anterior, “Brave New World”, me gustó, fue un libro difícil de leer, me costó bastante y necesitaba algo más positivo, vitalista y alegre.

Así que escogí éste. Y me lo he leído. Y me ha gustado mucho, así que lo recomiendo, en inglés, en castellano o en el idioma que sea. No me ha costado leerlo en inglés, el lenguaje es sencillo y la historia es muy amena y entretenida, aunque también te da que pensar.

La breve historia sobre los tractores en ucraniano es el libro que está escribiendo Nikolai, un inmigrante ucraniano que vive en Reino Unido, viudo de 84 años. Dos años después de enterrar a su mujer, comunica a sus hijas que se va a casar con Valentina, una divorciada ucraniana de 36 años. Suponiendo que no es una boda por amor y temiendo que Valentina se aproveche de su padre para obtener la ciudadanía británica, sus hijas Vera y Nadia, enfrentadas tras la muerte de su madre, deciden unir fuerzas para luchar contra el huracán Valentina.

La historia es genial, divertida y amena. Los personajes, tanto los protagonistas como la multitud de secundarios, están bien definidos y tienen un papel muy claro en la historia. Pero además de una historia sobre las relaciones humanas, el libro es una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la edad, sobre hacerse mayores. Y además es una historia sobre la Historia de Europa, en especial de Europa del este, narrada desde los recuerdos de algunos de sus protagonistas, de la historia de sus antepasados, de guerra y de campos de concentración. Es una novela muy positiva y agradable, pero también es una pequeña lección de historia. Ah, y sobre tractores.

viernes, 5 de abril de 2013

"High Hope" de Glen Hansard

No puedo parar de escuchar esta canción. Serán las anginas. Será la lluvia. Será… yo qué sé.


I'm workin' on the high hope
And if it all works out, you might just see me
Or hear from me in a while

I'm gonna make it across this tight rope
And I'm comin' for my prize
No more I'll be waitin' 'round
While life just passes by

Maybe when our hearts realign
Maybe when we've both had some time
I'm gonna see you there

I'm gonna see you there, lay
Where we can be natural, lay

'Cause I've been livin' in the half life
Not sure which way to turn
Why must a man lose everything
To find out what he wants

I'm gonna wait until it feels right
And when that time has come
Wild horses won't keep me back
From where you have gone
Maybe when we're both old and wise
Maybe when our hearts have had some time
I'm gonna see you there

I'm gonna see you there, lay
Where we can be natural, lay
After all we've seen
We can do anything, lay
Where your heart is strong
Where we can go on and on, lay
Where your good times gone
Where we are forever young, lay
Where your heart is strong
Where we can go on and on, lay, lay!

I wanna see you there

jueves, 4 de abril de 2013

Con vistas

Llevo todo el día con fiebre, 38 o un poco más. Por la mañana he ido a trabajar, pero he pasado la tarde agonizando en el sofá. No estoy para escribir mucho, así que hoy el post sólo va de fotos. De fotos pasadas, que parecen ya muy, muy lejanas.

Durante la road movie por la carretera costera norirlandesa, hubo desayunos y comidas con vistas espectaculares. Fabuloso. A pesar del viento. A pesar del frío.





martes, 2 de abril de 2013

“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick

Desde que vi la película “Blade Runner” por primera vez hace muchos años, sentí ganas de leer la novela en la que basa. Y por fin la he leído.

Lo que siempre me había sorprendido de esta novela es su título, esa referencia a ovejas eléctricas: no tenía ni idea a qué se refería. Supongo que por eso me atraía aún más leerla. Ahora ya lo entiendo.

La novela en la que se basa “Blade Runner” se parece poco a “Blade Runner”. Aunque realmente debería decir lo contrario: la película se parece poco a la novela en la que se basa.

“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” se desarrolla en una época posterior a una guerra nuclear que ha provocado que todo el planeta esté recubierto de polvo radiactivo, que la mayoría de los animales haya muerto y que lo normal en los humanos es emigrar a colonias externas. El hombre es capaz de crear androides (llamados a veces “andrillos” de forma despectiva) cuya función es servirles en esas colonias. También crea animales eléctricos, sustitutos de los reales que apenas existen y son inmensamente caros. Eso sí, tener un animal está bien visto, es una señal de elevada posición social. Un animal real, claro.

La presencia de androides en la Tierra está prohibida y hay policías especializados en acabar con ellos, los cazadores de bonificaciones. Rick Deckard es uno de ellos. Deckard tiene una oveja en el tejado de su casa. Una oveja eléctrica. Deckard recibe el encargo de acabar con varios Nexus 6, que han llegado a la Tierra. Pero distinguir un androide de un humano es muy difícil. Hay varias maneras, aunque la más sencilla es el test de empatía de Voigt-Kampff, que mide la reacción del sujeto analizado a varias preguntas. En función del tipo de respuesta se sabe si un ser es androide o humano: los androides son incapaces de sentir empatía.

Pero en la novela hay mucho más. Hay una extraña religión que siguen los humanos (el Mercerismo), un programa en televisión y radio que dura 23 horas al día, con el mismo presentador, aparatos que controlan las emociones de los humanos que los usan.

Me ha resultado muy curiosa esta historia. Sí, la conocía de antemano, pero había cosas totalmente nuevas para mí, curiosas y hasta sorprendentes. Incluso decepcionantes, como los androides que tiene que liquidar Deckard: bastante más descafeinados que la película. Pero también es cierto que la novela plantea muchas cosas que no aparecen en la película o que en ella sólo aparecen de manera superficial: el mercerismo, la relación humanos-animales, la relación humanos-androides, el límite entre lo natural y lo artificial, entre lo normal y lo anormal, la decadencia, la esperanza, la capacidad de empatía, de superar las situaciones y el dolor.

Inevitablemente, he vuelto a ver la película después de acabar el libro. La última vez que la vi fue hace más de cuatro años. Me gusta mucho “Blade Runner”, me gusta mucho la ciencia ficción y los actores personajes de la película son geniales. Igual que la escenografía, la fotografía y la (fabulosa) banda sonora. Es una adaptación muy, muy libre de la novela. Incluso el paisaje, el entorno es muy diferente entre novela y película. Eso no es bueno ni malo. Se parecen, pero no son lo mismo. Sí, se mantiene el personaje principal, pero incluso él es diferente. No sé, ha sido curioso leer la novela, igual que ha sido curioso volver a ver la película. Me gustaría ver la versión del director. Creo que hay algunos cambios significativos.

Recomendables. Libro y película.

lunes, 1 de abril de 2013

Pascua de Resurección

Ayer, día de Pascua, me levanté con ese extraño mal humor últimamente demasiado habitual en mis despertares. Lo de perder una hora del día tampoco ayudaba mucho. Ni la alergia que ya me empieza a molestar. Al ir a la cocina, descubrí una de las flores de mi orquídea abierta. Me hizo sonreír. Con una infusión en la mano, encendí el ordenador y surfeé por la red intentando encontrar una solución para la falta de espacio sintomática que afecta a mi móvil. Cuando vi que arreglarlo me llevaría un par de horas, de las que no disponía en ese momento, decidí que era el momento de comer algo y pasar el rato en facebook. Y al abrirlo me enteré del fallecimiento de la Dra. Montserrat Casas, rectora de la Universitat de les Illes Balears, de mi universidad. La universidad en la que empecé una carrera que nunca terminé, en la que empecé una segunda carrera que sí acabé y en la que hice mi doctorado. Y se me pusieron los pelos de punta.

Yo ahí, quejándome por la maldita tristeza infinita que estos días parece acrecentarse sin motivo aparente, por una hora menos de día, por la alergia y ahí fuera hay gente que se muere. Pero no cualquier gente. La rectora de la UIB era un ejemplo, como científica, con cargo importante, luchadora, defensora de sus ideas (de la importancia de la formación, del conocimiento científico, de la identidad propia) pero además de científica fue mujer y madre, capaz de compatibilizar trabajo (ciencia) y formar una familia como demuestra el tweet que colgó su propio hijo:


“Lo que no sabéis es que, aparte de todo lo que se publica, era la mejor madre del mundo”.

Ayer me pasé gran parte del día con esa sensación de que estás viviendo algo irreal, no me lo acababa de creer.

Me presentaron a la Dra. Casas hace unos años. Era una mujer pequeña, menuda, llena de energía. Estaba en mi centro de trabajo por no recuerdo qué motivo y un investigador me la presentó. De mí le dijo “es una de las jóvenes promesas en investigación marina de la isla”. Y yo me eché a reír, sintiéndome entre avergonzada y fuera de lugar. Charlamos un par de minutos, aunque no recuerdo muy bien de qué. Creo que fue de la importancia de la formación en la tarea investigadora y de que nuestra propia universidad (pequeña, de provincias) era capaz de generar científicos. Hace unos meses, recibí una carta suya felicitándome por mi tesis. Una carta de esas que me imagino envían en serie a todos los que acaban su doctorado. No sé dónde está esa carta, estoy segura que no la tiré (mi amigo Diógenes) pero no he sido capaz de encontrarla. Ahora sé que cuando la envió (o la enviaron por ella, es igual) ya estaba enferma. Llevaba dos años enferma, pero seguía con su trabajo al frente de nuestra Universidad. De vez en cuando aparecía en prensa, últimamente luchando contra los recortes que la institución está sufriendo de forma continuada. Nunca sospeché (supongo que nos pasó a muchos) que esto iba a pasar.

Antes de morir, pidió que no enviaran flores en su despedida, que quien quisiera enviarlas gastara ese dinero en formación de jóvenes investigadores en nuestra Universidad (y la UIB ha abierto un número de cuenta para recaudar ese dinero). Una última voluntad valiente para una mujer que fue eso, valiente, luchadora. Yo no voy a gastar en flores, pero sí le voy a dedicar esta entrada y la primera flor de la temporada de mi orquídea florecida. Por la enseñanza, por la investigación, por el trabajo bien hecho.