No quiero resultar pesada actualizando (casi) cada día sobre mis días en Namibia, así que dejo para mañana mi visita de ayer a una colonia de cría de leones marinos (¡¡He visto leones marinos!! ¡¡En libertad!! ¡¡A millares!!) y hoy actualizo sobre libros.
Empecé a leerme “El Señor de las Moscas” hace algún tiempo, igual un año o así. Lo empecé a leer, creo recordar, porque iba a algún viaje y me pareció que sería un libro cómodo para viajar. Lo cogí del estante de libros sin leer pero más por obligación que por atracción. Y así me fue. Cuando llevaba un tercio del libro, lo dejé, porque efectivamente no era un libro que me apetecía en ese momento. Ahora, con este viaje, lo seleccioné de nuevo como un libro cómodo para viajar, aunque admito que esta vez sí que me llamó bastante más.
Ponerte a leer un libro que empieza con un accidente aéreo no es lo más adecuado cuando tienes por delante tres vuelos, el más corto de casi tres horas y el más largo de diez horas y media. Pero pasado el primer momento de tensión aérea conmigo misma, lo llevé bien. Y me ha resultado mucho más ameno e interesante que cuando lo intenté leer la vez anterior. Con lo que es cierta la teoría de que no debemos escoger los libros que leemos, sino que debemos dejar que ellos nos pidan ser leídos en su momento.
La novela es la historia de un grupo de chavales que quedan atrapados en una isla desierta, sin la presencia de ningún adulto. Las relaciones que se establecen entre ellos, el ansia de ser rescatados, la añoranza de su antigua vida, el terror a la oscuridad y a lo desconocido (se llame fiera, se llame fantasma) y el comportamiento violento, salvaje que llegan a tener en la isla marcan una historia que según he leído se ha interpretado de varias maneras: como una fábula moral sobre la condición humana en situaciones límite o una crítica a una educación represiva que prepara futuras explosiones de violencia. Yo me inclino más por la primera opción. Cómo reacciona el humano ante un hecho inesperado, unas condiciones adversas, límites, cómo se establecen los roles y las relaciones entre ellos y cómo la armonía relativa y casi ficticia que crean se ve alterada por elementos discordantes, violentos, que encuentran el placer en la lucha, en la sangre, en la caza. Creo que en una situación así, las reacciones serían muy parecidas a las que hay en el libro: unos surgen como líderes, otros se dejarían dirigir, a algunos les consume el terror y otros necesitan liberar su rabia en actos más o menos violentos, como en un juego que se te escapa de las manos.
Me ha gustado mucho, mucho. Me ha enganchado mucho, sobre todo los últimos capítulos, en los que quería saber ya, pero ya cómo acababa, cómo resolvería el autor una historia que se estaba convirtiendo en muy dura, salvaje, turbia. Y el final me ha encantado, me ha parecido el perfecto para una historia así. Y te hace pensar, claro. Te enseña que las fieras más salvajes, que los fantasmas más terroríficos somos nosotros mismos, los humanos, nuestras reacciones, nuestros temores, nuestras reacciones. A mí me ha hecho pensar en otra cosa: ¿qué hubiera pasado si en la isla también hubiera habido niñas? Estoy convencida que la historia hubiera sido muy diferente. No es por nada, pero creo que las mujeres le aportan a todo un toque de sabiduría, calma y reposo que hacen que el mundo sea un lugar más habitable. Y no quiero parecer feminista ni nada de eso, pero creo que es así.
Creo que hay alguna película basada en esta novela. Tendré que verla.
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