Hace sólo unos días, el pasado día 31 de Octubre, cerró la Expo de Milán y me ha parecido un momento estupendo para desempolvar algunas fotos de la tarde que pasé allí, en la Expo, hace ya unos cuantos meses. Un viaje a Milán que fue totalmente inesperado y que salió mejor de lo que me pensaba.
Estuve por primera vez en Milán hace dos años, en un fin de semana con amigos de camino a una reunión en un monasterio a orillas del lago Maggiore. No es una ciudad que me entusiasmara especialmente y, en este segundo viaje, supuse que no tendría tiempo de explorarla demasiado. Así y todo, la primera tarde la pasamos en la Expo y la última, recorriendo el centro, paseando por sus calles más famosas y turísticas. No volví al cementerio monumental que en su día tanto me impresionó, pero sí que fue a visitar una de mis tiendas de papelería favoritas del mundo mundial, Fabriano. Y pasé varias veces por un jardín que tiene unos impresionantes ginkgos a los que me dan ganas de abrazar cada vez que veo (y algún abrazo les di, sí).
Lo de visitar la Expo fue cortesía de los organizadores de la reunión. Después de una mañana reunidos allí, teníamos la tarde libre para visitarla. No estaba muy segura de que la pudiera aprovechar, porque la reunión era bastante importante y había muchas posibilidades de tener que trabajar esa tarde, pero el jefe de la delegación con la que viajaba, nos dio la tarde libre. Y la aprovechamos.
Yo nunca había estado en una Expo, ni siquiera en la de Sevilla, así que no tenía ni idea de lo que me iba a encontrar. El resumen son pabellones de distintos países, construidos, decorados o ambientados en alguna temática concreta. Esta exposición universal tuvo como tópico mostrar las mejores tecnologías que ofrecen una respuesta concreta a una necesidad: garantizar suficiente alimento sano y seguro para todo el Planeta, respetando su propio equilibro. El leit motiv suena estupendo (Feeding the Planet, Energy for Life), aunque después de visitar muchos pabellones no me pareció mucho más que lo que debe ser una feria de alimentación. En muy pocos países había algo sobre alimentación más allá que vender las maravillas de su gastronomía.
Había pabellones de todas las formas y tipos, de todos los estilos. Los hubo muy bonitos por fuera, los hubo muy interesantes por dentro, los hubo que combinaban ambas cosas y los hubo que no eran nada de todo eso. No pudimos entrar en muchos pabellones, teníamos poco tiempo y había mucha gente, pero el de España me gustó bastante, tirando a mucho. Y el resto, hubo de todo: alguno me gustó mucho, otro no valió la pena ni ver. Los vimos todos (o casi) por fuera, por dentro sólo algunos. En resumen, no me pareció algo sin lo que no se puede vivir. Me gustó tener la oportunidad de visitarlo y poco más. Si me hubiera fascinado (o cambiado la vida) no hubiera tardado cinco meses en hablar de ello, está claro.
Las fotos, un poco de la Expo y un poco de la ciudad, sin olvidar los ginkgos, claro.
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