Trabajo junto al mar, a sólo unos metros de él. Pero no trabajo en un lugar paradisíaco, sino en plena ciudad. No trabajo junto a una bonita playa o unos acantilados espectaculares. Ni siquiera tengo vistas al mar, sino a una calle de muchos carriles, ruidosa y con mucho tráfico que cada vez que llueve, se inunda y sale en la tele y en prensa.
Trabajo junto al mar, sí, pero en plena zona portuaria. No es un lugar terrorífico ni horrible. No es un lugar sombrío ni lleno de grúas o montañas de carbón. A veces es un lugar desierto, a veces es un lugar muy concurrido. Ni lo uno ni lo otro es bueno. Es un lugar incluso cómodo en algunos aspectos. Pero también presenta algunas incomodidades (aparte de las inundaciones), como el botellón, los camiones y los cruceros.
Lo del botellón es curioso. Llegar de noche o ya de madrugada cargados de muestras para congelar y esquivar pandillas de chavales pasándoselo en grande tiene su punto surrealista. Ellos y ellas todos monos y elegantes, la mar de arregladitos y felices en plena noche y tú ahí, con los deportivos manchados de restos de peces y suspirando por una ducha y tu cama.
Los camiones son peligrosos, de verdad. Son grandes, son muchos y no te ven. Ya hemos tenido algunos sustos, afortunadamente ninguno grave. Retrovisores que salen volando porque alguien abre una puerta sin mirar o coches que quedan aprisionados (y chafados) entre dos camiones enorme, en plan sándwich. Y, claro, luego a correr detrás de ellos, porque suelen estar más preocupados de no perder el barco que van a coger que de arreglar los papeles del seguro.
Lo de los cruceros es lo más. Lo más surrealista que te puedes encontrar en el mundo. De los cruceros descienden dos tipos de personas: los cruceristas, que pisan la ciudad por primera vez y van más despistados que un pulpo en un garaje y las tripulaciones, que saben perfectamente dónde quieren ir (normalmente al centro comercial que hay un poco más arriba). Tanto unos como otros comparten actitud: caminan despreocupadamente por mitad de la calle, ignorando las aceras y mirándote mal cuando intentas circular de camino a o saliendo del trabajo. Ay, qué majos todos, ahí, en bandadas tan numerosas que esquivarlos se convierte en una auténtica aventura. Por no hablar de los taxis que vienen a dejar a unos u otros después de un día de paseo: paran en cualquier sitio, interrumpen el paso y arrancan sin poner ningún intermitente. Otro peligro a esquivar.
Y hoy he descubierto una nueva peculiaridad en mi lugar de trabajo: una gallina. Sí, una gallina negra y algo tímida, que se paseaba esta tarde por los alrededores de la oficina. ¿De dónde ha venido? ¿Quién es su dueño? ¿Qué hace en esta zona portuaria urbana? Un misterio sin resolver. A ver si mañana sigue por ahí.
En la foto, aunque no se aprecie muy bien, hay una cosa negra debajo del arbusto: la gallina. Ha corrido despavorida cuando he intentado inmortalizarla.
¡Y tienes luz natural! That's very important.
ResponderEliminarCierto. Aunque no te creas, mi despacho es bastante oscuro, mala orientación.
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