domingo, 2 de noviembre de 2014

Noviembre 2008

Sábado, 1 de noviembre de 2008.

Creta (Grecia).

Sopla viento sur. Las temperaturas son inusualmente altas para la época del año.

Conduzco un pequeño coche rojo. Quedan tres semanas para que abandone Creta y aprovecho que ya ha acabado la temporada veraniega para alquilar un coche durante ese tiempo a un precio razonable. “Es rojo, ¡siempre he querido un coche rojo!”, le había dicho el día anterior al tipo que lleva meses alquilándome un diminuto coche amarillo algunos fines de semana, con el que he recorrido casi toda la isla. “Si me lo llegas a decir antes, te doy uno rojo en vez del amarillo”, me dice.


He salido de casa temprano. De ese diminuto apartamento a unos 15 Km al este de Heraklion rodeado de olivos y con vistas al mar que ha sido mi hogar durante los últimos meses. En el maletero, la toalla de la playa, algo de comida y ropa para pasar dos días fuera. Aún no sé dónde dormiré esa noche.

Me dirijo al oeste. Y luego al sur. Atravieso un túnel escarbado en la roca, de un solo carril y con un semáforo que regula el tráfico. Cruzo pueblos desiertos, casas abandonadas e iglesias blancas y azules. Conduzco durante horas. Y llego a un monasterio junto a aguas cristalinas, Chryssokalitissa. Me paro, aparco y paseo por su silencio.










Sigo hacia el sur, sabiendo que mi destino está próximo. Y, por fin, llego a la playa de aguas cristalinas y arenas rosadas. Elafonissi. He oído hablar tanto de ella… Está nublado, hay algo de viento, pero el viento sur es cálido y en seguida me lanzo al agua. Por supuesto. Soy casi la única visitante de la playa. Ya no hay turistas, ya es temporada baja y estoy conociendo una Creta mucho más sosegada y calmada que la de meses atrás. Paseo, nado, hago fotos y espanto lagartijas que quieren comerse mi comida.







Y sale el sol. Y la playa reluce en todo su esplendor. Sí. Aguas cristalinas. Arenas rosadas. Cielos azules. La infinidad del mar, del cielo. He llegado al fin del mundo, al final de la isla y he parado a contemplarlo.







Por la tarde, sigo mi camino, por esas carreteras cretenses cuyas señales en griego ya hace mucho que entiendo perfectamente. Mi piel, oliendo a crema solar y sal marina, dice que es verano, los árboles de hojas amarillas dicen que es otoño. Más pueblos semidesérticos, más casas abandonadas. Y, de nuevo, esas señales confusas que indican al mismo lugar por dos caminos diferentes. Ah, los cretos me confunden.
 




Llego al lugar donde pasaré la noche, Palaiochora, un pequeño pueblo en una diminuta península. Al oeste, una playa de arena, sobre la que veo ponerse el sol. Al este, playa de rocas y la inmensidad de las montañas del sur. Alquilo una habitación con vistas al mar y me voy a dormir pronto. Me duele mucho la cabeza.





Por la mañana, reemprendo mi camino de vuelta al norte, más pueblos abandonados, más casas desérticas. Veo letreros en griego y alemán, que no entiendo muy bien qué pintan allí. Aún no he visitado el museo de Chania, así que aún no conozco bien la batalla de Creta y aún no estoy flipada con la historia de esta isla, pero me queda poco para estarlo. Ovejas y cabras se cruzan en mi camino. Llego a otra playa mítica por aquí, Phalasarna, pero está muy nublado y el viento sur no calienta por aquí. La playa está desierta. Me pego un baño y decido aventurarme hacia Gramvousa. Dicen que es un paraíso. Pero el viaje es un auténtico desastre, el camino es totalmente impracticable para mi diminuto vehículo y vuelvo por donde he venido, maldiciendo haber dejado pasar la oportunidad de visitar Balos en verano. Así que cambio de planes y me dirijo a la península de Akrotiri, que está junto a Haniá. Me paro en un monumento que hay, con vistas a la ciudad. Me pego un último baño en Stravros, la famosa playa en la que Anthony Quinn se marca un baile al final de "Zorba el griego". A mi lado, unos militares americanos, supongo que destinados en la cercana base militar, hacen lo mismo. Visito varios monasterios y flipo, flipo con su magia, con su silencio, con su paz, con su belleza desconchada, con un gato que acompaña mi paseo y que, como mínimo, debe ser el espíritu de algún hombre santo. Me hago un par de fotos (entonces aún no se llamaban selfies) y el gato, no sé muy bien cómo, se cuela en todas ellas.
 













De camino a casa, se me hace de noche, claro. Oscurece ya muy pronto en Creta. Demasiado. Vuelvo con las retinas llenas de imágenes y lugares, con la memoria de la cámara de fotos llena (más de 600 hice ese fin de semana) y con la sensación de que estoy un poquito más enamorada de esta isla.

Me alucina lo rápido que olvido algunas cosas y lo nítidos que son mis recuerdos de otras. Aunque hayan pasado ya seis años.

Las fotos, hechas con la cámara compacta que tenía entonces, una auténtica todo terreno, son algunas de aquellas más de 600.

viernes, 31 de octubre de 2014

Palabras feas

Pólipos. Ecografía. TAC con contraste. Inyecciones. Heparina. Preoperatorio. Coagulación. Cirugía. Láser. Sonda. Biopsia. Carcinoma. Grado tres. Agresivo. TAC con contraste. TAC sin contraste. Gammagrafía. Placa de tórax. Estenosis carotídea. Tiempo de Quick. Cistectomía parietal de cúpula. Linfadenectomía. Drenaje. .Sonda. Espasmos. Fiebre. Urgencias. Absceso. UCI. Sepsis. Hipotensión. Drenaje. Visitas restringidas.

Hay mogollón de palabras feas ahí fuera.

Y un día, de repente, aparecen en tu vida y, a pesar de lo terroríficas que suenan, se convierten en algo habitual de tu día a día. Incluso las pronuncias con una normalidad que te parece apabullante.

Hace ya un par de meses que muchas palabras feas se colaron en mi día a día y hace ya unos días que me he vuelto experta en pinchar heparina en tripas ajenas, identificar dolores nuevos y vaciar bolsas de recogida de orina. Y de dejar de hacerlo, para que otros se dediquen a cuidados más intensivos. Y, aunque la situación dista aún mucho, mucho de estar normalizada, necesito poner un poco de orden a mi día a día, necesito volver a una cierta normalidad, necesito volver a trabajar, leer, escribir, tejer, bailar, salir. Necesito cargar pilas, ignorando si hace falta el cansancio y el dolor de garganta que me ronda. E intentar seguir sonriendo porque, al fin y al cabo, de eso es de lo que se trata la vida.

domingo, 19 de octubre de 2014

Octubre

Octubre. Domingo 19.

Temperaturas máximas por encima de 30º.

Así que, como reza un proverbio que me he inventado esta mañana, “Si Octubre te trae temperaturas por encima de 30º, vete a la playa”.

Y eso he hecho.







Buen inicio de semana.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Hablar sin saber

Somos expertos en hablar sin saber. Somos expertos en dar opiniones definitivas de temas de los que sólo hemos leído los titulares. Somos expertos en dar lecciones magistrales después de ver un documental sobre algo de lo que antes ni sabíamos su existencia.

No es una novedad, no es algo nuevo, ni siquiera es algo a lo que una servidora escape. No en vano yo misma tengo una categoría en este blog llamada “lecciones magistrales”. En mi defensa diré que mis lecciones magistrales surfean entre consejos que a mí me hubiera gustado que me dieran a entradas netamente irónicas, rozando incluso lo absurdo.


En cualquier caso, nuestro día a día está lleno de expertos en hablar sin saber. Esa difusión del desconocimiento es la que provoca terrores colectivos y epidemias de ignorancia. Hoy mismo, hace un rato, en las noticias en una cadena de televisión nacional estaban hablando de una contaminación en el agua en Cádiz. La presentadora, ella muy ufana, comentaba que estaban a la espera de los resultados de los análisis y ha dicho algo así como que el problema sólo se daría por solucionado cuando los resultados de los análisis fueran “positivos”.

Madredelamorhermoso.

Pobres los de Cádiz, porque si les dicen que pueden beber agua cuando los resultados son positivos, se van a intoxicar.

Que yo sepa (y que me corrija la autoridad competente si estoy equivocada), si una analítica en busca de bacterias coliformes (como era el caso) es positiva, significa que hay presencia de las susodichas bacterias en el agua. Es decir, que “positivo” no significa que sea guay, bueno y estupendo, significa que efectivamente SÍ hay bacterias en el agua. En cambio, un resultado negativo no es que sea algo malo o triste, es que NO hay bacterias en el agua. Es lo mismo que, por ejemplo, un test de embarazo: positivo es que sí hay embarazo, negativo que no lo hay, cuando las connotaciones personales (“Uy, ¡qué bien!” y “Uy, ¡qué mal!”) son totalmente subjetivas y no tienen por qué coincidir con las anteriores.

Y ahora me imagino al político de turno ansioso por salir en la tele, acercándose a un posible afectado de ébola, diciéndole “Enhorabuena, me ha dicho que sus resultados son positivos, ¡qué bien!”. Y salir de allí todo sonriente, para ir a gastarse cuatro veces el salario mínimo en un balneario de relax, como gastos de representación, claro.

domingo, 12 de octubre de 2014

La naturaleza

Recuerdo que una vez, siendo pequeña, tuve que dibujar para clase un animal imaginario. No recuerdo ni qué edad tenía ni cuál era el propósito de aquella actividad, pero sé que dibujé un animal de cuatro patas, un reptil, con todo el cuerpo lleno de pinchos. Estaba muy orgullosa de aquel animal imaginario. Hasta que años después, en algún sitio, vi una foto de un animal muy parecido a éste:



Que era, ni más ni menos, el bicho que yo había dibujado. Qué decepción, la naturaleza era más creativa que yo.

También de pequeña, recuerdo que estaba fascinada por los mapas (sigo encontrándolos fascinantes). Me fascinaba la forma que tenían América del Sur y África, como prácticamente encajarían perfectamente si se movieran. Y me parecía que ese patrón se podría repetir en otros lugares de la tierra. Me entraban ganas de recortar el mapa e intentar encajar las piezas, como un puzle. Años después, cuando estudié algo de Geología y la tectónica de placas, descubrí que, efectivamente, los continentes son un auténtico puzle. De nuevo, la naturaleza me había ganado.

En otra clase de ciencias, estudiábamos los atolones, esas islas redondas con una laguna en el centro. El libro proponía una serie de explicaciones a su formación, creo que tres y la que más me llamó la atención fue la que decía que eran antiguos volcanes sumergidos. Me pareció una explicación tan bonita, tan creativa, tan imaginativa que no creí que fuera la verdadera, pero quería que fuera la verdadera. Y sí, efectivamente, era la verdadera. Una vez más, la naturaleza me sorprendió con su creatividad, lo había vuelto hacer.

Creo que fue así, poco a poco, a lo tonto, como me enamoré del planeta Tierra. Supongo que fue así, poco a poco, a lo tonto, como acabé haciéndome científica.

Me faltan vidas para seguir sorprendiéndome por la naturaleza que nos rodea. Me faltan vidas para ser capaz de entenderlo todo.

jueves, 9 de octubre de 2014

Ojos

Yo me enamoro por los ojos.

Me miran de manera un poco especial y ya me enamoro.

Soy así de simple, de fácil.

Luego puede venir todo lo demás, todo eso que dicen que te enamora de una persona. Pero a mí me miran más de tres segundos seguidos directamente a los ojos y ya creo que he encontrado al amor de mi vida.

No confundamos: no son todas las miradas, claro que no. No todo el mundo mira igual durante más de tres segundos. Pero, a mí, las miradas me enamoran.

Mirad qué simple soy.

Y así (de fatal) me va, claro.

PD: No os pensáis que hoy me han mirado así y me he emocionado, nada de eso. Simplemente, es una reflexión histórica de mi vida.

martes, 7 de octubre de 2014

La zona de confort

La zona de confort es algo así como estar a gusto con todo en nuestra vida y no pensar en cambiar nada de ella. La zona de confort por lo visto es un lugar horrible y aburrido, en el que no pasa nada. O al menos eso es lo que parecen decir cientos y cientos de fotos bonitas con frases profundas que circulan por ahí. Tipo estas:





No sólo eso, por lo visto, la zona de confort es un lugar gris y tenebroso y si quieres ser feliz y llegar a la zona mágica tienes que salir de ahí. O al menos eso parece.



O sea, la magia está más allá de donde tú vives.

Y un pimiento.

A ver, no pongo en duda la validez psicológica del término pero tengo la sensación de que lo de la zona de confort se nos ha ido de las manos. Parece que si no viajas con mochila a alguna selva, si no dejas tu trabajo para montar un negocio de forrado de botones o si no te separas de tu pareja e intentas ligarte a George Clooney, eres un desgraciado.

Y, qué queréis que os diga, lo de salir de la zona de confort está sobrevalorado.

Que sí, que no hay que acomodarse, que hay que aprender y que sólo si arriesgas conseguirás más pero, ¿por qué queremos más? O mejor dicho, ¿queremos todos realmente más? La vida es un continuo cambio y hay que adaptarse a nuestra realidad diaria para que encima haya que dejarlo todo para luchar por tus sueños. ¿Luchar por tus sueños? Ahora parece que todos debemos tener sueños exóticos, novedosos, apasionantes, apabullantes y vidas llenas de aventuras sofisticadas, fantasías sólo realizables si abandonamos nuestra realidad y que, cuando por fin consigues cierta estabilidad (laboral, social, familiar, o de cualquier tipo) hay que dejarlo de lado y pedir más. Siempre más y más y más.

¿No sería mejor, simplemente, parar un momento y disfrutarlo? ¿Al menos un poquito?

No me malinterpretéis, yo soy la primera que soy feliz cogiendo un avión y llegando a una ciudad desconocida, me encanta aprender y creo que hay que luchar por los sueños pero también me gusta pararme y disfrutar de cosas tan simples y sencillas como ver una serie desde mi sofá y tejer un poco, pasar un día en la playa o tomarme una caña con los amigos. No sé, creo que hay un equilibrio entre disfrutar de lo que se tiene y luchar por cosas nuevas. Está claro que vivir amargado con tu día a día, simplemente acomodado por la cotidianeidad es sinónimo de infelicidad, pero estar en continuo cambio, estar siempre avanzando, no disfrutar ni un minuto de lo que has conseguido para ir a por lo siguiente también es frustrante.

Repito, seguramente el concepto psicológico detrás de toda la parafernalia que circula por ahí es bueno, pero ¿”la vida comienza al final de tu zona de confort”?

WTF!?

En la zona de confort se está bien. Y sí, supongo que hay un riesgo de estancarse, claro, pero creo que la vida ya te obliga a salir de la zona de confort continuamente, lo quieras o no y a veces, es necesario disfrutar de la zona de confort. Lo dicho, ni tanto ni tan calvo, equilibrio.

Además, cuando sales de tu zona de confort en el fondo lo que haces es ampliar tu zona de confort, así que hasta ese sueño que has conseguido se transforma en polvo gris. Y tienes que volver a salir de tu zona de confort, sin tiempo para disfrutar de tus recién adquiridos méritos (o sueños cumplidos) y empezar de cero Porque, por lo visto “la vida comienza al final de tu zona de confort”.

Uf, a mí me estresa un poco. Porque para mí, mi vida es parte de mi zona de confort. Y, sí, claro, más allá hay cosas que voy descubriendo (voluntaria e involuntariamente) de manera continua. Pero también me gusta disfrutar de lo que conozco.

O igual es que, a menudo, cuando he salido de mi zona de confort, cuando he arriesgado, cuando he luchado por lo que soñaba, me he dado unas hostias impresionantes y por eso prefiero refugiarme en mi zona de confort, por pura cobardía o por propia comodidad. Porque de vez en cuando, apetece refugiarse en lo conocido antes de volver a arriesgar.

Todo esto viene porque estos días (o semanas o meses) hay obras por mi barrio y cada día tengo que buscar una nueva ruta para llegar al aparcamiento. O sea, mi zona de confort en este caso sería mi ruta habitual (aunque en realidad tengo 2, 3 y hasta 4 rutas más o menos habituales) y ya he pasado por la zona de aprendizaje (conducir por calles vecinas por las que casi nunca pasaba, entrar por mi calle en dirección prohibida) y hasta por la zona de pánico (saltarme algún ceda el paso con el consiguiente riesgo). Estoy impaciente en llegar a la zona mágica de esta historia aunque ni se me pasa por la cabeza qué maravillas mágicas van a traer a mi vida el salir de mi zona de confort automovilística.

Y aquí un video sobre la zona de confort que en su día me gustó mucho. Hoy no me he atrevido a volver a verlo, porque igual después de verlo borro esta entrada. Así que me arriesgaré y la publico.