domingo, 26 de abril de 2015

De esto que... (VII)

De esto que llevas ya varios días medio mal, con un resfriado que empezó con dolor de garganta, se transformó en una lengua cuarteada y labios llenos de heriditas y ahora se luce con unos ataques de tos la mar (jeje) de esplendorosos. Te vas a dormir con la esperanza de no tener ningún ataque de tos nocturno que despierte a tu compañera de camarote, pero te preocupa tanto el tema que no te duermes. Y toses. Y recuerdas que te has dejado la caja de juanolas (en la que, por cierto, quedan muy pocas) en el parque de pesca. Bueno, sólo está una cubierta más abajo y apenas son las doce de la noche, así que te vas allí, paseándote como si estuvieras en tu casa, en pijama, por un barco de 70 m.

Total que, en algún momento, se ve que te duermes. Pero te acabas despertando, oh sorpresa, con un ataque de tos. No es un ataque de esos imparables, pero es una tos continua, tonta, pesada con la que o bien has soñado o bien has tosido mientras dormías. Probablemente ambas cosas. Así que cuando ya llevas una hora tirada en la litera tosiendo piensas que ya va siendo hora de dejar de molestar a tu compañera de camarote y, probablemente, a los compañeros de los camarotes contiguos. Aunque, bien pensado, no oyes nada, nada por encima del ruido que un barco siempre hace (ah, el ruido, tengo que escribir algún día sobre el ruido en los barcos) pero decides levantarte, aunque te da pereza bajar de la litera superior. ¿Cómo era que se bajaba? Aún tardas un rato en reunir fuerzas, entre tos y tos, para plantarte en el suelo, ponerte un forro polar encima del pijama, calzarte las crocs (de imitación) que son tu zapato oficial a bordo, coger libro y reproductor de música y salir del camarote para intentar buscar un remedio para la tos. Son las tres y media de la mañana.

En la cocina, la tele está puesta. Siempre está puesta. Ni te fijas en lo que dan. Te haces un té verde y le pones bastante miel. Y ahí, mientras tomas tu (esperas que) remedio milagroso, cabeceas entre tos y tos en el fondo de una de las mesas. Escuchas esta canción, en un bucle infinito. Aparece el oficial que entra de guardia a las 4, con más cara de sueño que tú, y te pregunta qué haces ahí a estas horas. Respondes todo lo coherente que se puede responder casi a las 4 de la mañana y con tos constante. Se va a su guardia y te acabas tu mejunje. Fantaseas con el sofá de tu casa, así que te vas al salón de proa, (en ocasiones) punto de reunión del personal científico. Te acomodas en un sofá tan enorme que no cabría en el comedor de tu casa. Apagas la luz, sigues con el bucle infinito de la misma canción.

Cuando te despiertas, son casi las siete y veinte. Está a punto de sonar la alarma del móvil. Ah, qué felicidad ¡has dormido tres horas seguidas sin toses aparentes! Ignoras que has incumplido una de las normas del barco (no dormir en las salas comunes) y te vas al camarote a vestirte y bajas a desayunar. ¡Hay donuts! Si hoy hay donuts es que es domingo. Saludas a los colegas y les cuentas tus aventuras nocturnas. Cuando baja el capitán, hablas con él de tus dolencias y los remedios que hay a bordo para curarlas. Tu compañera de camarote aparece y, sorprendentemente, no se ha enterado de tus toses nocturnas. Subes al puente y, el oficial que sale de guardia (que tiene mejor cara que cuatro horas antes. Tú probablemente no) te lleva a la enfermería, donde te da unos sobres. “Eso no te servirá de nada.”, dice un colega que pasa por allí, “Ponle una inyección de penicilina”, bromea. Estoy tan harta de toser, que acepto cualquier sugerencia.

Bajas de nuevo al comedor y, mientras diluyes unos polvos blancos en agua, que luego sabrán a limón, más compañeras sueltan lo de “Eso no te servirá de nada”. Te ríes con el oficial del éxito que tiene su diagnóstico pero te los tomas igual. Aunque sea como placebo, bienvenido sea cualquier remedio que intentes.

Te vas al camarote, te lavas los dientes y te preparas para empezar el día.

Y descubres que has perdido un pendiente.

En la foto, un dibujo que me hizo mi hermana el otro día, (espero que) para demostrar que me echa de menos. Tengo otros parecidos de otros amigos. Me ha costado decidir cuál publicar.

viernes, 24 de abril de 2015

Dos días en el mar

Ayer, cuando atardecía, salí hacia la proa del barco, en busca de cobertura. A lo lejos, vi algo saltar sobre el mar: parecían delfines. Corrí a la proa y efectivamente, un grupo de delfines comunes se colocó a nuestra proa, surfeando la estela que provocábamos mientras navegábamos. Dudé entre salir corriendo a avisar a los compañeros o disfrutar de ese instante mágico. Porque estas cosas son sólo eso, instantes, parpadeas, miras a otro lado, te despistas y ya te has perdido algo increíble. Me quedé ahí, alucinando, oyéndoles emitir sonidos, saltando como locos y (creo) mirándome de vez en cuando de reojo. Les hice algunas fotos malas con el móvil y dos vídeos. Nunca tienes la cámara en mano cuando la necesitas. Al final corrí dos cubiertas más arriba y llamé por teléfono a uno de los laboratorios donde suponía que había gente, les avisé y corrí de nuevo a proa. Los delfines ya no estaban. Claro.




La vida, a bordo, es así. Instantes, sólo instantes. Una sucesión de pequeños instantes, de pequeños momentos.

Hoy, durante todo el día, la niebla nos rodeaba. No la hemos visto mucho, nuestro trabajo se desarrolla a cubierto, digamos que en el sótano del barco. Yo, en cuanto puedo, me escapo al puente, quiero irme acostumbrando a subir y bajar escaleras para cuando toque mi parte del Festival de Primavera. Y allí estaba, todo el día, la niebla.

Para cenar, hoy hemos tenido huevos nido al horno. Ha sido una gran fiesta. Cuando comes a las 11 y cenas a las 20, el momento de la cena es muy esperado, por mucho que pares a media tarde a tomar algo. Además, en esta campaña (casi) todo el personal científico cena a la vez, lo que el momento se convierte en una auténtica fiesta. Las comidas son los momentos de descanso del día, el ocio, el momento de dejar de trabajar y compartir risas y charla.


Atardecemos frente a Marbella. Ya no hay niebla y el mar está en calma. Nada parece prever el temporal que se nos echa encima a partir del domingo. Ya veremos. De momento, disfrutamos de estos instantes de buen trabajo y mar plana.

Lo dicho. Instantes, sólo instantes.



He necesitado eso, otro instante, un instante en cubierta para tener buena cobertura de internet y publicar este post.


Buen fin de semana.

miércoles, 22 de abril de 2015

En las horas previas al mar

Ayer por la tarde llegamos a Málaga. Hoy empieza el primer Festival de Primavera de este año. Nos vamos al mar y nuestro punto de partida es esta ciudad.

El barco debería haber llegado anoche. O esta mañana. Problemas de último momento han hecho que la hora de llegada se atrase. Estará aquí en algún momento de esta tarde, según pueda capear con el temporal de levante que azota ahora mismo. Eso complica un poco todo, altera algunos planes. Yo ayer tenía que estar en Bruselas, en una reunión, pero no fui porque, con la planificación inicial, se me hacía complicado llegar a tiempo. Con el retraso, hubiera podido ir, pero ya tenía los billetes comprados. Esta mañana me he enterado que hay huelga en Bélgica, así que mi vuelta se hubiera complicado aún más. Menos mal que no he ido.

En el aeropuerto, ayer tenía aún encima el susto de los 2 días de retraso del equipaje en mi viaje a Ibiza. Para ir a Ibiza, mi maleta vino a Málaga, así que me parecía normal, en una de esas ironías de la vida, que para venir a Málaga, la maleta pasara por Ibiza. Viajaba con la misma compañía que entonces. Entre broma y broma, salió el equipaje y mi maleta no estaba. Qué gran susto. Luego descubrí el equipaje de nuestro vuelo había salido repartido entre dos cintas. No preguntéis por qué. Mi maleta apareció.

Cuando hace unos días descubrimos que el barco vendría con retraso y que pasaríamos una noche en Málaga sí o sí, decidí cotillear qué se cocía en el Festival de Cine de esta ciudad, a ver si podíamos hacer algo diferente. Descubrí sesiones de cine a 1 €, en la sección “Cosecha del año”, así que me pareció buena idea pasar parte de la tarde viendo “La isla mínima”. Se lo comenté a mi compañero de viaje y le pareció estupendo e incluso nuestra cicerone local se apuntó al evento. Lástima que, de camino al hotel, nuestro estómago pudiera más que nuestro interés cinéfilo (explicación: habíamos comido antes de la una, ya estamos con horario marinero, aún en tierra) y nos paramos a tomar una tapa. Cuando llegamos, sólo quedaban dos entradas. Éramos tres.

El plan B de la tarde se convirtió en compensar los 18 días de mar que nos esperan con ley seca, sin alcohol a bordo ni posibilidad de tocar tierra. Cañas, vermut, vino. Lo que se terciara en cada momento. Recorrimos las callejuelas del casco antiguo. Entramos y salimos de sitios, comiendo y bebiendo como si, efectivamente, fuéramos a pasar casi tres semanas en un barco en mitad del mar. Me caí y me torcí un pie (nada grave, sobreviviré) y acabamos volviendo a nuestros respectivos hoteles y casas con la satisfacción de haber aprovechado al máximo de nuestra última tarde libre en bastante tiempo.

Esta ha sido mi vida, en las horas previas al mar.

Hoy me he despertado con dolor de garganta y un tobillo resentido.

En cuatro horas, toca ir a recoger material.

En unas seis horas, llegará el barco.

Empieza el Festival de Primavera. Empieza la conquista de los océanos.

Pasaré por aquí cuando pueda. No prometo nada.

En la foto, vermut y concha fina. Anoche, en Málaga.

lunes, 20 de abril de 2015

"Delicioso suicidio en grupo" de Arto Paasilinna

Oí hablar por primera vez de este libro hace aproximadamente un año, durante el Primer Festival de primavera. Fue un día en el puente, estábamos charlando sobre libros y el capitán me lo recomendó. La historia me parecía curiosa: un grupo de finlandeses con inquietudes suicidas deciden formar una asociación y recorrer Europa buscando el lugar idóneo para cometer un suicidio colectivo. El toque de humor negro y un tanto absurdo parecía perfectamente adecuado para una historia que, de otra manera, sería un auténtico drama.

Algunas semanas después, encontré el libro de casualidad, creo que fue en la Feria del Libro y ahora, por fin, lo he leído.

La historia es exactamente como me la habían contado. Se inicia con el encuentro entre un empresario que quiere suicidarse y un coronel con las mismas intenciones, de forma casual, en un granero donde el primero pretende pegarse un tiro y el segundo ahorcarse. De ahí surge una curiosa amistad y una idea: fundar una asociación de gente como ellos, aspirantes a suicidas. Las expectativas de interesados superan sus expectativas, y así se forma un numeroso grupo cuyo único objetivo es morir. Desde las frías tierras nórdicas hasta el cabo del fin del mundo en Portugal, los esforzados pro-suicidas viven una serie de aventuras y situaciones entre cómicas y absurdas, incluyendo incidentes internacionales, encuentros con skin heads y alteraciones de pacíficos pueblos vinícolas. Por no hablar de los protagonistas y secundarios, todo un catálogo de personajes variopintos, con problemas y motivos varios para acabar con sus vidas.

Me ha gustado mucho el libro, lo he leído con una sonrisa permanente en los labios. A pesar de hablar de un tema tan serio y tan duro como el suicido (por lo visto, casi deporte nacional en Finlandia), el tono cómico se agradece y el estilo de road movie le da un tono muy dinámico a la historia. Me lo he pasado muy bien leyéndolo.

domingo, 12 de abril de 2015

La isla de todos los santos

Políticamente, las Islas Baleares son un archipiélago formado por cuatro islas principales y varios islotes. Geológicamente, el archipiélago está formado por dos grupos de islas, las Gimnesias (Mallorca, Menorca y sus islotes) y las Pitiusas (Ibiza, Formentera y sus islotes).

Aunque no os lo creáis, he pasado más de 30 años viviendo en las Gimnesias y nunca había ido a las Pitiusas. Es lo que tiene la insularidad, sobre la que he estado pensando mucho últimamente y sobre la que escribiré una entrada un día de estos.

Esta Semana Santa, he cubierto un vacío que tenía pendiente: ir a las Pitiusas, concretamente a Ibiza (o Eivissa), la mayor de ellas, la isla de todos los santos, sí esa isla en la que (casi) todas las poblaciones se llaman San o Santa algo. Excepto su capital.

Ibiza es el nombre con el que el mundo mundial conoce a la isla, Eivissa como la conocemos los habitantes de las islas. Eivissa es también el nombre de su capital, aunque, del mismo modo que para los isleños la capital de Mallorca no es Palma (ni mucho menos Palma de Mallorca) sino Ciutat, la capital de Ibiza no es Eivissa (ni mucho menos Ibiza) sino Vila.

Somos así los isleños.

A lo que iba. Me fui seis días (no llegó) a la isla de todos los santos. Pasé la mitad del tiempo sin maleta y la otra mitad con un virus intestinal. Un gran estreno para mi primer viaje vacacional en Semana Santa.

Pero, a pesar de todo, tuve tiempo de pasear, ver cosas, llegar a calas perdidas, visitar mercadillos hippies, hacerme a la idea de la locura que debe ser esa isla en verano, disfrutar de mares cristalinos y flipar con casas blancas. Hasta de ir a Formentera. Pero Formentera se merece entrada propia. Ya llegará.












miércoles, 8 de abril de 2015

Teatro

Contaba el otro día que tenía pendiente reseñar varias obras de teatro que he ido a ver en los últimos meses. Cuatro, para ser exactos. No sabía muy bien cómo enfrentarme a ellas, por miedo a que me quedara un post muy largo, y me llegué a plantear dedicarles un día a cada una, en plan “lunes de teatro”. Mira tú por dónde, así hubiera tenido un post por semana sobre teatro durante un mes. Pero al final, me he rajado y he vuelto a la idea inicial de agruparlas en un único post. Llevo demasiados días sin publicar y, en un par de semanas, voy a pasar casi tres (semanas) sin apenas conexión, así que o publico todo hoy o se queda en el limbo de los borradores.

“80’s. Ombres de dona” de EmbruixArt es una de esas obras de las que no conviene contar demasiadas cosas, porque hay muchas sorpresas dentro. Pero lo que sí que puedo decir es que es un homenaje a las películas de Almodóvar, a sus canciones y a sus mujeres. Música, baile, la atmósfera brillante del cine almodovariano y varias historias de mujeres. Ya hace unos meses que la vi, pero este fin de semana la vuelven a representar, así que la recomiendo y no sólo porque salga un amigo mío, que también.

En el fin de semana largo vacacional de finales de enero, aprovechamos la visita a Barcelona para ir a ver un musical, “Sister Act”. Algunos de los componentes del grupo de frikis amigos que fuimos tienen por costumbre ir al teatro cada año en este viaje, pero para mí fue la primera ocasión. Y valió la pena. La historia es bastante conocida: cabaretera de poca monta, testigo de un asesinato, tiene que refugiarse en un convento de monjas. Las canciones son diferentes a las de la película, pero todo el montaje destila alegría, buen rollo y positivismo por los cuatro costados. Me lo pasé pipa.

Fui a ver la última función de “Hello musik” casi de casualidad. Y no sé muy bien cómo definirla: tenía algo de concierto de un coro (el Mallorca Gay’s Chorus, que ya había visto antes), pero también tiene teatro, es casi, casi un musical, pero no llega a serlo. O sí. Bueno, es todo eso y un algo más. Es también un homenaje a “Sonrisas y lágrimas”, a su historia y sus canciones, pero también a otros muchos musicales. Lo pasamos muy, muy bien. Reímos y lloramos de risa, cantamos y bailamos. No sé cómo, pero acabé bailando en el escenario, como ya pasó la última vez que fui a ver un concierto de música coral, hace un año, allá por el Hemisferio Sur. Y yo tan feliz.

No había visto nunca representada “El método Grönholm”, ni tampoco la película basada en el texto, aunque sabía de qué iba. Me sorprendió mucho, muchísimo y para bien. Quiero decir, me la esperaba buena, pero el texto es fabuloso, me pasé media obra pensando “Ojalá yo fuera capaz de escribir algo así”. Y la versión que yo vi fue maravillosa, con unos actores entregados y con un toque divertido que, por lo que me han contado, no está en todas las adaptaciones. Sublime, de verdad.

Pues no ha sido para tanto. Pero ya lo dicen, lo bueno si breve, dos veces bueno.

viernes, 27 de marzo de 2015

Pues claro

Ya lo conté el otro día, estuve en Roma de viaje relámpago. Apenas 48 horas y, aún así, encontré tiempo para cenar en mi restaurante preferido, comprar en mi papelería favorita y para salir de mi zona de confort romana para visitar varias cosas nuevas (incluyendo un cementerio, pero también un museo y una iglesia). Tal vez, sólo tal vez, alguien se preguntará si he vuelto a Piazza di Trevi.

Podría decir que no, que he cumplido mi promesa y no fui a visitar mi adorada Fontana.

Mentiría.

Y, para mi sorpresa, luce así de bella, sin muchos de los andamios que la cubren desde hace meses.


En mi defensa, diré que veníamos de cenar y que algo de alcohol corría por mis venas. Así que decidimos volver al hotel haciendo un rodeo. Un rodeo de hora y media. Recorriendo algunos de los puntos claves (y que ya me conozco de memoria) de Roma. Y comiendo helado. Una maravilla.

Así que sí, lo admito, he vuelto a la Fontana de Trevi.

Pues claro.