miércoles, 15 de octubre de 2014

Hablar sin saber

Somos expertos en hablar sin saber. Somos expertos en dar opiniones definitivas de temas de los que sólo hemos leído los titulares. Somos expertos en dar lecciones magistrales después de ver un documental sobre algo de lo que antes ni sabíamos su existencia.

No es una novedad, no es algo nuevo, ni siquiera es algo a lo que una servidora escape. No en vano yo misma tengo una categoría en este blog llamada “lecciones magistrales”. En mi defensa diré que mis lecciones magistrales surfean entre consejos que a mí me hubiera gustado que me dieran a entradas netamente irónicas, rozando incluso lo absurdo.


En cualquier caso, nuestro día a día está lleno de expertos en hablar sin saber. Esa difusión del desconocimiento es la que provoca terrores colectivos y epidemias de ignorancia. Hoy mismo, hace un rato, en las noticias en una cadena de televisión nacional estaban hablando de una contaminación en el agua en Cádiz. La presentadora, ella muy ufana, comentaba que estaban a la espera de los resultados de los análisis y ha dicho algo así como que el problema sólo se daría por solucionado cuando los resultados de los análisis fueran “positivos”.

Madredelamorhermoso.

Pobres los de Cádiz, porque si les dicen que pueden beber agua cuando los resultados son positivos, se van a intoxicar.

Que yo sepa (y que me corrija la autoridad competente si estoy equivocada), si una analítica en busca de bacterias coliformes (como era el caso) es positiva, significa que hay presencia de las susodichas bacterias en el agua. Es decir, que “positivo” no significa que sea guay, bueno y estupendo, significa que efectivamente SÍ hay bacterias en el agua. En cambio, un resultado negativo no es que sea algo malo o triste, es que NO hay bacterias en el agua. Es lo mismo que, por ejemplo, un test de embarazo: positivo es que sí hay embarazo, negativo que no lo hay, cuando las connotaciones personales (“Uy, ¡qué bien!” y “Uy, ¡qué mal!”) son totalmente subjetivas y no tienen por qué coincidir con las anteriores.

Y ahora me imagino al político de turno ansioso por salir en la tele, acercándose a un posible afectado de ébola, diciéndole “Enhorabuena, me ha dicho que sus resultados son positivos, ¡qué bien!”. Y salir de allí todo sonriente, para ir a gastarse cuatro veces el salario mínimo en un balneario de relax, como gastos de representación, claro.

domingo, 12 de octubre de 2014

La naturaleza

Recuerdo que una vez, siendo pequeña, tuve que dibujar para clase un animal imaginario. No recuerdo ni qué edad tenía ni cuál era el propósito de aquella actividad, pero sé que dibujé un animal de cuatro patas, un reptil, con todo el cuerpo lleno de pinchos. Estaba muy orgullosa de aquel animal imaginario. Hasta que años después, en algún sitio, vi una foto de un animal muy parecido a éste:



Que era, ni más ni menos, el bicho que yo había dibujado. Qué decepción, la naturaleza era más creativa que yo.

También de pequeña, recuerdo que estaba fascinada por los mapas (sigo encontrándolos fascinantes). Me fascinaba la forma que tenían América del Sur y África, como prácticamente encajarían perfectamente si se movieran. Y me parecía que ese patrón se podría repetir en otros lugares de la tierra. Me entraban ganas de recortar el mapa e intentar encajar las piezas, como un puzle. Años después, cuando estudié algo de Geología y la tectónica de placas, descubrí que, efectivamente, los continentes son un auténtico puzle. De nuevo, la naturaleza me había ganado.

En otra clase de ciencias, estudiábamos los atolones, esas islas redondas con una laguna en el centro. El libro proponía una serie de explicaciones a su formación, creo que tres y la que más me llamó la atención fue la que decía que eran antiguos volcanes sumergidos. Me pareció una explicación tan bonita, tan creativa, tan imaginativa que no creí que fuera la verdadera, pero quería que fuera la verdadera. Y sí, efectivamente, era la verdadera. Una vez más, la naturaleza me sorprendió con su creatividad, lo había vuelto hacer.

Creo que fue así, poco a poco, a lo tonto, como me enamoré del planeta Tierra. Supongo que fue así, poco a poco, a lo tonto, como acabé haciéndome científica.

Me faltan vidas para seguir sorprendiéndome por la naturaleza que nos rodea. Me faltan vidas para ser capaz de entenderlo todo.

jueves, 9 de octubre de 2014

Ojos

Yo me enamoro por los ojos.

Me miran de manera un poco especial y ya me enamoro.

Soy así de simple, de fácil.

Luego puede venir todo lo demás, todo eso que dicen que te enamora de una persona. Pero a mí me miran más de tres segundos seguidos directamente a los ojos y ya creo que he encontrado al amor de mi vida.

No confundamos: no son todas las miradas, claro que no. No todo el mundo mira igual durante más de tres segundos. Pero, a mí, las miradas me enamoran.

Mirad qué simple soy.

Y así (de fatal) me va, claro.

PD: No os pensáis que hoy me han mirado así y me he emocionado, nada de eso. Simplemente, es una reflexión histórica de mi vida.

martes, 7 de octubre de 2014

La zona de confort

La zona de confort es algo así como estar a gusto con todo en nuestra vida y no pensar en cambiar nada de ella. La zona de confort por lo visto es un lugar horrible y aburrido, en el que no pasa nada. O al menos eso es lo que parecen decir cientos y cientos de fotos bonitas con frases profundas que circulan por ahí. Tipo estas:





No sólo eso, por lo visto, la zona de confort es un lugar gris y tenebroso y si quieres ser feliz y llegar a la zona mágica tienes que salir de ahí. O al menos eso parece.



O sea, la magia está más allá de donde tú vives.

Y un pimiento.

A ver, no pongo en duda la validez psicológica del término pero tengo la sensación de que lo de la zona de confort se nos ha ido de las manos. Parece que si no viajas con mochila a alguna selva, si no dejas tu trabajo para montar un negocio de forrado de botones o si no te separas de tu pareja e intentas ligarte a George Clooney, eres un desgraciado.

Y, qué queréis que os diga, lo de salir de la zona de confort está sobrevalorado.

Que sí, que no hay que acomodarse, que hay que aprender y que sólo si arriesgas conseguirás más pero, ¿por qué queremos más? O mejor dicho, ¿queremos todos realmente más? La vida es un continuo cambio y hay que adaptarse a nuestra realidad diaria para que encima haya que dejarlo todo para luchar por tus sueños. ¿Luchar por tus sueños? Ahora parece que todos debemos tener sueños exóticos, novedosos, apasionantes, apabullantes y vidas llenas de aventuras sofisticadas, fantasías sólo realizables si abandonamos nuestra realidad y que, cuando por fin consigues cierta estabilidad (laboral, social, familiar, o de cualquier tipo) hay que dejarlo de lado y pedir más. Siempre más y más y más.

¿No sería mejor, simplemente, parar un momento y disfrutarlo? ¿Al menos un poquito?

No me malinterpretéis, yo soy la primera que soy feliz cogiendo un avión y llegando a una ciudad desconocida, me encanta aprender y creo que hay que luchar por los sueños pero también me gusta pararme y disfrutar de cosas tan simples y sencillas como ver una serie desde mi sofá y tejer un poco, pasar un día en la playa o tomarme una caña con los amigos. No sé, creo que hay un equilibrio entre disfrutar de lo que se tiene y luchar por cosas nuevas. Está claro que vivir amargado con tu día a día, simplemente acomodado por la cotidianeidad es sinónimo de infelicidad, pero estar en continuo cambio, estar siempre avanzando, no disfrutar ni un minuto de lo que has conseguido para ir a por lo siguiente también es frustrante.

Repito, seguramente el concepto psicológico detrás de toda la parafernalia que circula por ahí es bueno, pero ¿”la vida comienza al final de tu zona de confort”?

WTF!?

En la zona de confort se está bien. Y sí, supongo que hay un riesgo de estancarse, claro, pero creo que la vida ya te obliga a salir de la zona de confort continuamente, lo quieras o no y a veces, es necesario disfrutar de la zona de confort. Lo dicho, ni tanto ni tan calvo, equilibrio.

Además, cuando sales de tu zona de confort en el fondo lo que haces es ampliar tu zona de confort, así que hasta ese sueño que has conseguido se transforma en polvo gris. Y tienes que volver a salir de tu zona de confort, sin tiempo para disfrutar de tus recién adquiridos méritos (o sueños cumplidos) y empezar de cero Porque, por lo visto “la vida comienza al final de tu zona de confort”.

Uf, a mí me estresa un poco. Porque para mí, mi vida es parte de mi zona de confort. Y, sí, claro, más allá hay cosas que voy descubriendo (voluntaria e involuntariamente) de manera continua. Pero también me gusta disfrutar de lo que conozco.

O igual es que, a menudo, cuando he salido de mi zona de confort, cuando he arriesgado, cuando he luchado por lo que soñaba, me he dado unas hostias impresionantes y por eso prefiero refugiarme en mi zona de confort, por pura cobardía o por propia comodidad. Porque de vez en cuando, apetece refugiarse en lo conocido antes de volver a arriesgar.

Todo esto viene porque estos días (o semanas o meses) hay obras por mi barrio y cada día tengo que buscar una nueva ruta para llegar al aparcamiento. O sea, mi zona de confort en este caso sería mi ruta habitual (aunque en realidad tengo 2, 3 y hasta 4 rutas más o menos habituales) y ya he pasado por la zona de aprendizaje (conducir por calles vecinas por las que casi nunca pasaba, entrar por mi calle en dirección prohibida) y hasta por la zona de pánico (saltarme algún ceda el paso con el consiguiente riesgo). Estoy impaciente en llegar a la zona mágica de esta historia aunque ni se me pasa por la cabeza qué maravillas mágicas van a traer a mi vida el salir de mi zona de confort automovilística.

Y aquí un video sobre la zona de confort que en su día me gustó mucho. Hoy no me he atrevido a volver a verlo, porque igual después de verlo borro esta entrada. Así que me arriesgaré y la publico.

lunes, 6 de octubre de 2014

Lo del ébola

La que se está armando con el virus del ébola. Esta tarde, estaba trabajando tranquilamente y escuchando la radio cuando he oído la primera alarma de un posible caso de contagio secundario a una enfermera de Madrid. Cuando he cogido el coche tras la clase de lindy hop, he oído por la radio el inicio de la rueda de prensa en la que se confirmaba la noticia.

“Menuda cagada”, he pensado.

Sí, menuda cagada.

Estuvimos discutiendo sobre el ébola en un soleado día de verano con unas amigas, todas biólogas de carrera u honorarias. Hacía pocos días que habían traído al primer religioso enfermo y, mientras algunas consideraban el hecho una barbaridad, yo no tenía una opinión tan clara. Bueno sí: tenía (y sigo teniendo) claro que si hubiera sido un familiar mío, hubiera querido lo trajeran. Pero, pensándolo fríamente, traerlo habría sido (y fue) una barbaridad. Luego hubo un segundo caso y pasó lo mismo, con el mismo resultado final. Y luego pasó lo del espeleólogo atrapado en una cueva peruana, en cuyo rescate no participó el Gobierno porque aparentemente no cubre accidentes en situaciones arriesgadas. O algo así. Aunque, ¿no deja de ser un riesgo trabajar con pacientes enfermos de ébola?

La cuestión es que lo de repatriar enfermos de ébola ha sido una cagada, como se ha demostrado hoy. O tal vez la repatriación no lo ha sido, pero que se haya producido (de momento) un contagio sí que es una gran cagada. Movilizar enfermos contagiados de un virus tan mortífero como éste es sumamente peligroso. Me flipó en su día que se decidiera de manera rápida y aparentemente sin ningún tipo de consulta. No hablo de la consulta catalana (jajaja), hablo de que tal vez, sólo tal vez, el Gobierno español no debería haber tomado esa decisión sin consultar no sólo a expertos en el tema, sino a autoridades superiores, sí, europeas, porque, no olvidemos, la circulación de personas es libre entre nuestras fronteras, con lo que repatriar a una persona enferma a España es prácticamente hacerlo a Alemania o a cualquier otro país europeo.

Igual suena frívolo, pero lo del ébola me recuerda soberanamente a “Guerra Mundial Z”, el libro, no la película que no he visto (ni quiero ver). Desde el primer momento en el que se habló de este brote de ébola, mi mente lo compara con la epidemia zombi del libro. Y sigo haciéndolo. Las imágenes de controles entre países africanos afectados por la enfermedad me recordaban terriblemente a los controles con perros para detectar zombis que describe el libro. Hasta la presencia de un supuesto suero curativo (o los correos en mi bandeja de entrada sobre una supuesta vacuna) tiene su equivalente en el libro. Y, al igual que pasa en el libro, está empezando a cundir el pánico, a un nivel, de momento limitado y siendo ésta una epidemia, de momento, más controlada pero mucho más terriblemente real.

Sólo veo una parte positiva a esto: tal vez ahora por fin, por fin ahora, los países llamados desarrollados acepten que hay un problema serio, muy serio en algunos países africanos y que es necesario todo el apoyo internacional para frenar este virus. Porque es una cosa seria, muy seria. Hay mucha gente muriendo por culpa del ébola, mucha. Es una enfermedad muy grave y muy contagiosa y en algunos países de África está haciendo estragos. Pero parece que las únicas muertes que importan son las de blancos. Una vez más, África sigue siendo la gran olvidada. O ignorada.

La ilustración, de André Carrilho, la vi hace algunos días en twitter y no podría parecerme más adecuada.

miércoles, 1 de octubre de 2014

En otoño

El otoño es mi segunda estación favorita del año, por detrás del verano. La única pega que le veo es que viene justo después de mi estación favorita, así que me pilla un poco enfadada porque aquélla se acabe. Pero me encanta el otoño, de verdad. Me encantan los días aún cálidos y las noches frescas, en las que hay que taparse ya un poco (o bastante) para dormir a gusto. Me encantan los atardeceres lentos, pausados y llenos de colores del otoño. Me encantan las tormentas, las lluvias inesperadas, el olor a tierra mojada.

El otoño también es un momento bonito en mi huerto urbano.

El fresal que hace unos meses estaba bastante raquítico se está reproduciendo a toda velocidad y ya son muchos los pequeños fresales que tengo que repartir entre amigos y conocidos.

Ya he recogido algún rabanito y otro muchos sembrados hace mes y medio están creciendo a buen ritmo. Igual que las zanahorias.

Y nuevos rabanitos y zanahorias han sido ya plantados.

Incluso me he sorprendido con la presencia de nuevos pimientos.

La buganvilla está más bonita que nunca, con flores y flores que no paran de crecer.

Y el otoño empieza a hacer mella en el bosque de ginkgos, con las hojas volviéndose poco a poco amarillas e incluso desprendiéndose ya de algunas.

Ah, otoño, dulce estación.

Pero yo aún tengo ganas de playa.