miércoles, 5 de marzo de 2014

Namibia

Llevo ya varios días en Namibia y aún no he contada nada de aquí. La verdad es que tengo la impresión de que ya lo he contado todo sobre Namibia. ¿Que no? Yo diría que sí. No en vano es el cuarto lugar en el que he pasado más tiempo en mi vida. El tercero si no contamos el mar.

Así que me he puesto a brujulear por el blog, para ver qué había contado y qué me quedaba por contar. Y, sí, creo que ya lo he contado todo, o casi todo y he decidido recopilarlo en un único post. A modo de resumen o de homenaje en éste el que será mi (dicen) último viaje (laboral) a Namibia.

La primera vez que estuve aquí, apenas fue una semana. Ya entonces sentí que esta ciudad, Swakopmund, era la Cicely africana, aunque también es, como me dijeron, África para principiantes. En aquel momento, me sorprendió la seguridad laboral del sitio en el que estoy. Y hablé de aves y mamíferos, y de peces, bueno, de pesca.


El segundo viaje, hace más o menos un año, fue más largo, tuve algo de tiempo libre y pude conocer algo más de la zona. Fui a ver la (impresionante) colonia de leones marinos de Cape Cross, a la que se llega a través de una carretera en mitad del desierto. Hice una excursión al desierto, donde descubrí que si hay micro-agua, hay micro-elefantes. E incluso tuve tiempo de sumirme en la melancolía que este lugar, este continente suele provocar en mí. Ah, y me llevé a casa unos elefantes namibios.

El tercer viaje, en septiembre, fue el más largo, con días de vacaciones incluidos. Fue tan largo que ya tenía hasta mis propias rutinas namibias y fui capaz de crear un listado de curiosidades namibias. En aquellos días, tuve tiempo de pasear por el antiguo muelle, donde perdí un pendiente que acabé recuperando. También visité alguna vez la laguna que hay en la desembocadura del río Swakop, con sus flamencos y otras aves, donde además hay un interesante ejemplo de cabezonería humana. En esos días, contemplaba con curiosidad a los turistas que se paseaban por la ciudad, con un poco de envidia, hasta que por fin me convertí en uno de ellos y visité Etosha, making of incluido. Ah, Etosha, qué maravilla. Esta vez de Namibia me traje unas trencitas en la cabeza y algo de arte y telas.


Después de todo esto, ¿qué más puedo contar?

Mi vida aquí estos días es una continuación, casi una imitación de mis viajes anteriores. Hay alguna diferencia, es verano y oscurece más tarde y la colega española ya no está por aquí. Pero todo lo demás sigue más o menos su curso, sigue igual. Estoy en el mismo hotel, hasta en la misma habitación con vistas al faro. Tengo las mismas rutinas diarias, lo que da a este viaje una tranquilidad y seguridad que me encanta. Estoy empezando a planear lo que haré este fin de semana, espero ir a algún sitio nuevo. Y luego ya empezará la cuenta atrás, porque el viernes de la semana que viene ya empiezo el viaje de vuelta.

Y eso es todo. No puedo contar mucho más sobre Namibia porque creo que ya lo he contado todo. Al menos todo lo que yo he vivido. Es así.

La foto, la bandera de Namibia, claro.

martes, 4 de marzo de 2014

Cine viajero

Una de las cosas que me sorprendieron gratamente en mis primeros viajes a Namibia es que en el vuelo que conectaba Alemania con Sudáfrica, los asientos iban equipados con pantallas individuales que permitían ver películas, series o documentales. En mi anterior viaje, no viajé por Sudáfrica y lo hice con una compañía diferente, y el avión no estaba tan equipado. Fue una decepción importante: un viaje de más de 10 horas se hace mucho más ameno si puedes ver algunas películas por el camino. Esta vez suponía que iba a ser igual, tampoco ahora he volado por Sudáfrica, pero, oh sorpresa, ¡estaba equivocada! Cuando al entrar en el avión vi que sí que tenía pantallas individualizadas, me alegré mucho, pero mucho. Y me puse a ver pelis como loca. No suelo tener problemas para dormir en aviones, pero esta vez dormí muy poco, unas cuatro horas creo. Así que vi unas cuantas películas, casi tres.

“The Great Gatsby” de Baz Luhrmann fue la primera. Ni he leído el libro de F. Scott Fitzgerald en el que se basa, ni he visto la versión anterior, así que no sabía muy bien a lo que me enfrentaba. Me encantó. Es una película visualmente muy atractiva, con un buen ritmo y con actores la mar de indicados. Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio) es un misterioso millonario en la Nueva York de los años 20, enamorado de una joven que vive justo al otro lado de la bahía. La historia la cuenta su nuevo vecino, Nick Carraway (maravilloso Toby Maguire), un joven que llega a la ciudad a probar fortuna. Lo dicho, me ha gustado mucho y me ha hecho descubrir que me encanta Toby Maguire. Je, je. Creo que me leeré el libro.


 “The Butler” de Lee Daniels no me atraía a simple vista, pero viendo el elenco de actores que participaban, me decidí. Tengo que admitir que no me gusta demasiado forest witaker, el actor que interpreta al mayordomo de la Casa Blanca que da título a la película. No sé, es un actor que siempre me parece que tiene la cara muy triste. Cuenta su historia, en paralelo a la historia reciente de Estados Unidos, desde que es un niño en una plantación de algodón hasta que ya es anciano y, ya retirado, va a visitar al primer presidente de Estados Unidos negro: Obama. Es una película muy correcta, por la que circulan grandes actores (la mayoría interpretando a ex presidentes del gobierno de Estados Unidos) y que refleja la evolución de la actitud del país hacia la gente de color. Pero no me ha emocionado especialmente. Repito, es una peli muy correcta y está muy bien, pero tampoco me ha entusiasmado.

“The Internship” de Shawn Levy la vi porque me desperté a las 4 de la mañana en el avión y ya no hubo manera de volverme a dormir. Aún así, no me dio tiempo de ver el final, no lo he visto aún, así que espero verlo a la vuelta o ya en casa. Pero bueno, me lo imagino. Es la historia de dos amigos que pasan de los cuarenta que se quedan sin trabajo y deciden “invertir en el futuro”, presentándose a un programa de becarios de Google durante un verano para conseguir un trabajo fijo allí. Obviamente, son la nota discordante, alrededor de jovencitos frikis con grandes conocimientos informáticos. Bueno, es una historia sin ningún tipo de transcendencia, pero es amena y entretenida. Y hasta graciosa a ratos.

Y por fin he visto “The Hunger Games” de Gary Ross. Ya conté aquí que el libro me gustó mucho y tenía muchas ganas de ver la peli. Esta no la vi en el avión, si no en las largas esperas en el aeropuerto, entre Frankfurt y Windhoek. Me ha gustado mucho, mucho. Me parece que refleja muy bien el espíritu del libro y aunque obvia algunos detalles (el papel de la chica muda que atiende a Katniss en las habitaciones del Capitolio, los aviones que se llevan a los muertos que caen en los Juegos o que los perros salvajes mutantes que aparecen al final son en realidad los tributos ya muertos) y cambia otros (el origen del pin que Katniss se lleva a la arena no tiene nada que ver y las notas que le llegan a Katniss con los regalos no aparecen en el libro), creo que es una muy buena adaptación. Eso sí, el actor que interpreta a Gale me parece perfecto para el papel (además de guapísimo), pero a Peeta no me lo imaginaba así. No recuerdo si en el libro se le describe como rubio, pero sí con aspecto sincero, casi inocente y el actor aquí tiene un punto tenebroso (o igual se lo veo yo) que no me cuadra demasiado con la descripción de la novela. Después de leer el primer libro, no sabía si prefería a Gale o a Peeta, bueno, igual sí, pero al menos te hacía planteártelo, dudar. Cualquiera de los dos parecía adecuado para ella. No sé lo que va a pasar, aún voy por la mitad del primer libro, pero después de ver la primera película, me he sentido obligada a escoger a Gale. Eso sí, si me tengo que quedar con un guapo en esta peli, me quedo con Wes Bentley. Qué descubrimiento, madre mía, ¿cómo no me había fijado en él antes? ¡Me lo pido!

Y con esto y un bizcocho, se acaba la primera entrega de cine viajero namibio. Habrá más. Supongo.

domingo, 2 de marzo de 2014

Océanos

De océanos de hielo...  


... a océanos de fuego.


Saludos desde Swakopmund, de nuevo en el Hemisferio Sur, de nuevo en la Southern Exposure.

viernes, 28 de febrero de 2014

Guisantes

Hoy he descubierto esto en mi huerto urbano. Ya están aquí, ya llegan los primeros guisantes.

:)


miércoles, 26 de febrero de 2014

Entre dos aguas

Octubre de 2010. Estoy sentada en la terraza de un restaurante en Estambul. Es de noche y hemos llegado hasta allí en un microbús. Es el día de la cena de grupo, ese día en las reuniones en las que todos salimos a cenar juntos, la social dinner la llaman los guiris. A mi lado, una colega italiana que siempre me trata con infinito cariño me cuenta lo mayor que (dice ella) es y lo poco que le queda para jubilarse. Enfrente, un colega griego al que acabo de conocer, criado en Alemania y con trabajo en España, se sorprende de que conozca una película griega que a los dos nos entusiasma, “Un toque de canela”. A su lado, una colega alemana que trabaja en Malta charla con él en alemán, poniéndose al día porque hace muchos años que no se ven, tal vez contándole sus vaivenes sentimentales. En algún momento de la noche, me encuentro con una colega (y amiga) francesa en el baño. Nos reímos. “He bebido mucho vino”, dice una. “Y yo”, dice la otra. Seguimos riendo. Nuestra conversación se desarrolla en ese inglés perfecto que tenemos todos después de unas cuantas copas de vino. Reímos de lo bien que nos lo pasamos cuando nos encontramos, hablamos de lo maravilloso del lugar, decidimos quiénes son los chicos más guapos de la reunión.

Es una noche mágica, como mágica es toda Estambul. Estambul es puro sentido, es vista, es olfato, es oído, es gusto, es tacto. Estambul es la visión de los minaretes de sus mezquitas, el olor a especias, el sonido del canto del muecín llamando a la oración, el gusto del zumo de granada, el tacto de sus piedras.

Estoy allí, en esa terraza en Estambul y oigo cómo un músico toca una guitarra española dentro del restaurante. Toca varias canciones. De repente, suena esto:


Sí, “Entre dos aguas”. Sólo que yo aún no sé que se llama “Entre dos aguas”. Es sólo una canción que me suena. Pero el chico griego la conoce muy bien y me habla de la canción, de Paco de Lucía y de que él también toca la guitarra. Así, en Estambul, descubro que esa canción que me suena es de Paco de Lucía y que se llama “Entre dos aguas”, gracias a un griego criado en Alemania.

Esa noche, alguien da una noticia de que otro colega ha conseguido un trabajo con una colega griega presente en esa cena. Ella está feliz, entusiasmada. Esa noche, volviendo al hotel en taxis, un colega francés se deja una mochila en uno. Él no se preocupa demasiado, porque no había nada de valor dentro.

No sé por qué recuerdo todos aquellos pequeños detalles de esa noche.

Noviembre 2010. Cadaqués. Estoy cenando con el colega griego y varios compañeros suyos de trabajo en el que es su campo base mientras realizan unos muestreos en la zona. Estoy recorriendo la costa catalana, en plena road movie, yendo por los puertos, reuniéndome con pescadores, responsables de cofradías, muestreadores. Esa misma mañana, he recibido una llamada desde Bruselas y me han ofrecido ser la silla de una reunión por tres años y aún no sé muy bien qué decidir. Y ahí estoy, en mitad de un grupo de gente que no conozco, disfrutando de una ya fría noche de otoño. Yo he llevado productos típicos de mi tierra (sobrassada, aceitunas, queso mahonés) y un italiano cocina platos de pasta maravillosos. En algún momento de la noche, vuelve a sonar “Entre dos aguas”, la pone el chico griego en su portátil y hablamos de Estambul, del trabajo, de música, de guitarras, de cine. Tras la cena, salimos a tomar algo (café, infusión) en el Casino. Dan fútbol por la tele. Juega el Barça. Champions creo.

Febrero 2014. Mi hermana la gafapasta envía un correo que dice “¿Habéis oído lo de Paco de Lucía?”. Entro en twitter pero ya me imagino que es “lo”. De repente viene todo esto a mi mente. Estambul, las guitarras, los colegas, Cadaqués. Pienso en el chico griego, que ahora trabaja en Alemania y sé de él a través de otros, porque hace tiempo que no nos escribimos. Pienso en toda esa gente que compartió conmigo aquellos días. En cómo me he ido cruzando con unos y otros, aquí y allí, en los que ya se han jubilado pero aún siguen al pie del cañón, en los que veo muy de tanto en tanto pero con los que mantengo esa complicidad que sólo el tiempo da, en los que ya no se hablan entre ellos, en los que aún no se han jubilado, en los que me he encontrado de nuevo pero no he sabido ubicar. Y trato de recordar cuándo volví a escuchar “Entre dos aguas”. No oírla así como si nada, sino cuándo la he vuelto a escuchar de verdad, consciente de ello, como la escuché en Estambul y en Cadaqués. Y no lo recuerdo. Casi juraría que, desde entonces, no la había vuelto a escuchar. ¿Es posible? Sí.

No sé nada de música y no sé nada de de flamenco. Así que esto es todo lo que puedo contar sobre Paco de Lucía.

La foto, Estambul, octubre 2010.

martes, 25 de febrero de 2014

Regalos

Me estoy volviendo un poco loca con esto de hacer bufandas. Lo bueno es que no son para mí, así que puedo hacer tantas como quiera. Lo malo es que me centro en hacer algo que sé que me va a salir (más o menos) bien y no me lanzo a hacer lo que realmente debería: jerséis. Tengo uno pendiente de deshacer y rehacer y otros dos con la lana comprada. Pero no me pongo a ello, no. Me centro en pequeños proyectos que sé que son más manejables. Supongo es el miedo a embarcarme en proyectos más grandes.

Bueno, sea lo que sea, lo que está claro es que últimamente le estoy dando mucho a tejer bufandas. Estas dos las acabé ya hace tiempo, pero no ha sido hasta estos días cuando se las he dado a sus nuevos dueños. Y aquí están, dos nuevas bufandas, una con flecos y otra sin.






lunes, 24 de febrero de 2014

Operación Palace

Me gusta bastante Jordi Évole y veo bastantes veces “Salvados”. No lo veo todas las semanas, ni siquiera lo veo dependiendo del tema que trate, sino que lo veo según mi estado de ánimo. El programa de Évole me suele cabrear mucho y, aunque es una cosa muy necesaria siempre y en particular en estos tiempos que corremos, algunos domingos no estoy para más cabreos que los estrictamente necesarios en una víspera de lunes.

La cuestión es que ayer se confabularon una serie de hechos que me hicieron plantarme delante de la tele en horario de Évole. Sabía que era un reportaje sobre el 23-F y que no era un programa habitual, pero tampoco le había dado más importancia. En realidad, no es que me interese demasiado el 23-F, no por nada, sino porque es una parte de la historia española reciente que yo no recuerdo para nada y de la que siempre he creído que sabemos menos de lo que deberíamos. Aunque a veces parece que nos lo han contado todo.

Tenía el programa de fondo, mientras hacía otras cosas, así que no le prestaba atención. Pero enseguida me llamó la atención algo. ¿Estaban insinuando que el Óscar de Garci fue tongo? Es lo primero que me sorprendió. Al cabo de un rato, levanté la vista, ¿un montaje sobre el golpe de Estado? ¿Estaban diciendo que se preparaba un montaje de golpe de Estado pero el de verdad se adelantó o que el que creíamos real era un montaje? El interés que despertó en mí me hizo ir a por las gafas para ver mejor la tele (que me ponga las gafas para ver la tele implica que realmente estoy interesada lo que estoy viendo y no es sólo televisión ambiental). Una de dos, o Évole se estaba ganando a pulso entrar en los libros de Historia o todo era una gran broma. Parecía una broma pero... ¿una broma sobre el 23-F? ¿Alguien se atreve a bromear sobre el 23-F? Me lancé a twitter, que es donde se cuece todo. Y sí, allí ya había quien decía cosas como “Si sale alguien hablando en inglés, es todo una broma” (e inmediatamente salió alguien hablando en inglés) o que si estábamos delante de un evento de las características de “La guerra de los mundos” de Orson Wells (pincha aquí si no sabes de qué hablo). No sé cuándo decidí que lo que estaba viendo no era real, pero había demasiadas cosas que no me cuadraban. ¿Garci reconociendo que su Óscar era un tongo? ¡Ja! (Sí, lo sé, políticamente seguro que esto es lo menos escandaloso del reportaje –si fuera real- pero a mí es casi lo que más me impactó, será por las reminiscencias cinéfilas de mi adolescencia).

Al final sí, realmente todo es un falso reportaje del que se habló mucho ayer por Internet y hoy allí y en muchos otros sitios (supongo, porque he preferido no oír/leer nada hasta escribir mi propia opinión). Hay quien aplaude a Évole y hay quien lo mataría ahora mismo. Yo soy de las que, cuando acabó el reportaje, tuve ganas de levantarme y aplaudir. Me gustó mucho, mucho. Me pareció ameno, valiente y con un transfondo mucho más allá del 23-F. El reportaje de ayer es una crítica al hecho de que, aún hoy, los archivos sobre el golpe de Estado son secretos, así que cualquier cosa que pensemos, que nos inventemos, que especulemos podría ser tan verdad o tan mentira como lo que realmente sabemos. Sí, el 23-F pudo ser un montaje como el que mostró ayer Évole. O puede que Tejero fuera un extraterrestre que intentaba invadir la Tierra empezando por nuestro país. O puede que lo que sabemos fuera la verdad. Pero no lo sabemos, porque esos archivos siguen siendo secretos. Toma.

El reportaje también es una punzante arma para los espectadores, ¿tenemos que creernos todo lo que vemos en la tele? ¿Nos lo creemos? ¿Opinamos de manera encarnecida sobre todo lo que nos cuentan en la tele? Yo cuando empecé a verlo, no escribí en twitter nada sobre el reportaje. ¿Por qué? Porque desde el primer momento, tuve dudas. No me voy a hacer aquí la más lista y decir que desde le minuto cero supe que era mentira, porque no es cierto. Pero tampoco en el minuto cero me creí todo lo que vi, no me lo tragué como cierto. No es que sea una experta en periodismo y no sé cuándo decidí no creerme todo lo que sale por prensa y tele, pero la primera vez que se publicó un reportaje en la prensa local sobre un proyecto en el que participé y vi que habían publicado la conclusión principal justamente de manera contraria a como había sido, decidí que nunca me creería nada sin antes pensarlo un poco antes. Y eso es lo que, como espectadores, como sociedad, nos hace falta: ser críticos, poner en duda todo, absolutamente todo lo que nos dicen, lo que nos enseñan, lo que nos cuentan. Tal vez es mi espíritu científico el que me lleva a dudar de todo lo establecido (esa es la base de la investigación), pero creo que esa incredulidad debería ser básica para que no nos convirtamos en robots.

Por último, creo que el reportaje de Évole se merece un aplauso por la valentía de hacer algo así en un país en el que no estamos, para nada, acostumbrados a este tipo de ficción. Esto está muy relacionado con lo anterior. En un país en el que mucha gente se sigue indignando con las noticias de “El mundo today”, necesitamos más mundostoday y más falsos reportajes de Évole para educar al personal en la autocrítica. Recuerdo perfectamente la primera vez que me creí un falso reportaje. Se publicaba en un suplemento dominical. No recuerdo si yo aún era una estudiante adolescente o estaba ya en la Universidad haciendo Biología, pero vi un reportaje de un tal Jean Fontana sobre unos fósiles que se habían encontrado de un animal ya extinto que se parecía mucho, pero mucho a las míticas sirenas. Flipé, flipé en colores. ¿Cómo podía ser aquello verdad? Y sobre todo ¿cómo podía ser aquello verdad y nadie me lo había contado antes? Al final del reportaje descubrí que en realidad Jean Fontana es Joan Fontcuberta, un artista especializado en fotografía que había creado aquel falso reportaje. Mirándolo bien, al inicio del reportaje ponía algo así como “relato” o algo que indicaba claramente que no era un reportaje, sino una simple ficción. Me cabreé mucho, muchísimo, ¡cómo alguien osaba tomarme el pelo así! Con el tiempo, relativicé mi cabreo y valoré mucho más aquella historia (fabulosa, por otro lado). En realidad lo que me cabreaba era que algo tan increíblemente maravilloso no fuera real. Me cabreaba que la fantasía fuera mejor que la realidad, que la maldita realidad (una vez más) no le llegara ni a la punta de los zapatos a la fantasía. Y me enseñó a no creer a pies juntillas nada de lo que viera o leyera.

Resumiendo. Somos corderitos que nos dejamos llevar al matadero sin ni siquiera plantearnos nada. Nos lo creemos todos, lo engullimos y nos puede más el opinar antes de verificar lo que nos cuentan. Así nos va, así nos irá. Flipamos con las distopías de las novelas de ciencia-ficción futurista, pero somos ya carne de cañón para protagonizar nuestra propia distopía. Así que cuidado con lo que os creéis.

Enhorabona, Jordi! Ets un puto crack!