No recuerdo cuándo ni por qué me compré este libro. Supongo que me llamó la atención la portada y la historia, la de un afinador de pianos inglés que, durante la época victoriana, es requerido por el ejército británico para viajar a Birmania a afinar el piano de un comandante médico. Luego descubrí que su autor es de mi quinta, médico y biólogo, así que aún me sentí más atraída por el libro.
Este libro es maravilloso. No haría falta que dijera más. Es un libro bello, de esos que parecen poesía aunque leas prosa. Puro lirismo. La historia de Edgar Drake, el afinador, los preparativos del viaje, el viaje en sí, su encuentro con el médico, Anthony Carroll y sus días en Birmania están contados con una delicadeza y una elegancia que me atraparon en cuanto empecé a leerlo. El libro destila amor y admiración por una civilización lejana, para mí hoy en día, pero aún más para su protagonista, pero también por la música.
Hacia el final del libro hay un capítulo maravilloso, una carta que escribe Drake a su esposa, que resume a la perfección lo que sientes y vives cuando viajas a un lugar extraño, la sensación contradictoria de querer quedarte allí para siempre pero también de querer partir para volver a tu hogar. Cómo ves lo que tienes alrededor, cómo lo absorbes para no olvidarlo nunca. La euforia de descubrir cosas maravillosas y el extraño vacío que, aún así, sientes. La manera de que los lugares nuevos te cambian por dentro, lo que te hacen sentir, esa extraña mezcla de dolor y alegría que tienes ante la perspectiva de abandonarlos. El libro es maravilloso, pero aunque no lo fuera, sólo por leer este capítulo, vale la pena.
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