Es una noche cálida de otoño, sábado. Diecisiete personas vuelven de una copiosa cena en un restaurante que estaba cerrado, pero que han abierto para ellos. Ya casi no hay turistas en otoño en esta pequeña isla mediterránea. Diecisiete personas en la mesa es mal augurio en Italia, así que el dueño del restaurante deja un juego extra de copas en una de las cabeceras, para engañar a la mala suerte.
La vuelta es ligera y amena, casi dos quilómetros de camino entre charlas y risas en varios idiomas, el vino ha corrido alegre durante la noche y ya llevan demasiados días fuera de casa, demasiados días de trabajo. La perspectiva de seguir trabajando al día siguiente, domingo, hace que disfruten más de esas pocas horas de ocio. Caminan por la carretera, rodeada de casas de manera continua, evitando los pocos coches que de vez en cuando aparecen. Cuando ya se acercan al hotel, pasan por un núcleo más concurrido donde algunos jóvenes y no tan jóvenes pasan la noche del fin de semana apenas iluminados por la luz de los móviles. “Imagínate un invierno aquí”, dice alguien.
Al llegar al hotel, algunos levantan las manos. Quien más quien menos la levanta: cuando se recuenta el quórum para algo, suele ser para algo bueno, así que casi todo el mundo se apunta. No hay mucho que hacer en esta isla y cualquier plan es bienvenido. La discusión se centra en si levantar la mano para ir a dormir o para ir a nadar. Es casi medianoche, llegar a la zona más civilizada de la isla, el puerto, es inalcanzable a pie, así que esas son las dos únicas alternativas.
“En cinco minutos, todos aquí para nadar”. “Todos” al final son nueve personas que se dirigen entre risas por la carretera hasta la estrecha cuesta que baja a las piscinas naturales. Una señora que ha salido a pasear su perro les mira con sorpresa e incredulidad. La luna, casi llena, ilumina alegremente la noche. Pero la ruta de bajada discurre por un camino estrecho, entre casas y árboles, así que la luz de los móviles guía el camino por los tramos más oscuros.
Al llegar junto al mar, el espectáculo es maravilloso: el mar, en calma; las rocas volcánicas, cálidas bajo los pies desnudos; la temperatura, suave; la luna, llena y brillante, ilumina con una tenue luz azulada todo el paisaje. Es impresionante. Los bañistas empiezan a quitarse la ropa, entre risas y gritos. De los nueve aventureros, seis se quedan en bañador, mientras los otros tres prometen que se ocuparán de recontarlos y comprobar que nadie se ahoga. Más gritos, más risas y saltos desde las rocas. Chop. Chop. Chop. Chop. Chop. Chop. Seis cuerpos chocan contra la superficie del agua, a intervalos irregulares, con gritos y risas como banda sonora. El agua está fresca, no fría, ideal en ese improvisado baño nocturno, y los bañistas chapotean alegres a la luz de la luna. Más risas, más gritos, más alegría sonora que debe estar oyéndose a lo largo y ancho de esta pequeña isla.
Salir del mar es otra aventura. Algunos de los bañistas conocen el camino por las rocas, porque ya han nadado allí esa misma tarde, pero no cuentan con la migración nocturna de los erizos, que ahora ocupan casi totalmente su camino de salida. No deja de resultar irónico, porque todos ellos se dedican a estudiar criaturas marinas. Al final salen, despacio, uno a uno, ayudados por las gafas de bucear que alguien ha llevado y por los que les van precediendo. Los que han quedado en tierra hacen el recuento comprobando, entre risas, que no ha habido bajas entre los nadadores nocturnos.
El camino de vuelta es igual de alegre, bajo la luz de la luna. La subida les deja sin aliento, pero no les quita la alegría y la sensación gratificante de que han vivido un momento maravilloso. Se despiden entrando al hotel, consultando el reloj y contando las horas que van a poder dormir. Al día siguiente es domingo, pero aún así toca trabajar. Se dan las buenas noches en varios idiomas, sonriendo, en el pasillo silencioso del hotel y prometiendo repetir la experiencia la noche siguiente.
Fuera, la luna sigue brillando.
En la foto, el lugar del baño nocturno, a la luz del día, a media tarde, cuando ya hubo un primer baño improvisado.
9 de 17 se atreven a bañarse a esas horas? Buen porcentaje de valentía!! jajaja Cuesta creer que a un sitio tan chulo se vaya a trabajar. Pero si ni queda más remedio que currar, mejor que sea en un sitio así ¿no?
ResponderEliminarBueno, al final nos bañamos sólo 6, los otros 3 nos vigilaban. Sí, ahora que lo pienso, estuvimos un poco locos, jajaja, pero la noche lo pedía. Y efectivamente, ya que hay que currar, al menos que haya buenas vistas (y comida).
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