Últimamente, cada vez que voy a bailar lindy hop, no hago fotos, sólo bailo, bailo, bailo.
Me gusta esta nueva yo que no puede parar quieta cuando oye música swing. Por eso no puedo escuchar swing mientras trabajo, porque acabo moviendo los pies debajo de la mesa y siguiendo el ritmo con las manos. A veces sí que lo escucho, mientras cocino o estoy por casa e improviso pasos de baile en el pasillo o de camino al balcón a tender ropa. Pero no es sólo eso, aunque no esté escuchando música, de vez en cuando viene a mi mente alguna melodía, alguna letra y mis pies se dejan llevar, tanto si estoy tumbada en la cama como subiendo las escaleras en el trabajo.
No hago fotos, decía, sólo bailo. Ayer no fue menos, así que la que ilustra esta entrada es prácticamente la única foto que hice, mucho (mucho) después de la medianoche, cuando ya nos íbamos, casi los últimos, en esa extraña competición no convocada de ver quién se va más tarde. Salimos a las calles desiertas de un pueblo del centro de la isla, notando el frío, la humedad de la madrugada chocando con nuestros cuerpos aún empapados de sudor del que ha pasado horas bailando.
Qué grande la Glissando Big Band, qué bien alargar la noche con Dj Set Sing Sing Sing.
Esta mañana me pitaban los oídos y seguía oyendo la música en mi cabeza. Aunque, he de deciros, que cuando acabó el concierto pensé “¿Ya? ¿Cómo que ya?”.
El tiempo vuela cuando te lo pasas bien. El tiempo vuela cuando tus pies vuelan con la música.
Hoy necesitaba una siesta pero no he podido dormirme. Y por la tarde he ido al teatro. Estoy cansada de las pocas horas de sueño de la pasado noche pero, ¿sabéis qué? Ahora me iría a bailar. De hecho, escucho swing mientras escribo esto.
¿Qué me pasa, doctor? ¿Es grave?
[Esta entrada llegó primero a instagram, pero allí se quedó corta así que se ha transformado en entrada de blog].
That's good!
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