Suena el despertador, son las cinco y diez de la mañana. En ese momento, maldigo la idea que tuve de ofrecer una visita a la subasta de pescado a los colegas de varias nacionalidades que esta semana están en una reunión con nosotros. De unos veinte participantes se han apuntado nueve. No está mal, teniendo en cuenta que la subasta empieza a las cinco y pico de la mañana y, en estas reuniones, los días se hacen particularmente largos.
Me levanto y espero que una colega francesa, que por motivos que no vienen a cuento acojo estos días en casa, se duche para ducharme yo. Qué raro es compartir casa.
Pasan unos minutos de las cinco y media cuando salimos de casa. La lonja de pescado está a apenas cinco minutos, pero toca hacer ruta por varios hoteles para recoger a algunos colegas. Un grupo de italianos, que ha alquilado un coche, me ayuda en la recogida.
A las seis en punto nos encontramos todos a la puerta de la lonja. Es sorprendente, a esas horas la ciudad está prácticamente muerta, pero cuando te acercas al puerto, el olor a pescado, el murmullo de conversaciones, la acumulación de camiones frigoríficos y el sonido de los mandos a distancia que se usan en la subasta denotan que ahí, detrás de las paredes naranjas de ese edificio de líneas rectas, se cuece algo.
Nos reciben dos representantes de los pescadores que nos acompañarán en la visita. Hace tiempo que no los veo y siempre es agradable charlar con gente del sector, que nos dan un punto de vista de lo que pasa en el mar más allá de los datos, los modelos matemáticos y las aproximaciones científicas. Entramos en la lonja y, ante nosotros, se descubre todo un mundo de criaturas marinas.
Siempre me sorprende, fascina y alegra una visita a la subasta de pescado. Y la sensación es extrapolable a cualquier lonja del mundo, a cualquier mercado y a cualquier puerto en el que veo desembarcar pescado. Esta vez, además de la fascinación del lugar, observo fascinada la reacción de mis compañeros de visitas: vienen de Italia, de Francia, de Grecia, de Colombia y hasta de Bruselas. Aunque al principio intentamos mantener un poco de orden, al final acabamos todos desperdigados entre las cajas que ya han sido subastadas, colocadas ordenadamente para que los compradores las recojan, cuando acabe la subasta.
La muy apreciada gamba rosada, merluzas, cabrachos, peces planos, muchas rayas y bastantes tiburones, el dorado o llampuga, del que tan sólo hace una semana que empezó la temporada o los galanes o raors, cuyo elevado precio (más de cincuenta euros el kilo) refleja que la temporada empezó sólo un día antes. Peces espada, un dorado macho, con su característica cabeza, de tamaño desmesurado, morenas, peces planos y hasta alguna langosta, ahora que su temporada casi ha acabado ya.
No sé cuánto tiempo pasamos mirando las cajas, comentando las especies, respondiendo a las preguntas que los colegas nos hacen. En un momento dado, nos vamos hacia el fondo de la lonja, a la parte de las cámaras donde se guardan las capturas de la tarde anterior y salimos por la puerta del costado, la que da al mar y a la Catedral, la que tantas veces atravesé en los años en los que pasaba días enteros en el mar, en barcos pesqueros. Uno de los dos palangreros de fondo de la isla está desembarcando su captura: peces espada. Nos acercamos a verlo: aunque su puerto está en el norte de la isla, el mar le ha obligado a cambiar de ruta y acabar hoy aquí. Vemos cómo los enormes peces espadas pasan delante nuestro mientras, al fondo, las primeras luces del amanecer se adivinan en el horizonte.
Un poco después de las siete decidimos que es hora de tomarse un café, nos dirigimos a la cafetería del Club Náutico con vistas a un ambiente muy distinto al que acabamos de ver: yates enormes en los que ni podemos soñar con estar. Nos tomamos el café (yo té) y charlamos de lo que acabamos de ver. En la mesa, se habla castellano, catalán, italiano, griego, francés e inglés.
Poco antes de las ocho, volvemos a los coches y nos dirigimos a la oficina. Estamos cansados y somnolientos, nos espera un largo día por delante. Pero llevamos las retinas cargadas de imágenes que nos acompañarán todo el día.
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