martes, 17 de marzo de 2015

La caja de las muestras

Creo que lo he contado alguna vez: empecé a tejer dos semanas de defender mi tesis doctoral, como método para relajarme, para olvidarme de lo que se me venía encima, de no pensar al menos durante un ratito cada día que estaba a punto de jugarme mis últimos diez años de trabajo investigador en sólo un par de horas. Fue una terapia alucinante, que me enganchó a las agujas y me descubrió todo un mundo que me encanta, aunque mucha gente no lo entiende (sin ir más lejos, conozco a una gafapasta por ahí que me puso por escrito lo de “lo que tienes que hacer es tejer menos y salir más”. Sí, voy).

La cuestión es que de eso hace ya dos años y medio y, a pesar del poco tiempo transcurrido, creo que he evolucionado mucho como tejedora. Al principio fui impaciente, quería acabarlo todo ya. Empezar un proyecto y tenerlo en mis manos listo en un plis. Y eso es imposible en el mundo de las agujas. Está claro que hay proyectos más largos que otros, pero siempre, siempre requieren una cierta dosis de paciencia, de saber encontrar los tiempos, de saber esperar a ver completado un proyecto. No siempre es posible tejer todo lo que una quisiera, ni a la velocidad deseada.

Como decía, antes era impaciente y, al principio, nunca hacía una muestra. Una muestra es simplemente probar la lana que vas a usar con las agujas que vas a trabajar y compararla con la muestra que describe el patrón. Es una manera de asegurarte que, si sigues un patrón de una talla determinada, conseguirás el resultado esperado. Al principio, en realidad, no las necesitaba: para tejer bufandas y cuellos, se puede improvisar sin problema. Pero con el tiempo, me di cuenta que tejer la muestra me servía de mucho, no sólo para comprobar que las cosas van a salir bien, sino para familiarizarte con la lana y los puntos. La cuestión es que, a lo tonto, empecé a tejer muestras (que es lo que toca) y las tenía por ahí dispersas. Un día pensé que sería mejor tenerlas todas juntas. Primero pensé en engancharlas en un cuaderno, hacer uno personalizado, del tamaño y tipo de páginas adecuado, en plan scrapbooking. Pero yo de eso no sé nada y necesitaba algo más inmediato. Luego recibí como regalo un libro y mi cuaderno de deseos dentro de una caja floreada (del tamaño de una caja de zapatos) y, pocos días después, decidí que la caja era perfecta para guardar muestras.

Así que fui buscando las muestras que tenía por ahí y… bueno, no son tantas, pero ya tengo algunas. A cada una le he ido enganchando una etiqueta de la lana con la que están tejidas y otra etiqueta con información sobre la muestra (número de puntos, número de vueltas y tipo de punto). Primero las etiquetas fueron sólo hojas de papel. Después intenté conseguir algunas más bonitas, pero de lo que vi, nada me convenció. Así que, al final, me hice yo misma las etiquetas, con papel de carta azul que tenía por casa y washitape. La caja, además, cabe perfectamente en mi mueble del comedor, así que me parece un elemento decorativo maravilloso.

Tengo ganas de ver cómo se va llenando la caja. En las fotos, la caja. Y las muestras.


 



No hay comentarios:

Publicar un comentario