Mañana del día de Nochebuena.
06:30. Suena el despertador de mi móvil nuevo. Al principio no lo reconozco, ¡suena tan raro! Lo paro. Durante un mini-segundo me planteo realmente lo de levantarme. ¿A las seis y media? ¿En un día que no trabajo? ¿En invierno? ¡Ja! Me doy la vuelta y me acurruco entre las sábanas.
06:40. Pero tal vez debería levantarme. Yo había puesto el despertador por algo guay. Pero igual no vale la pena. Es invierno. Es de noche. Hace frío. Y estoy en la cama súper feliz, súper abrigadita. Pero si no me levanto, igual me arrepiento. Pero si me levanto y luego no vale la pena, igual me enfado por no haberme quedado en la cama.
06:44. Vale, el límite son las siete menos cuarto. Si a y 45 no me levanto, pues ya no me levanto. Pero si quiero ir… pues me tendré que levantar.
06:45. Suena el despertador radio, colocado a una distancia suficientemente lejana como para obligar a levantarme para pararlo. Mierda. Ahora sí que no me podré dormir. No lo entiendo. Cuando suena para ir a trabajar, ni lo oigo. Y hoy sí. ¿Será una señal? Venga, me levanto.
06:46. Fantaseo con la idea de salir a la calle con el pijama debajo de la ropa. Pero tampoco hace tanto frío. Bah, no voy a desayunar, así gano tiempo. Pero tengo hambre. Mucha hambre. Miro por la ventana: hay nubes, pero no está totalmente cubierto. Hay esperanzas.
07:00. Desayuno una tostada de pan con sobrasada y miel. ¿Que nunca lo habéis probado? Es néctar de dioses. Me salto el té, ya me lo tomaré cuando vuelva.
07:10. Me visto. Voy sobre la hora prevista. Cojo la réflex digital. Le ponto el objetivo 55-200 y meto el 18-55 en el bolso. Por si acaso.
07:15. Salgo de casa. Es de noche. No hace tanto frío como creía. Menos mal que me he quitado el pijama.
07:19. Llego a la parada del servicio público de bicis. Hay muchas, muchas bicis. Hm, tal vez haya salido demasiado pronto de casa.
07:23. Llevo a mi destino. Si es que esto de las bicis es la leche. Vale, es muy pronto. Qué digo yo, requetepronto. Llego a la entrada del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, Es Baluard, situado en el recinto amurallado que rodeaba la ciudad. Oh, hay más gente. Menos mal. No he sido la única pringada que se presenta aquí a estas horas. Siguen las nubes.
07:30. La chica de seguridad del Museo aparece puntual a abrir el acceso a las terrazas, acceso abierto de forma excepcional estos días. Y a estas horas. Nos da los buenos días a la poco más de media docena de pringados cargados con cámaras de fotos, trípodes, guantes y bufandas.
07:32. Subo por primera vez a las terrazas de Es Baluard. Nunca había estado. Aún es de noche. Las vistas son preciosas: la Catedral (nuestra Seu), el Castillo de Bellver, toda la ciudad, la bahía. Un enorme crucero espera para entrar en el puerto.
07:45. Esto se va animando. Cada vez hay más gente. La gente va tomando posiciones. Poco a poco, se va haciendo de día. La oscuridad va dejando paso a una claridad tan tenue que apenas es perceptible. Ahora soy totalmente consciente de que he madrugado demasiado. Pero no pasa nada. Voy haciendo pruebas con la cámara, jugando con la luz, apreciando esa claridad tan sutil que va iluminándolo todo.
07:50 (o por ahí). Se apagan las luces de las calles. Cada vez hay más claridad. Y más gente. Pero hay nubes. De todas maneras, hay una pequeña franja despejada en todo el horizonte. Aún hay esperanzas…
07:55. Vale. Ya. Que salga el sol de una vez, que empiezo a tener frío.
08:00. Suenan las campanas de algunas iglesias. La claridad del día es palpable. La Seu, a contraluz, sigue estando oscura. La piedra y el cristal de su rosetón parecen del mismo material, oscuro, gris, apagado.
08:03. Ya nos vemos todos las caras. Quien más quien menos mira de reojo a sus compañeros de excursión matutina, sólo sombras hasta pocos minutos antes. Somos más de cincuenta personas, casi un centenar mirando hacia el este, con legañas en los ojos y esperanzas de que el sol venza a las nubes.
08:06. Un niño a mi lado grita “¡Ya se ve!”. Y tiene razón el enano. De repente, el rosetón se ilumina tenuemente de color rojo. Rojo fuego. No sé si alguien lo dice, si lo pienso yo o si lo he leído en algún sitio: parece que se haya prendido fuego dentro de la Seu. El efecto no es espectacular: las nubes limitan mucho el momento, pero el brillo, la luz, es clara. El sol recién salido atraviesa los dos rosetones de los extremos de la Catedral, a modo de gigantesco caleidoscopio arquitectónico. Astronomía, arquitectura, diseño, y belleza se aúnan en este momento casi mágico.
08:10. “Ya se ha acabado por hoy”, dice alguien. “Podemos ir ya a desayunar”, comenta otro. Pero no nos movemos. No sé si por un respeto a nuestros ancestros capaces de diseñar algo así, por miedo a romper la magia o, simplemente, con la esperanza de ver algo más. El rosetón vuelve a estar muerto, sin luz. Aparece un señor mayor, con auriculares puestos y a paso ligero: “¿Se ha visto algo hoy?”. “Un poco.”, le contesta alguien, “Se ha visto algo, pero sólo un poco”.
La gente empieza a desfilar, nos vamos todos a casa en esta mañana de Nochebuena. Vuelvo a pie, pensando en lo que acabo de ver, en lo que significa, en la belleza de las cosas que parecen simples, pero que en realidad son sumamente complejas. Y llego a la conclusión que acabo de inaugurar una nueva tradición a repetir en cada solsticio de invierno.
Hay bastante información en internet sobre este fenómeno, como en la página de la Societat Balear de Matemàtiques (que son los que han promovido el conocimiento de este efecto y que organiza actividades cada año), documentos científicos, fotos y vídeos, incluyendo la noticia en el Telediario de La 1 o en el programa “Un país en la mochila”.
Vale la pena madrugar para ver algo así. Lo prometo.
En las fotos, sucesión de imágenes de la Seu, antes, durante y después del espectáculo de luz.
El año que viene, si tengo vacaciones, me vengo... Total, me levanto a esas horas para trabakar, así que...
ResponderEliminarVale. Podemos ir cualquier día del 18 al 24, que es cuando dejan entrar a las terrazas de Es Baluard.
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