lunes, 6 de octubre de 2014

Lo del ébola

La que se está armando con el virus del ébola. Esta tarde, estaba trabajando tranquilamente y escuchando la radio cuando he oído la primera alarma de un posible caso de contagio secundario a una enfermera de Madrid. Cuando he cogido el coche tras la clase de lindy hop, he oído por la radio el inicio de la rueda de prensa en la que se confirmaba la noticia.

“Menuda cagada”, he pensado.

Sí, menuda cagada.

Estuvimos discutiendo sobre el ébola en un soleado día de verano con unas amigas, todas biólogas de carrera u honorarias. Hacía pocos días que habían traído al primer religioso enfermo y, mientras algunas consideraban el hecho una barbaridad, yo no tenía una opinión tan clara. Bueno sí: tenía (y sigo teniendo) claro que si hubiera sido un familiar mío, hubiera querido lo trajeran. Pero, pensándolo fríamente, traerlo habría sido (y fue) una barbaridad. Luego hubo un segundo caso y pasó lo mismo, con el mismo resultado final. Y luego pasó lo del espeleólogo atrapado en una cueva peruana, en cuyo rescate no participó el Gobierno porque aparentemente no cubre accidentes en situaciones arriesgadas. O algo así. Aunque, ¿no deja de ser un riesgo trabajar con pacientes enfermos de ébola?

La cuestión es que lo de repatriar enfermos de ébola ha sido una cagada, como se ha demostrado hoy. O tal vez la repatriación no lo ha sido, pero que se haya producido (de momento) un contagio sí que es una gran cagada. Movilizar enfermos contagiados de un virus tan mortífero como éste es sumamente peligroso. Me flipó en su día que se decidiera de manera rápida y aparentemente sin ningún tipo de consulta. No hablo de la consulta catalana (jajaja), hablo de que tal vez, sólo tal vez, el Gobierno español no debería haber tomado esa decisión sin consultar no sólo a expertos en el tema, sino a autoridades superiores, sí, europeas, porque, no olvidemos, la circulación de personas es libre entre nuestras fronteras, con lo que repatriar a una persona enferma a España es prácticamente hacerlo a Alemania o a cualquier otro país europeo.

Igual suena frívolo, pero lo del ébola me recuerda soberanamente a “Guerra Mundial Z”, el libro, no la película que no he visto (ni quiero ver). Desde el primer momento en el que se habló de este brote de ébola, mi mente lo compara con la epidemia zombi del libro. Y sigo haciéndolo. Las imágenes de controles entre países africanos afectados por la enfermedad me recordaban terriblemente a los controles con perros para detectar zombis que describe el libro. Hasta la presencia de un supuesto suero curativo (o los correos en mi bandeja de entrada sobre una supuesta vacuna) tiene su equivalente en el libro. Y, al igual que pasa en el libro, está empezando a cundir el pánico, a un nivel, de momento limitado y siendo ésta una epidemia, de momento, más controlada pero mucho más terriblemente real.

Sólo veo una parte positiva a esto: tal vez ahora por fin, por fin ahora, los países llamados desarrollados acepten que hay un problema serio, muy serio en algunos países africanos y que es necesario todo el apoyo internacional para frenar este virus. Porque es una cosa seria, muy seria. Hay mucha gente muriendo por culpa del ébola, mucha. Es una enfermedad muy grave y muy contagiosa y en algunos países de África está haciendo estragos. Pero parece que las únicas muertes que importan son las de blancos. Una vez más, África sigue siendo la gran olvidada. O ignorada.

La ilustración, de André Carrilho, la vi hace algunos días en twitter y no podría parecerme más adecuada.

miércoles, 1 de octubre de 2014

En otoño

El otoño es mi segunda estación favorita del año, por detrás del verano. La única pega que le veo es que viene justo después de mi estación favorita, así que me pilla un poco enfadada porque aquélla se acabe. Pero me encanta el otoño, de verdad. Me encantan los días aún cálidos y las noches frescas, en las que hay que taparse ya un poco (o bastante) para dormir a gusto. Me encantan los atardeceres lentos, pausados y llenos de colores del otoño. Me encantan las tormentas, las lluvias inesperadas, el olor a tierra mojada.

El otoño también es un momento bonito en mi huerto urbano.

El fresal que hace unos meses estaba bastante raquítico se está reproduciendo a toda velocidad y ya son muchos los pequeños fresales que tengo que repartir entre amigos y conocidos.

Ya he recogido algún rabanito y otro muchos sembrados hace mes y medio están creciendo a buen ritmo. Igual que las zanahorias.

Y nuevos rabanitos y zanahorias han sido ya plantados.

Incluso me he sorprendido con la presencia de nuevos pimientos.

La buganvilla está más bonita que nunca, con flores y flores que no paran de crecer.

Y el otoño empieza a hacer mella en el bosque de ginkgos, con las hojas volviéndose poco a poco amarillas e incluso desprendiéndose ya de algunas.

Ah, otoño, dulce estación.

Pero yo aún tengo ganas de playa.







 

domingo, 28 de septiembre de 2014

Hace un año

Tal día como hoy, hace justamente un año, comí con estas vistas.



La charca de Okakuejo, en Etosha (Namibia).

Y aún hoy me pregunto si fue verdad o tan sólo un bello sueño.

Aunque debió ser verdad, porque hay pruebas que documentan la excursión.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Va de meme

Llevo un par de semanas con un ritmo blogueril lento, muy lento, no sólo de escribir, sino también de leer. Tengo entradas propias pendientes de publicar, de redactar y hasta de pensar y tengo entradas ajenas pendientes de ojear, de leer y de contemplar. La vida es así, el cansancio es así y la pereza es así.

Echando un vistazo por encima a las entradas de los blogs que leo normalmente, me he encontrado un meme en el blog de Gordipé que también ha hecho mi hermana la gafapasta, así que me ha parecido una buena manera de quitarme la pereza blogueril.

¿Qué sería yo si fuera…? (Ojo, voy a poner lo que creo que yo sería, no mis cosas favoritas).

Un animal. Un oso, porque en invierno tiendo a hibernar.

Un libro. Uno de papel, de esos que pasan desapercibidos en las estanterías, pero que te sorprenden cuando los abres. Por ejemplo, “La isla de los cazadores de pájaros” de Peter May.

Un coche. Un utilitario, sencillo, útil, austero, pero con un par de detalles graciosos.

Una película. "Amelie" de Jean-Pierre Jeunet. Porque me gusta sonreír. Y por el gnomo viajero.

Un árbol. Una higuera. Sí, sí, la respuesta obvia hubiera sido un ginkgo, pero no creo que sea tan fuerte como ellos. Yo soy más higuera.

Una canción. Depende del día. Así, en general, he sido durante bastante tiempo “High Hope” de Glen Hansard, soy a menudo “La luz de la mañana” de Facto Delafé y las Flores Azules y ahora creo que soy “Song beneath the song” de Maria Taylor (y no porque salgan ginkgos en el video).

Una bebida. Agua. Clara y transparente.

Una comida. Una ensalada de lechuga y con todas esas cosas tan sanas, coronada por queso de cabra y maíz tostado.

Una prenda de vestir. Unos zapatos, más cómodos que bonitos. Pero un poco bonitos también.

Un cuadro. Un cuadro de Edward Hopper, pero no sé cuál. Puede que éste, éste, éste o, más probablemente, éste.

Un edificio. La Hundertwasserhaus de Viena. O igual la Casa Danzante de Praga.

Y con estoy y un bizcocho, se acaba el meme por hoy. No nomino a nadie. Imaginad si nomino a alguien y no lee esto y no lo hace y yo me siento fatal y… y… Vamos, que quien quiera, que lo haga y que se lo pase tan bien como yo haciéndolo.


En la foto, el faro del puerto de Águilas (Murcia), que no tiene nada que ver con la entrada, pero me apetecía ponerlo aquí.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Zagreb

Después de unos días con el blog a medio gas, voy a intentarme ponerme al día y qué mejor que hacerlo un lunes a primera hora de la mañana, aprovechando que me he despertado a una hora inusitadamente temprana.

Y empezamos con Zagreb, una ciudad de la que volví hace ya dos semanas. Mi primera visita a Croacia desde que forma parte de la Unión Europea, mi segunda visita en total, pero primera vez en su capital.

Zagreb es una ciudad grande, pero con una parte antigua, un centro, pequeño y manejable. Es una ciudad viva, llena de cafeterías con terrazas y gente en la calle a todas horas. Es un lugar en el que hay sitios para comer y sitios para beber, pero sólo en los restaurantes puedes comer y beber a la vez. Es una ciudad con un funicular antiguo, corto pero tan, tan especial que tuve que subir en él dos veces para quedarme contenta. Es un lugar con tranvías azules, casas de tejas planas que, en alguna iglesia, son tejas de colores. Es una ciudad con un mercado al aire libre de toldos rojos a los pies de una Catedral con dos torres. Es una ciudad de casas bajitas y de colores, que resultan especialmente bonitas con el contraste único que provoca la lluvia. Es una ciudad de edificios majestuosos, grandes parques llenos de árboles, un jardín botánico precioso y flores por las calles.

Zagreb huele a lavanda. Y nos llovió todos y cada uno de los días que estuvimos allí. Me quejé bastante de la lluvia, pero admito que es una ciudad a la que el contraste de colores que provoca la lluvia le sienta muy, muy bien.
















martes, 16 de septiembre de 2014

"The Thread" de Victoria Hislop

Soy muy, muy fan de Victoria Hislop. Sus libros me entretienen lo suficiente para leérmelos en inglés y engancharme (y para comprarlos luego en español a mi madre). Antes que éste me había leído ya “The Island” y “The Return”, y me habían gustado mucho. Me gusta esta autora porque aúna las características de un best-seller (ligero, fácil de leer, rozando casi el culebrón) con un contexto histórico que te hace aprender sobre Historia fácilmente (a los ignorantes históricos como yo) y te hace querer profundizar más en el tema y leer más. El primero se sitúa en Creta y más concretamente en Spinalonga, la última colonia de leprosos de Europa. El segundo, en Granada, en la época de la guerra civil. Con “The Thread” (“Los hilos de la memoria”, se llama en castellano), vuelve a Grecia, esta vez a Tesalónica, cubriendo el período desde el incendio de 1917 en el que casi se destruye la ciudad hasta el terremoto de 1978.

Pero la historia comienza en 2007. Una pareja de ancianos le explica a su nieto, que vive fuera del país, el apego que sienten hacia la ciudad en la que viven, Tesalónica, a través de la historia de sus vidas y la historia de la ciudad y del pueblo griego. La (siempre) difícil relación con Turquía, la convivencia de cristianos, árabes y judíos en la ciudad, dos guerras mundiales, los cambios sociales y el devenir político de todos esos años marcan la historia de Dimitri y Katerina.

Ya lo he dicho, me encanta esta autora y creo que me encantará todo lo que lea de ella. Me gustan sus personajes femeninos, fuertes y apasionados, y me gusta conocer más de la historia reciente de Grecia, bastante desconocida para mí. Tengo otro libro suyo de relatos cortos pendiente de leer que compré en Dublín el año pasado (éste creo que lo compré en Creta la última vez que estuve) y sé que va a sacar otro próximamente. Sobre Chipre, otro lugar que me fascina y apasiona y con una historia reciente muy interesante. Lo espero impaciente.

Y ahora quiero ir a Tesalónica, por supuesto.