Por si alguien no se había dado cuenta todavía, me lo estoy pasando estupendamente estos días en el mar. Estoy haciendo un trabajo que me divierte, que me entusiasma, que me hace sentir viva, pero a la vez, mi carga de responsabilidades en este primer Festival de Primavera es similar al de mis primeros tiempos en el mar: soy un tornillo más de un gran engranaje y, simplemente, tengo que encargarme de cumplir mis funciones como tornillo, sin preocuparme de otros tornillos, tuercas o, lo que es aún peor, del funcionamiento general del motor. Eso me hace feliz. No quiero decir que tener responsabilidades me haga infeliz, pero me crea un estrés, una tensión que no siempre llevo bien. Por lo que estos días así, haciendo de tornillo, son un soplo de aire fresco en mi vida, una carga de energía extra.
Que esto me haga muy feliz no significa que todo sean sonrisas. Hay sonrisas, muchas. Hay alegría, buen rollo, energía positiva. Pero es imposible estar al 100% de felicidad todos y cada uno de los días en el mar. Y no estoy hablando de enfados, de malos rollos o de problemas serios. Esos también los hay, a veces. No aquí, no ahora, pero todos los que llevamos algún tiempo pasando unos cuantos días cada año en el mar, hemos vivido situaciones incómodas, difíciles e incluso desagradables. Pueden producirse por muchas cosas, por el entorno, por los demás, por el desgaste, por las actitudes, por los comportamientos, por uno mismo. Y al final cada uno lo lleva como puede.
Hay que tener en cuenta que estamos aquí, en mitad del mar, en un lugar con un número limitado de metros cuadrados (muchos en este caso, pero aún así limitado), viéndonos las mismas caras todos los días, haciendo el mismo (o parecido) trabajo cada día, independientemente de si es martes, domingo o festivo. Y pasan los días. Y quien más quien menos empieza a pensar en tierra. En gente que dejaste en tierra. En asuntos pendientes. En trabajos por hacer. En amigos y familiares. Te empieza a embargar ese punto de melancolía propio de la gente de mar: cuando estás aquí, quieres estar allí; cuando estás allí, añoras el estar aquí. Por eso las vueltas a tierra son siempre duras y extrañas, felicidad por lo que te espera en tierra, añoranza de lo que dejas en el mar. Quien más quien menos (creo) que en algún momento piensa lo que estaría haciendo en tierra en esos momentos. Si hoy es domingo, me iría a comer con la familia. Si hoy es martes, me iría al gimnasio. Si hoy es viernes, me iría de cañas con los amigos. Y, casi sin darte cuenta, añoras cosas que, estando en tierra, ni eres consciente de que tienes. Tu sofá. La charla con los compañeros a la hora del café. La comida de mamá. Tomarte una caña en una terracita. Ir al cine. Tus plantas. Cenar con una amiga. Los desayunos pausados de fin de semana. No poner un día el despertador. Las horas tontas de un domingo tarde. Un abrazo.
Que sí, que aquí estás muy bien, pero…. Pero.
Porque no, no todo son sonrisas. Aunque de esas hay muchas.
Afortunadamente.
Y luego están los días terribles. Los días en los que las sonrisas se borran de cuajo. Días como hoy, que no empiezan especialmente mal, aunque sí como acabaron ayer, con vientos fuertes y el barco tambaleándose tanto que, por la noche, apenas puedes conciliar el sueño. Que continúan con la rotura de una pieza que nos obliga a cambiar nuestra planificación y navegar hacia tierra, detener el trabajo, desembarcar a varios miembros de la tripulación en zodiac en busca de la pieza rota. Días que no hacen más que empeorar, con la noticia inesperada de la muerte de un colega, compañero de muchos de los científicos aquí embarcados. Así que aquí estamos, a la capa, esperando la vuelta de los tripulantes y la pieza rota, todos con caras largas, aún en estado de shock por las malas noticias, asumiendo que la vida es así. Ahora estás, ahora no. Y la propuesta casi unánime de “hoy deberíamos emborracharnos”, que sabemos que no vamos a cumplir porque aquí, el alcohol, está prohibido. Y ahora, más que nunca, esta prohibición nos parece una auténtica estupidez.
Hoy la entrada va sin foto. Es que no sabría qué foto poner.
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