Hoy es una noche perfecta.
Estoy sentada en cubierta, junto al punto de reunión de proa, para poder tener conexión a internet. Hace la temperatura perfecta: no hay viento y me basta una chaqueta para no tener frío. Enfrente, veo las luces de la costa murciana. Sí, ya hemos llegado a la costa murciana y estamos delante de Águilas.
Sólo nos queda un día de trabajo en el mar y menos de 36 horas para volver a tierra. Cartagena es nuestro puerto de destino.
Tierra. Qué lejana y qué cercana a la vez.
He salido a descargar el correo y ver si contestaba alguno. Luego me he dado cuenta de que es viernes y, aunque contestara hoy, la gente no lo vería hasta el lunes. Así que el correo puede esperar.
He recordado que apenas he escrito nada en el diario de campaña. Desde que soy jefa de campaña, llevo un diario que intento actualizar cada día. Escribo las incidencias del trabajo, los problemas, las alegrías y las chorradas. Lo que se me ocurre cada día, en cada momento. Escribo notas que me serán útiles en futuras campañas y escribo cosas que sé que me gustará recordar cuando vuelva a leer lo que he escrito. En esta campaña, como no soy jefa, no sabía si escribirlo o no. He escrito sólo dos días, hoy es el tercero. Es una pena, lo que ya no he escrito, ya lo he olvidado. No todo, pero sí algunas cosas. Pero hoy quería escribir.
Si contara todo lo que se vive en un barco…
Algún día revisaré todos mis diarios, los leeré y de ahí sacaré algo. Contaré cosas que ahora no soy capaz de contar. Ah, qué maravilla, el tiempo. El tiempo te acaba dando la libertad de hablar sobre cosas de las que en su momento te sentiste prisionera. El tiempo te da una perspectiva muy diferente de todo lo que has vivido, te relativiza los problemas, te suaviza las alegrías y te endulza las penas.
Hoy he escrito mucho, bueno, bastante, en ese diario de campaña. No creo que lea lo que he escrito en una buena temporada. Algunas cosas sí son interesantes, laboralmente hablando. Otras son personales, reflexiones, ideas, chorradas varias. A veces es más fácil escribir ideas que dejar que ronden como locas por la cabeza.
Mañana toca hacer la maleta. Doble maleta: la que me llevo a casa y la caja con cosas varias que quedará a bordo, para mi próxima visita aquí, a este barco, en menos de un mes. Los finales son siempre momentos extraños, raros, de alegría por volver a casa, a tus rutinas, tu vida normal. De dejar atrás las rutinas que habías adquirido aquí. Yo hasta me he enganchado a ir al gimnasio. Ja. He ido más al gimnasio estos días aquí que en toda mi vida anterior. Flipante.
Por un lado, me quedaría aquí más tiempo: ya tengo mis rutinas, ya tengo confianza con la gente. Por otro lado, se agradece volver a casa, a las rutinas terrestres. Es el momento justo de volver, el momento exacto. Tampoco es bueno encariñarse demasiado con los lugares ni con las gentes en un entorno así. Al fin y al cabo, esto no es la vida real. Es tan sólo un minúsculo cascarón en medio del océano, con menos de medio centenar de personas a bordo.
La fragilidad de un barquito de papel en un charco de lluvia. Pero, aunque sea de papel, ¿no es también ese barquito real? ¿No es ese charco todo un océano para ese barquito?
En la foto, la costa murciana, ahora mismito.
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