lunes, 26 de noviembre de 2012

En Croacia


Como ya mencioné aquí, estuve en Croacia una semana por cuestiones laborales, concretamente en Split.

Fue un viaje curioso, un destino complicado de alcanzar, casi 24 horas de viaje de ida, incluyendo una noche por el camino. La vuelta un poco más corta, aunque plagada de momentos interesantes y alguna conexión perdida.

Mi primera impresión de Split no fue nada halagüeña, más bien todo lo contrario. ¿Pero qué ciudad da una buena impresión un domingo otoñal por la tarde, con las calles vacías y la noche ya invadiéndolo todo? Con los días, mi perspectiva (más allá del sótano del hotel en el que tuvimos la reunión) mejoró significativamente y gracias, en gran parte, por el paseo de la última tarde de reunión bajo un sol esplendoroso. Entonces descubrí la ciudad viva, alegre y bulliciosa que me perdí casi una semana antes.

Aprovechando el largo viaje, me quedé un día más a hacer de turista: un coche de alquiler y 200 km después, nos plantamos en Dubrovnik. El viaje fue tan bonito que llegué a pensar “como aparezca otro maldito pueblo monísimo, con su maldito puerto monísimo y sus malditas calitas monísimas, mato a alguien”. Porque aunque haya quien no lo crea, las cosas bonitas pueden llegar a ser demasiado bonitas. No siempre es fácil soportar el paraíso. Pero de repente, apareció el delta del Neretva y me quedé sin habla. Y de repente, cruzamos la frontera con Bosnia-Herzegovina y me pareció increíble. Y nos plantamos en Dubrovnik, ¿qué puedo decir?, ¡qué lugar tan impresionante!

Y fue allí, en Dubrovnik, entrando en su antigua ciudad amurallada, llena de turistas (¡¡llena de turistas en pleno noviembre!!) cuando tuve una sensación muy, muy extraña. Un déjà vu en toda regla. Pero fue más que un déjà vu, o mejor dicho, no fue exactamente un déjà vu. Fue un pensamiento de “yo ya he estado aquí”, no de “yo ya he vivido esto aquí”, simplemente fue descubrir una calle, con su campanario al final, en el que hubiera jurado y perjurado que ya había estado. Y no había estado, sé que no había estado. Al menos no en esta vida. Al menos no conscientemente. Se me puso la piel de gallina.

Me ha impresionado visitar Croacia. Me he impresionado porque recuerdo más o menos bien la guerra de los Balcanes. Repito, más o menos. La tengo presente, pero no sé nada, o casi nada de ella. O sabía. Porque desde que he vuelto he leído, me he informado y he intentado comprender la mezcla de culturas y el origen de los males. Y tengo pendiente ver un documental de la BBC sobre el tema, que me ha recomendado mi compañero de viaje. Y tengo pendiente volver a Croacia, ir a Bosnia-Herzegovina, a Serbia, a Montenegro y, ¿por qué no?, volver a Eslovenia, y recorrer calles, ciudades, descubrir naturaleza y entender su historia.

Cuanto más viajo, más me alucina viajar.














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