miércoles, 24 de abril de 2013

Meme literario

Aprovechando que ayer fue el día del libro y que me apetece, hoy he decidido copiar el meme literario de Sil y de Bich. Y no, no es que me haya quedado sin ideas, tengo mucho sobre lo que escribir, pero es que me ha gustado tanto… Así que ahí va.

1. El último libro que he leído.
“A Short History of Tractors in Ukranian” de Marina Lewycka. En inglés, para mis clases de inglés, aunque cuando lo empecé ya (casi) había decidido dejarlas.

2. Un libro que cambió mi forma de pensar.
 No recuerdo ninguno que me impactara tanto como para cambiar mi forma de pensar. Tendré que leer más.

3. El último libro que me hizo llorar.
No suelo llorar con los libros. Sólo recuerdo haber llorado con dos: “El pájaro amarillo” de Myron Levoy y “Jane Eyre” de Charlotte Brontë.

4. El último libro que me hizo reír.El último que he leído, “A Short History of Tractors in Ukranian” de Marina Lewycka. No me hizo reír a carcajadas, pero sí me arrancó más de una sonrisa.

5. Un libro prestado que no me han devuelto.
Recuerdo un libro que de niña dejé a una amiga y nunca me devolvió. Era un libro infantil que yo adoraba. Y mi hermana tiene (seguro) algún que otro libro mío, pero no sabría decir cuál…

6. Un libro prestado que no he devuelto.
“En el último azul” de Carme Riera y 2 que me dejó mi hermana el otro día pero ni me dio tiempo de fijarme en los títulos. Pero no los he devuelto porque aún no los he leído. Están es un estante especial de “libros prestados que hay que leer y devolver a sus dueñas”.

7. Un libro que volvería a leer.
Cualquiera de los que recomendé ayer, aunque no suelo releer libros, hay demasiados ahí fuera sin leer…

8. Un libro para regalar a ciegas.
Si es a ciegas, ¿cómo voy a saber cuál es? Si regalo libros, intento personalizarlos, no regalarlos a ciegas, pero sí que regalaría “La evolución de Calpurnia Tate” de Jacqueline Kelly y he regalado “El frío modifica la trayectoria de los peces” de Pierre Szalowski.

9. Un libro para colorear.
Estuve a punto de comprarme hace poco un libro de mándalas. Al final decidí descargarme unos cuantos por internet y ponerme a pintarlos. Pero sé que algún día me compraré uno.

10. Un libro que me sorprendió para bien.
“La isla de los cazadores de pájaros” de Peter May. Lo compré porque me llamó la atención la portada y el título y encontré uno de los libros más chulos que he leído en los últimos tiempos. Tengo que comprarme más libros de este autor.

11. Uno de los primeros libros que leí en la escuela.
Ni idea, no recuerdo qué libros nos hacían leer cuando era pequeña. Sí recuerdo haber leído “El camino” de Miguel Delibes ya en BUP y que me encantó.

12. Un libro que robé.
Ninguno.

13. Un libro que encontré perdido.
Creo que nunca me he encontrado ninguno.

14. El autor del que tengo más libros.
J. K. Rowling, Javier Marías y no sé si alguno más. Tengo libros repartidos entre mi casa y casa de mis padres, así que ando un poco despistada con mis pertenencias literarias.

15. Un libro valioso.
Mis Harry Potter internacionales. Sobre todo el primero que compré, en griego.

16. Un libro que llevo tiempo queriendo leer.
“Cincuenta sombras de Grey” de E. L. James, pero me da pereza, sé que hay libros muchos más interesantes por ahí. Y “La reina en el palacio de las corrientes de aire” de Stieg Larsson, porque es el que me falta por leer de la Trilogía Millennium.

17. Un libro que prohibiría.
No creo que haya que prohibir libros. Y si alguien lo pone en duda, que se lea “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury.

18. El libro que estás leyendo ahora mismo.
He dejado uno a medias en casa (pesaba demasiado para traerlo de viaje): “La luz en casa de los demás” de Chiara Gamberale, y estos días estoy leyendo “El señor de las moscas” de William Golding en papel y “La fortaleza digital” de Dan Brown en digital.

19. El próximo libro que voy a leer.
“Salmon fishing in the Yemen” de Paul Torday, uno de los libros que me traje de Dublín. También ha viajado conmigo a Namibia.

20. El libro que no leeré jamás.

Por desgracia, habrá cientos, miles de libros que dejaré sin leer, pero nunca sabré cuáles son…

La foto de hoy, de mi paseo de anteayer, a la orilla del Atlántico aquí, en Swakopmund (Namibia), en plena Southern Exposure.

martes, 23 de abril de 2013

23-A

Creo que éste ha sido el día del libro más extraño de mi vida. O al menos de los últimos años. Porque en los últimos años, el día del libro ha sido equivalente a salir a pasear por el centro de mi ciudad y comprar libros. Lo que tiene que ser, vamos. Pero estoy desterrada ahora mismo en tierras namibias, en una pequeña ciudad entre el mar y el desierto que se vacía completamente a las 6 de la tarde, una hora a la que además es noche cerrada. He trabajado de 8 a 5 y al salir del curro sólo he tenido tiempo de hacer una visita rápida al súper para comprar algo para cenar y de vuelta al hotel para seguir trabajando hasta hace un rato.

Resumiendo: hoy no he comprado ningún libro. Pero mi hermana la gafapasta se ha encargado de comprarme uno, aunque no es el que yo quería y que le encargué anoche (aunque no me acordaba ni del autor, ni del título, ni de qué iba, así que tampoco es culpa suya, claro), ni el de Molinos, porque parece que no ha llegado a nuestra roca en mitad del mar. A lo que iba: hoy no he comprado ningún libro. Un Sant Jordi realmente extraño. La verdad es que no conozco ninguna librería en esta ciudad, tan sólo un diminuto puesto de libros de segunda mano por el que he pasado de camino a comer, pero no tenía tiempo de pararme: comprar un libro requiere tiempo. Y yo no lo tenía. Y por la tarde, a la vuelta del trabajo, el puesto estaba ya cerrado, como toda esta ciudad a horas bien tempranas.

Pero aunque no haya comprado ningún libro, voy a celebrar mi peculiar Sant Jordi leyendo un rato esta noche, antes de irme a dormir. Y voy a celebrar Sant Jordi respondiendo a la pregunta que hace hoy Bich en su blog: ¿qué libros recomendaríais? Hay van 10 libros que recomendaría, entre los que he leído en los últimos años y por qué los recomiendo:

“La isla de los cazadores de pájaros” de Peter May. Porque aunque en apariencia es una historia policíaca, en realidad es una historia de cómo el pasado afecta el presente y porque explica una tradición que yo no conocía.

“La evolución de Calpurnia Tate” de Jacqueline Kelly. Porque habla de ciencia desde una perspectiva inocente y suspicaz y tiene un poco feminista, pero feminista en positivo.

“The island” de Victoria Hislop. Porque es un culebrón sentimental pero también la historia de la batalla de Creta, de la última colonia de leprosos de Europa y de la fuerza de los cretenses.

“El barbero y otros corazones solitarios” de Julia Stuart. Porque lo lees con una sonrisa de principio a fin.

“Como bestia que duerme” de Camino José Cela Conde. Porque adoro todo lo que escribe CJCC y más si habla de mi isla y de mi mar.

“El frío modifica la trayectoria de los peces” de Pierre Szalowski. Porque es tan sencillo en planteamiento como sugerente en desarrollo.

“Trilogía de los trípodes” de John Christopher. Porque me hizo amar la ciencia ficción de adolescente y me volvió a enganchar de adulta.

“Una breve historia de casi todo” de Bill Bryson. Porque no es una novela, sino divulgación científica pura y dura, de la mejor manera contada.

“Mi familia y otros animales” de Gerald Durrell. Porque habla de familias curiosas, lugares curiosos y acontecimientos habituales.

“La bodega” de Noah Gordon. Porque me gustó aprender más sobre vino, sus variedades y su fabricación.

Y con esto y un bizcocho, concluye hoy el día de libro namibio. Así quedará reflejado para la posteridad, cuando en los próximos años recuerde que en este día no pude comprar un libro porque estaba en una ciudad de nombre impronunciable, a orillas del océano y a los pies de dunas inmensas. Aunque me pase todo el día encerrada currando y no vea nada de eso, sólo lo intuya.

En la foto, atardecer ayer sobre el Atlántico, en los pocos minutos libres que tuve tras el trabajo. Éste es un lugar increíble. Sí.

lunes, 22 de abril de 2013

Cine aéreo (II)

 Aunque el de hace dos días fue “sólo” mi tercer viaje de larga distancia, me he convertido en una experta en el tema. No en vano, lo de coger aviones ya forma parte de mi  día a día y, después de los dos vuelos largos de diciembre, he creado un kit de productos indispensables para un viaje largo (algún día debería compartir mi sabiduría aérea…) y he perfeccionado mi técnica para disfrutar del mismo.

Soy capaz de dormirme en un avión antes de que despegue, así que para aprovechar al máximo las horas en las que estoy despierta en este tipo de viajes, me he dado cuenta de que lo imprescindible es escoger la película que quieres ver rápido, empezar a verla antes del despegue y así poder ver una segunda película antes de dormir. Porque yo duermo, más o menos bien dependiendo del vuelo y de la cercanía de la gente a mi alrededor, pero sí, duermo. Y porque por las mañanas, se me hace raro ver una peli mientras reparten el desayuno: las pelis son para la tarde o la noche. Para el desayuno… como mucho alguna serie. Esta vez dudé entre cuatro películas, pero poco rato. Enseguida, escogí estas dos:

“Bestias del sur salvaje” de Benh Zeitlin. Había oído maravillas de esta película. Y cuando vas con esas grandes expectativas, no siempre se cumplen. Es la historia de una niña de 6 años que vive con su padre en una comunidad bayou (los antiguos meandros de un río) con el permanente peligro de inundación de sus casas. La protagonista es una niña independiente a pesar de su corta edad, preocupada por la posibilidad de que el hielo de los polos se deshaga lo que no sólo aumentaría el nivel del mar (y por tanto, inundaría su comunidad) sino que descongelaría bestias atrapadas en el hielo desde tiempos inmemorables. Yo no sé si no entendí la peli, mi inglés es peor de lo que pensaba o esperaba otra cosa. O igual es un poco de todo. Me pareció una historia de una crudeza descarnada, dura pero con toques de ternura, mucha hermosura y cariño, pero no acabé de entender el toque pseudo-fantástico que tenía. Quiero decir, me encanta la ciencia ficción y la fantasía, pero esa mezcla de abrumadora realidad y fantasía mágica me dejó un poco descolocada. Si la historia no hubiera tenido esos toques casi oníricos me hubiera parecido un dramón. Con esos toques, me ha confundido. ¿Eran metáforas? ¿Realmente lo que estaba pasando, los monstruos congelados en hielos antárticos eran reales? No sé, me confundió, mucho. Tal vez es porque no era lo que esperaba (aunque no tenía ni idea de qué iba). Me encantaría decir que es la maravilla de la que todos hablas, que es pura magia, pero a mí me faltó algo para que fuera así. Está bien y no es que no sea recomendable, pero ese contraste entre la dureza de la realidad y la ingenuidad de la fantasía me pareció innecesaria. Creo que la siguiente vez que la vea, me gustará más. Y la cría está que se sale.

Después de ver esta peli, decidí ir a lo seguro: había un par de otras que me parecían interesantes, pero era hora de cenar y de dormir en mi asiento 68G, así que necesitaba algo sin pretensiones ni sorpresas de ningún tipo. Así que la segunda parte de “Amanecer” de la saga “Crepúsculo” me pareció genial. No la vi en su día en el cine porque todas mis amigas petardas la fueron a ver estando yo de viaje (qué raro, ¿no?) y como soy súper fan (sí, ¿y qué?) de la serie, me alegré de poder ver por fin el final. Me encantó, me lo pasé pipa, me divertí y tuve lo que esperaba: vampiros que van por ahí con pinta de interesantes, lobos con gran corazón, un poco de intriga, alguna lucha y el cierre de la saga como tenía que cerrarse. Bueno, esta vez sí que tuve lo que esperaba: entretenimiento puro y duro. Aunque creo que como película independiente del resto es un poco floja: realmente las dos de Amanecer son una película que han partido en dos. A esta última le falta algo de integridad, incluso algunos personajes quedan un poco sosillos (como el lobo), a pesar de que el final de la primera parte prometía más. Como siempre, a la pregunta hipotética que podrían hacerme alguien de si prefiero al vampiro o al lobo, yo respondería lo de siempre: al padre del vampiro. Sin dudar.
A ver si a la vuelta tengo tanta suerte y veo otras dos pelis. Ya veremos.

domingo, 21 de abril de 2013

Los que nos quedamos

Se oye hablar mucho últimamente de la gente que se va de España por culpa de la crisis. Incluso algunos políticos frivolizan llamándolo “movilidad exterior”. Se cuentan mil historias, se hacen comparaciones del tiempo en el que la emigración era un fenómeno más habitual que la inmigración en nuestro país. Se dedican especiales a los que se marchan, a los que ya se fueron, a los que viven bien fuera o a los que las cosas no les van tan bien. Hay reportajes en la prensa escrita, programas en la televisión y secciones en las radios. Pero no se habla, o no se habla casi de los que se quedan, de los que nos quedamos. Y es curioso, sobre todo porque cada vez más parece que lo de irse es lo habitual y lo de quedarse es la excepción.

Los que nos quedamos, los que intentamos seguir haciendo nuestra vida en España, vivimos en un extraño limbo, en una extraña realidad irreal, como si fuera imposible hacer lo que estamos haciendo. Esto es especialmente significativo en el campo de la investigación: siempre, siempre ha habido fuga de cerebros en España, mucha gente se ha buscado las castañas fuera desde hace mucho, mucho tiempo. Pero ahora la sangría es mucho más devastadora. Cada vez oyes de más gente que se va porque aquí ya no encuentra nada, o que deja lo que tenía aquí en busca de un futuro mejor. Cada vez es (creo) mayor la proporción de gente conocida que se va que la que se queda. La situación es devastadora, para todos, tanto para los que se van como para los que nos quedamos.

Los que se van dicen que los que nos quedamos tenemos suerte. Y es verdad que la tenemos, por supuesto. Pero también es verdad que hemos perdido mucho de lo que teníamos. Los que somos temporales y trabajamos para la administración probablemente somos los que peor lo pasamos. A la inestabilidad laboral y un futuro más que incierto (nuestros contratos van ligados a proyectos o programas de duración definida), se une la aplicación de los mismos recortes que se les aplican a los funcionarios: reducción de sueldo, eliminación de paga extra, supresión de plan de pensiones, recortes en los días libres. Y aún más. No tenemos o se nos quitan cosas que ellos sí tienen como productividad o ayudas sociales y no se nos pagan trabajos que sí se les pagan a ellos porque “no está contemplado en tu convenio” (cuando ellos mismos están incumpliendo constantemente nuestro convenio) o porque “en tu contrato no pone que hagas esa función” (cuando ellos mismos te piden, o te exigen, que la hagas).

Yo (y otros como yo) me he cogido vacaciones para ir a congresos, a cursos de formación laborales o a trabajar a países lejanos. Yo (y otros como yo) he llevado la responsabilidad de campañas oceanográficas, con 18 científicos a mi cargo y equipos de muchos miles de euros, sin cobrarlo. Yo (y otros como yo) he representado a mi Instituto y a veces a mi país en reuniones internacionales en las que se deciden cosas importantes, sí, muy importantes porque los investigadores funcionarios no tienen tiempo para ir (y no porque sean unos vagos, como algunos nos quieren hacer creer, sino porque se dejan los cuernos buscando dinero en convocatorias nacionales –cada vez más escasas- e internacionales, para poder seguir investigando y para poder seguir contratando personal colaborador).

Cada vez más, en reuniones internacionales, me encuentro con europeos de países del sur (Italia, España) representando a países del norte (Suecia, Irlanda), donde han emigrado. Cada vez más, en reuniones internacionales, la gente me pregunta por mi situación, se sorprenden cuando les digo que al año siguiente igual no participaré en una determinada reunión porque no sé si tendré contrato y me preguntan, sorprendidos, por qué no me busco trabajo fuera. Me hablan de sus instituciones, de sus países, en las que hay dinero para invertir en investigación, en las que no se pasan la mitad del tiempo luchando contra la burocracia, en las que el trabajo de científico es respetado y valorado. Y les miro, y yo también me lo pregunto y me lo he preguntado muchas veces. ¿Por qué no me voy? ¿Por qué nos quedamos? Y la respuesta cambia según el día, según el momento, según el estado de ánimo. Aunque la respuesta es más o menos siempre parecida: no quiero irme. Es difícil explicar por qué no quiero irme, yo misma a menudo no me lo explico. Ahora mismo, no quiero irme. Y punto. Y eso les debe pasar (supongo) a muchos de los que nos quedamos. Aunque creo que quedarnos no es una forma de rebeldía, un acto de orgullo, un agarrarse a un clavo ardiendo, ni una forma de valentía. Tal vez sea precisamente todo lo contrario a eso. Aunque a veces creo que quedarnos es simplemente posponer nuestra marcha, intentar atrasarla al máximo. Así de simple. No sé si los que nos quedamos acabaremos marchándonos. No lo sé. Espero que no, pero la respuesta es cada vez más incierta.

Escribo esto a casi 8000 km de casa, en una pequeña ciudad costera de Namibia, a la que acabo de llegar para trabajar dos semanas en este proyecto (yo soy una de esos científicos españoles de visita de los que habla el artículo). Es maravilloso viajar, salir, visitar otros lugares, otras maneras de trabajar, para aprender, para formarte, para crecer como científico. Pero defiendo el derecho a hacerlo cómo y cuándo uno quiera, para beneficio personal que, en nuestro trabajo, es también beneficio social, incluso nacional. Hay que salir porque es bueno y es necesario, pero no deberíamos salir porque nuestro país no tenga lo que necesitamos para seguir avanzando. Porque, aunque muchos no lo crean, eso que nosotros necesitamos es lo mismo que el propio país necesita.

La foto no tiene nada que ver con la entrada, pero son unas flores que adoro que tengo en casa. Hay que darle un poco de color a la vida.

martes, 16 de abril de 2013

Colores

Llevo unos días rara. Desde que estuve con anginas no estoy del todo bien, sigo con tos, algo de dolor de garganta y un cansancio incrementado por las dos últimas noches de sueño escaso. No me cunde en el trabajo, se me acumulan mil y cosas que hacer antes de mi próximo viaje y creo que no tendré tiempo de todo. El mundo ahí fuera, está loco, pero loco, loco. Políticos diciendo barbaridades, gente muriendo por la maldad de otros en las cuatro esquinas del planeta, dramas personales y sociales. A veces es difícil encontrarle el sentido a todo esto. A veces es difícil encontrar momentos felices, agradables o simpáticos en mitad de toda esta negrura.

Pero hay que hacerlo.

Ayer, por ejemplo, mientras medio mundo miraba hacia Boston, yo estaba en un campo de fútbol, aún llenándose, y haciendo fotos, como ésta:



La vorágine de una tarde-noche con muchas cosas que hacer me impidió quedarme a ver el partido, pero también me impidió estar conectada, durante unas horas a la realidad que existe más allá de mi propia realidad. Así, fueron unas horas de desconexión total y absoluta, de olvidar, ignorar la realidad de ahí fuera y vivir mi propia realidad, a la pequeña escala de un grupo de gente que conoces, a la pequeña pero a la vez gran escala de un campo de fútbol.

A veces es necesario buscar colores que lo iluminen todo. A veces es, simplemente, imprescindible.

sábado, 13 de abril de 2013

Alucino

Alucino con la velocidad con la que crecen las hojas en mi bosque de ginkgos.

Hace quince días, enseñé como estaban aquí.

Hoy están como en la foto de aquí al lado.

Me asusta un poco pensar en el estirón que puedan dar este año. Quizás tendré que cambiarlos de emplazamiento y pasarlos al balcón. Quizás, incluso, tendré que llegar a plantearme darlos en adopción a alguien que tenga un lugar más apropiado para ellos. Espero que no.

Y sus hojas siguen creciendo, creciendo…

viernes, 12 de abril de 2013

Comparaciones

El otro día, alguien colgó en facebook la foto que adorna este post.

“¿Cómo quieren fomentar la educación si un libro es más caro que una botella de ron?”.

Y es cierto.

Una de las cosas que más me sorprendió de Dublín fue el precio de los libros. Me parecieron baratos, increíblemente baratos. Ahora me arrepiento de no haber comprado más. Vi varios que quería, pero entre que no podía sobrecargar el equipaje y que a menudo me echo para atrás cuando de leer libros en inglés se trata, pues compré pocos. Bueno, cinco. No está mal.

A lo que iba. Los libros en Dublín son muy baratos. O yo los encontré baratos. Podías irte a tomar una pinta por 5 euros, pero es que podías comprarte libros por menos de esos. Creo que el más barato que me compré me costó 3,99 €. El más caro fue Harry Potter en gaélico, pero me costó unos 14 €, lo que no me pareció excesivo, porque era una edición en tapas duras y en un idioma que, como ya conté por aquí, no era fácil de encontrar.

¿Os imagináis comprar aquí un libro por menos de lo que vale una caña? El planteamiento aquí en España sería el contrario: ¿Cuántas cañas me puedo tomar con lo que vale un libro?

Vale, vale, lo sé. Hoy en día comprar las ediciones digitales es más barato que comprarlo en papel. Y encima hay mucha versión electrónica de clásicos gratuita y legal por la red. Sin hablar del pirateo. Pero en igualdad de condiciones: si una persona quiere comprarse un libro en Dublín y el mismo libro en España, es mucho más barato en Dublín. Y tampoco vamos a comparar los sueldos.

La realidad es ésta: en España, es más barato emborracharse que comprarse un libro. Pero igual es lo que quieren nuestros gobernantes: hordas de ciudadanos borregos y borrachos, en vez de ciudadanos sabios y sobrios.

Así es la vida.

Yo seguiré leyendo. Cueste lo que cueste. Pero otra cosa digo: si vuelvo a Dublín, quiero volver a Hodges Figgis y comprar libros, muchos libros.