lunes, 25 de marzo de 2013

Por las costas catalanas

 Como ya conté por aquí, antes de irme al monasterio italiano, estuve unos días de road movie.

Cinco días. Cuatro noches en cuatro ciudades diferentes. Casi 800 km.

Barcelona. Tarragona. El Port de la Selva. Roses. Llançà. Palamós. Girona.

Y, en medio, un rato de ocio en el Cap de Creus.

Fueron días largos, intensos, cansados. Fueron días buenos, en los que todo salió a pedir de boca. Días de reuniones, de reencuentros, de planificación de nuevos proyectos.

Me gustan las road movies, sí. Definitivamente me gustan. Aunque tenga que disfrutarlas sola.






domingo, 24 de marzo de 2013

Primavera hortelana

Una de las cosas que he echado de menos durante mi retiro no espiritual en un monasterio al norte de Italia han sido mis plantas. Más que echarlas de menos, tenía ganas de volver para poner en marcha la operación primavera.

Y así, menos de 24 horas después de volver, me he puesto a ello: he recolectado zanahorias, plantado tomateras (de dos variedades), un pimiento y una berenjena (a ver qué sale…), he arreglado los fresales, he redecorado el comedor dándole más protagonismo a un poto que se mudó a esta casa incluso antes que yo y le he dado un poco de color a la casa con algunas nuevas adquisiciones: flores compradas, flores regaladas y unas pequeñas orquídeas que, ay, sí, son mi debilidad, pero no sé qué resultado darán.

Y con esta inmersión hortelana, de nuevo a la vida normal, a la rutina, a una semana corta, muy corta.

Siempre es extraño esto de volver a casa.







lunes, 18 de marzo de 2013

Ayer. Hoy.

 Ayer, cuando me desperté en un hotel de Girona, ésta era la imagen que veía desde mi ventana.


Hoy, cuando me he despertado en un monasterio-hotel-centro de espiritualidad de Barza d’Ispra, junto al lago Maggiore al norte de Italia, ésta es la imagen que he visto desde mi ventana.


Ayer. Hoy.

domingo, 17 de marzo de 2013

Cap de Creus

En unas horas, se acaba mi road movie. Han sido unos días curiosos, más amenos de lo que me pensaba, muy agradables. Días de muchos quilómetros, mucho viento y mucha información. Días de no parar, de casi no tener tiempo de nada más que eso: carretera y trabajo. Días de pasar cerca lugares que me encantan y no tener tiempo de visitarlos. O casi.

Hace dos días. Dos horas libres en mitad de una mañana ventosa de marzo. Carretera, piedras oscuras, paisaje casi lunar, viento de Tramontana, mar azul y blanco. Y allí, como siempre, una vez más, magnífico, sublime, mágico, impresionante, maravilloso e irrepetible, el Cap de Creus.

Hay lugares a los que podría volver siempre. Uno de ellos es éste.

Y aprovechando al máximo esos minutos libres, refugiándome de un viendo infernal que me tumbaba, disfruté de media horita de placer sublime, en uno de los lugares más fascinantes del mundo en compañía de una caña y un libro. Sin pensar en nada más que en eso, ni en trabajo, ni en preocupaciones, ni en planificaciones, ni en tristezas infinitas e insondables. El Cap de Creus, la cerveza, el libro, yo. No hace falta nada más.

Felicidad máxima.

miércoles, 13 de marzo de 2013

De road movie

Hoy me voy de road movie.

Sí, me voy unos días a vivir una peli de carretera.

No va a ser una road movie como la de la carretera costera norirlandesa. No. Aquélla fue vacacional, ésta será laboral. Aquélla fue conduciendo por la izquierda, ésta será conduciendo por la derecha. Aquélla fue en compañía, esta será en soledad.

Tengo sentimientos encontrados hacia esta road movie. No sé cómo irá. Ya veremos.

En la foto, una frase que me encanta de “Alicia en el País de las Maravillas” de Lewis Carroll, en el menú del desayuno del hotel de Belfast.

“A veces creo hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno”.

Yo también.

martes, 12 de marzo de 2013

Belfast


Ya conté en su día por aquí que estuve en Belfast de reunión, hace ya casi un mes. En concreto, en el Titanic Belfast. Entonces expresé mis dudas sobre la necesidad de tener todo un edificio dedicado a un barco cuyo único mérito fue hundirse en su viaje inaugural. Pues bien, después de oír algunas historias de gente local y visitar la exposición dedicada al barco, debo admitir que me acabé rindiendo al efecto Titanic. Esta exposición no es sólo una dedicatoria a un barco que se hundió, es mucho más. Es, en realidad, la historia de una ciudad, de la importancia que en su día jugaron los astilleros, más allá de los conflictos que en los últimos años la han definido. Quien más quien menos en Belfast ha tenido familiares trabajando en ellos, algunos en el Titanic, algunos incluso viajeros del Titanic. Me gustó mucho la exposición, vale la pena, hay que verla. No hay que ir a Belfast sólo para verla, pero si se va a Belfast, vale la pena tener una visión de su historia naval, de la historia de un barco hundido, pero desde una perspectiva menos cinematográfica a la que estamos acostumbrados.

Pero Belfast no es sólo Titanic. Es inevitable hablar y palpar los conflictos que allí se viven. La noche antes de llegar, alguien me advirtió de una bomba que no estalló, cerca de una guardería. En menos de una hora en la ciudad, nos encontramos en medio no de una, sino de dos manifestaciones. Y, por supuesto, no es una ciudad con un ambiente nocturno (tan exagerado) como Dublín.

Pero Belfast tiene su encanto. Sí. Es una ciudad manejable, puedes ir a muchos sitios a pie. El centro es agradable, puedes pasear tranquilamente y salir de noche de manera más pausada que en Dublín pero con igual buen ambiente, buenas pintas y buena música.

Creo que me faltó mucho que ver en Belfast. Las manifestaciones de las que hablaba fueron una cosa puntual el primer día. El resto del tiempo, encerrados en nuestro mundo irreal de reuniones y salidas a cenar, no nos movimos del centro, así que tengo la sensación de que me perdí una gran parte de su realidad local.

Es curioso escribir esto, pero me gustaría volver. A ser posible, con menos frío.