lunes, 18 de marzo de 2013

Ayer. Hoy.

 Ayer, cuando me desperté en un hotel de Girona, ésta era la imagen que veía desde mi ventana.


Hoy, cuando me he despertado en un monasterio-hotel-centro de espiritualidad de Barza d’Ispra, junto al lago Maggiore al norte de Italia, ésta es la imagen que he visto desde mi ventana.


Ayer. Hoy.

domingo, 17 de marzo de 2013

Cap de Creus

En unas horas, se acaba mi road movie. Han sido unos días curiosos, más amenos de lo que me pensaba, muy agradables. Días de muchos quilómetros, mucho viento y mucha información. Días de no parar, de casi no tener tiempo de nada más que eso: carretera y trabajo. Días de pasar cerca lugares que me encantan y no tener tiempo de visitarlos. O casi.

Hace dos días. Dos horas libres en mitad de una mañana ventosa de marzo. Carretera, piedras oscuras, paisaje casi lunar, viento de Tramontana, mar azul y blanco. Y allí, como siempre, una vez más, magnífico, sublime, mágico, impresionante, maravilloso e irrepetible, el Cap de Creus.

Hay lugares a los que podría volver siempre. Uno de ellos es éste.

Y aprovechando al máximo esos minutos libres, refugiándome de un viendo infernal que me tumbaba, disfruté de media horita de placer sublime, en uno de los lugares más fascinantes del mundo en compañía de una caña y un libro. Sin pensar en nada más que en eso, ni en trabajo, ni en preocupaciones, ni en planificaciones, ni en tristezas infinitas e insondables. El Cap de Creus, la cerveza, el libro, yo. No hace falta nada más.

Felicidad máxima.

miércoles, 13 de marzo de 2013

De road movie

Hoy me voy de road movie.

Sí, me voy unos días a vivir una peli de carretera.

No va a ser una road movie como la de la carretera costera norirlandesa. No. Aquélla fue vacacional, ésta será laboral. Aquélla fue conduciendo por la izquierda, ésta será conduciendo por la derecha. Aquélla fue en compañía, esta será en soledad.

Tengo sentimientos encontrados hacia esta road movie. No sé cómo irá. Ya veremos.

En la foto, una frase que me encanta de “Alicia en el País de las Maravillas” de Lewis Carroll, en el menú del desayuno del hotel de Belfast.

“A veces creo hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno”.

Yo también.

martes, 12 de marzo de 2013

Belfast


Ya conté en su día por aquí que estuve en Belfast de reunión, hace ya casi un mes. En concreto, en el Titanic Belfast. Entonces expresé mis dudas sobre la necesidad de tener todo un edificio dedicado a un barco cuyo único mérito fue hundirse en su viaje inaugural. Pues bien, después de oír algunas historias de gente local y visitar la exposición dedicada al barco, debo admitir que me acabé rindiendo al efecto Titanic. Esta exposición no es sólo una dedicatoria a un barco que se hundió, es mucho más. Es, en realidad, la historia de una ciudad, de la importancia que en su día jugaron los astilleros, más allá de los conflictos que en los últimos años la han definido. Quien más quien menos en Belfast ha tenido familiares trabajando en ellos, algunos en el Titanic, algunos incluso viajeros del Titanic. Me gustó mucho la exposición, vale la pena, hay que verla. No hay que ir a Belfast sólo para verla, pero si se va a Belfast, vale la pena tener una visión de su historia naval, de la historia de un barco hundido, pero desde una perspectiva menos cinematográfica a la que estamos acostumbrados.

Pero Belfast no es sólo Titanic. Es inevitable hablar y palpar los conflictos que allí se viven. La noche antes de llegar, alguien me advirtió de una bomba que no estalló, cerca de una guardería. En menos de una hora en la ciudad, nos encontramos en medio no de una, sino de dos manifestaciones. Y, por supuesto, no es una ciudad con un ambiente nocturno (tan exagerado) como Dublín.

Pero Belfast tiene su encanto. Sí. Es una ciudad manejable, puedes ir a muchos sitios a pie. El centro es agradable, puedes pasear tranquilamente y salir de noche de manera más pausada que en Dublín pero con igual buen ambiente, buenas pintas y buena música.

Creo que me faltó mucho que ver en Belfast. Las manifestaciones de las que hablaba fueron una cosa puntual el primer día. El resto del tiempo, encerrados en nuestro mundo irreal de reuniones y salidas a cenar, no nos movimos del centro, así que tengo la sensación de que me perdí una gran parte de su realidad local.

Es curioso escribir esto, pero me gustaría volver. A ser posible, con menos frío.








 




lunes, 11 de marzo de 2013

"La trilogía de Nueva York" de Paul Auster

He tardado en leer este libro más de la cuenta y ha sido por un motivo muy simple: no me ha gustado.

Supongo que es una barbaridad decir (escribir) esto, pero es la pura y simple realidad.

No había leído nunca antes nada de Paul Auster y sentía curiosidad. Así que me decidí por este libro, del que había oído hablar bastante, aunque en realidad me enfrenté a un libro totalmente desconocido para mí: no sabía nada, absolutamente nada de él.

Y no me ha gustado por un motivo bastante tonto: no me interesaba lo que me estaban contando.

Soy así de simple.

El libro son tres historias cortas policíacas. Por ahí he leído que son “tres novelas que proponen una relectura posmoderna del género policíaco”. Uff, tal vez ha sido eso: son demasiado posmodernas para mí y me han aburrido un poco.

Sí, así ha sido. El primer libro que me leo de Paul Auster y me aburro. Tal vez es porque me esperaba algo más costumbrista, otro tipo de historia. Y estas supuestas novelas policíacas me han dejado bastante indiferente. Encima, no me he quedado con ellas. Si alguien me pidiera que ahora mismo se las contara… sí, lo haría, pero quedaría clara mi desgana, desde el primer momento. Tal vez no me han gustado porque no les he prestado demasiada atención: no suelo leer género policíaco. Y aunque se trate de una “lectura posmoderna” de este género, no me han enganchado.

Pero bueno, no pasa nada. Me he leído un libro de Paul Auster y no me ha gustado. Ya leeré más. A ver qué pasa.

domingo, 10 de marzo de 2013

Hoy

Hoy mi casa huele a zanahorias recién recolectadas.

Una auténtica maravilla.

¡Feliz domingo!



sábado, 9 de marzo de 2013

Disfrutando


Estos días de buen tiempo, al final del invierno, son alucinantes.

Días de sol, de cielos azules, de temperaturas diurnas cercanas a los 20º.
Son días increíbles, por lo esperados después de muchas semanas de días cortos, frío y mal tiempo. Pero también son increíbles por su futilidad: no durarán mucho, no pueden durar mucho. Aún estamos a principios de marzo, aún es invierno. Aún hará frío y lloverá.

Pero estos días… ah, estos días. Estos días en que ya no coges el abrigo para salir durante el día, sino la chupa de verano. Estos días en que te pones a hacer cosas que no quieres hacer y mira, acaban saliendo estupendamente. Estos días en los que dejas la casa patas arriba, la ropa sin lavar, la cama por hacer y sales más o menos voluntariamente, sin saber que no volverás hasta después de comer, de comer en un sitio que no esperabas.

Y vuelves a casa y regar las plantas es un auténtico placer. Las zanahorias están enormes, o lo parecen. La orquídea tiene unos capullos prometedores. Las freseras están más alegres y parecen estar recuperando ya el color (y tienen una seta de nueva acompañante). Y una incipiente flor se asoma desde el aloe vera.

Y llegan las tardes, las tardes de esos días. Tardes pausadas, en las que el sol se pone muy, muy despacio, alargando por fin los días (sí, ¡por fin! ¡alargando!). Y por fin empiezas lo que has dejado aplazado: poner lavadoras, recoger ropa, cambiar sábanas mientras el sol cae. Incluso encuentras un momento para coger las agujas y tejer, tejer un proyecto que ya casi tenías medio olvidado. Y no te das cuenta y tienes las ventanas abiertas. Y no hace frío. De momento. Y va bajando el sol y ya las tienes que cerrar, te tienes que abrigar. Y sabes que esa noche, cuando salgas, tendrás que volver a llevar el abrigo.

Pero no importa.

No, no importa.

Porque has disfrutado de ese increíble día de buen tiempo de final del invierno, de su cielo azul, de su energía. Aunque no hayas hecho nada especial ni nada extraordinario. Aunque lo único que hayas hecho sea mirar al cielo, a ese cielo de azul increíble. Aunque apenas hayas sentido el roce del sol en tu piel. Pero sabes que está ahí. El sol, el buen tiempo, la vida.

Y poco a poco llega la noche. Esas noches frías de final del invierno que son más duras por el contraste con la claridad, la luz, la calidez y la energía del día. Pero no pasa nada, no, no pasa nada. Te abrigas, te tapas un poco, disfrutando de la energía de ese día de buen tiempo que te ha llenado de calidez la casa, las plantas, a ti misma e incluso, sí, incluso a tu corazón.

En las fotos, mis plantas, en un día de buen tiempo, al final del invierno.