domingo, 16 de agosto de 2015

"The Phantom of the Opera" de Joel Schumacher

En mi fin de semana por el sur de Francia, cuando estuve en Sète, viajé de manera extraordinaria 700 km en coche durante una única jornada. La mitad del viaje lo hice sola y, aunque me encanta conducir, conducir con música me gusta aún más.

Llevaba conmigo varios CDs de los que tengo habitualmente en mi coche, pero ya los tenía más que escuchados durante esos días, así que cogí uno enigmáticamente etiquetado como “MP3” y me dejé sorprender. Me encontré con una heterogénea, poco ortodoxa y casi imposible combinación de estilos tan sorprendentes como inesperados. Y eso que yo misma había grabado el CD: la banda sonora de “El fantasma de la Ópera” se mezclaba con Amaral, Bon Jovi, Antònia Font y música folk asturiana. Así, a lo loco. Tan mal lo grabé que las primeras canciones de cada CD original estaban grabadas seguidas. Así, cuando me descubrí a mí misma con ganas locas de escuchar “El fantasma de la ópera” entero, tuve que ir saltando cuatro canciones entre pieza y pieza.

La cuestión es que después de pasarme 350 Km cantando a todo trapo canciones de “El fantasma” me entraron ganas irrefrenables de ver la película de nuevo, la de Joel Schumacher con Gerard Butler y Emmy Rossum. Y como cualquier excusa es buena para ver a Gerard Butler, cuando volvía a casa, la vi. La encontré en versión original, así sin subtítulos ni nada, yo a lo loco, venga. Y disfruté como una enana, mucho, mucho, mucho.

Creo que sólo la había visto en su momento, en el cine, hace como diez años (glups). En su día, me impactó mucho y me encantó. Por eso no entiendo por qué durante tantos años la he olvidado, no la he vuelto a ver ni había escuchado su banda sonora en tanto tiempo. Ahora es mi última obsesión. Creo que fliparía viendo el musical en directo. Eso sí, no sé si me gustaría un fantasma que no fuera Gerard. Qué hombre. Emily Rossum también lo hace bien, en su momento me pareció un poco pava, pero ahora que la conozco como la Fiona Gallagher de Shameless, me parece fabulosa. Pero Gerard es lo más. Creo que lo descubrí en esta película y no ha hecho más que mejorar con el tiempo. Cualquier excusa es buena para ver una película de Gerard. Y si sale cantando, aún más.

Ahora, cuando tengo ganas de ponerme música de esa que sabes que te va a alegrar el día, en vez de la banda sonora de “Frozen” me pongo la de “El fantasma”. Y es lo más. Lo más de lo más. Para muestra, un botón.

lunes, 10 de agosto de 2015

"Cod. A Biography of the Fish That Changed the World" de Mark Kurlansky

Hacía mucho, mucho que quería leer este libro. Había oído hablar muy bien de él y, aunque en un principio la biografía del bacalao no es un tema que me atrajera especialmente, había oído tantas cosas buenas que me parecía inevitable leerlo. Tenía, además, ganas de conseguir la versión española del mismo por un motivo tan absurdo como trivial: el pez que ilustra la portada no es un bacalao (Gadus morhua) sino un salmonete de roca (Mullus surmuletus). ¿Por qué en la ilustración de portada de un libro sobre el bacalao aparece un salmonete en vez de un bacalao? Ni idea, pero me parecía algo lo suficientemente curioso como para tener intentar conseguirlo. Pero no fui capaz de encontrar el libro por ningún lado, así que al final opté por comprarme la versión original en inglés. Y sí, en este caso el pez de la portada es un bacalao.

El libro es todo lo interesante que me habían contado e incluso más. Es, ni más ni menos, lo que promete el título: la historia del bacalao, los orígenes de su explotación, el seguimiento científico de su evolución y los problemas que trajo su sobrepesca y muchas otras cosas relacionas con esta especie, desde su biología y etimología hasta su importancia en diferentes culturas, incluyendo muchas recetas de distintos estilos y países.

Además de interesante, es un libro muy ameno. No se me ha hecho pesado en ningún momento, ni siquiera leyéndolo en inglés, aunque admito que la parte final de las recetas me la he saltado alegremente. No sé por qué, me cuesta mucho seguir recetas en inglés. La cuestión es que el libro engancha, entretiene, enseña y hasta divierte. La historia de discretos pescadores vascos e ingleses, capturando bacalao en magníficos caladores en el Atlántico occidental, y trayendo el pescado a Europa ya seco (¿dónde lo secaban? No se puede secar pescado en un barco), insinuando que habían llegado a América antes que Colón es, cuanto menos, encantadora.

Yo soy muy fan del bacalao. Me gusta mucho. Me resulta fascinante que en países como Portugal sea un pez más que deseado y que forme parte de recetas tradicionales en casi todo el Mediterráneo, cuando no hay bacalaos en el Mediterráneo (excepto uno despistado que llegó una vez a mi isla). Después de leer este libro, me declaro aún más fan.

jueves, 6 de agosto de 2015

Proyecto final


Yo en verano también tejo. Con dos agujas. Que sí. Tejer no es de gente mayor. Ni exclusivo de invierno. Aunque mucha gente lo siga viendo así, como un pasatiempo invernal de las abuelas. Yo lo he dicho alguna vez, creo, a mí tejer me relaja al máximo. Me sirve para desconectar y me ha enseñado muchas cosas. La primera, a ser paciente. Cuando me pongo con un proyecto, quiero tenerlo listo ya. Y tejer no es así. Tejer me ha enseñado a calmarme y a comprender que las cosas, a veces, llevan su tiempo.

Como decía, yo .también tejo en verano. No grandes bufandas de lana gruesa, sino cosas más veraniegas (o no, porque el verano pasado empecé un jersey de lana que no acabé hasta muchos meses después). Este verano voy tejiendo cómo y cuándo me apetece. Y la propuesta de Pearl Knitter de su proyecto final me apetecía mucho. Lo empecé en primavera y lo acabé en verano. Me salió un proyecto viajero, se vino conmigo a Milán (donde tejí algo) y a la segunda ronda del Festival de Primavera (donde no tejí nada). Escogí los tonos rosas porque… bueno, ellos me escogieron a mí… bueno, los escogió por mí la de la mercería de mi barrio. Y oye, acertó totalmente. No sólo en el color, sino en el algodón. Ha sido maravilloso trabajar con él, lo he disfrutado mucho, mucho, mucho.

Y un buen día en el mes de julio, estrené mi jersey rosa, que sólo tiene dos fallitos que no los vais a ver, porque los he disimulado bastante. Y yo, tan contenta.

Las fotos son todas hechas con el móvil. Ni una foto tengo con ninguna de mis cámaras. Y, a estas horas, está ya muy oscuro para hacer fotos decentes

Y aunque justita, justita, ¡llego a Rums!



martes, 4 de agosto de 2015

Fin de semana por el sur de Francia

Por cuestiones de agenda, mi último viaje a Sète me obligó a pasar un fin de semana por el sur de Francia. Aunque no era mi plan favorito del mundo mundial (viajaba sola), hace tiempo ya que decidí disfrutar de lo que hay en mi vida en cada momento. Y si hay que disfrutar de un fin de semana en el sur de Francia, se disfruta.

Aproveché para conocer Montpellier, una ciudad a pocos quilómetros de Sète y que aún no conocía. Fui allí con unos colegas y amigos a pasar la velada del viernes, en un acontecimiento perfecto para una noche de verano: comer y beber al aire libre, con música swing de fondo y charlando en idiomas variados (éramos seis adultos de tres nacionalidades diferentes). Sin planes claros para el sábado, pero con varias propuestas, por la mañana volví a Montpellier para conocer la ciudad con más calma (y más calor) y luego me lancé a la aventura de buscar dos sitios que me habían recomendado los colegas franceses. Ahí salió mi vena cretense, mi yo de hace 7 años (ya, glups), cuando en Creta me dedicaba a recorrer en soledad carreteras desconocidas, sin más preocupaciones que decidir dónde pasar la noche aquel día y qué siguiente playa, pueblo o ruina iba a visitar.

Así que después de comer en Montpellier, pasé una hora hasta que logré encontrar la carretera que buscaba y acabé nadando en un río, a los pies de una cascada en Saint-Laurent-le-Minier. Qué lugar tan bonito, tan agradable y tan concurrido en un fin de semana de tanto calor. Qué maravilla, qué aguas tan ricas (pensaba que estaría congelada, recuerdos de los veraneos de mi infancia en tierras conquenses, donde el agua de los ríos era hielo puro), qué rato más bueno pasé refrescándome en las aguas, contemplando a los chavales tirándose desde lo más algo posible y dejando pasar el tiempo leyendo, con la brisa fresca de la orilla del río.

De vuelta a Sète, paré en otro pueblo que me habían recomendado, Saint-Guilhem-le-Désert, un lugar tan turístico como bonito y acogedor. Un lugar al que le pasa lo mismo que a otros lugares maravillosos (como Venecia): por mucha gente que haya, por muy turístico que sea, sigue siendo un lugar maravilloso. Pasear por sus calles empedradas, encontrar signos del Camino de Santiago (está en la ruta francesa del mismo), visitar sus pequeñas tiendas (bastante) artesanales fue una manera estupenda de acabar el día.

El domingo no fue tan bucólico: 700 km de carretera para ir al aeropuerto a recoger al jefe. Al menos de camino pude pararme en Girona, a comer con un amigo. Cómo me gusta Girona, es una ciudad tan bonita como interesante. Uno de esos lugares a los que no me canso de volver. Y ya es la segunda vez que voy este año.











lunes, 3 de agosto de 2015

"The Hole"

En uno de nuestros viajes anuales de final de Enero a Barcelona, algunos amigos fueron a ver “The Hole”. No sé muy bien por qué no fui yo, no sé si no me apetecía o, simplemente, ni siquiera fui a ese viaje. La cuestión es que fueron y, cuando les pregunté qué tal, todos coincidían en que muy bien. Pero cuando les pedí más información, cuando les pregunté qué era exactamente lo que habían ido a ver, ninguno pudo, supo o quiso explicarlo. O si lo intentaron, no lo consiguieron.

Cuando anunciaron que “The Hole” venía a la isla, esos que fueron ya a verla, decidieron repetir. Así que pensé que, fuera lo que fuera “The Hole”, merecía la pena ir a verla. Y sí, merece la pena y sí, ahora entiendo por qué les costó tanto describir lo que habían visto. Es difícil, pero lo voy a intentar.

“The Hole” es puro talento sobre el escenario. Eso es lo primero que pensé, a los pocos minutos de que empezara. Es puro talento enmascarado en un espectáculo erótico-festivo; alguien me dijo que había oído que era pornográfica, nada más lejos de la realidad. Curiosamente ese punto erótico, sexy, sensual o como queramos llamarlo no es un fin en sí mismo, sino sólo un medio de expresión de mucho más, de talento que explota en forma de música, acrobacias, interpretación y baile. Y risas, muchas risas. Todo eso es “The Hole”. Con un par de frases lapidarias (“Lo que pasa en el agujero se queda en el agujero”, “Hay que estar en el agujero para salir del agujero”), un@ maestr@ de ceremonias variable (maravillosa, la Terremoto de Alcorcón y muy querida por estos lares) y una atmósfera de cabaret, nos adentramos en un espectáculo teatral o más bien circense que divierte, impresiona e impacta hasta durante el descanso. Sin olvidar ese punto de reflexión, ese carpe diem, el vive el momento, el ahora estamos aquí, vamos a disfrutarlo y después ya se verá que, aunque deberíamos tener siempre presente, a veces nos tienen que recordar.

No una, ni dos, sino hasta tres veces han prorrogado en mi isla. Por algo será. Así que aún tenéis tiempo de entrar en el agujero. Hasta el 16 de Agosto. A mí no me importaría repetir.

miércoles, 29 de julio de 2015

“Los minions” de Pierre Coffin y Kyle Balda

Los minions son unos bichitos amarillos que hablan muy raro y que se ganaron el protagonismo en las películas de Gru. El objetivo de los minions es servir a un villano, por eso se llaman minions, que significa esbirro.

Esbirro, qué palabra tan fea. Me gusta más secuaz o compinche. A mí, oír la palabra esbirro en una peli para niños me da repelús. ¿Quién usa esbirro en la vida real? Vale, sí, hay que fomentar el conocimiento de palabras nuevas y no debemos hablar sólo de “buenos” y “malos”, pero esbirro me suena fatal.

Me suena a adicto a las birras. Pero un tipo feo, barrigudo y adicto a las birras.

Me despisto. Fui a ver la peli de los minions porque me parecen criaturas simpáticas y con un triste objetivo en el planeta, lo de servir a un villano. Pero son graciosos, pequeñitos, con un número variable de ojos (eso me encanta) y bastante torpes. La peli es estupenda para una tarde de verano, te ríes, pasas el rato y acabas pensando que estos bichos son adorables. Y casi acabas entendiendo su idioma.

Yo soy muy fan de las pelis de dibujos, así que igual no soy objetiva. Y soy muy fan de los minions, así que soy aún menos objetiva. Me lo pasé genial. Eso sí, seguro que si la hubieran titulado “Esbirros” y les hubieran cambiado el nombre por “esbirros”, no sería el superéxito que es.

Con lo chula que es la palabra secuaz.

Qué bonitas son las zetas.

martes, 28 de julio de 2015

De esto que... (X)

De esto que es domingo tarde y estás holgazaneando en el sofá y tonteando con el portátil que se está quedando sin batería. Te levantas a buscar el cargador y… oh… ¡oh, oh! ¡Te lo dejaste el viernes en la oficina! Y estás de vacaciones. Durante las próximas dos semanas. Y necesitas el portátil. Con batería y/o cargador, a ser posible. Así que durante tres cuartos horas te piensas si ir o no a la oficina en una tarde de domingo de verano de vacaciones… O ir mañana, lunes. Al final decides que es mejor ir hoy, que no te verá nadie y te vas, pensando en la ducha fresquita que te pegarás al volver. Por el camino, ves a la gente paseando y tomándose cosas en terracitas. Y una cola enorme en una heladería. Pringaos. Llegas a la oficina, subes al despacho, coges el cargador y sales de allí casi corriendo, casi con vergüenza, casi sin estar allí. Llegas a casa, cargador en mano, y vas a sacar el móvil de bolso y… oh, ¡oh, oh! No está el móvil. Te llamas desde el fijo. Una vez. Y dos. El móvil no está en casa. Enciendes el portátil (porque ¡ya tienes cargador!) para buscar con aquella aplicación que te instalaste dónde está y… ¿cómo se llamaba la aplicación? No la encuentras. Uy, qué gran idea instalar una aplicación para rastrear el móvil que no recuerdas cuál es ni cómo funciona. Vuelves a llamarte dando vueltas por casa. Aquí no está. Así que te vas al coche, seguro que se te ha caído en el coche. No, tampoco. Hasta vacías la guantera y te preguntas si al cambiar el CD habrás metido el móvil en el reproductor en vez de un CD… imposible. ¿En el trabajo? ¿¡Estará en la oficina!? No, no puede ser, no has estado tiempo suficiente para soltarlo… ¿o sí? Así que, lloriqueando por las esquinas y mirando hacia atrás para que nadie te vea, subes a casa a por el bolso y vuelves al coche. Y vuelves a la oficina. Sigue la cola en la heladería. Ya no te parecen tan pringaos. Entras en el despacho, despacito, “tiene que estar, tiene que estar, tiene que estar”. No está. Buscas y rebuscas y te sientes tonta, idiota, estúpida y despistada. Al final, te rindes a la evidencia: no está. Y, de vuelta a casa, buscas planes B para encontrar el móvil, pero no hay demasiados planes B. Ay, que he perdido el móvil. En un último intento, parada en un semáforo, vuelves a mirar por el coche y… ahí está, el móvil, debajo del asiento del copiloto. Qué gran momento.

Y así es como pasé una tarde de domingo de vacaciones veraniegas. Con dos viajes a la oficina y un móvil perdido y hallado en el coche.

Y casi atropello un perro.

La foto no tiene mucho que ver con la historia, pero es del mismo día (un día en conjunto bastante raro): hoja de Posidonia oceanica con una forma muy peculiar. La posidonia es una planta superior, no un alga.