Hace tiempo que rondaba este libro por casa. Es un libro cortito, sencillo, aunque he tardado más en leerlo de lo que pensaba porque en los últimos meses he bajado mi ritmo lector de forma considerable. Cuenta la historia de Eddie, un anciano que trabaja en el mantenimiento de un parque de atracciones situado cerca del mar. El día de su cumpleaños, muere en un accidente intentando salvar a una niña en el parque. Y de allí va al cielo, donde se irá encontrando con cinco personas que, en algún momento y aunque él ni tan sólo recuerde, han marcado algo importante en su vida. Gracias a estas personas y a recuerdos de cumpleaños anteriores, repasamos la historia de su vida y de la vida de las personas que le han rodeado, y de cómo todas las historias están, en algún modo, interconectadas.
Ya he dicho que es un libro corto, sencillo de leer, agradable aunque trate de la muerte, aunque en realidad habla de la vida, de nuestras vidas, de cómo unas personas influyen a otras, de cómo todo está interconectado, aunque ni siquiera nos demos cuenta. No es un libro que me haya cambiado la vida ni que me haya entusiasmado, pero sí que me ha gustado bastante. Y lo recomendaría.
Hay una película basada en el libro, pero ahora mismo no me atrae especialmente, la verdad.
martes, 30 de diciembre de 2014
lunes, 29 de diciembre de 2014
Pedazo faringitis
“Pedazo faringitis”.
Ese es el pronóstico que me dio el sábado la doctora de urgencias del centro de salud de mi barrio cuando la fui a ver.
No fue una sorpresa, no. Mi faringe y yo nos conocemos muy bien y ya sabemos que estas cosas pasan. Por eso, ya llevaba dos días automedicándome con analgésicos y antiinflamatorios (niños, no hagáis eso en casa) y la doctora me animó a seguir con ellos y añadirle unos antibióticos (“Si no te doy antibióticos, esto no va a mejorar”), además de una porquería yodada para hacer gárgaras.
Así que aquí estoy, en mis vacaciones, pasando los días entre medicinas químicas y remedios naturales, tratando de hacer más llevaderos unos días duros, en los que el dolor de garganta que he tenido ha sido muy superior al de faringitis previas. O tal vez es que, con la edad, mi umbral de dolor ha bajado y me he vuelto más quejica.
“A ti te quitaron las amígdalas, ¿verdad?”.
Pues sí. Porque soy de esa generación en la que quitar las amígdalas era lo normal. Y así me va, que en mi vida adulta creo que no he tenido ni un solo resfriado normal, que sólo tengo faringitis o amigdalitis (porque, aunque me extirparan las amígdalas, siempre dejaban algunas, al menos las de la lengua. Y de ahí la contradicción de que una persona a la que le han extirpado las amígdalas pueda sufrir amigdalitis).
Y porque no os he hablado de las flemas. Ay, mis flemas. Eso sí que no lo había sufrido de forma tan aguda desde que era niña. No entraré en detalles pero, ¡qué desagradable!
La fiebre está bajo control, pero también bajo vigilancia. “Vigílate la fiebre, no vaya a bajarte la infección al pecho”. Sería una novedad, que la infección fuera más allá de la faringe. Pero yo la vigilo, claro que sí, por si acaso. Que esta batalla aún no está ganada, pero sigo luchando con todas mis fuerzas.
Voy a seguir con unos vahos de eucaliptus.
En la foto, mis amigas las medicinas químicas. Los remedios naturales no han querido salir en la foto.
Ese es el pronóstico que me dio el sábado la doctora de urgencias del centro de salud de mi barrio cuando la fui a ver.
No fue una sorpresa, no. Mi faringe y yo nos conocemos muy bien y ya sabemos que estas cosas pasan. Por eso, ya llevaba dos días automedicándome con analgésicos y antiinflamatorios (niños, no hagáis eso en casa) y la doctora me animó a seguir con ellos y añadirle unos antibióticos (“Si no te doy antibióticos, esto no va a mejorar”), además de una porquería yodada para hacer gárgaras.
Así que aquí estoy, en mis vacaciones, pasando los días entre medicinas químicas y remedios naturales, tratando de hacer más llevaderos unos días duros, en los que el dolor de garganta que he tenido ha sido muy superior al de faringitis previas. O tal vez es que, con la edad, mi umbral de dolor ha bajado y me he vuelto más quejica.
“A ti te quitaron las amígdalas, ¿verdad?”.
Pues sí. Porque soy de esa generación en la que quitar las amígdalas era lo normal. Y así me va, que en mi vida adulta creo que no he tenido ni un solo resfriado normal, que sólo tengo faringitis o amigdalitis (porque, aunque me extirparan las amígdalas, siempre dejaban algunas, al menos las de la lengua. Y de ahí la contradicción de que una persona a la que le han extirpado las amígdalas pueda sufrir amigdalitis).
Y porque no os he hablado de las flemas. Ay, mis flemas. Eso sí que no lo había sufrido de forma tan aguda desde que era niña. No entraré en detalles pero, ¡qué desagradable!
La fiebre está bajo control, pero también bajo vigilancia. “Vigílate la fiebre, no vaya a bajarte la infección al pecho”. Sería una novedad, que la infección fuera más allá de la faringe. Pero yo la vigilo, claro que sí, por si acaso. Que esta batalla aún no está ganada, pero sigo luchando con todas mis fuerzas.
Voy a seguir con unos vahos de eucaliptus.
En la foto, mis amigas las medicinas químicas. Los remedios naturales no han querido salir en la foto.
miércoles, 24 de diciembre de 2014
martes, 23 de diciembre de 2014
El palo
Seguro que habéis oído hablar del palo. Y no, no me refiero a aquel anuncio en el que un niño gritaba de felicidad como un poseso porque le regalaban un sencillo palo. Me refiero a eso que llaman por ahí bastoncitos para hacerse selfies y que tiene ya muchos detractores confesos.
Yo tengo un palo de esos. Lo digo alto y claro: TENGO UN PALO. Y me hace muy feliz.
Lo descubrí en Roma, en mi tarde de paseo por Villa Borghese: los vendían como churros por la plaza del Popolo romana. Y supe que me iba a comprar uno. No fue hasta cinco días después cuando en mi día libre romano, me compré uno junto al Coliseo. Regateando unos cinco milisegundos, conseguí pagar un tercio de lo que me pedía el vendedor. Yo regateando soy malísima, pero el vendedor que me tocó aún peor. La cuestión es que me compré un palo y, esa misma tarde, un mando a distancia que me permite hacer fotos con mi móvil gracias al bluetooth (porque mi móvil no tiene temporizador).
Admito que es un invento perfecto para turistas: montones de parejitas se paseaban por Roma con el móvil en el palo haciéndose fotos tiernas con los más famosos monumentos romanos de fondo. Y sí, admito que lo aproveché para hacerme alguna foto e incluso alguna foto de grupo con mis tres compañeros de excursión. Pero a mí el palo me parecía que era mucho más que eso. De hecho, en un primer momento yo no pensé en los selfies: pensé en la perspectiva que podría dar a las fotos. Así que me paseé por las termas de Caracala y por lugares romanos que ya conocía haciendo fotos desde una altura muy superior a mi metro sesenta y poco. Y, aunque experimenté poco, estoy contenta con el resultado.
Sí, soy de la opinión que el dichoso palo da mucho juego. Sirve tanto para el móvil como para cámaras compactas, aunque aviso a navegantes: enganchad bien la cámara y no hagáis como yo, que a base de hacer el tonto, me la acabé cargando. Pero eso es otra historia muy triste de la que no quiero hablar hoy.
Y para muestra, otro botón: un vídeo que grabé hace unas semanas en una guerra de bandas que tuvo lugar en mi ciudad (le he bajado mucho la calidad, para poder colgarlo sin demasiados problemas). Swing, lindy hop, visto desde las alturas.
La cuestión es que el palo es una maravilla y sirve para mucho más que para los manidos selfies. Que lo de hacerse fotos a uno mismo parece un reciente invento hortera, pero para las que de vez en cuando recorremos mundo solas, en ocasiones es la única manera de llevarte un recuerdo gráfico de tu paso por algunos lugares (y lo digo yo, que de muchos sitios maravillosos no tengo ni una foto de mí misma en ellos).
Lo que decía, el palo es estupendo. Y tan feliz me hace que, como primicia mundial, y sin que sirva de precedente en el blog, voy a colgar una foto mía. Utilizando el palo. O, como me gusta decirlo a mí, pescando fotos.
Yo tengo un palo de esos. Lo digo alto y claro: TENGO UN PALO. Y me hace muy feliz.
Lo descubrí en Roma, en mi tarde de paseo por Villa Borghese: los vendían como churros por la plaza del Popolo romana. Y supe que me iba a comprar uno. No fue hasta cinco días después cuando en mi día libre romano, me compré uno junto al Coliseo. Regateando unos cinco milisegundos, conseguí pagar un tercio de lo que me pedía el vendedor. Yo regateando soy malísima, pero el vendedor que me tocó aún peor. La cuestión es que me compré un palo y, esa misma tarde, un mando a distancia que me permite hacer fotos con mi móvil gracias al bluetooth (porque mi móvil no tiene temporizador).
Admito que es un invento perfecto para turistas: montones de parejitas se paseaban por Roma con el móvil en el palo haciéndose fotos tiernas con los más famosos monumentos romanos de fondo. Y sí, admito que lo aproveché para hacerme alguna foto e incluso alguna foto de grupo con mis tres compañeros de excursión. Pero a mí el palo me parecía que era mucho más que eso. De hecho, en un primer momento yo no pensé en los selfies: pensé en la perspectiva que podría dar a las fotos. Así que me paseé por las termas de Caracala y por lugares romanos que ya conocía haciendo fotos desde una altura muy superior a mi metro sesenta y poco. Y, aunque experimenté poco, estoy contenta con el resultado.
Sí, soy de la opinión que el dichoso palo da mucho juego. Sirve tanto para el móvil como para cámaras compactas, aunque aviso a navegantes: enganchad bien la cámara y no hagáis como yo, que a base de hacer el tonto, me la acabé cargando. Pero eso es otra historia muy triste de la que no quiero hablar hoy.
Y para muestra, otro botón: un vídeo que grabé hace unas semanas en una guerra de bandas que tuvo lugar en mi ciudad (le he bajado mucho la calidad, para poder colgarlo sin demasiados problemas). Swing, lindy hop, visto desde las alturas.
La cuestión es que el palo es una maravilla y sirve para mucho más que para los manidos selfies. Que lo de hacerse fotos a uno mismo parece un reciente invento hortera, pero para las que de vez en cuando recorremos mundo solas, en ocasiones es la única manera de llevarte un recuerdo gráfico de tu paso por algunos lugares (y lo digo yo, que de muchos sitios maravillosos no tengo ni una foto de mí misma en ellos).
Lo que decía, el palo es estupendo. Y tan feliz me hace que, como primicia mundial, y sin que sirva de precedente en el blog, voy a colgar una foto mía. Utilizando el palo. O, como me gusta decirlo a mí, pescando fotos.
jueves, 18 de diciembre de 2014
Peter May superfan
No sólo lo digo yo (que también), sino que lo dicen los de Quercus Books.
Y no sólo eso. También tengo una copia de “Runaway”, el último libro de Peter May que aún no está publicado. Y aún más: tengo una copia de “Runaway” firmada por el mismísimo Peter May. ¡Toma ya!
Todo empezó con un concurso en el que no podía participar, por vivir fuera del Reino Unido. Pero participé. Y me seleccionaron (junto a otras 99 personas, no nos vamos a engañar) como superfan de Peter May. Toma y toma.
Como consecuencia, he recibido cinco copias de una de sus novelas, su libro sobre las islas Hébricas y una copia firmada de su última novela (¿os lo había dicho ya?), que sale a la venta en enero.
¿A que mola?
Sobre las cinco copias del libro, escogí “The Blackhouse” porque (aunque lo tengo ya en español y es, curiosamente, el primer libro del que hablé en este blog, “La isla de los cazadores de pájaros”), me hacía ilusión tenerlo en inglés, para que haga juego con el resto de libros de la trilogía, que sí que compré en inglés (en dos viajes a Namibia, en lo que ya se había convertido en una tradición “Vuelvo a Namibia. A ver si encuentro algún otro libro de Peter May allí”). ¿Qué haré con los otros cuatro? Bueno, en el texto que escribí para el concurso, ya definí quiénes serían sus dueños. Pero, cosas que pasan, he cambiado un poco de idea, y aunque el destino de tres de sus dueños sí que es el previsto, aún estoy acabando de definir lo que hago con uno de ellos. Pero eso ya os lo contaré otro día.
Yo me voy a mirar un poco más mi libro autografiado. (En la foto, aparece un poco retocado mi nombre, para salvaguardar mi intimidad y esas cosas).
Y a ver si mañana me llega otro libro porque yo, que nunca gano nada, también he ganado la porra de Hacienda de Bichejo.
Estoy en racha.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
#14cosas
Hoy no hay entrada en el blog, no en este blog, pero sí que colaboro en Catorce cosas contando eso, 14 cosas buenas que han pasado en 2014.
martes, 16 de diciembre de 2014
De nuevo en la Fontana di Trevi
Ya lo dije hace algunos meses: cada vez que vuelva a Roma, volveré a la Fontana di Trevi. Aunque sepa que esté en obras. Y sí, sigue en obras, pero esta vez tuve la oportunidad de pasar por la pasarela que te permite ver la fuente más cerca que nunca.
Este lugar me sigue poniendo los pelos como escarpias.
Con andamios y todo.
Este lugar me sigue poniendo los pelos como escarpias.
Con andamios y todo.
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