¿Veis esa cosita redonda, plateada y brillante en mitad de la foto? (Hay que agrandar haciendo clic, si no sí que no se ve nada).
Sí, ésta.
Es el pendiente que perdí el otro día, cuando fui a pasear por el muelle de Swakopmund. No me di cuenta hasta que llegué al hotel, así que ayer, durante la pausa para comer, decidí acercarme de nuevo allí, para intentar recuperarlo, sin muchas esperanzas, la verdad.
Y ahí estaba. Encima del tejado de un recinto que hay casi al final del muelle, antes del restaurante. Al verlo he pensado “Ahí se queda, de ahí no lo puedo coger”. Para inmediatamente pensar “Jolín si es un tejado plano, está lejos del borde, ¡no voy a quedarme sin pendiente!”. Y así arriesgué mi vida (¡¡¡jajaja!!!) atravesando la barandilla de madera y recuperándolo (ligeramente rozado, dañado, pero enterito).
De vuelta al trabajo, con una sonrisa en los labios y el pendiente en el bolsillo, me paré en un banco de madera pintado de rojo y desconchado a comerme un bocadillo, sintiendo rugir el océano justo delante de mí, a escasos metros. Y estando allí se me ocurrió que me daba tiempo de ir hasta la laguna de la desembocadura del río Swakop, donde sé que hay flamencos, a ver si tenía suerte y había algunos cerca.
Y los había.
Cerca, muy cerca. Maravillosamente cerca. Disfrutando también de su lunch, con sus patas esmirriadas, sus rodillas invertidas, sus picos encorvados y sus colores del blanco al rosa, ¡oh esos cuellos rosas! He estados haciéndoles fotos un buen rato (compacta, siempre compacta. La réflex nunca está a mano cuando se la necesita), tapándome con un pañuelo, no por camuflarme, sino por poder mirar a través de la pantalla. Son preciosos, estos lindos flamencos.
Y hoy he vuelto allí. A mediodía he ido directamente con la comida junto a la laguna. Y allí he estado comiendo, contemplando a los flamencos, haciéndoles fotos y cargándome de energía.
Lo dicho. Son preciosos, estos lindos flamencos.