Ha llegado mayo. Ha llegado el calor. Han llegado los primeros pasos en dirección a eso que llaman “nueva normalidad”, que me suena fatal y que es una manera de evitar decir que nada será igual, al menos por un tiempo. Esta semana he descubierto mi nuevo patrón de sueño: un día duermo bien, un día duermo mal. Aunque no se cumple siempre, claro que no. En cualquier caso, si duermo mal, al día siguiente estoy de mal humor; si duermo bien, me parece que todo es maravilloso. Me estoy acostumbrando a esta rutina, a esta alternancia de días malos y días buenos y no les doy demasiada importancia, ni a los unos ni a los otros. Cada día es nuevo, cada día hay que tomarlo como viene y sacar de él lo que podamos, según las circunstancias.
He descubierto que una vieja mesa de playa, ésa que usábamos hace muchísimos años cuando comíamos debajo de los árboles junto al mar, cabe perfectamente en mi balcón. Está en perfecto estado. La pongo junto a la mesa de cultivo, donde los fresales y el tomillo están desbordados ya, y me siento con una silla de playa a tomar un poco el aire, el sol o el vermut. O con una fitball que tiene el tamaño perfecto, para trabajar al aire libre por la tarde, cuando el sol ya no da en el balcón. Pero mi alergia a la primavera ha podido con mi nuevo descubrimiento y he tenido que eliminar mis ratos de balcón, porque el picor de ojos, de nariz y los estornudos me dan dolor de cabeza y complican mi vida. Así que el tendedero de ropa ha recuperado su posición, aunque con tanto polen acabará dentro de casa, ya veréis.
Sigo sin tener tierra para trasplantar mis tomateras, pero intuyo que pronto la conseguiré. Uno de mis objetivos para el próximo fin de semana: arreglar las plantas. Mis ginkgos siguen echando hojas como si no tuvieran nada más que hacer en su vida, como efectivamente ocurre. De momento no están creciendo más, solo algunas ramas que chocan ya con los cristales de la galería. Y el sábado salí a caminar. Una vez, en mi rango de un quilómetro desde mi lugar de residencia. Vi el mar. Cincuenta días después, vi el mar. Nunca, nunca, nunca en toda mi vida había estado tanto tiempo sin ver el mar. Y ahí sigue.
En la foto, vistas lejanas del mar, en mi paseo del sábado.
El mar sigue ahí, menos mal. Menos mal que algo sigue igual en la nueva normalidad jajaja Ayyy, qué larga se me va a hacer tanta novedad, me temo
ResponderEliminarY extraño. Qué raras van a ser las cosas nuevas, pero también a eso nos acostumbraremos.
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