Ayer por la tarde iba a prepararme para ir a bailar junto al mar (con bastantes pocas ganas, debo decirlo) cuando me sorprendió una extraña luz que se colaba por las rendijas de las persianas. Salí al balcón para comprobar que el atardecer brillaba con una luz especial, esa luz única que precede a una tormenta. “A ver si encima va a llover”, pensé. Y aunque mis pocas ganas de moverme de casa se juntaron con esa perspectiva, decidí salir igualmente por un motivo claro: la luz era espectacular y donde iba, allí junto al mar, podría serlo más aún.
De camino, con el coche, iba disfrutando de la luz variable de ese atardecer maravilloso, de esas nubes extrañas, coloridas y variables. Iba pensando en llegar rápido a mi destino para disfrutarlo, sin caer en la cuenta, todavía, de que no había cogido ninguna cámara decente para hacer fotos. Sólo llevaba el móvil.
Cuando llegué junto al mar, ya pude contemplar eso que esperaba, ese espectáculo de luz increíble que precede a la tormenta. Y me pasé mi buen rato ahí, disfrutando de las luces y sombras, intentando reflejar con la cámara del móvil una luz que, obviamente, no se refleja en todo su esplendor. Por el este, ya era de noche; por el sur, la negrura de la tormenta; por el oeste, el sol aún brillando, ya poniéndose.
Aún hechizada por el espectáculo de luz, me dirigí a mi destino final, caminé hacia la música y el baile. Y charlé y bailé y reí y charlé y bailé y reí y vuelta a empezar. En algún momento de la noche vi a lo lejos, hacia el sur, unos relámpagos tan nítidos como espectaculares. Ahí seguía la tormenta, aún lejos, pero ahí seguía.
Muchas canciones y un llonguet de trampó con sardinas después, volví a casa. El viento golpeaba los estores de la galería, así que me levanté a cerrar las ventanas: total, no hacía nada de calor, nada que ver con las últimas semanas en las que ni abriendo todas las ventanas de la casa se conseguía refrescarla. Me dormí rápido. Y me desperté dos veces, con el sonido de la lluvia. Ah, qué gusto el sonido de la lluvia. No oí truenos ni vi relámpagos, pero sé que los hubo.
Esta mañana me he despertado con la tranquilidad de no haber puesto el despertado. Era pronto, tampoco demasiado, pero me he quedado un rato en la cama, disfrutando de la necesidad de taparme con las sábanas, hacía fresquito. Tenía un vago recuerdo de haber oído llover por la noche, pero no estaba segura de si era realidad o sólo un sueño. Y ha empezado a llover, de nuevo. Y ahí he seguido, con los ojos cerrados, sabiendo que sí, en efecto, anoche oí llover. Y en esos momentos volvía a hacerlo. Y me he quedado disfrutando de esa lluvia no por esperada menos sorprendente y bien recibida.
Ah, el sonido de la lluvia en verano. Ah, el olor de la lluvia en verano. Qué pequeño gran placer.
Las fotos, de anoche, con el móvil.
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