Hoy me voy a dormir con sal en la piel, la sal del primer baño de la temporada.
Sí, lo sé, debería haberme duchado después de este primer baño pero son las once de la noche y por fin he acabado de hacer todo lo que quería hacer esta tarde (una maleta para un viaje, acabar de preparar unas presentaciones para unas oposiciones de la semana que empieza mañana). Es cierto que una siesta inesperada me ha robado parte de la tarde, pero ha sido una siesta tan inesperada como necesaria.
La cuestión es que hoy, a pesar de todo, me he dado por fin, el primer baño de la temporada.
Hoy, el día que debería estar viajando a Menorca para una semana de vacaciones que he cambiado por una semana en Madrid de oposiciones.
Al polen de las gramíneas les gusta esto. Me van a hacer sufrir esta semana, ya lo veréis.
Lo que decía, la cuestión es que hoy he vuelto al mar, he nadado un rato, más de lo que pensaba, en aguas cristalinas, no tan frías como creía, cuando todo, todo, todo, parecía indicar que no era el día más propicio para liarme la manta a la cabeza, o mejor, para coger la toalla y el bikini, e ir a la playa.
Pero lo he hecho, claro que sí. Porque entre las semanas que he dejado atrás y las que vienen por delante, necesitaba recargar pilar, cargarme de energía y enfrentarme a todo lo que está por llegar. Que ojalá sea mejor que lo que los augurios indican.
En la foto, cuando abandonaba ya la playa, después del primer baño. Lo he disfrutado tanto, tanto, que ni he recordado hacer una foto antes.
Ah, qué delicia de agua. De verdad.
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