De esto que te despiertas a las 2 de la mañana en la litera de arriba de un camarote de estribor en un buque científico, con dolor de ovarios y haces lo que tenías que haber hecho cuatro horas antes: tomarte un antiinflamatorio. Y mientras esperas que haga efecto, fantaseas con una bolsita de agua caliente que apacigüe el martilleo de esos diablillos que te pisotean los ovarios cada mes (las prostaglandinas, esas malvadas). Así que al día siguiente, cuando ves que las muy cabroncetas van a seguir martilleando tus ovarios, le pides al oficial encargado del botiquín una bolsa de agua caliente “o algo así, que de calor”, hablando de tus ovarios con él como quien habla del tiempo con un vecino (lo que hace la confianza). “No es urgente, me basta para por la noche”. Pero pasa el día entero, él se olvida, tú te olvidas y, tras retrasar al máximo tomar otro antiinflamatorio (molaría dormir toda la noche del tirón) decides que necesitas la bolsita de agua caliente. Así que te vas dos cubiertas más arriba, buscando al oficial del botiquín, no lo encuentras y subes otra cubierta, a contarle la historia de tus ovarios al capitán. Al final, él localiza al oficial de guardia, quedáis en la enfermería, dos cubiertas más abajo, te da la bolsa de agua caliente y os reís porque se deja la luz de la enfermería encendida (aquí ya nos reímos por todo). Así que te vas hacia el comedor, una cubierta más abajo, te encuentras con media tripulación que sale de ver el fútbol y se quedan mirando la bolsa de agua caliente que llevas en la mano. “Anda que vas a tener los pies bien calientes”, dice alguien. “Si fuera para los pies…”, contestas al aire. Finalmente te enfrentas a la máquina de café, que nunca usas porque no te gusta el café, e intentas llenar la botella con el agua hirviendo que sale por uno de los chorros. Afortunadamente, lo consigues a la primera y no te quemas. Y te vuelves al camarote, una cubierta por encima y aún te cruzas con más gente que mira tu bolsa de agua caliente que ahora agarras fuertecito contra tu tripa y les sonríes, evitando dar explicaciones.
Al fin en tu litera superior, mirando tierra firme a través del ojo de buey, eres consciente de que probablemente medio barco ya sepa lo de tus ovarios y tu bolsa de agua caliente. Pero oye, qué más da.
Pues sí, qué más da. A las mujeres con dolor de ovarios nos tienen que mimar más, coñoya.
ResponderEliminarEso, eso. Que nos cuiden, oye.
EliminarQuien la sigue, la consigue. Ahora, a dormir bien. Muaks!
ResponderEliminar=)
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