sábado, 16 de noviembre de 2013

Funda de portátil

En mi último viaje a Namibia, compré varias telas en una tienda que ya había querido visitar en los viajes anteriores pero no había tenido ocasión. La mayoría las compré sin un objetivo claro, no sabía qué iba a hacer con ellas (y aún no lo sé), sólo sabía el destino de (parte de) una de ellas: una funda de portátil.

Hacía tiempo que quería una funda para mi portátil del trabajo: tengo un maletín que me encanta, pero cuando viajo, a menudo uso una mochila como equipaje de mano en la que meto tanto el portátil como la réflex, pero no tenía una funda para protegerlo dentro de la mochila. Y tenía ganas de hacer algo personalizado, casero. Así que entré en aquella tienda buscando una tela adecuada para una funda. La encontré y, de paso, me llevé algunas más.

Mi plan era maravilloso, salvo por una pega: aunque últimamente le doy a las dos agujas, no soy una buena costurera precisamente. Así que tomé como aliada a mi madre y la embarqué en la aventura de la funda del portátil (como en su día la embarqué en el proyecto “delantal a partir de una toalla” del que alguna vez tendría que hablar). Así que ella en el papel de costurera y yo en el papel de ideóloga del proyecto y cortadora de tela, nos pusimos a ellos.

Además de la tela namibia, utilizamos parte de una funda de tabla de planchar vieja (para que el portátil estuviera más protegido, con la funda acolchada), restos de forro verde oscuro que tenía mi madre por casa y una cremallera reciclada. Y así conseguimos el objetivo: una funda de portátil estupenda.

Y me encanta.

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