domingo, 16 de diciembre de 2012

Cancelaciones

Esta es la historia de cómo un viaje de 7 horas se convierte en un viaje de 17 horas.

Así. Sin más.

Ocurrió ayer. El final de mi periplo de quince días, doce aviones.

Me desperté a las 4:35, 15 minutos antes de que sonara el despertador. Se presentaba una jornada corta pero intensa: tres vuelos, dos escalas de menos de una hora y una maleta facturada por culpa de dos botellas de vino (sólo una es mía) que aparecieron en mis manos sin querer. Una nueva jornada de “corriendo por los aeropuertos”. Una nueva entrega de “¿será capaz mi maleta de llegar el mismo día que yo?”. Con o sin maleta, a las 12:30 aterrizaríamos en casa. Genial. Comida casera y una buena siesta.

Ja.

A las 7:00, ya sentada en el primer avión y rodeada de dos colegas, aparece el piloto. “Señoras y señores, me temo que tengo malas noticias”. A pesar de que hablaba en italiano, lo entendí perfectamente. El avión perdía combustible. “Hay para al menos una hora, así que tendrán que bajar del avión”, dijo de nuevo el piloto en un italiano totalmente descifrable. Por tanto, primera conexión perdida. Por tanto, segunda conexión perdida. Tengo tanto sueño, que ni me hago a la idea de las consecuencias.

Bajamos del avión, y volvemos a la terminal. Mejor dicho, nos llevan a la terminal de “llegadas”. Allí nos llevamos otra sorpresa. El vuelo se ha cancelado. Y el siguiente también. Sólo hay una opción: recoger las maletas y viajar hasta Roma en autobús. 300 km. Pero antes, claro, hay que hacer cola para cambiar los billetes. Empieza a haber cabreos. Y unos cuantos italianos discutiendo en italiano.

Tensión en la cola de cambio de billetes. No es para menos. Al final deciden fletar un nuevo avión, juntando dos vuelos. No va a haber autobús. Un italiano de origen argentino nos cuenta que la culpa de todo es de su maleta morada: es el color de la mala suerte en Italia y él la compró por sólo 20 €, cuando sus gemelas de colores menos gafes valían 60 €. Nos reímos todos con él, aunque en el fondo nos preguntamos si no tendrá razón…

Tres horas después, llega nuestro turno. Tres horas de pie, haciendo cola. Charlando, riendo, quejándonos, pero manteniendo la calma porque total, no podemos hacer otra cosa.. La chica que nos atiende no puede hacer nada. “En un rato vendrá otra colega”. La colega no llega. La pobre que sí que hace algo está desbordada. El personal más y más cabreado. Llega la colega y se va. Más enfados y más discusiones en italiano. Yo intentando recordar algo sobre los derechos de los pasajeros. No recuerdo mucho, pero si cancelan tu vuelo y te tienen más de tres horas de pie en una cola interminable, al menos podrían darte un vaso de agua. O un café. Cuanto te las levantado a las 4 y pico de la mañana y no sabes cuándo vas a llegar a casa, estás más preocupado de conseguir un billete de vuelta que en reclamar nada.

Por fin conseguimos billetes. Ancona-Roma-Madrid-Palma. Llegamos a las 20:20. Genial. Aceptamos la combinación pero… ¡¡sólo hay un asiento libre!! Y somos dos. Así que sólo nos queda otra opción: Ancona-Roma-Barcelona-Palma. La misma ruta inicial, pero más tarde. Con llegada a las 22:20. ¡Al menos dormiremos en casa! Y ahora a facturar. Otra cola. Queda menos de media hora para que salga el avión y seguimos en la cola. De repente, la chica de facturación se va, dejando una cola ahí, colgada y ya un poco desesperada. Son ya las 11. En 20 minutos sale el avión y gran parte del pasaje aún no ha podido facturar. Algunos se cuelan y más tensión y más italianos discutiendo en italiano.

Por fin facturamos. Y ahora a pasar (de nuevo) el control de seguridad. Deja vú total. ¿No he pasado yo ya este control? Sí, claro, casi 5 horas antes. Subimos al avión y aún tardaremos “algunos minutos” (palabras del piloto) en despegar. Me duermo. Cuando por fin salimos, lo hacemos con una hora de retraso.
En Roma, algunos compañeros de aventura con más vuelos y más lejos que nosotros (incluyendo el italo-argentino de maleta gafe) se ríen al descubrir que han perdido su nueva combinación. Así que tendrán que hacer nuevas colas y conseguir nuevos billetes.

El resto de viaje de vuelta es más tranquilo, con muchas horas en aeropuertos, con mucho sueño, con muchas ganas de volver a casa. Y, cuando por fin aterrizamos en la isla, no podemos creernos que ya estemos en casa. Y sabemos que, en el fondo, aunque hayamos llegado con 10 horas de retraso, no podemos quejarnos demasiado. Porque descubrieron a tiempo el problema del avión. Porque encontramos un billete para volver a casa el mismo día. Porque la maleta llegó con nosotros. Porque ahí fuera hay problemas mucho más serios. Porque sólo unas horas antes una veintena de niños y varios adultos habían muerto en un sinsentido. Porque la vida es única y sencilla y aunque el día a día presente inconveniencias y problemas, ojalá todas pudieran arreglarse como este incidente que, al fin y al cabo, será simplemente una anécdota para contar a los amigos. Y es por eso que no me ha salido esta entrada todo lo irónica y ácida que pensaba ayer que sería.

Eso sí, vamos a hacer una reclamación.

En la foto, Ancona, la ciudad donde se canceló todo.

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