La semana pasada estuve en una reunión en Vigo. Fue un viaje relámpago, de menos de 48 horas.
Vigo no es una ciudad cualquiera. Es una ciudad a la que he ido bastante, por trabajo, pero bastante. O al menos así fue durante una temporada. Incluso un año fui 3 veces. Pero hacía ya 4 años que no iba por allí. En aquel momento escribí Quan dius adéu a un lloc on has estat, mai no saps quan te’l tornaràs a trobar [*]. Y es así. Efectivamente. Siempre.
Como decía, Vigo no es una ciudad cualquiera. Es una ciudad que no acabo de entender muy bien: de todos mis viajes, creo que sólo en uno la pateé lo suficiente para sentirme capaz de caminar por ella sin perderme. Y de tener una visión en conjunto, al menos de su casco antiguo.
Vigo, además, es una ciudad en la que tengo muchos amigos, conocidos y colegas. Y siempre es frustrante llegar allí y darte cuenta de que no puedes ver a todo el mundo.
A Vigo le tengo un cariño especial. A Vigo la relaciono con las nubes, la lluvia y el color gris. Una vez escribí que Vigo es mujer, pero no recuerdo por qué lo hice, ni qué me hizo llegar a esa conclusión. Esta vez casi ni la vi, a la ciudad.
Esta vez, mi visita a Vigo no dio para mucho. Un día de trabajo largo, muy largo. Una reunión con vistas hasta más allá de las 9 de la noche. Paseo y cena con un viejo amigo, riendo, hablando, charlando. Un final de noche en la habitación del hotel, viendo la repetición de los Globos de Oro y llorando con el discurso de Jodie Foster.
Hay días que solamente son esos, días.
Y al día siguiente, unas compras rápidas pero geniales (¡me encanta mi falda nueva!), una visita a un buque oceanográfico que aún no conocía y nada más.
Se me ha hecho corto, muy corto este viaje. Casi ni fotos: de la reunión con vistas, de un adorno en lo alto de una farola y del buque.
Habrá que volver.
[*] Cuando le dices adiós a un lugar en el que has estado, nunca sabes cuándo te lo volverás a encontrar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario