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domingo, 15 de mayo de 2016

Diecinueve días en el mar

He pasado unos cuantos días en el mar, casi tres semanas, en la primera parte del Festival de Primavera. Han sido días intensos, largos, curiosos, interesantes y divertidos. Ha sido todo eso y mucho más.

Vuelvo con las pilas cargadas, llena de energía y muchos recuerdos. Con esa alegría que te da el haber trabajado bien, el habértelo pasado bien y el volver a casa; con esa tristeza que te da dejar atrás a unos compañeros de viaje que han sido tu familia durante tantos días.

De estos días me quedo con la familiar comodidad que siento en este barco y sus habitantes, esa sensación de sentirte como en casa estando lejos de casa. Me quedo con el magnífico camarote que me ha tocado este año, yo creo que el mejor de todos. Me quedo con mis compañeros, con las risas, con las bromas, con el trabajo hecho y con el ánimo continuo que me han dado para lo que me espera durante el próximo mes y medio. Me quedo con los cruasanes con jamón y queso, a media tarde en el parque de pesca y a media noche en la cocina. Me quedo con el grito por megafonía de “¡Calderones a estribor!” y todos corriendo a la cubierta a verlos. Me quedo con la isla de Alborán, siempre lejana, misteriosa y fascinante con su forma de submarino, la historia de su nombre y los dos días (casi) aislados del mundo que pasamos allí. Me quedo con los atardeceres fabulosos día sí y día también, con delfines saltando a nuestro alrededor incluidos. Me quedo con la irrepetible sensación de dormirme viendo el mar a través del ojo de buey y despertarme al día siguiente viendo el mar lo primero de todo. Me quedo con la banda sonora de esta campaña: “la cumbia de Félix y Jacques”, grande, grande. Me quedo con los acuarios que montaron los colegas bentónicos y que nos permitieron ver las criaturas marinas desde una perspectiva diferente. Me quedo con las deliciosas comidas (esos cocidos a las 11 de la mañana a mí me sientan de maravilla, ese bocadillo, esa hamburguesas, ese… todo, todo, todo), los fabulosos postres y esos cruasanes y donuts que nos permiten saber que, cuando tocan para desayunar, es que es domingo. Me quedo con la noche que pasamos en tierra, la parada que hicimos, las risas que echamos desde que salimos del barco hasta que volvimos, muchas horas después. Me quedo con el ritmo pausado y silencioso del día siguiente, intentando recuperar el ritmo de trabajo que perdimos a cambio de alejarnos unas horas del balanceo marino. Me quedo con las horas y horas que pasamos limpiando espardeñas y lo ricas que estaban cuando nos las comimos. Me quedo con la guerra de agua mientras limpiábamos cajas el último día, que me obligó a dejar toda mi ropa en el guarda calor, tan empapada estaba. Me quedo con la cena a popa, esa última noche, todos juntos, con el marisco y la barbacoa, con la tarta espectacular, con el lugar en el que estábamos, Calabardina, un descubrimiento. Hasta me quedo con la alarma de incendios sonando esa última noche en el barco, por culpa de unas palomitas quemadas en el microondas, que activaron a la tripulación en un tiempo récord. Y me quedo, irremediablemente, con la complicada y eterna vuelta a casa, veintiuna horas de Cartagena a mi isla, con un vuelo perdido por el camino que nos obligó a retrasar, una noche más, la vuelta a casa.

Éste es el resumen de casi tres semanas en el mar. Vuelvo, sí, con las pilas cargadas, con una sonrisa en los labios y con ganas de volver al mar. Me queda menos de un mes.

Las fotos, son de estos días, con la compacta y con el móvil.

Y la frase, de Lewis Carroll, “No puedo volver al ayer, porque entonces yo era una persona diferente”. Es así.

















 

jueves, 3 de septiembre de 2015

En la lonja

Suena el despertador, son las cinco y diez de la mañana. En ese momento, maldigo la idea que tuve de ofrecer una visita a la subasta de pescado a los colegas de varias nacionalidades que esta semana están en una reunión con nosotros. De unos veinte participantes se han apuntado nueve. No está mal, teniendo en cuenta que la subasta empieza a las cinco y pico de la mañana y, en estas reuniones, los días se hacen particularmente largos.

Me levanto y espero que una colega francesa, que por motivos que no vienen a cuento acojo estos días en casa, se duche para ducharme yo. Qué raro es compartir casa.

Pasan unos minutos de las cinco y media cuando salimos de casa. La lonja de pescado está a apenas cinco minutos, pero toca hacer ruta por varios hoteles para recoger a algunos colegas. Un grupo de italianos, que ha alquilado un coche, me ayuda en la recogida.

A las seis en punto nos encontramos todos a la puerta de la lonja. Es sorprendente, a esas horas la ciudad está prácticamente muerta, pero cuando te acercas al puerto, el olor a pescado, el murmullo de conversaciones, la acumulación de camiones frigoríficos y el sonido de los mandos a distancia que se usan en la subasta denotan que ahí, detrás de las paredes naranjas de ese edificio de líneas rectas, se cuece algo.

Nos reciben dos representantes de los pescadores que nos acompañarán en la visita. Hace tiempo que no los veo y siempre es agradable charlar con gente del sector, que nos dan un punto de vista de lo que pasa en el mar más allá de los datos, los modelos matemáticos y las aproximaciones científicas. Entramos en la lonja y, ante nosotros, se descubre todo un mundo de criaturas marinas.

Siempre me sorprende, fascina y alegra una visita a la subasta de pescado. Y la sensación es extrapolable a cualquier lonja del mundo, a cualquier mercado y a cualquier puerto en el que veo desembarcar pescado. Esta vez, además de la fascinación del lugar, observo fascinada la reacción de mis compañeros de visitas: vienen de Italia, de Francia, de Grecia, de Colombia y hasta de Bruselas. Aunque al principio intentamos mantener un poco de orden, al final acabamos todos desperdigados entre las cajas que ya han sido subastadas, colocadas ordenadamente para que los compradores las recojan, cuando acabe la subasta.

La muy apreciada gamba rosada, merluzas, cabrachos, peces planos, muchas rayas y bastantes tiburones, el dorado o llampuga, del que tan sólo hace una semana que empezó la temporada o los galanes o raors, cuyo elevado precio (más de cincuenta euros el kilo) refleja que la temporada empezó sólo un día antes. Peces espada, un dorado macho, con su característica cabeza, de tamaño desmesurado, morenas, peces planos y hasta alguna langosta, ahora que su temporada casi ha acabado ya.

No sé cuánto tiempo pasamos mirando las cajas, comentando las especies, respondiendo a las preguntas que los colegas nos hacen. En un momento dado, nos vamos hacia el fondo de la lonja, a la parte de las cámaras donde se guardan las capturas de la tarde anterior y salimos por la puerta del costado, la que da al mar y a la Catedral, la que tantas veces atravesé en los años en los que pasaba días enteros en el mar, en barcos pesqueros. Uno de los dos palangreros de fondo de la isla está desembarcando su captura: peces espada. Nos acercamos a verlo: aunque su puerto está en el norte de la isla, el mar le ha obligado a cambiar de ruta y acabar hoy aquí. Vemos cómo los enormes peces espadas pasan delante nuestro mientras, al fondo, las primeras luces del amanecer se adivinan en el horizonte.

Un poco después de las siete decidimos que es hora de tomarse un café, nos dirigimos a la cafetería del Club Náutico con vistas a un ambiente muy distinto al que acabamos de ver: yates enormes en los que ni podemos soñar con estar. Nos tomamos el café (yo té) y charlamos de lo que acabamos de ver. En la mesa, se habla castellano, catalán, italiano, griego, francés e inglés.

Poco antes de las ocho, volvemos a los coches y nos dirigimos a la oficina. Estamos cansados y somnolientos, nos espera un largo día por delante. Pero llevamos las retinas cargadas de imágenes que nos acompañarán todo el día.









lunes, 10 de agosto de 2015

"Cod. A Biography of the Fish That Changed the World" de Mark Kurlansky

Hacía mucho, mucho que quería leer este libro. Había oído hablar muy bien de él y, aunque en un principio la biografía del bacalao no es un tema que me atrajera especialmente, había oído tantas cosas buenas que me parecía inevitable leerlo. Tenía, además, ganas de conseguir la versión española del mismo por un motivo tan absurdo como trivial: el pez que ilustra la portada no es un bacalao (Gadus morhua) sino un salmonete de roca (Mullus surmuletus). ¿Por qué en la ilustración de portada de un libro sobre el bacalao aparece un salmonete en vez de un bacalao? Ni idea, pero me parecía algo lo suficientemente curioso como para tener intentar conseguirlo. Pero no fui capaz de encontrar el libro por ningún lado, así que al final opté por comprarme la versión original en inglés. Y sí, en este caso el pez de la portada es un bacalao.

El libro es todo lo interesante que me habían contado e incluso más. Es, ni más ni menos, lo que promete el título: la historia del bacalao, los orígenes de su explotación, el seguimiento científico de su evolución y los problemas que trajo su sobrepesca y muchas otras cosas relacionas con esta especie, desde su biología y etimología hasta su importancia en diferentes culturas, incluyendo muchas recetas de distintos estilos y países.

Además de interesante, es un libro muy ameno. No se me ha hecho pesado en ningún momento, ni siquiera leyéndolo en inglés, aunque admito que la parte final de las recetas me la he saltado alegremente. No sé por qué, me cuesta mucho seguir recetas en inglés. La cuestión es que el libro engancha, entretiene, enseña y hasta divierte. La historia de discretos pescadores vascos e ingleses, capturando bacalao en magníficos caladores en el Atlántico occidental, y trayendo el pescado a Europa ya seco (¿dónde lo secaban? No se puede secar pescado en un barco), insinuando que habían llegado a América antes que Colón es, cuanto menos, encantadora.

Yo soy muy fan del bacalao. Me gusta mucho. Me resulta fascinante que en países como Portugal sea un pez más que deseado y que forme parte de recetas tradicionales en casi todo el Mediterráneo, cuando no hay bacalaos en el Mediterráneo (excepto uno despistado que llegó una vez a mi isla). Después de leer este libro, me declaro aún más fan.

lunes, 6 de julio de 2015

ALB & SKJ

Un fin de semana cualquiera, de verano. Para ser más precisos, un fin de semana largo, cuatro días, porque tengo que ir cogiéndome días que me deben antes de que caduquen. En principio, no tengo planes destacados, pero no me importa: en verano, los planes aparecen en el último minuto. Pero antes de eso, antes de que llegue el último minuto, de repente, se me presenta un plan atractivo: ayudar a muestrear atunes en un concurso de pesca. Bueno, igual no es un plan atractivo para muchos. Para mí, que hace ya años que tengo ganas de colaborar en estos muestreos, sí que lo es. Un planazo.

Y así me paso dos tardes-noches de un fin de semana cualquiera de verano, ayudando en un muestreo científico, haciendo de becaria novata con un grupo de colegas, sufriendo el sol y las temperaturas demasiado altas incluso en pleno verano, llegando a casa a las 2 de la mañana, con la ropa y la piel veteada de sangre de atún, aprendiendo a distinguir la albacora o bonito o atún blanco (en inglés albacore, de nombre científico Thunnus alalunga y ALB el código que utilizábamos para etiquetar las muestras) del listado (en inglés skipjack, de nombre científico Katsuwonus pelamis -ah, ¡la magia de los nombres científicos!- y SKJ de código), aprendiendo cosas sobre su biología, su distribución, su pesca, aprendiendo incluso a limpiar estos peces magníficos, elegantes, veloces y hasta violentos, de carne roja y sangre oscura.

Ha sido genial.

Si puedo, repetiré el año que viene.









viernes, 29 de mayo de 2015

En la terraza

Esta ha sido una semana larga y densa. Un poco extraña también. No sé muy cómo he acabado participando en la reunión que acaba esta tarde aquí, en Milán. Sólo sé que, estando en el mar, recibí una llamada de teléfono y acabé diciendo que sí a hacer algo que, entonces, no sabía muy bien qué sería, pero que acabaron siendo un viaje relámpago la semana pasada a Bruselas y esta reunión en Milán.

Ha sido una semana larga y densa, digo, porque esta reunión tiene un cariz más político que científico, más de gestión que de investigación. Yo, acostumbrada a reuniones más técnicas, me he sentido como pez fuera del agua en esta reunión en la que ellos van con traje y ellas con tacones; en la que nadie tiene nombre, sino que representa a un país u organización (“Tiene la palabra Ucrania”, “Gracias por la intervención, Marruecos”, “Revisemos la propuesta de la Unión Europea”); en la que los idiomas oficiales son el inglés, el francés, el español y el árabe, por lo que son imprescindibles los intérpretes; en la que la gente pide la palabra poniendo en vertical el cartelito que lleva el nombre del país que representa o moviendo la banderita; en el que cada intervención empieza con un “Muchas gracias, señor presidente” y se dicen cosas como “Apoyo la intervención realizada por el distinguido representante de…”. Y me ha flipado porque, lo que a veces se hacen en las reuniones científicas, hablar fuera de la reunión para alcanzar acuerdos, casi disimuladamente, o intentar entre varios sacar adelante algo pactando de antemano, es aquí lo habitual. Nosotros nos reímos diciendo “parecemos la mafia” cuando hacemos alguna (rara) vez eso, pero aquí es lo habitual. Es decir, se realizan multitud de negociaciones fuera de las horas de la reunión (hay reunión, coordinaciones y charlas bilaterales). E incluso, se detiene la reunión un tiempo determinado, para poder acabar de negociar antes de presentar algunas propuestas, como pasó ayer. Y se acuerdan estrategias de “yo intervengo, digo esto, tú presentas lo otro, yo te apoyo, aquel dice algo y al final tú lo echas atrás y lo discutimos el año que viene”.

A mí, que esto del politiqueo no me atrae en absoluto, me ha gustado participar en esta reunión por dos cosas. La primera, para confirmar eso mismo, que quiero ser científica y no política (o gestora). La segunda, para ver que todo el trabajo que hacemos, todo el esfuerzo que invertimos en conseguir datos, en analizarlos, en sacar conclusiones, sigue su camino, sigue su proceso y hay gente que, más arriba, lo revisa, lo tiene en cuenta e intenta aplicar las medidas que proponemos. Poco a poco, a paso muy lento, realizando negociaciones a veces imposibles, pero se tiene en cuenta. Descubrir esto (o mejor, ser realmente consciente de que sí, de que lo que hacemos sirve para algo), en parte compensa la inconveniencia de haber tenido que venir aquí corriendo, a sólo una semana del Festival de Primavera, y con todo lo que he dejado pendiente en casa.

Luego está la otra parte, la parte personal. Porque, aunque se llame a la gente por países, todos somos personas. Y aunque la mayoría sean representantes de ministerios con cargos más o menos importantes, acabas hablando con unos y otros de forma natural, saludas a alguien que conociste en alguna reunión y se mete contigo porque aquí vienes con la delegación más numerosa (y, no nos engañemos, la que corta el bacalao), haces bromas con algún que otro colega que en su día fue científico y que también está por aquí (“Buenos días, Unión Europea”, “Buenos días, FAO”) e incluso te vas a cenar con gente cuya propuesta tu delegación ha machacado duramente y conseguido bloquear y, a pesar de eso, te echas unas risas.

Pienso todo esto esta mañana, aquí, en la (inesperada) terraza de mi habitación del hotel, tratando de ignorar los síntomas de mi alergia a la primavera y trabajando un rato antes de la sesión final de la reunión, esta tarde. La última sesión, ya, para revisar el informe que, esta mañana, están elaborando mientras las delegaciones tenemos unas horas libres. Pienso en el miedo que tenía a esta reunión y en lo rápida que ha pasado. Pienso en lo mucho que he aprendido estos días, a pesar de todo. Pienso en que tampoco ha sido tan duro lo de cambiar las botas de agua por zapatitos de vestir. Y, una vez más, pienso en lo afortunada que soy en trabajar en esto.

En la foto, mi terraza esta semana. Ay, si tuviera una así en casa…

domingo, 15 de febrero de 2015

De cigalas, langostas, bogavantes y nombres científicos

Hacía tiempo que quería deleitaros con esta lección magistral, en concreto desde las Navidades, pero ha ido pasando el tiempo y no me he puesto a escribirla hasta ahora. No importa el momento, esta lección magistral es de utilidad a lo largo del año.

Hoy vamos a aprender las diferencias entre cigala, langosta y bogavante.

¿Qué tienen en común? Son crustáceos. En concreto, crustáceos decápodos, esto es tienen diez patas. Aunque las patas no son exactamente lo que vosotros creéis que son las patas, pero bueno, eso es otra cosa, ya hablaremos otro día de la morfología de los crustáceos.

La cigala (nombre científico Nephrops norvegicus, nombre en inglés Norway lobster) es esto:


Hasta aquí bien, ¿no?

La langosta ya no es tan fácil, hay varias especies de langosta. Pero nos centraremos en la más abundante en mis islas, Palinurus elephas, llamada en inglés spiny lobster. Aquí la llamamos langosta roja. Sería ésta:


Y, finalmente, el bogavante. También hay varias especies, pero nos centraremos en el que hay por nuestras aguas europeas, Homarus gammarus, llamado en inglés European lobster o common lobster.


A mí no me parece muy difícil distinguirlos. Vale, yo tengo un doctorado en decápodos crustáceos peeeeero creo que a simple vista podríamos distinguir una cigala, una langosta y un bogavante, ¿no? Yo juraría que sí. Pero no. Lo he visto a menudo en series de televisión y películas: aparece un ejemplar de alguna de estas tres especies y se le llama indistintamente con cualquiera de los tres nombres. Por ejemplo, en “Buscando a Nemo”, cuando el padre de Nemo y Dori se encuentran a un banco de peces juguetones a los que les encanta hacer formas, aparece esto:


Y lo identifican, en la versión española, como “langosta”. Cada vez que lo veo, se me ponen los pelos de punta. No es una langosta, es un bogavante. Y no es el único caso, es un error habitual en las traducciones. De hecho, si escribís en google “langosta roja”, aparecen imágenes de varias especies. ¿Por qué esta confusión? Me imagino que no sólo por la similitud de estos bichos, sino por sus nombres en inglés: Norway lobster, spiny lobster, common lobster. Todos ellos tienen en común una palabra: lobster. Langosta. De ahí que sea un fallo habitual el llamarlos erróneamente, pero no debería conducir a identificarlos erróneamente. De hecho, en la versión original, en “Buscando a Nemo” hablan del genérico “lobster”.

Y por cosas como ésta, niños y niñas, es por lo que Linneo creó la nomenclatura científica.

Segunda lección magistral del día.

Los nombres vulgares de las especies cambian no sólo por países, sino por regiones y hasta por pueblos. Eso hace que una misma especie se llame de diferentes maneras según dónde estés o que un mismo nombre se utilice para diversas especies. Lineo ideó un sistema de nomenclatura universal: cada especie tiene un nombre, común para todos los lugares y para todos los idiomas. Un nombre científico siempre está formado por dos palabras, la primera es el nombre que corresponde al género y la segunda a la especie (un mismo género puede componerse de varias especies, pero la combinación género-especie es siempre únicas). El nombre científico es en latín, se escribe en cursiva (o subrayado cuando es a mano) y la primera letra del género es en mayúscula (todo lo demás en minúscula). Por ejemplo, Merluccius merluccius, que es el nombre científico de una especie concreta de merluza. Luego la cosa se complica, con la identificación de especies, con la presencia de subespecies, con la inclusión del nombre de la primera persona que describió la especie de distintas formas según si el nombre ha cambiado o no, etc, etc. Pero en esencia, lo importante es que los científicos tenemos un sistema que impide confusiones habituales en el uso común de los nombres de las especies.

Así, cuando me voy a una reunión a contar alguna historia de la cigala, si digo Nephrops norvegicus todo el mundo me entiende, hable el idioma que hable y esté en el país que esté. Obviamente, es una nomenclatura de imposible aplicación en nuestro día a día, pero sin duda de gran utilidad. Pero eso no significa que no haya que tener cierto rigor a la hora de nombrar las especies que nos rodean (o que nos comemos).

jueves, 17 de abril de 2014

Cien

Hoy estoy de cumpleaños. Pero no los cumplo yo, sino el organismo para el que trabajo, el Instituto Español de Oceanografía, el IEO, como lo llamamos.

Cien años.

La de cosas que han pasado en estos cien años, la de gente que ha trabajado allí, la cantidad de proyectos desarrollados, días de mar vividos (y mareados), artículos publicados, informes redactados,…

Cien años.

Yo llevo casi 13 años trabajando allí, prácticamente toda mi vida laboral. Allí he crecido, casi diría que me he criado, como científica y como persona. Se me hace difícil imaginar mi vida sin haber trabajado en el IEO. Se me hace imposible entender mi vida adulta sin tener en cuenta mi trabajo en el IEO. Las horas de oficina, horas y horas luchando con los datos delante del ordenador, llegar a la oficina de noche y salir de noche. Días y días de mar, aguantando temporales, mal tiempo y mareos. Las discusiones laborales, a veces en idiomas extraños, tratando de llegar a acuerdos, aclarar cosas o simplemente defendiendo tu trabajo. Y la otra cara de las horas de duro trabajo. Analizar unos datos y ver que sí, efectivamente encuentras solución a lo que te planteabas. El primer día en el mar en el que no te mareas. Un agradecimiento por el trabajo bien hecho. Publicar tu primer artículo. Conseguir un contrato de más de dos meses de duración. Redactar un proyecto (aunque sea pequeñito) y obtener financiación. La primera reunión internacional. Que te llamen para presidir un grupo. Que confíen en ti para una campaña, un proyecto, una reunión, un informe, un lo que sea. Irte al extranjero a aprender más. Hacer una tesis. Defenderla. Convertirte en doctora. Empezar ya a enseñar a otros. Y seguir con todo: analizar datos, redactar artículos, conseguir trabajo, ir a reuniones, trabajar en el mar. Seguir, seguir, seguir.

Y la gente. La gente que he conocido gracias al IEO, la que ha pasado por mi vida, de manera puntual, de manera habitual, de manera continua, los que ya se fueron, los que se han quedado, los que siempre estarán, incluso los que intentas evitar. De todo hay. Compañeros del día a día, compañeros de reuniones, compañeros de viajes, compañeros de discusiones, compañeros de despacho, compañeros de copas, compañeros de campañas, compañeros de tardes de tiendas, compañeros de mareos, compañeros de borracheras, compañeros de cargar cajas, compañeros de camarote.

Lo que yo he vivido en menos de 13 años trabajando allí. Multipliquemos eso por los más de 600 trabajadores que hoy en día estamos en plantilla. Multipliquemos eso por los 100 años de historia del IEO.

A mí me da vértigo.

La primera vez que oí hablar del IEO, yo era una estudiante de 4º de Biología. Un profesor, que más de 10 años después estuvo en mi tribunal de tesis, nos habló del IEO en una clase. Aún tengo los apuntes de lo que dijo. Si en aquel momento me llegan a decir que, menos de un año después, empezaría a trabajar allí, no me lo hubiera creído. Si la primera vez que fui allí a una entrevista me hubieran dicho que, más de 12 años después, seguiría trabajando allí, tampoco me lo hubiera creído. No tengo ni idea de lo que pasará en el futuro, la vida da mil vueltas y nada es seguro, pero si sigo trabajando en esto de la ciencia, seguir en esta institución centenaria no me parece una mala idea. En absoluto.

Gracias IEO por todo lo que me has dado y felicidades.

En este enlace, la nota de prensa del centenario.


domingo, 3 de noviembre de 2013

Señores diputados:

El pasado 1 de noviembre, me sorprendió la noticia de la desbandada de muchos de ustedes para empezar a disfrutar del fin de semana largo de Todos los Santos. Y me sorprendió mucho más ver cómo ustedes justificaban sus carreras por el pasillo del Congreso. ¿Por qué me sorprendió tanto? Pues porque yo, ese 1 de noviembre, festivo en España, estaba trabajando, estaba participando en un congreso científico en Marsella, a pesar de ser festivo, a pesar de que no podría volver hasta el sábado pasada la medianoche a mi casa (o sea, ya en domingo).

Déjenme que me presente. Soy Licenciada en Biología y Doctora en Ecología Marina. Tengo un trabajo temporal (desde hace 12 años) en un Organismo Público de Investigación del Gobierno Español. Casi, casi diría que somos colegas de trabajo. Eso sí, yo cobro mucho menos sus señorías y, por lo visto, no tengo los mismos derechos que ustedes. Yo (y muchos otros) también hubiera querido salir corriendo del Congreso para pasar el largo fin de semana con mi familia, pero no, me quedé cumpliendo mi trabajo, por el que me pagan y reduciendo este (para ustedes) largo fin de semana a tan solo un día. Porque, además, no volví el sábado a primera hora, sino el sábado por la noche, en un vuelo nocturno que me hizo llegar a casa pasada la medianoche, en una compañía de bajo coste, porque era más barato que otra combinación que me hubiera permitido empezar mi fin de semana un poco antes.

Y, como yo, muchos otros. Científicos de todo el Mediterráneo reunidos, trabajando. Hasta el Príncipe Alberto de Mónaco sacrificó su día festivo, como presidente de la Comisión Científica del Mediterráneo, organizadora del congreso, para pasar el día con nosotros. Supongo que él también hubiera salido corriendo para estar con su familia y para disfrutar de unos días con los suyos. Él también tenía derecho a eso. Pero estuvo allí, con nosotros, hasta casi las nueve de la noche del viernes 1 de noviembre, festivo también en su principado. Imagínense, hasta me han hecho sentir más respeto por un personaje del papel couché, que ha accedido a su cargo real por ser hijo de quién es, que por ustedes a los que por lo visto el pueblo (yo misma incluida) les hemos votado democráticamente.

Me ha impactado la justificación que algunos de ustedes han hecho de su huída: ya habían acabado su trabajo y querían estar con su familia. Bueno, yo (y muchos como yo) cuando estoy en la oficina, aunque tenga mi trabajo acabado, no puedo irme hasta que no es mi hora. Yo (y muchos como yo) cuando estoy en una reunión laboral, no salgo corriendo, sea la hora que sea, aunque se alargue más de lo debido (aunque a veces lo haría). Yo (y muchos como yo) cuando estoy en una campaña de investigación científica en medio del mar, no hago atracar el barco en el puerto para volver a casa a final del día porque ya he acabado mi trabajo o porque es fin de semana. ¿Saben ustedes cuántos cumpleaños de familiares me he perdido por motivos laborales? ¿Saben cuántas bodas de amigos? ¿Saben cuántos cumpleaños míos he tenido que celebrar (o no celebrar) rodeada de desconocidos? ¿Saben cuántos nacimientos de hijos de amigos no he podido vivir de cerca? Lo mejor de ser mujer, en todo este asunto, es que sé que no me perderé el nacimiento de mis hijos, si es que la situación económica me permite algún día convertir en realidad mi deseo de ser madre.

Comentando su huída con una compañera en el congreso (en el científico), me confesó que ella hacía dos semanas que no veía a sus hijos. Que a pesar de haber tenido un par de días entre dos reuniones para viajar a casa no lo había hecho porque resultaba más barato que se quedara allí, porque no sé si ustedes lo saben, en ciencia cada vez hay menos dinero. Y nos apretamos el cinturón, día sí, día también. Mientras ustedes salían corriendo hacia su fin de semana familiar, había científicos en un congreso científico recibiendo fotos de sus niños disfrazados a través de su móvil. Y porque no hablo de los que están fuera, científicos y no científicos. Esos que sólo pueden ver a su familia cuando vuelven a casa por Navidad, si es que pueden permitirse un billete de ida y vuelta.

Sí, señorías, ustedes tenían derecho a salir corriendo para ver a sus familias o irse a viajes con los que los ciudadanos de a pie sólo podemos soñar. Pero los demás, el pueblo, ¿no tenemos también derecho? ¿O son ustedes superiores a nosotros? ¿De qué especie son ustedes para justificar esa huída con un “era mi derecho”? También es un derecho acceder a una sanidad y una educación pública de calidad, también es un derecho tener un hogar en el que vivir y un trabajo que nos permita mantenernos. No hace falta que les recuerde cuánta gente no puede disfrutar de esos derechos. Pero no se preocupen, les entiendo: ustedes estaban en su derecho huyendo del Congreso. Y nosotros tenemos que dar las gracias por sentirnos afortunados de ser científicos en España (al menos de momento) y poder participar en un congreso. Qué ironía. Congreso versus congreso. Y, ¿saben lo más divertido? Muchos de los científicos que allí estaban se habían pagado el viaje y el alojamiento de su propio bolsillo. Porque no hay dinero. Igual eso cuenta como vacaciones, ¿no? Sí, ya sé, toda esa historia de que los científicos tenemos vocación y lo hacemos todo porque nos encanta y que estábamos allí porque queríamos, que nadie nos obligaba. Sí, claro, no me vengan con esas. A ustedes nadie les ha obligado a ser diputados. Cierto, nosotros les votamos, pero no nos echen toda la culpa.

Tengo una pregunta, ¿cómo cobran las dietas de ese día que han salido corriendo? Porque yo hace poco tuve que devolver la mitad de las dietas de un día porque, en un viaje laboral de julio, mi avión aterrizó en mi ciudad antes de las 10 de la noche. Y claro, si mi avión aterriza antes de las 10 de la noche, no tengo derecho a cenar en el aeropuerto. Aunque resulte que venga de un país europeo en el que se come a las 12 e independientemente de la distancia que esté el aeropuerto de mi hogar. Perdónenme pero no puedo dejar de hacer comparaciones: ustedes tienen derecho a salir corriendo de su puesto de trabajo pero yo no tengo derecho a cenar antes de las 10 de la noche. Ya me lo dijo mi padre, al poco de meterme yo en este mundillo de la investigación: “A ver cuando dejas de trabajar en esto y te buscas un trabajo serio”. Tal vez se refería a hacerme diputada.

Espero que hayan pasado un fin de semana estupendo. Yo llegué anoche después de medianoche a casa, así que hoy me he dedicado a hacer la colada y prepararme para una nueva semana laboral que empieza mañana. Un súperplanazo de fin de semana.

Ya ven.

jueves, 31 de octubre de 2013

Inauguración

Ayer no quise actualizar con cosas del congreso porque no quería aburrir con mis historias “congresistas” y por eso fue una entrada eminentemente visual. Luego me di cuenta de que sí, estos días he escrito mucho sobre el congreso pero en realidad no había publicado aún nada: dos entradas las escribí en papel y una tercera con el portátil, pero ni me acordaba de ella. Así que hoy sí que actualizaré sobre el congreso. De hecho, con algo que escribí el primer día, el lunes por la mañana, durante la sesión inaugural.

Necesito hacer cosas. No puedo tener la mente quieta. Soy intranquila, más intelectualmente que físicamente. Necesito estar trabajando o leyendo o escribiendo o haciendo algo. A veces no me basta con hacer sólo una cosa. Por eso, en reuniones suelo leer y contestar correos o tomar apuntes sobre cosas que no tienen nada que ver con la reunión. No es que no escuche, al contrario: dispersar mi atención me ayuda a concentrarme.

Estoy en el auditórium de Le Palais du Pharo, esperando a las autoridades que inaugurarán el congreso en el que estoy. Son las 10 de la mañana de un lunes y aún no he hecho nada. Y eso me pone nerviosa. Con todo lo que tengo que hacer.

Me gustan los congresos, me gusta ver gente, reencontrarme con colegas que hace tiempo que no veo, pero también me pone nerviosa la sensación de no hacer nada, de perder el tiempo. Que no es así, que no pierdo tiempo asistiendo a charlas, leyendo pósters y charlando con colegas con los que comparto intereses. Pero no me basta, quiero más.

En otros congresos internacionales a los que he ido, todos los españoles nos juntábamos de manera natural, sin importar de qué institución veníamos ni la jerarquía científica. En mi primer congreso, me partía de risa con los chistes que contaba un colega que después descubrí que era un eminencia científica. En este congreso, hay muchos españoles y no sé con quién juntarme. ¿Con los de mi institución? ¿Con los de mi edad? ¿Con los de mis líneas de investigación? De momento, deambulo de un lado a otro, sin encontrar mi ubicación natural. Miro alrededor en busca de rostros conocidos y de rostros que quiero conocer. O mejor dicho, trato de leer nombres de gente a la que quiero conocer. Ponerle cara a alquien de quien conoces sus trabajos, su investigación, es curioso. Pero es una diversión propia de estos eventos.

Reflexiones antes de la inauguración: un congreso en el siglo XXI en el que participa gente de todas las edades, muchos jóvenes, necesita un hashtag en twitter. Y no lo tiene. Y ponerse de pie para recibir a las autoridades está pasado de moda.

En la foto, cosas que hago mientras escucho charlas en el congreso, para concentarme.

domingo, 27 de octubre de 2013

Aquí

Estoy en Marsella, una ciudad que no me gusta para participar en un congreso al que no quería venir.

Pero aquí estoy, he venido.


Tengo una presentación de 3 minutos (¡¡tres minutos!!) y un póster que cuenta lo mismo que la presentación (bueno, un poco más).

Encima, soy la moderadora de mi sesión. Veréis qué risas. Hacer una introducción sobre un tema que hasta un rato no tenía ni controlado, vigilar que otros 5 científicos locos sólo hablen 3 minutos de sus locuras científicas y dirigir un debate de otros 20 minutos. Repito: veréis qué risas. Eso será el martes por la tarde. Ja, ja, ja. Si es que me río sola. ¿A quién se le ocurre hacerme moderadora? A alguien que no me conoce, claro.

Esta tarde he ido al lugar de la reunión, para inscribirme y colgar el póster.

Primera sorpresa: han escrito mi nombre mal en la identificación.




Bueno, el real también. Ahora casi me llamo como una mala de Harry Potter. Hmmmm, me mola.
Segunda sorpresa: el lugar  donde se celebra el congreso es una pasada, con unas vistas increíbles.



No, si al final también me reconciliaré con Marsella, como ya me pasó con Bruselas.

Tercera sorpresa: colgando mi póster (que ha llegado sucio y arrugado), me encuentro a un colega griego, con el que compartí despacho durante mi exilio cretense, hace cinco años. Genial.

De vuelta al hotel, cuarta sorpresa: mi reproductor de mp3 (se llama Blauet, porque es azul –blau- y pequeñito) estaba en el bolsillo de mi cazadora. Ayer tuve un momento de pánico porque no lo encontraba por casa. Ni ayer ni esta mañana. Así que me resigné a viajar sin música. Y resulta que Blauet ha hecho todo el viaje conmigo, en un bolsillo de una cazadora que he llevado en la mano, tirado por cualquier lado, metido en la mochila, puesto en el compartimento de equipajes e incluso he llevado encima. Y ni se ha caído. Y ni me he enterado hasta volver al hotel. Increíble. Y maravillosa sorpresa.

A ver qué nos depara esta semana. Un congreso con más de 800 participantes. Supongo que reencuentros con colegas, estudios interesantes, vida social y disfrutar de esta ciudad que, cuando la visité por primera vez hace año y medio, no me gustó demasiado. Ya veremos.

Intentaré actualizar estos días, pero quién sabe cómo irá esto.

Bonne nuit.

viernes, 14 de junio de 2013

Hacia el mar (2nd round)



Todas y cada una de las campañas científicas en las que he participado en el mar son especiales. Ya lo dije alguna vez, no sé dónde, y lo seguiré diciendo siempre. Tengo recuerdos claros y cristalinos sobre todas y cada una de ellas, aunque con los años ya voy mezclando cosas. Aunque soy súper joven (jajaja), llevo 12 años dedicándome a esto y muchos días de mar. En los barcos he pasado muchos días y he pasado muchas cosas. He trabajado mucho, muchísimo, he aprendido mucho, muchísimo. He pasado de ser la chica que no distinguía una merluza de un jurel a ser yo la responsable de algunas de estas campañas. He conocido a gente maravillosa, a gente un poco insoportable y a gente entre esos dos extremos. He visto puestas de sol que te quitan el aliento y amaneceres increíbles. He descubierto animales que ni siquiera me habría imaginado en sueños (como la Phronima sedentaria) y bichos que te cuesta distinguir si son seres vivos o no. He llenado cajas de algas en popa, mano a mano con los marineros. Me he mareado mucho, pero mucho, sobre todo al principio y sobre todo en según qué barcos. He descubierto la maravilla de contemplar la tierra desde el mar y luego me he sentido extraña al volver a casa y tener que contemplar el mar desde la tierra. He vivido historias de amor y desamor, propias y ajenas. Y he trabajado con gente que sabía mucho más que yo, con gente que sabía mucho menos que yo, con gente que ya está retirada e incluso con gente que ya no vive.

Una campaña oceanográfica es como un Gran Hermano, pero sin Mercedes Milá ni nominaciones (aunque alguna vez me han dado ganas de nominar a alguno). Para lo bueno y para lo malo, estás encerrado en un espacio reducido durante muchos días, viendo a la misma gente a la hora del desayuno, trabajando, a la hora de la comida, trabajando, a la hora de la cena, trabajando y en el posible ratito de ocio que queda después de todo eso. La otra diferencia con Gran Hermano es que se trabaja. Y mucho. Es un trabajo físico, a veces duro, muy diferente a las horas de despacho y ordenador que son la rutina el resto del año. En los últimos años, me paso la vida subiendo y bajando escaleras en los barcos, entre cubiertas. Del puente a la zona de muestreo y a la popa, de la popa y la zona de muestreo al puente y así hasta el infinito. Pero también he medido muchos peces (y crustáceos y cefalópodos), he cargado muchas cajas, he picado muchos datos y he triado muchos individuos de mil y una especies diferentes.

La primera ronda en el mar este año fue muy bien. Me cargó de energía, la energía que necesitaba para esta segunda ronda, más larga, más complicada, más dura pero también más emocionante y melancólica. La última con el abuelo. En unas horas zarparemos hacia el mar en nuestra última (al menos mi última) campaña con el buque de investigación oceanográfica Cornide deSaavedra. No sé qué nos deparará esta campaña, no tengo ni idea. Sólo espero que tengamos buen tiempo (ojo, buen tiempo en el mar no significa sol, significa mar en calma. Me da igual que llueve o truene, pero prefiero el mar en calma que cualquier otro nivel de la escala Douglas). Sólo espero cumplir con los objetivos y volver con la satisfacción del trabajo bien hecho. Sólo espero un ambiente agradable y ser capaz de afrontar los imprevistos o los problemas que se presenten. Sólo espero que trabajemos duro y riamos felices.

Todo lo demás es insignificante.

lunes, 3 de junio de 2013

Desde el mar

Llevamos ya dos días en el mar. Dos días de trabajo intenso. Diez muestreos con arte de arrastre experimental y tres pruebas con dragas de sedimento. Todo está yendo bien, el tiempo nos acompaña y este barco es la leche. Eso sí, tengo agujetas de subir y bajar escaleras. El primer día, en puerto, fue una locura. Ahora ya controlo el barco (más o menos) y sé en qué cubierta está cada cosa. Pero aún así, mi vida se sitúa entre cinco cubiertas por las que subo y bajo miles de veces a lo largo del día. Y eso que aún no he tenido que usar la lavandería ni tengo tiempo para ir al gimnasio, que están en otra cubierta más. Además, tengo el cuerpo lleno de golpes. Soy incapaz de vivir en un barco sin acabar con morados por todas partes: piernas, brazos y sitios que ni veo tienen ya las marcas de este buque. Es así la vida a bordo.

Ayer fue un día muy largo, hoy ha sido algo más corto, porque tenemos que desembarcar al jefe con la zodiac. Cuando esté listo, dejaremos nuestros mares y zarparemos rumbo a Castellón, donde nos esperan mañana por la mañana nuestros colegas. Hacia mares inexplorados por nosotros (al menos por mí). Hacia terra incognita. Hacia mare incognito.

La tranquilidad de hoy se ha visto alterada por una operación de rescate de un barco de pesca de la que hemos sido testigos: el barco ha tenido que ser remolcado por una lancha de salvamento. Y por la cosa más extraña que hemos cogido del fondo del mar en estos dos días: una cartera con toda su documentación, fotos familiares incluidas. El jefe se la lleva a tierra firme, a ver si aparece su dueño.

Es bueno que lo más destacado a contar sean anécdotas absurdas. Firmo aquí y ahora para que el resto de la campaña (y la que vendrá después) vaya como ha ido ésta hasta ahora. Firmo y hasta pago. Voy a publicar esto ya, antes de que nos vayamos a alta mar y nos quedemos sin cobertura.

En la foto, el faro sur de Dragonera y nuestra chimenea, hace tan sólo un rato.

viernes, 31 de mayo de 2013

Hacia el mar (1st round)

Ya conté que mi mes de junio va a ser la mar (esto tiene doble sentido, claro) de entretenido. La aventura comienza mañana, cuando empiece la primera de las dos campañas oceanográficas en las que participaré este mes.

O sea, que me voy a contar peces.

Esta primera es una campaña especial y única: el objetivo es calibrar el barco que se ha utilizado hasta ahora en nuestras campañas por el que le sustituirá el año que viene. Pero vayamos por partes.

En mi trabajo en la pecera, participo en un programa europeo de recopilación de datos para evaluar analizar el estado de explotación salud de los recursos marinos peces y demás bicherío marino. Entre los trabajos que llevamos a cabo está la realización de campañas científicas para estudiar el estado de nuestros mares de manera independiente de los datos que obtenemos haciendo el seguimiento de la flota comercial. Es decir, que en vez de contar los peces que pescan los pescadores (que también hacemos durante todo el año), contamos nuestros propios peces. (Aquí podéis leer una explicación mejor). Y los contamos cada año, de manera exacta a cómo lo cuentan otros países del Mediterráneo, desde 1994 (como está explicado aquí, aunque en el caso concreto de mis islas, es desde 2001).

Desde 1994, hemos ido a contar peces (yo no, que era aún muy peque y ni sabía que me iba a dedicar a esto) en el abuelo de los buques. Y el abuelo se jubila este año. Así que antes de empezar la que será nuestra última campaña con el abuelo, a mitad de mes, vamos a utilizar a un jovencito para comprobar si nos consigue los peces igual de bien que el abuelo. Así que durante unos días, subiremos a este buque tan bonito, nos desplazaremos hasta la costa peninsular y trabajaremos en paralelo con el abuelo, que está ya trabajando por allí desde hace unas semanas.

Suena bien, ¿eh? Sí, suena genial. Lástima del estrés que me provoca siempre este tipo de cruceros. Aunque, como ya conté el otro día, al final, todo sale bien, aunque no sé cómo, es un misterio. Y si no, leed lo bien que nos fue en el 2011.

Como decía, esta será una campaña única y especial (aunque, en realidad, todas lo son. Siempre): buque nuevo, zona de trabajo nueva (para mí) y trabajo en paralelo con otro barco. Siento mucha curiosidad, mucha, por ir a contar peces a la costa peninsular, yo que soy tan de las islas y los únicos peces que conozco son los nuestros (y los de Argelia, pero esa es otra historia que ya tiene 10 años y que igual algún día debería contar).

Algunos de los links que he puesto enlazan con los blogs que creamos el año pasado y el anterior. Os los recomiendo, sobre todo el de 2011.. Este año no habrá blog. Aunque no soy yo la que lo hago, sí que lo superviso y se necesita mucha energía para hacer algo así de manera complementaria a las más de 12 horas de trabajo diario a bordo. Y este año no tengo energías, como el año pasado tampoco las tuve. Y eso se nota en el blog. El de 2011 me encanta: hay mucha información y muchas fotos. El de 2012 está bien, pero no. Siguiendo esta tendencia decreciente, el de 2013 sería muy flojo. Y me niego. Así que este año no hay divulgación científica. No me gusta no hacerlo, pero necesitaríamos algo nuevo, el blog de campaña ya lo hemos hecho dos veces y, seguramente, no se nos ocurriría nada nuevo que contar. O sí, qué se yo. La cuestión es que este año no lo hacemos. Y punto.

Iré actualizando aquí cuando y como pueda, con la libertad del (semi-)anonimato, pudiendo decir aquello de “hoy hemos comido macarrones y el atardecer ha sido muy bonito” sin miedo a que al jefe no le parezca bien. Y podréis saber en todo momento dónde estoy mirando la situación de los buques en tiempo real.

Ah, y a la vuelta no me digáis eso de “estás muy blanca para haber estado tantos días en el mar”. Voy a volver tan blanca como me voy, que lo sepáis.

Por cierto, el jovencito nos ha salido conservador y en el código de conducta a bordo se prohíbe estrictamente el alcohol (y las drogas). No he leído nada de sexo y rock-and-roll.

Nos vemos en el mar.

En la imagen, la situación actual de los dos buques, el jovencito de camino a las islas y el abuelo trabajando.