domingo, 23 de julio de 2017

Dos semanas en el mar

Hace más de un mes que volví a tierra después de dos semanas en el mar. Así que ya va siendo hora de resumir el Festival de Primavera de este año. Como siempre, es difícil recapitular todo lo que se vive, se trabaja y se siente en este tiempo. Como siempre, necesito dejar constancia de lo que recuerdo porque con el tiempo, los recuerdos del mar se difuminan, hasta acabar confundiendo unos festivales con otros, hasta acabar olvidando cosas bonitas y especiales. Lo malo ya lo he olvidado, también como siempre. Este año he hecho pocas fotos o, al menos, menos que otras veces. Pero no es algo exclusivo del mar: llevo bastante tiempo haciendo pocas fotos.

Este año, se me han pasado las dos semanas de mar rápido, muy rápido. Tal vez porque vayan a ser las dos únicas semanas que pase este año en el mar y tenía muchas ganas de que llegaran. Tal vez porque después de unos meses duros, esas semanas fueron el punto y aparte, el parar para seguir. El paréntesis marítimo que trato de resumir aquí.

El incidente de las birras en mi maleta nueva, algo de lo que no volveremos a hablar nunca. Otro casi incidente que al final ni lo fue del que mejor tampoco hablamos. Barrer algas en popa (he barrido más esa cubierta que mi propia casa). El tiburón que liberamos vivo. La banda sonora del puente. Nino Bravo. Coldplay. Abba. Guns N’Roses. Mike Oldfield. Buscar boyas en el horizonte cantando “Knockin’ on Heaven’s Doors”. Si suena Abba, en el puente se baila. La alarma de incendios saltando por error a horas intempestivas. Dos días. “Recóllense tapóns para a axuda a Cristiano Ronaldo”. Trabajar descalzos en el puente. La felicidad de sentir la fuerza del viento de Tramontana en la cara, mientras navegamos a 10 nudos proa al viento, al sur de Menorca. Los egipcios pidiendo una brújula para orientarse para rezar. Recordar a media mañana el trozo de tarta de chocolate de cumpleaños que guardaste en la nevera el día de antes. Los donuts o cruasanes de los domingos. Bocata de salchichón con mantequilla para desayunar. Garbanzos con callos a las 12 del mediodía. La hora del café y del té en el puente, por la tarde, con galletitas o chocolate. Un amanecer de mar en calma, en la costa Norte, con la luna sobre Dragonera. La luz del amanecer que me despertaba los primeros días. Y el apaño con bolsas de basura y cinta americana para solucionarlo. La luna al atardecer sobre Cabrera. La luna roja en una noche profusamente estrellada sobre Menorca. El cielo infinito estrellado. Estrellas fugaces. Ver el mar desde el camarote, ver tierra desde el camarote. El atardecer más espectacular de todos aunque, en realidad todos y cada uno de ellos lo son, todos y cada uno a su manera. Zafarrancho de limpieza semanal. Las conversaciones plurilingües y multiculturales en el puente. Llegar a la semifinal del Jran Torneo de Furbolín (“¡¡equipo rosa!!”). El lance ‘extranviotico’, en palabras del capitán. Cinco langostas en una pesca, cinco. La noche en Maó. Maó da resaca. Llegar al barco con las primeras luces del amanecer. En Maó. Y en Palma. Mi recién descubierto amor por el ibuprofeno. Las conversaciones locas después de una noche en tierra (“Aquello que te conté ayer”, “No me lo contaste”, “¿No? A ver si no te acuerdas”, “Puede ser”). Salir del puerto de Maó con una sensación tan, tan diferente de la del año pasado cuando salimos de allí. Entonces lloré de rabia y frustración por no haber aprobado unas oposiciones. Esta vez, sonreía. La divulgación científica: tele y radio, un festival muy mediático éste. Mi zapatilla croc que salió volando por la banda y acabó en el mar, imposible de recuperar, en pleno Canal de Menorca. Ahí, contribuyendo involuntariamente a la contaminación marina por plásticos, en martes y 13. Gestionar trabajo, gestionar personas, observar quién gestiona personas de manera alucinante y tratar de imitarle. La vuelta a tierra. Las visitas al barco. La recepción por el décimo aniversario, todos guapos. Los discursos de científicos en los que se aclara lo que no debería hacer falta aclarar porque es obvio: los festivales no los hacen los barcos, los hacen las personas, la gente que trabaja en ellos, los tripulantes, los científicos. Todos, cada uno a su manera, hacen de este trabajo algo muy especial. Porque la gente bonita que me rodeó esos días ha hecho posible que todo saliera bien, que todo se hiciera como estaba previsto, que todo el mundo (o eso espero) acabara con un buen recuerdo de los días de mar. Porque, no me canso de decirlo, la gente, al final eso es lo importante, siempre la gente. La gente con la que compartes horas de trabajo, de ocio, de risas, de bromas, de discusiones, de cabreos, de frustraciones. Porque todo eso está ahí siempre, condensado en pocos metros cuadrados, en pocos días.

Y también la gente que está en tierra, con la que mantienes contacto esporádico desde el barco, a la que echas más o menos de menos, que te dice: “Sólo te quedan tantos días para volver, ¡qué bien!”. Y tú piensas qué sí, que qué bien volver a tierra pero, pero… Porque en tierra soy muy feliz, claro que sí. Pero en el mar, ay, en el mar también. El mar es mágico e increíble y lo que se vive en él, lo bueno y lo malo, a veces es difícil de describir e incluso de recordar con nitidez. A veces es difícil de explicar a la gente que está en tierra, casi imposible. Por eso a veces es suficiente estar ahí, vivirlo, sentirlo y recordarlo.

Las fotos son de esos días, un poco locas, escogidas casi al azar y sin un criterio claro.

 















lunes, 17 de julio de 2017

Cuadros

Hacía tiempo que no añadía ninguna novedad decorativa a mi casa y, de hecho, tenía pendiente un regalo desde hace dos navidades que debía ser un cuadro que no era capaz de encontrar. No es que lo hubiera buscado muy intensamente, pero sí que cada varios meses recorría algunas tiendas de cuadros y miraba las novedades que tenían. En este tiempo, sí que había encontrado algunos cuadros que me gustaban pero los había descartado porque no pegaban con la decoración del comedor (su destino era el hueco encima del sofá naranja, frente a la pared verde) o porque eran demasiado grandes.

Por fin, hace ya un par de meses vi uno que sí me parecía adecuado, no sólo por los colores, sino también por la temática. Adivinad qué sale en el cuadro. Sí, peces. A ver, no es que fuera obligatoria la temática marina, pero sí que me apetecía, no lo voy a negar. Y aquí está, el cuadro que por fin tengo sobre el sofá.


Aprovechando las circunstancias, acabé comprando también dos cuadros pequeños para colgar en el recibidor, que también seguía muy vacío (decorativamente hablando). En realidad, allí tenía ganas de colgar alguna foto hecha por mí, incluso tenía alguna seleccionada, pero lo he ido dejando y acabé escogiendo estos dos cuadros, esta vez no marinos, pero sí de temática natural. Y rojos. Por supuesto.


Y para rematar el impulso decorativo que tenía ya dormido, un amigo me regaló tres pequeños cuadros de temática oriental que no tenía dónde ponerlos. Con mis anteriores adquisiciones, ya quedaban menos partes de la casa sin decoración en sus paredes, pero el pasillo seguía estando un poco vacío, así que ahí los coloqué, aunque para ello acabamos haciendo un agujero que atravesó el armario empotrado de mi cuarto. Los inconvenientes de hacer de ser manitas de medio pelo.


Con todo esto, ahora mi casa luce más bonita y alegre.Vamos, creo yo.

domingo, 2 de julio de 2017

Lo del orgullo

Ayer seguí durante un rato la celebración del Orgullo en Madrid a través de la radio, mientras conducía por carreteras del centro de la isla. La retransmisión me pareció muy emocionante y me dio pena no haber podido seguirla más, tanto por la radio como un rato antes por la tele, mientras aún estaba en casa. Me emocionó porque me parece maravilloso que la gente pueda salir a la calla a decir aquí estoy, soy así y estoy orgulloso de ser así. Esto, que parece tan sencillo y tan obvio, no lo es cuando tenemos en cuenta la cantidad de países en los que la homosexualidad es directamente delito y otros en los que implica pena de muerte. Y por eso me parece maravilloso lo que se vivió ayer en Madrid, lo que se ha estado viviendo durante toda esta semana. Este país tendrá muchas cosas malas, pero que la celebración de la diversidad pueda vivirse así, de manera natural, es genial. Y necesario.

Entiendo que no a todo el mundo le parezca bien lo del orgullo, que les resulte indiferente, les moleste y hasta les escandalice o que incluso parte del colectivo teóricamente allí representado no esté de acuerdo con que las cosas se hagan así, que haya esa exhibición pública de sentimientos, orientaciones y emociones. Pero eso es normal y no le daría más importancia. Yo soy mujer y no me siento identificada con todo lo que otras mujeres hacen. Yo soy bióloga y no me siento identificada con Ana Obregón. ¿Y qué más da? Pues nada. Vive y deja vivir. Celebremos la vida, la diversidad y la alegría. Celebremos que vivimos en un país en el que se puede vivir sin tener que ocultar lo que uno es, aunque aún queden resquicios retrógrados de intolerancia. Celebremos lo que se ha conseguido tras años y años de lucha. Recordemos a los que lucharon por llegar aquí y no pudieron verlo. Hagámoslo por los que no pueden hacerlo, los que no pueden gritar en público ni llevar una vida normal acorde con su forma de amar.

Yo soy heterosexual, pero tengo mucha gente a la que quiero mucho con otra orientación. Por eso creo que es necesario este tipo de marchas, de reivindicaciones, de manifestaciones; porque gente muy bonita a la que quiero mucho podría ser detenida y hasta asesinada por ser lo que son; porque aún hoy día en nuestro país las orientaciones no-heterosexuales (y lo llamo así porque quiero englobarlo todo, homo, bi, tran, a, etc) siguen provocando el rechazo de algunas personas y algunos colectivos. Y, ¿qué queréis que os diga? Que me parece triste, muy triste. Porque al fin y al cabo hablamos de amar y, posiblemente, amar es el único don que compartimos todos.



“Ama, no hay otro don”.

La frase no es mía, la encontré escrita en Monte Toro, Menorca, hace más de diez años. Me impresionó entonces  y me sigue impresionando ahora. No se me ocurre mayor concentración de sabiduría en sólo cinco palabras. Así que amad, amemos, y estad orgullosos de quienes sois, de quienes somos. Vida no hay más que una y es nuestro deber vivirla como mejor sepamos, amar a quien queramos. Y a quien no le guste, que no mire.

En la foto, las banderas que los autobuses de mi ciudad han lucido estos días. Hoy, actualizando desde un avión con destino a Copenhague.