viernes, 30 de noviembre de 2012

Chocolate con sal

Hace un par de años, mi hermana gafapasta me trajo de un viaje a Suiza una tableta de chocolate. Hasta ahí nada extraño: me gusta el chocolate, mucho. Y el chocolate suizo es muy famoso. Así que no hay que ser muy listo para entender que acertó de pleno.

Era una tableta pequeña, no de esas gigantescas que venden en los aeropuertos. No sé dónde la compró y creo que ella tampoco lo recuerda. Pero era un chocolate curioso: con una pizca de sal.

Es uno de los chocolates más ricos, fascinantes e interesantes que he probado en mi vida.

Desde entonces, no paro de buscarlo. Pero no lo encuentro. Por tiendas normales, por tiendas especializadas. Nada. Mi hermana volvió a Suiza, con el encargo de traer muchas, muchas tabletas de chocolate con sal. Nada. Se lo preguntamos a su amiga que vive allí, a ver si lo conocía o sabía dónde encontrarlo. Nada. Yo misma, cuando viajo a cualquier aeropuerto, recorro sus estanterías de chocolates (se podría escribir una tesis sobre la globalización desde el punto de vista de la disponibilidad de chocolates en los aeropuerto) en busca del milagro. Nada.

De aquel delicioso chocolate con sal sólo me queda la caja recortada que lo recubría, que ocupa un lugar destacado en mi corcho, entre dos postales de Alfons Mucha que compré en Praga y una de Gustav Klimt que compré en Viena, encima de una etiqueta de ropa que habla de “Limpiar con cariño”) y de un post-it con mis medicamentos para la alergia a la primavera.

 
Tenía pensado publicar este post haciendo un llamamiento a la sociedad. Algo así como “Si alguien lo ve en algún sitio, que me lo diga. Se recompensará”.

Pero el otro día ocurrió algo sorprendente. Estaba comprando en un hipermercado que tengo cerca del trabajo, cuando revisando los chocolates (siempre lo hago, ¡siempre lo hago! Especialmente si están reorganizando el establecimiento, lo que suele implicar la aparición de nuevos productos, como es el caso), encontré esto:


Guau. Guau, guau.

Así que compré uno. No lo he probado aún. No creo que sea igual que el primero que probé (porque además del punto de sal, llevaba leche y caramelo), pero tengo esperanzas, sí, alguna esperanza de que sea sabroso, delicioso y sorprendente. Si es así, saldré corriendo al hiper para hacerme con una buena cantidad de reservas. Porque estas cosas extrañas, sorprendentes e innovadoras, no suelen sobrevivir a los caprichos de los consumidores.

O a veces sí.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Con las agujas

Siempre he visto a mi madre coser y tejer. Desde que tengo uso de razón, la he visto arreglarnos ropa y tejer bufandas y algunos jerseys de lana que nunca remataba del todo pero que siempre utilizábamos para abrigarnos en casa. Me llamaba la atención que dedicara su tiempo a eso, pero nunca sentí ninguna atracción por las agujas.

Mi primera experiencia fue en algún momento en el colegio, cuando en alguna asignatura de esas de manualidades (o como diantres se llamara) nos hicieron hacer una bufanda. Fue un infierno. Era incapaz de darle la presión adecuada y por unos lados los nudos estaban muy apretados y por otros sueltos. No recuerdo como acabó aquella desastrosa bufanda. Tal vez mi madre me la acabó para intentar que al menos no me suspendieran, aunque la verdad es que no lo recuerdo.

Y de repente, el pasado septiembre, sentí la necesidad de tejer. Así que cogí unas agujas de mi madre y una lana vieja de color gris que estaba por su casa y me puse a ello. Después de algunas pruebas, hasta que me decidí por el punto que quería (tampoco sé muchos: al derecho, al revés y sus combinaciones), empecé a hacer una bufanda. Al principio con terror: creía que volvería a hacer una cosa penosa como la de mi adolescencia, pero yo misma me sorprendí viendo que aquello tomaba forma. Así que le empecé a dedicar tiempo, poco, un rato después de cenar, para relajarme después de un día de trabajo y antes de ponerme a rematar la presentación de la tesis, que me tuvo ocupada muchas noches de finales de verano.

Y ahí estoy, con una bufanda casi acabada (¡creo que me aterra acabarla!). Mi primera bufanda. No sé mucho, pero ya tengo algunos proyectos sencillos en mente: un cuello rojo del que aún no tengo la lana y un pañuelo estrecho y largo de colores verdes, de tacto suave y primaveral, con un hilo que compré durante mi viaje croata. Porque sí, he descubierto un nuevo souvenir que traerme de mis viajes: hilos para tejer. No sé cuánto durará mi afición, ni lo que seré capaz de hacer, pero tampoco me preocupa mucho. Lo hago por puro placer. Y tengo por delante todo un mundo por descubrir.

En las fotos, mi bufanda gris, en pleno proceso, y el hilo verde croata (que en realidad es turco, pero es mi recuerdo de Croacia).

martes, 27 de noviembre de 2012

Tormenta

Esta madrugada, ha caído una de esas tormentas espectaculares que hacen que te despiertes en mitad de la noche.

No eran aún las 6 y los truenos y rayos me han despertado. Feliz porque aún me quedaba media hora en la cama (o una hora o una hora y media…) me he acurrucado para disfrutar del espectáculo. Pero en seguida he recordado que tenía varias ventanas abiertas por la casa (error tonto, ¡si anoche ya llovía!) así que me he levantado corriendo.

Primero a la galería, donde ya había entrado un poco de agua. Parecía de día. ¡Menudos relámpagos! En el comedor también era espectacular, sobre todo porque la persiana de la puerta del balcón estaba abierta, así que he podido contemplar el espectáculo: una cortina de agua, de sonido ensordecedor, caía a plomo; relámpagos cada vez más espectaculares; truenos tan, tan cercanos, que he vuelto corriendo a la cama.

Y allí, en la cama, bien acurrucada, he esperado a que la tormenta pasase, unos veinte minutos después. Y he deseado que durara más, mucho más. Y he soñado con no levantarme y no ir a trabajar. Y he fantaseado con quedarme acurrucada en el sofá en este día gris, nublado, frío, lluvioso que pide precisamente eso: sofá, manta y poco más.

En la foto, mis lechugas, bien fresquitas después de la tormenta.

lunes, 26 de noviembre de 2012

En Croacia


Como ya mencioné aquí, estuve en Croacia una semana por cuestiones laborales, concretamente en Split.

Fue un viaje curioso, un destino complicado de alcanzar, casi 24 horas de viaje de ida, incluyendo una noche por el camino. La vuelta un poco más corta, aunque plagada de momentos interesantes y alguna conexión perdida.

Mi primera impresión de Split no fue nada halagüeña, más bien todo lo contrario. ¿Pero qué ciudad da una buena impresión un domingo otoñal por la tarde, con las calles vacías y la noche ya invadiéndolo todo? Con los días, mi perspectiva (más allá del sótano del hotel en el que tuvimos la reunión) mejoró significativamente y gracias, en gran parte, por el paseo de la última tarde de reunión bajo un sol esplendoroso. Entonces descubrí la ciudad viva, alegre y bulliciosa que me perdí casi una semana antes.

Aprovechando el largo viaje, me quedé un día más a hacer de turista: un coche de alquiler y 200 km después, nos plantamos en Dubrovnik. El viaje fue tan bonito que llegué a pensar “como aparezca otro maldito pueblo monísimo, con su maldito puerto monísimo y sus malditas calitas monísimas, mato a alguien”. Porque aunque haya quien no lo crea, las cosas bonitas pueden llegar a ser demasiado bonitas. No siempre es fácil soportar el paraíso. Pero de repente, apareció el delta del Neretva y me quedé sin habla. Y de repente, cruzamos la frontera con Bosnia-Herzegovina y me pareció increíble. Y nos plantamos en Dubrovnik, ¿qué puedo decir?, ¡qué lugar tan impresionante!

Y fue allí, en Dubrovnik, entrando en su antigua ciudad amurallada, llena de turistas (¡¡llena de turistas en pleno noviembre!!) cuando tuve una sensación muy, muy extraña. Un déjà vu en toda regla. Pero fue más que un déjà vu, o mejor dicho, no fue exactamente un déjà vu. Fue un pensamiento de “yo ya he estado aquí”, no de “yo ya he vivido esto aquí”, simplemente fue descubrir una calle, con su campanario al final, en el que hubiera jurado y perjurado que ya había estado. Y no había estado, sé que no había estado. Al menos no en esta vida. Al menos no conscientemente. Se me puso la piel de gallina.

Me ha impresionado visitar Croacia. Me he impresionado porque recuerdo más o menos bien la guerra de los Balcanes. Repito, más o menos. La tengo presente, pero no sé nada, o casi nada de ella. O sabía. Porque desde que he vuelto he leído, me he informado y he intentado comprender la mezcla de culturas y el origen de los males. Y tengo pendiente ver un documental de la BBC sobre el tema, que me ha recomendado mi compañero de viaje. Y tengo pendiente volver a Croacia, ir a Bosnia-Herzegovina, a Serbia, a Montenegro y, ¿por qué no?, volver a Eslovenia, y recorrer calles, ciudades, descubrir naturaleza y entender su historia.

Cuanto más viajo, más me alucina viajar.














sábado, 24 de noviembre de 2012

"Mecanoscrito del segundo origen" de Manuel de Pedrolo

Éste es uno de esos libros que comenté cuando hablé de mi lector de libros electrónicos que encuentras fácilmente en la red cuando ya has dejado de buscarlo en papel. Es un libro de esos que llaman “literatura juvenil”. Me gustan mucho eso que se llama literatura juvenil, aunque no tengo muy claro que sea necesario etiquetarlos así.

A lo largo de algunos años, distintas personas a mi alrededor han leído este libro y me han hablado bien, regular o incluso mal de él. Alguien de mi entorno, siendo adolescente, lo leyó como lectura obligatoria de clase de catalán, me lo comentó y sentí curiosidad. Pero entonces no lo llegué a leer. Hace pocos años, la chica que estaba en recepción por las tardes en mi trabajo lo estaba leyendo y prometió dejármelo cuando lo acabara. Tampoco esta vez lo leí, ni siquiera me lo llegó a dejar, ni recuerdo por qué. A los pocos días de tener mi lector rojo, lo recordé, no sé muy bien por qué y decidí buscarlo por la red. Y lo encontré.

Es un libro clásico de la “literatura juvenil” catalana. Yo intenté encontrar la versión original, pero sólo conseguí la traducida al castellano. Ya me va bien. El libro narra la destrucción casi absoluta de la tierra en un tiempo indeterminado, debido al ataque coordinado de naves extraterrestre y la lucha por la vida y la supervivencia de dos niños: Alba y Dídac.

No me ha decepcionado nada. Me encanta la ciencia ficción y creo que este libro abarca muchos aspectos que nos entusiasman a los lectores en general, a los de la ciencia ficción en concreto y a los que nos planteamos cosas especialmente. ¿Qué pasaría si fuéramos de los pocos habitantes de la tierra después de un cataclismo? ¿Cómo lo superaríamos? ¿Cómo viviríamos? La descripción clara, sobria y seria de los paisajes, de los hechos, del día a día de estos niños que se encuentran de la noche a la mañana en un mundo totalmente devastado me ha hecho pensar en cómo ha debido ser tantas y tantas veces la supervivencia de aquellos que luchan tras una catástrofe de cualquier tipo, una guerra, un gran terremoto, cualquier catástrofe natural o provocada por el nombre que hace que, de la noche a la mañana, tu vida se ponga patas arriba y se vean obligados a poner en duda todo aquello que conocían y que creían definitivo.

Una historia muy recomendable de leer. Para pre-adolescentes, adolescentes, post-adolescentes y todos los que sufren la adolescencia cíclica. O sea, para todo el mundo.

En la foto, una portada cualquiera. La versión electrónica que yo tengo venía sin portada. Qué pena.

viernes, 23 de noviembre de 2012

La cena


Llampuga.

O dorado.

O dolphinfish.

O Coryphaena hippurus.

Según si habláis catalán, castellano, inglés o científico.

Yo es que lo hablo todo.

martes, 20 de noviembre de 2012

Harry Potter internacional

En 2008, pasé 4 meses trabajando en una isla griega, en Creta (esa isla que mucha gente se piensa que es otro país, pero no, Creta pertenece a Grecia y es esa isla alargada situada al sur de Grecia. Chipre es esa otra isla, en forma de jamón, al sur de Turquía que sí que es un país independiente de Grecia, aunque comparten idioma). Viví una temporada en Creta, decía. Fueron unos meses curiosos, interesantes, fascinantes, surrealistas y durante los cuales aprendí mucho de mí misma, hasta el punto de hacerme cambiar bastante. Hasta ahora, no había hablado de ellos en este blog, aunque sí que lo hice en su momento en otro lugar.

Pero vayamos al grano.

Lo que quería contar es cómo se inició mi colección de Harry Potter internacional. Porque sí, soy una friki: colecciono Harry Potter (en concreto, el primer libro de la saga, HP y la piedra filosofal) en idiomas extranjeros. Y empecé la colección sin ni siquiera saberlo: estaba en Creta, intentaba aprender el idioma y quería comprarme un libro en esa lengua fascinante de letras preciosas. Y compré Harry Potter.

Ese fue el inicio, aunque no lo supe hasta un par de años después, como ya contaré en su momento.
Así que hoy inicio una nueva etiqueta: HP. Iré colgando por aquí los HP que ya forman mi colección y los HP que se vayan incorporando a la misma, así como dónde, cómo y cuándo los he conseguido.

Aquí empezó todo:

Ο Ηάρι Πότρ και η Φιλοσοφική Λίθος


 Iraklio (o Heraklion o, mejor aún, Ηράκλειο), Creta, Grecia. Septiembre 2008.



domingo, 18 de noviembre de 2012

Macarons

No sé cuándo, cómo ni dónde descubrí los macarons [*], la verdad. La cuestión es que durante mucho tiempo no me llamaron la atención: me parecían un dulce hortera y sumamente empalagoso. Sin haberlos probado, claro. Este verano, estando por tierras francesas de reunión, me decidí a probarlos. Y me sorprendieron. No sólo me parecieron preciosos, con todos sus colores y posibilidades, sino también deliciosos.

Así que decidí que tenía que intentar hacerlos. Lo he intentado ya dos veces. Dos fracasos absolutos. No es que sea una cocinera estupenda, pero creo que soy mañosa y que las cosas que me propongo hacer, me salen. Pero los macarons no, al menos de momento no.

El primer intento quedó así:


Patético. Eso sí, ricos estaban. Pero no se parecen en nada a unos macarons. Pero en nada de nada.

El segundo intento fue igual de patético, o hasta peor. Me sentí tan triste que ni les hice foto.

Luego decidir parar. Tenía que leer más, investigar más, hasta dar con la solución a mi fracaso macaronil.

Y un día de celebración de la tesis (sí, he celebrado el fin de la tesis ya muchas, muchas veces), durante una parada de emergencia a los baños de un MacDonalds a una hora tardía ya (muy tardía) de la noche, descubrí con una amiga que vendían macarons. Así que compramos uno para cada una. El mío era rosa, aunque en la foto no sólo se ve desenfocado, sino gris:


Sí, era otoño, como se ve en las hojas enfocadas del suelo.

Y en mi último viaje, en una de las escalas que tuve que hacer, buscando algunos chocolates para entretener la espera, descubrí esto:


Y no pude evitar comprármelos. Porque no los sabré hacer, no. Y comprar macarons en el aeropuerto de Munich probablemente no sea una buena idea, no. Pero no me pude resistir. Tan preciosos, con todos esos colores. Aaaah, ¡¡quiero hacer macarons!!

Lo volveré a intentar.

Lo prometo.

[*] Para quien no lo sepa, los macarons son unos pastelitos de origen francés, muy bonitos y coloridos y muy dulces.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Libros o libros

No tengo un criterio claro para comprar libros. Me gusta pasearme entre estanterías llenas de libros, sea en una librería convencional, un centro comercial cualquiera o un aeropuerto. Me gusta mirarlos por encima, sin buscar nada concreto y acercarme a uno que me llame la atención, bien por su portada, bien por su título. O porque alguien me ha hablado de él o he leído algún comentario en algún sitio. Tengo épocas que compro bastantes libros y los voy acumulando en un estante de libros sin leer. Tengo épocas que no compro casi ninguno y acudo a ese estante en busca de mi siguiente lectura. Leyendo soy como un adicto al tabaco: cuando acabo uno, busco el siguiente para leer.

Tampoco tengo un criterio claro en cuanto al orden de leer los libros. Cojo del estante el que me apetece, no me importa si es la última incorporación o uno que compré un par de años antes. Simplemente, leo el que en ese momento me llama. A veces he pecado de ordenada y he intentado leer un libro que había comprado hace mucho, para que los nuevos no le ganaran la batalla. Fracaso total. He empezado libros que he dejado a medias hasta que realmente ha llegado su momento. Hay un momento para cada libro y cuando le toca, le toca. Ni antes, ni después.

Todo este rollo viene porque creo que algo está cambiando en mi caos lector. Tengo un lector de libros electrónicos. Ha sido un regalo sí (¡alguna ventaja tiene hacerse doctora después de muchos años!), pero es un regalo que yo pedí. Aún no tengo una opinión formada sobre mi lector. Me gustan los libros, mucho. No sólo leerlos. Me gusta tocarlos, notar su peso, sentir sus lomos y ojear las portadas y contraportadas. Me gusta mirar si el tamaño de la letra y el tipo de papel me será agradable a la vista y al tacto. Me gusta cuando están tan nuevos que tienen las páginas apretadas y cuando ya los he leído y se abren solas en abanico. Me gusta colocarlos desordenadamente en sus estanterías, sin seguir ningún criterio ni de autores, ni tamaños, ni idiomas. Me gusta esa parte tan cálida y física que tienen en comparación con cualquier cachivache electrónico de los (muchos) que hoy en día usamos.

Por eso no entiendo muy bien por qué quise un lector. No parecía necesitarlo, no debería, pero me apetecía. Y en el mes y pico que hace que lo tengo, creo que me gusta, y mucho. El lector tiene algunas ventajas respecto a los libros. Es pequeño, manejable y poco pesado. Cuando viajas con relativa frecuencia, se agradece. Y se agradece sobre todo si tienes varios libros en marcha, cosa que odio, pero a la que me veo obligada al compaginar la lectura de mi clase de inglés con mi lectura por ocio. O si tienes un libro que sabes que acabarás en el primer vuelo de tu viaje. Llevas 2, 3, 5 ó 100 libros en el espacio que ocupa menos que uno en papel.

Otra ventaja es conseguir libros que no encuentras, libros que buscas y no aparecen o, simplemente, libros que no has buscado suficiente. Vas a Internet y ahí están. También está el precio. Hay muchos libros gratuitos, muchos legales y muchos ilegales. Puedes conseguir libros por los que sientes cierta curiosidad pero por los que nunca pagarías 10 ó 20 €. Los consigues y los lees. Te pueden gustar o no. Pero no te arrepientes de haber mal invertido esos 20€.

Además, tengo la sensación de que con el lector leo más. No sé si por curiosidad o porque ahora tengo más tiempo después de la tesis, pero sí que leo más. También puede ser porque estoy empezando a superar mi animadversión a compaginar varios libros. Nunca me ha gustado, pero me he descubierto a mí misma con no dos, sino tres libros diferentes en marcha: uno en papel de ocio, el de inglés y uno en el lector. Sonará extraño, pero tengo la sensación de que al ser soportes y/o idiomas diferentes no son incompatibles, qué chorrada, ¿no?


La principal desventaja que de momento he descubierto en el lector es que, cuando vuelas, no puedes leer durante el despegue y aterrizaje. Sí, no es un gran trauma, pero cuando los vuelos son cortos, el tiempo real de lectura en un avión se reduce considerablemente. Sí, siempre hay otras cosas que hacer: mirar por la ventana, leer las revistas del avión, revisar algunos papeles de trabajo o simplemente, nada. Curiosamente, en mi último viaje, el primero con mi nuevo lector, suplí esta carencia sin casi planteármela: en el aeropuerto de salida, vi un libro que me tuve que comprar. Inevitablemente. Lo vi y pensé “tengo que comprarlo”. Me resistí un poco, algo así como treinta segundos. Lo cogí, leí la contraportada y supe que ya era mío.
Resumiendo, tengo un lector de libros electrónicos nuevo, rojo, precioso y lleno de libros por leer, regalo de mi hermana. Y tengo una funda nueva, roja y maravillosa para el lector, regalo de mis amigas. ¿Qué más se puede pedir?

En las fotos, mi lector y mi funda. Preciosos, ¿verdad?

lunes, 12 de noviembre de 2012

"El haiku de las palabras perdidas" de Andrés Pascual

La primera ver que vi este libro y me llamó la atención, no me lo compré. Hacía poco que me había leído un libro relacionado con el Japón y no me parecía el momento de reincidir en el tema. Sin embargo, poco después lo volví a ver y decidí que no era cuestión de ignorar su llamada.

Curiosamente, presenta una estructura muy similar al que me leí justo antes: está contando a varias voces y en varios tiempos. Por un lado, narra la historia de Kazuo, un niño holandés, huérfano de padres y adoptado por un médico japonés en el Nagasaki pre-bomba atómica, su adoración por Junko una niña japonesa y como la guerra y la bomba cambian toda su vida. Y por otro, narra la historia actual de Emilian un arquitecto defensor de la energía atómica y ve como su proyecto de creación de una isla energéticamente autosuficiente se ve frustrado en el último momento, a la vez que conoce a una fascinante japonesa, Mei. Ambas historias están relacionadas por la propia Mei: su abuela es Junko, aquella niña que enamoró al joven holandés y que ahora, anciana y muy enferma, quiere intentar averiguar qué pasó con aquel muchacho.

Es una historia muy amena, interesante y que relata de manera clara unos hechos históricos tan dolorosos como aparentemente lejanos. No me gustan las novelas históricas, la historia en general no me interesaba demasiado en mi época de estudiante, pero me gustan las novelas con trasfondo histórico, que integran la historia que cuentan en la Historia (así, con mayúsculas). Me gustan porque despiertan mi curiosidad y me descubro a mi misma navegando por Internet y releyendo pasajes históricos que estudié en mi adolescencia y que tengo ya olvidados. Me encanta. Y me encanta cuando están bien enlazados con la historia (en minúscula), cuando ésta te engancha y tienes ganas de saber más y más, como en el caso de este libro. Muy recomendable.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un pez en Split

Estoy en Croacia. Croacia está fuera de la Unión Europa. Eso significa que me han puesto un sello en mi pasaporte. Así:


Los viajes laborales en esta época del año son especialmente duros: no sales de la reunión hasta que es noche cerrada. Así, te acostumbras a los paisajes nocturnos de las ciudades. Qué remedio.

Pero a pesar de las horas de encierro, de la oscuridad y del frío, todo tiene su parte buena. Aumentar mi colección de Harrys Potters internacionales (de la que ya hablaré algún día). Reencontrarte con colegas y amigos. Llegar con agua hasta dentro de las orejas después de correr bajo la lluvia y unos truenos y relámpagos espectaculares. Comprar algunos recuerdos anti-típicamente turísticos. O descubrir un pez ahí, colgado en una pared, en tierra firme, al que no puedes quitarle el ojo. Me lo hubiera llevado en la maleta, sí señor.


jueves, 1 de noviembre de 2012

Cambio de armario

Hoy he hecho el cambio de armario. Ya me daba pena ver mis faldas y vestiditos veraniegos, mis chanclas y sandalias. Ya me había casado de bucear en las maletas de ropa de invierno para encontrar algo que ponerme y no morir de frío. Así que he decidido pasar este maravilloso día soleado (y templado) para esconder el verano y dar paso al otoño-invierno.

Mientras doblaba la ropa de verano, me he dado cuenta de lo triste que es pasar de todos esos tejidos finos, alegres, con mil colores, a los tonos grises, oscuros y monótonos de mi ropa de invierno. Es un contraste espantoso, la luz y alegría del verano con la oscuridad y tristeza del invierno. He de admitir que el otoño tiene cosas maravillosa. Dormir calentita bajo el peso del nórdico. Oír llover. La luz especial de los atardeceres. Pero siempre es extraño reencontrarme con la ropa invernal y desterrar de mis armarios y cajones la ligereza del verano.

También me ha hecho plantearme en cómo será mi vida cuando vuelva a sacar la ropa de mil colores de las maletas naranjas en las que la guardo, en el altillo de uno de los armarios empotrados. ¿Cómo será mi vida la primavera, el verano que viene? ¿Seguiré con el mismo trabajo o me aplicarán la nueva ley? ¿Me querrá a alguien? ¿Querré yo a alguien? ¿Estará toda mi familia bien? La vida es extraña, la vida es sorprendente. De repente, está metiendo tu verano en una maleta y, de repente, te das cuenta que de aquí al próximo verano faltan muchos meses, pueden pasar muchas cosas y me he encontrado a mí misma pensando, deseando que no estaría tan mal seguir exactamente como hasta ahora. Con sus cosas malas, con sus cosas buenas. Todo puede ir a mejor sí, pero también peor. Así que crucemos los dedos, carguémonos de energía, propóleo y buen rollo e intentemos disfrutar al máximo de las bonanzas de estos meses oscuros.
Adiós verano. Nos vemos pronto.

En la foto, ropa de colorines, antes de despedirme de ella hasta el verano que viene.