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sábado, 14 de marzo de 2020

Esto también pasará

Son días extraños, son tiempos extraños.

Están pasando muchas cosas en muy poco tiempo, a un ritmo vertiginoso. Pero, a la vez, parece que esto va a durar para siempre, que no acabará nunca.

No sé cómo lo viven los demás. Yo voy de un extremo a otro. En un momento, lo único que quiero es acurrucarme en una esquina y llorar e, instantes después, me pongo a hacer cosas rutinarias, del día a día, como si nada hubiera pasado, como si un virus no hubiera puesto nuestras vidas patas arriba. A ratos, me resulta imposible concentrarme en cosas simples, como leer; pero también me arrebujo entre las sábanas, con un libro entre manos, alargando la hora de levantarme, como si fuera un sábado por la mañana cualquiera.

No sabemos lo que nos espera, no sabemos qué va a pasar.

Hace un mes, mis planes de vida eran organizar los viajes de trabajo de las siguientes semanas (Roma, Argel) y preparar un proyecto personal que suponía un reto muy grande. Dos días después, mi madre estaba en la UCI, recuperándose de un susto gordo, muy gordo. Diez días después, el proyecto se iba al garete. Y, en paralelo, el mundo hablaba de un virus nuevo que ya empezaba a cambiar nuestras vidas, a anular eventos, a causar estragos.

Hoy, en un súper de mi barrio que habitualmente está vacío, había un aforo limitado que una chica controlaba, a la entrada. La gente iba por la calle, casi como un día normal, pero todos sabemos que no es un día normal y, lo que da aún más vértigo, que los próximos días van a ser todo menos normales.

Tenemos que seguir los consejos sanitarios, informarnos por medios oficiales, lavarnos mucho las manos, evitar tocarnos la cara, quedarnos en casa, cuidarnos y cuidar a los que nos necesitan. Es el mejor momento de la historia para que pase esto: tenemos un sistema sanitario robusto (a pesar de recortes que tanto daño hacen ahora), tenemos fuentes fiables de información (no difundáis bulos, no fomentéis el pánico) y tenemos medios tecnológicos suficientes para hacer que, aunque estemos aislados en casa, podamos entretenernos, trabajar y estar en contacto con nuestros seres queridos.

Estamos viviendo algo que no sé si marcará nuestras vidas, pero sí que será imposible olvidar. Eso está claro, independientemente de lo que pase en los próximos días. Llenemos esos días de cosas bonitas, de cosas buenas, creemos recuerdos para cuando, en unos años, hablemos de estos días, lo hagamos con una sonrisa, podamos decir lo de “¿Te acuerdas cuando…?” y detrás haya algo que nos haga sonreír. El concierto que seguiste online, el libro que leíste, la nueva receta que cocinaste, la película que disfrutaste o la serie a la que te enganchaste solo porque alguien te recomendó. La nueva rutina que creaste con amigos o que reforzaste (un mensaje de buenos días por la mañana, una llamada cuando notas que alguien está un poco más preocupado de lo normal). Incluso la limpieza a fondo que hiciste en casa o el curso online que siempre quisiste hacer, pero para el que nunca encontraste tiempo. Se me ocurren muchas, muchas cosas para hacer en casa estos días de las que nos podemos llevar recuerdos bonitos. Quédate en casa, por ti, por los tuyos, por todos. Vale la pena el esfuerzo.

Porque podéis estar seguros de algo: esto también pasará.

En la foto, el más pequeño de mis ginkgos, adelantándose a la primavera.

domingo, 13 de marzo de 2016

De fin de semana

No será la mejor foto de las que he hecho estos días, ni la más bonita, ni la más espectacular. Pero es una foto del clandestino que marca el final de un fin de semana maravilloso y que resume lo que han sido estos días bailando a orillas del mar. Un fin de semana de lindy hop y jazz steps, sí. Pero no sólo ha habido swing estos días, ha habido de todo, swing y yoga y piscina y fiesta y clases y hasta música tradicional mallorquina y sol y viento y lluvia y muchas, muchas ilusiones. Gracias Margarulia por organizar esto, por hacer de tu ilusión nuestra ilusión y convertirla en una realidad que nos ha llenado de felicidad a muchos, aunque nos vaya a doler el cuerpo durante varios días. Porque soñar es bailar con los pies y este fin de semana no hemos parado de soñar.



domingo, 8 de noviembre de 2015

Mar y montaña

Ayer estuve paseando por la montaña, buscando setas, en unas jornadas micológicas en las que intenté aprender más de estos curiosos organismos que no pertenecen ni al mundo vegetal ni al mundo animal (forman su propio reino).


Hoy he estado paseando por la orilla del mar, nadando en las aguas frías, intentando asumir que sí, creo que ya, ha llegado la hora de cerrar la temporada de baño de este año.


Qué curiosos y contradictorios son los fines de semana de otoño de cielos azules.

domingo, 18 de octubre de 2015

La playa, en otoño

Me encanta el otoño. Es mi segunda estación favorita del año, por detrás de mi adorado verano. Me encanta la luz especial del otoño, el intento de volver a tener rutinas, poder dormir muy tapada pero sin pasar frío, la inestabilidad meteorológica, los cambios en la naturaleza, sus atardeceres de colores imposibles, los días de lluvia intensa, los días aún cálidos. Pero lo que más me gusta del otoño son los días inesperados de playa.

Me chifla la playa, en otoño.

En general, me cuesta entender por qué la gente deja de ir a la playa cuando aún hace buen tiempo. Me refiero, claro, a la gente que tiene la playa cerca. Los últimos tres domingos he ido a la playa y sólo había turistas, o prácticamente. Me sorprende lo mucho que nos quejamos (yo me quejo) en verano de no poder disfrutar totalmente de nuestra isla porque está llena de gente y luego, cuando las hordas de turistas ya se han ido, hacer nosotros lo mismo, desaparecer de la orilla del mar. Es algo que no entiendo ni nunca entenderé. Yo no lo hago. Yo voy a la playa hasta que puedo, todo lo que puedo.

Pero yo estaba hablando de lo mucho que me chifla la playa.

Me encanta la incertidumbre de no saber nunca si ese será el último baño de la temporada, la piel de gallina al entrar en el mar, la calidez de los rayos de sol sobre la piel, las playas casi vacías, ir en pantalón largo a la playa, comprobar compulsivamente el parte del tiempo y desear, cuando hay lluvia pronosticada, que falle. Y a veces falla. Me encanta cuando el parte falla así.

Hoy ha sido día de playa. Quizás ha sido el último de este otoño. Tal vez no. Quién sabe. El cielo era azul, azul brillante, apenas salpicado por alguna nubecita despistada. Soplaba algo de brisa, pero sin llegar a molestar. El agua estaba clara, transparente, como una piscina, un poco fría. La arena aún mojada de las lluvias de los últimos días. Había gente, más de lo que cabría esperar de una playa en otoño, pero la mayoría eran turistas silenciosos.

Había tanto silencio y tranquilidad en la playa que el ruido de las olas casi molestaba y todo. Sólo casi.

Las fotos, días de playa, en otoño.






miércoles, 26 de agosto de 2015

Junto al mar




Yo, con esto, ya soy feliz.

Bueno, y con las amigas que no salen en la foto.

Me chifla el verano. Me chifla. Me chifla.

Sólo en verano puedes pasarte el día trabajando y la tarde en la playa.

Y se va el sol, aparece la luna y sales del último baño tiritando de frío.

martes, 30 de junio de 2015

Sant Joan

A lo largo de mi vida, he celebrado San Juan de formas tan variadas que, en general, ni siquiera lo he celebrado. A veces me ha pillado en el mar, a veces recién vuelta a tierra, a veces por el mundo. Lo que sí que une todos los sanjuanes de mis últimos años es el hecho de que ningún año soy capaz de recordar lo que hice el año anterior. Es una incapacidad extraña que tengo: recordar fácilmente cómo celebré San Juan el año anterior.

Este año, acababa de llegar del mar. De hecho, el mismo día por la mañana había ido de nuevo hasta el barco. Y sentía una necesidad imperiosa de pasarla con mis amigos. A pesar del cansancio, a pesar de no poder cogerme unos días libres para adaptarme a la vida en tierra, a pesar de las ganas de quedarme en casa sin hacer nada, quería irme con mis amigos, reencontrarme con mi realidad de tierra, para intentar que el proceso de pasar del mar a la normalidad fuera lo más rápido posible. Una extraña necesidad de redescubrir lo que me gusta de la vida en tierra, de reencontrarme con mi gente aquí.

Pero me desvío del tema. La cuestión es que fuimos a la playa, tuvimos velas, algún que otro rito, saltos sobre una minihoguera y baño a medianoche. Fue una noche serena, plácida, corta (porque volvimos después del baño a casa, ya que al día siguiente trabajábamos casi todos) y agradable. Ah, los amigos, qué bueno es volver a ellos.

Y al final de la noche recordé, como en un flash, cómo había pasado el anterior San Juan: en Copenhague.

Quién sabe cómo y dónde lo celebraré el año que viene.



viernes, 12 de junio de 2015

Mi lugar favorito

 Mi lugar favorito del barco es éste:




Está situado a popa, en la aleta de babor, junto a una de las puertas de arrastre. Allí voy cuatro o cinco veces al día. Es siempre al final de cada muestreo, cuando ya se han acabado las maniobras que implicarían que estar allí es peligroso o que molesto al trabajo de los marineros. Así, cuando las puertas ya están trincadas, me voy a esa esquina, a ese rinconcito de mi mundo marino y, subida a un escalón con rejilla, tengo una perspectiva de lo que hay más allá del barco, a nuestra popa.

Lo que veo es esto:


Esto es el arte experimental que utilizamos en los muestreos. Es un arte de arrastre, pero de un tamaño muy inferior al comercial, con otras características, adecuado a lo que hacemos: muestrear y no pescar. Si veo venir el arte, con todo su equipamiento y sus sensores, respiro tranquila: un muestreo que parece que ha ido bien, un muestreo más realizado, un muestreo más en el que no ha pasado nada grave ni hemos perdido nada de material.

En mi lugar favorito del barco, tengo además vistas privilegiadas de la red cuando sube, puedo comprobar a simple vista el volumen y, aunque para cuando abren el copo ya vuelvo a estar en la cubierta, me da una primera imagen de lo que viene, de cómo viene.

Me gusta esa esquina, me encanta esa esquina. Me gusta ponerme el casco en el puente, varias cubiertas más arriba, bajar por los tres tramos de escaleras exteriores y dirigirme a mi hueco junto a la puerta, tratando de no molestar. Me gusta sacar la cabeza y comprobar que la red viene en buen estado o si tiene alguna rotura, qué es lo que viene enganchada en los calones, las gaviotas y otras aves que se acercan, miro el cielo, miro el horizonte, miro el mar. Siempre el mar.

Y así van pasando los días, aquí en el mar, yendo a mi rincón favorito, con los dedos cruzados, para que todo siga yendo tan bien como hasta ahora (mala mar y algunos mareos de ayer aparte).

viernes, 24 de abril de 2015

Dos días en el mar

Ayer, cuando atardecía, salí hacia la proa del barco, en busca de cobertura. A lo lejos, vi algo saltar sobre el mar: parecían delfines. Corrí a la proa y efectivamente, un grupo de delfines comunes se colocó a nuestra proa, surfeando la estela que provocábamos mientras navegábamos. Dudé entre salir corriendo a avisar a los compañeros o disfrutar de ese instante mágico. Porque estas cosas son sólo eso, instantes, parpadeas, miras a otro lado, te despistas y ya te has perdido algo increíble. Me quedé ahí, alucinando, oyéndoles emitir sonidos, saltando como locos y (creo) mirándome de vez en cuando de reojo. Les hice algunas fotos malas con el móvil y dos vídeos. Nunca tienes la cámara en mano cuando la necesitas. Al final corrí dos cubiertas más arriba y llamé por teléfono a uno de los laboratorios donde suponía que había gente, les avisé y corrí de nuevo a proa. Los delfines ya no estaban. Claro.




La vida, a bordo, es así. Instantes, sólo instantes. Una sucesión de pequeños instantes, de pequeños momentos.

Hoy, durante todo el día, la niebla nos rodeaba. No la hemos visto mucho, nuestro trabajo se desarrolla a cubierto, digamos que en el sótano del barco. Yo, en cuanto puedo, me escapo al puente, quiero irme acostumbrando a subir y bajar escaleras para cuando toque mi parte del Festival de Primavera. Y allí estaba, todo el día, la niebla.

Para cenar, hoy hemos tenido huevos nido al horno. Ha sido una gran fiesta. Cuando comes a las 11 y cenas a las 20, el momento de la cena es muy esperado, por mucho que pares a media tarde a tomar algo. Además, en esta campaña (casi) todo el personal científico cena a la vez, lo que el momento se convierte en una auténtica fiesta. Las comidas son los momentos de descanso del día, el ocio, el momento de dejar de trabajar y compartir risas y charla.


Atardecemos frente a Marbella. Ya no hay niebla y el mar está en calma. Nada parece prever el temporal que se nos echa encima a partir del domingo. Ya veremos. De momento, disfrutamos de estos instantes de buen trabajo y mar plana.

Lo dicho. Instantes, sólo instantes.



He necesitado eso, otro instante, un instante en cubierta para tener buena cobertura de internet y publicar este post.


Buen fin de semana.

miércoles, 22 de abril de 2015

En las horas previas al mar

Ayer por la tarde llegamos a Málaga. Hoy empieza el primer Festival de Primavera de este año. Nos vamos al mar y nuestro punto de partida es esta ciudad.

El barco debería haber llegado anoche. O esta mañana. Problemas de último momento han hecho que la hora de llegada se atrase. Estará aquí en algún momento de esta tarde, según pueda capear con el temporal de levante que azota ahora mismo. Eso complica un poco todo, altera algunos planes. Yo ayer tenía que estar en Bruselas, en una reunión, pero no fui porque, con la planificación inicial, se me hacía complicado llegar a tiempo. Con el retraso, hubiera podido ir, pero ya tenía los billetes comprados. Esta mañana me he enterado que hay huelga en Bélgica, así que mi vuelta se hubiera complicado aún más. Menos mal que no he ido.

En el aeropuerto, ayer tenía aún encima el susto de los 2 días de retraso del equipaje en mi viaje a Ibiza. Para ir a Ibiza, mi maleta vino a Málaga, así que me parecía normal, en una de esas ironías de la vida, que para venir a Málaga, la maleta pasara por Ibiza. Viajaba con la misma compañía que entonces. Entre broma y broma, salió el equipaje y mi maleta no estaba. Qué gran susto. Luego descubrí el equipaje de nuestro vuelo había salido repartido entre dos cintas. No preguntéis por qué. Mi maleta apareció.

Cuando hace unos días descubrimos que el barco vendría con retraso y que pasaríamos una noche en Málaga sí o sí, decidí cotillear qué se cocía en el Festival de Cine de esta ciudad, a ver si podíamos hacer algo diferente. Descubrí sesiones de cine a 1 €, en la sección “Cosecha del año”, así que me pareció buena idea pasar parte de la tarde viendo “La isla mínima”. Se lo comenté a mi compañero de viaje y le pareció estupendo e incluso nuestra cicerone local se apuntó al evento. Lástima que, de camino al hotel, nuestro estómago pudiera más que nuestro interés cinéfilo (explicación: habíamos comido antes de la una, ya estamos con horario marinero, aún en tierra) y nos paramos a tomar una tapa. Cuando llegamos, sólo quedaban dos entradas. Éramos tres.

El plan B de la tarde se convirtió en compensar los 18 días de mar que nos esperan con ley seca, sin alcohol a bordo ni posibilidad de tocar tierra. Cañas, vermut, vino. Lo que se terciara en cada momento. Recorrimos las callejuelas del casco antiguo. Entramos y salimos de sitios, comiendo y bebiendo como si, efectivamente, fuéramos a pasar casi tres semanas en un barco en mitad del mar. Me caí y me torcí un pie (nada grave, sobreviviré) y acabamos volviendo a nuestros respectivos hoteles y casas con la satisfacción de haber aprovechado al máximo de nuestra última tarde libre en bastante tiempo.

Esta ha sido mi vida, en las horas previas al mar.

Hoy me he despertado con dolor de garganta y un tobillo resentido.

En cuatro horas, toca ir a recoger material.

En unas seis horas, llegará el barco.

Empieza el Festival de Primavera. Empieza la conquista de los océanos.

Pasaré por aquí cuando pueda. No prometo nada.

En la foto, vermut y concha fina. Anoche, en Málaga.

martes, 10 de febrero de 2015

De Holter y superpoderes

Os voy a contar una historia.

Hace cosa de un mes, tuve un sueño curioso. Iba al cardiólogo de mis padres, a una consulta y me decía que tenía no sé qué problema de corazón. A consecuencia de ese problema, me prohibía hacer deporte. Yo, aún sin ser una deportista consumada precisamente, me lo tomaba bastante mal. “Pero al menos podré nadar, ¿no?”, le preguntaba, ilusa. “No, nadar no”, contestaba él. “¿Y bailar? Bailar sí que podré, ¿verdad?”. “No”, volvía a decir él, “tampoco bailar”. Me desperté del susto.

Al día siguiente, les conté entre risas el sueño a mis padres.

Un par de semanas después, en la revisión médica del trabajo, me encontraron la tensión un poco alta. Curioso, porque en la última la tuve baja (normal, a las once de la mañana en ayunas… yo a esas horas normalmente ya he comido dos veces). La doctora no le dio demasiada importancia, pero me recomendó que me lo mirara. No lo negaré, me agobié un poco. Más tarde, ese día, volví a tomarme la tensión en casa de mis padres (hipertensos ellos, tienen un aparatito de esos caseros para tomarte la tensión). Alta. Y más alta. Ya me agobié un poco más. Así que mi madre dijo las palabras terribles “Vete a ver a nuestro cardiólogo”.

Y allí estaba yo, días después, sentada delante del cardiólogo de mis padres, viviendo un sueño que había tenido hacía no tanto. Me tomó la tensión, la tenía alta y me dijo que me haría un Holster, una prueba que consiste en monitorear la tensión a cortos periodos durante 24 horas, y alguna prueba más.

“Pero, mientras lleve el Holter, puedo hacer vida normal, ¿no?”, pregunté, casi reviviendo mi sueño. “Sí, claro, vida normal.”, dijo él, “Hombre, no vayas al gimnasio porque luego no te podrás duchar”.

Glups.

Glups, glups.

Creo que estoy desarrollando el superpoder adivinatorio de mi madre.

Y no estoy segura de que me guste.

En la foto, mi amigo Holter, que aún me hará compañía unas cuantas horas más. Bah, de momento lo llevo bien. Y mi mente científica me obliga a mirar cada cuarto de hora lo que marca el aparatito. Y, oye, bien y tal. Creo yo. Que mi doctorado no es en medicina, así que no creo que pueda determinar si tengo o no hipertensión. Pero yo diría que no.

martes, 26 de agosto de 2014

La declaración

Hago la declaración de la renta desde… no sé, desde que la tengo que hacer. No soy muy fan de hacerla, siempre me estresa, siempre creo que me toman el pelo y que en el borrador no me desgravan lo que toca (y así es). Me ardieron las entrañas cuando descubrí que tenía que declarar lo que cobré simultáneamente aquí y en Grecia los meses que viví allí pero, oh sorpresa, no podía desgravar simultáneamente una hipoteca y un alquiler. “Tienes una hipoteca y ya te desgrava. El alquiler no te puede desgravar”. “Claro, claro. Pero es que pasé unos meses viviendo fuera y ¡en algún sitio tenía que dormir! Entonces, si no me desgrava el alquiler griego tampoco tengo que declarar lo que gané allí, ¿no?”. Risas enlatadas.

La cuestión es que este año se me fue la pinza con la declaración de la renta. No es que no la hiciera, la hice, pero lo fui dejando y dejando… y la hice el penúltimo día. Bueno, el último.

¿Sabéis eso que dicen de que puedes confirmar el borrador hasta el “30 de junio”?

Mentira.

Hay una letra pequeña que pone por ahí algo así como “Con resultado a ingresar con domiciliación en cuenta hasta el 25 de junio”.

¡Eso no lo dicen en los anuncios!

Yo la descubrí el 29 de junio. Y mi declaración era a ingresar. Y quería domiciliarizarla en cuenta.

No hay dolor, no hay dolor.

Horas sudando la gota gorda, sufriendo, pensando que ¡no podría hacer la declaración! Que acabaría como Bárcenas o Matas u otros políticos, con mis huesos en la cárcel. “Señoría”, me imaginaba a mí misma diciendo en un juicio rápido, “fueron unos meses muy intensos. Estuve en el mar muchos días, en viajes de trabajo, pasó el tiempo y lo dejé todo para el último día”.

Lección 1: No dejar las cosas para el último día.

Al final, surfeando por la web de la agencia tributaria, haciendasomostodos, encontré una solución: podía presentar la declaración si pedía un aplazamiento del pago.

¿Aplazamiento del pago?

Ay, madremía, ¡menos mal! Sólo qué… ¿Qué pensarán los de haciendasomostodos cuando vean que solicito un aplazamiento del pago teniendo suficiente dinero para hacer el pago? Es igual. Botón“Aceptar”.

Pero…

Pero no me funcionaba bien el rollo ese del certificado electrónico. Infierno. Estrés. Eso me pasa por no actualizar el certificado cuando toca y no instalarlo convenientemente en el ordenador cuando toca. Día 30 por la mañana lloriqueándole al informático del curro para intentar arreglarlo.

Lección 2: Actualizar las cosas esas electrónicas cuando toca. Nunca sabes cuándo (ni con qué urgencia) las vas a necesitar.

Finalmente, el 30 de junio a las 09:26 –ahí, viviendo al límite-, corregí mi borrador de la declaración (sí, había un fallo, 30 euros me quería timar haciendasomostodos) y pedí un aplazamiento de pago… ¡para el 5 de julio!

Las deudas hay que pagarlas cuanto antes, mejor.

Y pasaron los días.

Y las semanas.

Y sufría en silencio, porque no sabía nada y no se lo había contado a nadie. ¿Por qué? Porque a cualquiera que se lo dijera me diría “Mira que eres tonta, ¡dejarlo todo para el último día!”.

Y me fui a Roma. A trabajar. Y me tomé unos días libres por allí de paseo. Y hasta fui a Florencia. Y volví.

Y al cabo de unos días (23 de julio, exactamente) dije “Uy, voy a abrir el buzón, para vaciarlo de propaganda”. Y allí, escondido entre propagandas de sushi y pizza a domicilio, había una notificación de correos. “Uy, una notificación de correos. Uy, de una comunicación de haciendasomostodos. ¡Ah! Lo de la renta. Uy, llegó al día siguiente de que me fuera y uy, ¡ya ha caducado!”. Crisis total y otra lección aprendida.

Lección 3: Sacar el correo del buzón cada día.

Llamé a la oficina de correos y me confirmaron que la comunicación ya no estaba allí, pero que no me preocupara, que me la volverían a mandar. “¿Seguro?”. “Sí, es el trámite habitual”. “¿Seguro, seguro?”. "Que sí".

Y pasaron los días.

Y las semanas.

Y hoy, sí, precisamente hoy, 26 de Agosto, me llega una carta de haciendasomostodos. De esas largas que no entiendes nada y te vas al final, a ver si pillas algo. No he entendido nada. Pero he visto la fecha de la carta (5 de Agosto) y luego he leído las palabras “15 días naturales” y he empezado a transpirar copiosamente. Luego me he calmado (un poco), lo he leído bien y he entendido algo así como que podía recoger la comunicación por internet con certificado electrónicoblablabla.

Dos horas batallando con el mardito certificado electrónico, la mardita sede electrónica de haciendasomostodos y la madreque… Cerrar, abrir, cerrar, abrir, instalar nosequé, activar nosequé.

Pero al fin he conseguido mi comunicado de 8 páginas.

Ocho páginas.

Casi dos meses después y con los nervios que he pasado pensando que iba a acabar en la cárcel, ¿me escriben 8 páginas? ¿No podrían resumir?

Bueno, lo que he entendido de las 8 páginas es que me conceden el aplazamiento de mi deuda “al haberse apreciado la existencia de dificultades transitorias económico-financieras y teniendo en cuenta sus posibilidades de generación de recursos”. En realidad, yo no quería un aplazamiento. Yo sólo quería pagar. Pero bueno, tengo la deuda aplazada hasta el 22 de septiembre. Creo entender que me lo cargarán en cuenta, pero voy a leerlo otra vez por si acaso, no sea cosa que al final, sí, realmente acabe en la cárcel.

Y me van a cobrar 3,46 € de intereses.

Por tonta.

domingo, 24 de agosto de 2014

Vacaciones

Mañana vuelvo al trabajo después de 18 días (laborables) de vacaciones.

Dieciocho días.

Nunca, nunca, nunca en mi vida laboral me había cogido tantos días de vacaciones seguidos (exceptuando cuando me fui a Creta, pero de hecho allí no estuve de vacaciones, precisamente). No sé si volveré a cogerme tantos días seguidos el año que viene (si sigo contratada). Está muy bien lo de las vacaciones largas, pero me ha pasado lo que siempre he pensado que me pasaría si me cogía muchos días: no quiero volver al trabajo.

Vale, esto sonará totalmente superficial en un país con una tasa de desempleo vergonzosamente alta, pero trabajar me quita muchas horas de hacer cosas que me gustan. Y vaya por delante que mi trabajo me gusta, y mucho, no me puedo imaginar a mí misma haciendo otra cosa, pero ciertamente, trabajar me quita mucho tiempo libre. Y haber tenido tantos días en los que he podido hacer (más o menos) lo que quería me hace sufrir pensando que a partir de mañana, mi vida no va a seguir siendo como lo han sido las últimas semanas. Por eso llevo toda la tarde lloriqueando al respecto. Bueno, exagero, tampoco ha sido para tanto.

El otro día le decía a mi padre que tenía la sensación de que había aprovechado muy bien las vacaciones. Me miró como si fuera una extraterrestre y tuve que añadir la coletilla “para no hacer nada”. Y, repasando lo que he hecho estas vacaciones, básicamente no he hecho nada. Nada interesante ni trascendente quiero decir. De hecho, de las dos cosas que me propuse hacer esta última semana de vacaciones (cortarme el pelo, lavar el coche), sólo he hecho una (averiguad cuál). En mi defensa, diré que había pronóstico de lluvia varios días (y ayer cayeron cuatro gotas). La limpieza del coche tendrá que esperar.

Estos días he estado mucho en casa. Lo necesitaba. He disfrutado de estar en casa, del sofá y de la tele. He visto muchas series y bastantes películas. He leído bastante, todo en papel, aprovechando que no tenía que coger aviones. He cuidado de mis plantas, cosechado tomates y pimientos. Incluso he tirado la planta de Navidad que llevaba variaos semanas meses muerta. He tejido mucho, mucho, mucho, hasta que me han dolido los dedos y eso me permite pensar que igual acabaré un jersey a tiempo para utilizarlo este invierno. He cosido un gorro playero. He limpiado poco. He estado mucho tiempo con familia y amigos. He ido bastante a la playa, a playas del norte, sur, este y oeste de mi isla, a pequeñas calas y grandes arenales. He ido a bailar (ball de bot y lindy hop), a varios conciertos y a verbenas, incluyendo una noche de arte. He ido a varios cumpleaños (uno greco-romano) y a un velatorio. He ido algunos días al trabajo, algunas horas, por la tarde, con premeditación y alevosía, al menos una vez por semana, algunas semanas algo más. No he hecho casi nada de la lista de deberes laborales que me traje para las vacaciones, ni siquiera lo que era hiperurgente. He mirado el correo del trabajo casi cada día y he respondido algunos mensajes, los que me apetecía responder. He paseado por mi ciudad. He acompañado a familiares a médicos y pruebas médicas. Sólo he pasado dos noches fuera de casa, ni siquiera seguidas y ha sido en un lugar tan lejano como la casa de mi hermana, a 40 km de la mía. He hecho poco deporte, incluyendo una clase de energy jump. He cocinado poco, pero he preparado yogures y pan varias veces. Me he comprado unas sandalias preciosas por internet. No he tenido ningún amor de verano. He dormido menos de lo que pensaba, no he sentido necesidad de dormir como si hubiera un mañana, no me lo pedía el cuerpo. Pero no pasa nada, en un par de meses, me pongo a hibernar. He dormido algunas siestas, no tantas como hubiera querido, pero ¡hay tanto que hacer estando de vacaciones!

Y supongo que he hecho más cosas, pero se han quedado en el limbo de los recuerdos olvidados de estas vacaciones.

Mañana será otro día. Y habrá que madrugar.



Feliz inicio de semana.

lunes, 4 de agosto de 2014

Soportando el paraíso

Cuentan por aquí que el escritor británico Robert Graves, tras vivir en Oxford y Cairo después de la Primera Guerra Mundial (de la que salió profundamente marcado), buscaba dónde establecerse con su pareja de entonces, la poetisa Laura Riding. Por lo visto, le pidió consejo a la escritora norteamericana Gertrude Stein y ésta le dijo algo así como “Mallorca es el paraíso, si eres capaz de soportarlo, querido Robert”. Y se vinieron a Mallorca.



Y eso es de lo que se trata, de soportar el paraíso.


martes, 3 de junio de 2014

Comer

En una campaña científica a bordo de un barco, todo gira alrededor de la comida. Sentarse a la mesa es el acontecimiento más importante del día.

El desayuno es un momento más tranquilo, cada uno va cuando quiere dentro de un horario establecido. Estamos los más madrugadores, que nos encontramos desayunando poco antes de las siete y media y la gente que va más tarde, siempre que el trabajo lo permite.

La comida y la cena son por turnos. Se come a las 11 o a las 12 y se cena a las 19 o a las 20. Los turnos los deciden los responsables de la campaña. En mi primera campaña, lo de comer a las 11 me parecía alucinante, pero me adapté enseguida. En la campaña de final de abril, he estado en el turno de 12 y os sorprenderíais la cantidad de días que antes de las 11 ya estaba deseando sentarme a la mesa a comer un plato de judías, cordero o un buen bistec.

El mar da hambre, mucha.

Además, en las campañas con más trabajo, sentarte a la mesa es el momento de descanso, la parada, el “alto” que te permite coger fuerzas para seguir unas cuantas horas más trabajando de pie. Es el momento de sentarte con los colegas, charlar, reír y analizar la jugada (o jornada). Es un punto y seguido y, si hay suerte la cena es el punto y aparte. Aunque no siempre. A menudo, se trabaja después de cenar. Hasta que el trabajo se termina.

El cocinero es la persona más importante de un barco. Comer bien o mal puede marcar que una campaña sea un éxito o un fracaso. Yo he visto de todo. Platos exquisitos, combinaciones infernales, comidas escasas, excesos absurdos. De todo hay. Por eso, cuando sabes que en la campaña va un cocinero que te gusta o que te parece aceptable lo que haces, es casi una celebración. Es una preocupación menos: vas a comer bien. Vas a disfrutar de ese ratito de descanso de unos platos que te agradarán. Por supuesto, no siempre te gusta todo, pero lo malo es cuando no te gusta nada (o nada es bastante comestible).

En la última campaña, estuve casi tres semanas en un barco en el que se comía muy bien. Se agradece. Lo mejor es que, a partir de mañana, voy a pasar otras dos semanas en el mismo barco, con el mismo cocinero. Y eso me hace quitarme una preocupación de la cabeza. Vamos a comer bien. Eso es lo único que, de momento, está claro de la nueva aventura.

En la foto, la pizarra con uno de los menús de mi anterior campaña. Era domingo, ¿eh? En la comida se nota que es domingo. Incluso en el desayuno: los domingos hay donuts o cruasanes.

jueves, 8 de mayo de 2014

Atardeceres

Llevamos ya muchos días en el mar, dejadme contar, creo que trece. En tres días estaremos en tierra. Probablemente tendría mucho que contar, mucho que explicar, mucho que reflejar para que estos días no acaben borrados en mi mente o mezclados con los de otras campañas. Pero estos días estoy actualizando incluso menos de lo que tenía pensado. Sabría que durante los días de mar no tendría mucho tiempo para hacerlo, pero no es tanto la falta de tiempo ni la falta de ideas, es fundamentalmente la falta de conexión. Tengo que salir por la noche a cubierta para conseguir conectarme con mi pinganillo de internet. Y, en estas noches primaverales en el mar, el tiempo aún es fresco.

Los días en el mar traen consigo muchas cosas, entre ellas muchos atardeceres, uno diario, ni más ni menos. No siempre podemos verlos, no siempre estamos fuera en el momento preciso, no siempre son espectaculares. O sí. Un atardecer siempre es un momento único, un juego de luces, sombras, reflejos, colores y texturas. Siempre tienen algo único, los atardeceres.

Así que hoy va de eso, de atardeceres. Con móvil y con compacta, que la réflex está en casa. Cuelgo las fotos pequeñitas, por eso de la conexión y tal.







domingo, 4 de agosto de 2013

Fin de semana

Viernes atardecer. Necrópolis de Son Real. Oscurece. Espectáculo de luces, sombras, música e historia.

Viernes noche. Campos. ArtNit. Noche de arte, gente paseando, pulseras verde fosforito y gin mojito.

Sábado. Playa de Son Real. Sol, arena, viento, mar y un libro.

Sábado noche. K.O.

Domingo. Playa de Alcúdia-Muro. Sol, arena, mar, dos medusas y un libro.

Domingo tarde. Siesta.

Domingo atardecer. Experimentando con la yogurtera. ¿Yogures de soja? Mañana veremos.

Domingo noche. K.O.

Me encanta el verano.









lunes, 24 de junio de 2013

Ayer y hoy

Ayer.



Mar en calma al norte de Menorca.

Hoy.



Temporal de Tramontana con mar de fondo de 3 metros en el canal de Menorca.

El mar es así. Absolutamente variable. Absolutamente sorprendente.

sábado, 22 de junio de 2013

Maó

 En estos días de mar, hemos parado una noche en el puerto de Maó. Menorca, en general, me entusiasma. Y la entrada a este puerto es simplemente maravillosa.



Es una especie de tradición parar allí y, aunque hace dos años tuvimos que hacer también una parada de emergencia en Ciutadella para desembarcar a un tripulante herido, la parada en Maó es la única que solemos hacer y todo un soplo de aire fresco en nuestro día a día marino. Solemos aprovechar esta parada para hacer cambios en el personal científico (gente que sube, gente que baja, aunque este año no ha sido el caso), hacer agua o para llevar/recoger material de la Estación Jaume Ferrer (como hemos hecho este año).

Aunque son pocas horas en puerto, las aprovechamos al máximo y solemos cumplir varias tradiciones no oficiales ni impuestas pero que, inevitablemente seguimos año tras años: un paseo por la ciudad, cena de (casi o) todo el personal científico en el mismo sitio de siempre (y disfrutando como enanos de comidas no habituales a bordo, como la pizza), copas en el Akelarre y, los que aguantan, en algún garito más. Y, al día siguiente, de vuelta al mar y a trabajar como si no hubiéramos estado quemando la noche, a un ritmo un poco más lento que el de costumbre, intentando volver a la rutina marina.

Aparte de estas tradiciones no escritas y grupales, yo tengo algunas tradiciones propias, aunque no sé si llamar tradiciones. Son pequeñas cosas que, si puedo, cumplo año tras año. A veces alguien me acompaña, a veces son solitarias. A veces no son posibles, a veces sí. Este año pensaba que no cumpliría ninguna. Y las cumplí todas.

Una de ellas es comprarme en una tienda determinada una camiseta de Pou Nou, una ropa de marca menorquina que me encanta: ropa de calidad con diseños también de la isla. Cumplido. Me compré ésta:



También me gusta subir por la mañana, antes de salir al mar, a dar una vuelta por el mercado, y comprar un queso como éste:




Y la última es desayunar en una cafetería junto al mercado, con vistas al puerto, leyendo el periódico o charlando si alguien me acompaña. Exactamente así:



Este año la visita al mercado y el desayuno fueron solitarios: todo el mundo dormía la juerga nocturna. Yo, que no puedo quitarme el chip de responsabilidad hasta que el último muestreo no ha acabado, me desperté a las 7 de la mañana, así que aproveché para ir al mercado y desayunar. Una auténtica delicia, aunque el trabajo de todo el día habiendo dormido sólo 4 horas se hizo bastante cuesta arriba.

Ah, casi se me olvidaba. Una cosa importante cuando entras a puerto es que hay que controlar que, a la salida, todo el personal científico está a bordo. Como somos muchos (18) y suponía que la mayoría no se levantaría antes de salir, este año desarrollé un sistema de alta tecnología que me permitía conocer quién estaba a bordo. Éste:


Eso sí, alguno me mandó un whatsapp a las 05:30 de la mañana diciendo “Estoy en el barco, no encuentro boli”.

domingo, 9 de junio de 2013

Pares y enjambres

En estos días en el mar hemos trabajado normalmente de forma tranquila en paralelo, un barco junto a otro, en la extraña soledad de los pares, tal y como muestra esta imagen del radar.


Sin embargo, algunos días hemos estado en zonas de pesca muy concurridas. Tanto, tanto, que incluso nos impidieron realizar el trabajo planeado.



Sí. Había días en las que muchos barcos nos rodeaban cual abejas en un enjambre, aunque alguna vez logramos hacernos un huequito en mitad de tanto barco.



Aaah, los días de mar…

jueves, 6 de junio de 2013

A bordo

La vida a bordo es bien curiosa. De un día para otro cambias totalmente tus rutinas, tu día a día, tu manera de vivir, tus horarios de comida. De un día para otro tienes que habituarte a un nuevo entorno (más o menos desconocido, más en este caso) y a nueva gente (también más o menos desconocida, también más en ese caso). De un día para otro te das cuenta de que ya te has adaptado a ese entorno, a esa vida, a ese horario: ya te parece normal comer a las once de la mañana, trabajar de ocho a ocho o bajar cinco cubiertas para ver a tus compañeros (y subirlas y bajarlas y volverlas a subir). La vida a bordo es tan curiosa que en pocos días ya sabes quién te cae mejor y a quién te gustaría cruzarte por los pasillos e intercambiar cuatro palabras o simplemente una sonrisa. No nos engañemos, no hablo de interés sentimental, ni de coña. Hablo de cruzarte con colegas que, eso, curran cinco cubiertas por debajo de ti, o con personal de a bordo que apenas conoces pero que son amables contigo. Porque, tampoco nos engañemos, estando fuera de casa se agradecen palabras amables a tu alrededor, una charla desenfadada, cuatro risas o un simple saludo.

La vida a bordo es bien curiosa. De repente agradeces esos pequeños gestos tontos y absurdos: un saludo, una sonrisa, una palabra amable. Son cosas normales, pero en lugar tan pequeño (o no tan pequeño) como éste y con tanta gente más o menos desconocida como ésta, las cosas más absurdas incrustadas en mitad de la rutina, del trabajo diario, se convierten en fabulosas. Como ver unos peces luna nadando junto el barco. O trabajar por primera vez cerca de las Islas Columbretes. O capturar un pez luna e intentar salvarlo, levantando entre dos los casi cuarenta quilos de bicho, aunque te llenes el antebrazo de arañazos provocados por su piel rasposa. O descubrir a media tarde un bote de Nocilla en la cocina y merendar eso, galletas con Nocilla. O estar en el puente a las nueve y pico de la noche, acabando el papeleo del día y que suene en la radio una canción que te encanta y te llena de energía como “Dancing Queen” de Abba. O ver un atardecer de colores cálidos y brillantes que te hacen recordar lo afortunada que eres de estar aquí y ahora.

La vida a bordo es bien curiosa. De repente tienes que juntar ropa sucia de varias compañeras para conseguir llenar una lavadora industrial, alguien pone la secadora a 60º y hay que sacar la ropa corriendo para que no se encoja. Y te echas cuatro risas tontas mientras repartes la ropa interior con tus compañeras de secadora. De repente te encuentras a las diez y pico de la noche, esperando acercarte más a la costa para tener conexión a internet y descargar los datos de capturas que ha hecho el barco compañero de trabajo, para compararlas, para ver qué pasa, para ver si tiene sentido todo esto que estamos haciendo. Y, a pesar del sueño, a pesar del cansancio y de las ganas de poner las piernas en alto y no volver a subir escaleras en al menos 8 horas, te quedas ahí, esperando a tener conexión. Porque la vida a bordo es bien curiosa. Y aunque esos pequeños ratos para charlar, hacer o recibir bromas y alegrarnos del buen tiempo que tenemos (de momento), a pesar de esos ratos que son tan, tan importantes a bordo, a pesar de eso, todo, todo, todo lo marca el trabajo. Pero ese trabajo que te engancha, que te come por dentro y te pide más, más y más, aunque ya sea hora de irse a dormir. Ese trabajo que disfrutas al máximo, porque tampoco es tan frecuente, porque son momentos únicos, porque son oportunidades fabulosas, porque mientras lo vives sabes y sientes que vale la pena el cansancio, el esfuerzo, el estrés y hasta el agobio. Sí, vale la pena, y mucho.

La vida a bordo es bien curiosa. Tanto su parte de trabajo como su parte de no trabajo. Porque aquí todo está mezclado y es difícil separarlo. Por eso es bien curiosa, la vida a bordo.

En la foto, atardecer sobre la costa peninsular, rumbo a Peñíscola, ayer, que no pude actualizar porque no tenía cobertura.