sábado, 17 de noviembre de 2012

Libros o libros

No tengo un criterio claro para comprar libros. Me gusta pasearme entre estanterías llenas de libros, sea en una librería convencional, un centro comercial cualquiera o un aeropuerto. Me gusta mirarlos por encima, sin buscar nada concreto y acercarme a uno que me llame la atención, bien por su portada, bien por su título. O porque alguien me ha hablado de él o he leído algún comentario en algún sitio. Tengo épocas que compro bastantes libros y los voy acumulando en un estante de libros sin leer. Tengo épocas que no compro casi ninguno y acudo a ese estante en busca de mi siguiente lectura. Leyendo soy como un adicto al tabaco: cuando acabo uno, busco el siguiente para leer.

Tampoco tengo un criterio claro en cuanto al orden de leer los libros. Cojo del estante el que me apetece, no me importa si es la última incorporación o uno que compré un par de años antes. Simplemente, leo el que en ese momento me llama. A veces he pecado de ordenada y he intentado leer un libro que había comprado hace mucho, para que los nuevos no le ganaran la batalla. Fracaso total. He empezado libros que he dejado a medias hasta que realmente ha llegado su momento. Hay un momento para cada libro y cuando le toca, le toca. Ni antes, ni después.

Todo este rollo viene porque creo que algo está cambiando en mi caos lector. Tengo un lector de libros electrónicos. Ha sido un regalo sí (¡alguna ventaja tiene hacerse doctora después de muchos años!), pero es un regalo que yo pedí. Aún no tengo una opinión formada sobre mi lector. Me gustan los libros, mucho. No sólo leerlos. Me gusta tocarlos, notar su peso, sentir sus lomos y ojear las portadas y contraportadas. Me gusta mirar si el tamaño de la letra y el tipo de papel me será agradable a la vista y al tacto. Me gusta cuando están tan nuevos que tienen las páginas apretadas y cuando ya los he leído y se abren solas en abanico. Me gusta colocarlos desordenadamente en sus estanterías, sin seguir ningún criterio ni de autores, ni tamaños, ni idiomas. Me gusta esa parte tan cálida y física que tienen en comparación con cualquier cachivache electrónico de los (muchos) que hoy en día usamos.

Por eso no entiendo muy bien por qué quise un lector. No parecía necesitarlo, no debería, pero me apetecía. Y en el mes y pico que hace que lo tengo, creo que me gusta, y mucho. El lector tiene algunas ventajas respecto a los libros. Es pequeño, manejable y poco pesado. Cuando viajas con relativa frecuencia, se agradece. Y se agradece sobre todo si tienes varios libros en marcha, cosa que odio, pero a la que me veo obligada al compaginar la lectura de mi clase de inglés con mi lectura por ocio. O si tienes un libro que sabes que acabarás en el primer vuelo de tu viaje. Llevas 2, 3, 5 ó 100 libros en el espacio que ocupa menos que uno en papel.

Otra ventaja es conseguir libros que no encuentras, libros que buscas y no aparecen o, simplemente, libros que no has buscado suficiente. Vas a Internet y ahí están. También está el precio. Hay muchos libros gratuitos, muchos legales y muchos ilegales. Puedes conseguir libros por los que sientes cierta curiosidad pero por los que nunca pagarías 10 ó 20 €. Los consigues y los lees. Te pueden gustar o no. Pero no te arrepientes de haber mal invertido esos 20€.

Además, tengo la sensación de que con el lector leo más. No sé si por curiosidad o porque ahora tengo más tiempo después de la tesis, pero sí que leo más. También puede ser porque estoy empezando a superar mi animadversión a compaginar varios libros. Nunca me ha gustado, pero me he descubierto a mí misma con no dos, sino tres libros diferentes en marcha: uno en papel de ocio, el de inglés y uno en el lector. Sonará extraño, pero tengo la sensación de que al ser soportes y/o idiomas diferentes no son incompatibles, qué chorrada, ¿no?


La principal desventaja que de momento he descubierto en el lector es que, cuando vuelas, no puedes leer durante el despegue y aterrizaje. Sí, no es un gran trauma, pero cuando los vuelos son cortos, el tiempo real de lectura en un avión se reduce considerablemente. Sí, siempre hay otras cosas que hacer: mirar por la ventana, leer las revistas del avión, revisar algunos papeles de trabajo o simplemente, nada. Curiosamente, en mi último viaje, el primero con mi nuevo lector, suplí esta carencia sin casi planteármela: en el aeropuerto de salida, vi un libro que me tuve que comprar. Inevitablemente. Lo vi y pensé “tengo que comprarlo”. Me resistí un poco, algo así como treinta segundos. Lo cogí, leí la contraportada y supe que ya era mío.
Resumiendo, tengo un lector de libros electrónicos nuevo, rojo, precioso y lleno de libros por leer, regalo de mi hermana. Y tengo una funda nueva, roja y maravillosa para el lector, regalo de mis amigas. ¿Qué más se puede pedir?

En las fotos, mi lector y mi funda. Preciosos, ¿verdad?

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