Tener un árbol (bueno, dos) de hoja caduca en casa es como tener un gato de pelo largo: te pasas la vida recogiendo sus hojas (o pelos) por el suelo. Las ventajas de tener un árbol respecto a un gato son innumerables; una de ellas es que sólo pierden las hojas una vez al año, en invierno.
Sé que como bióloga debería tener muy asumido eso de que los árboles caducifolios pierden sus hojas en invierno, pero sigue pareciéndome sorprendente. ¿Cómo saben mis arbolitos que es invierno? Supongo que en su día lo estudié, pero no lo recuerdo. Debe ser porque hace frío, obvio. Pero los antepasados de mis arbolitos viven en un monasterio en el norte de Italia, a 70 Km de Milán, casi en la frontera suiza. El frío de allí no tiene nada que ver con el de aquí. Hace más frío. Incluso nieva. Es más, este invierno está siendo bastante cálido y estoy convencida que la temperatura que tienen aquí es bastante más alta que la que tienen sus papás, sobre todo porque los tengo en una galería cerrada. Sí, por la noche hace frío. Pero los días han sido muy cálidos en el último mes. Y aún así… aún así sus hojas son ya totalmente amarillas. Algunas ya han acabado en el cubo de la basura y dentro de poco mis ginkgos no serán más que dos palitos pelados y tristones, esperando con impaciencia la primavera para empezar a crear hojas nuevas, a dar otro estirón (glups, espero que no crezcan mucho más o tendré que darlos en adopción), a vivir con todas sus posibilidades.
Son así, mis arbolitos.
En la foto, mis ginkgos hace ya algunos días. Ahora sus hojas están todavía más caducas. Si es que eso es posible.
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