domingo, 7 de febrero de 2016

Diez días

Los últimos diez días han sido un poco locos. El viernes de la semana pasada me lo iba a coger libre: esa tarde volaba a Barcelona, el primer viaje del año, ¡viaje no laboral! Pero tenía que preparar el segundo viaje laboral del año, cinco días después, este sí ya laboral. Al final me cogí medio día libre, ilusa yo, pensé que en cuatro horas podría arreglarlo todo con la agencia con la que nos obligan a trabajar ahora. Para conservar su anonimato la llamaremos Viajes Palomita.

Me fui a casa sin recibir noticias de mi petición de vuelos, coche y hotel de Viajes Palomita. Desde casa vi que me habían contestado, pero no sólo no me habían enviado lo solicitado, sino que lo que me habían enviado estaba mal. Vale, era un pedido complicado: billetes para mí y mi jefe, ida en días diferentes, un coche de alquiler, una noche de hotel para mí en Barcelona y una noche de hotel para los dos en algún punto cerca de El Port de la Selva (Girona). Uy, no, ahora que lo leo no parece tan complicado, hasta yo lo podría tramitar, pero no me dejan. Así que les contesté pidiendo que rectificasen y me fui de viaje.

El fin de semana lo pasamos en Barcelona, en el viaje anual (casi) tradicional que emprendemos a finales de Enero para celebrar las fiestas mallorquinas de Sant Antoni en el barrio de Gràcia barcelonés (aunque a veces nos salimos de los límites de la ciudad, como el año pasado). Barcelona, como todas las grandes ciudades, provoca sentimientos contradictorios en mí: por un lado, me entusiasma su vida, su animación, las mil y unas posibilidades que ofrece; por otro, me agobia que todo sea tan grande, que todo esté tan lejos, que haya tanta gente por todo. Allí paseamos, celebramos el cumpleaños de mi hermana la gafapasta (ups, este año te has quedado sin entrada. Y aún te debo el regalo…). Fue un viaje un poco loco, efectivamente, sin planes claros, con paseos, música tradicional mallorquina, música swing, algunas de compras y hasta una visita improvisada al Liceu. De Barcelona me traje dos pares de zapatos para bailar swing, una falda y un CD de Joan Dausà, al que hacía sólo unos días había descubierto gracias a mi hermana la gafapasta y, precisamente, me regaló ella (el mundo al revés: su cumple y ella es la que me hace un regalo a mí…).

El lunes, para minimizar el impacto de la vuelta a la rutina, me lo cogí libre. Libre para poner lavadoras, marujear, dar clases de geografía a Viajes Palomita (“El hotel de día 4 tiene que ser en o cerca de Port de la Selva la población, no la calle de Barcelona. Es una población que está en la provincia de Girona, a unos 200 km al norte de Barcelona”, tuve que escribir textualmente en un correo), suplicar a Viajes Palomita que no me dieran un Seat Panda porque teníamos que viajar cuatro personas (y sus cuatro maletas) más de 400 kilómetros y pasear por la isla con un colega que venía a la tesis de un compañero de trabajo. Ver ponerse el sol junto a Sa Foradada, en la costa norte mallorquina fue un merecido descanso.

El martes fue un día intenso: defensa de tesis de un compañero, comida con colegas y una maleta por hacer para el viaje del día siguiente. ¿Viaje? Era mediodía y aún no sabía nada de mi viaje, a pesar de ya haber pedido emitir los billetes el día anterior. Para resumir la historia, conseguí mis billetes a las siete de la tarde, después de muchos nervios, muchos cabreos y muchos gritos por teléfono. Me considero una persona tranquila y comprensiva, pero Viajes Palomita me ha hecho perder varios años de vida por los nervios y cabreos que me han hecho pasar estos días.

Y el miércoles, de nuevo a Barcelona. Pero antes dos visitas al dentista, una propia y la otra de acompañante. Sólo diré que mi vuelo era a las 13:10 y salimos del dentista a las 11:20. En fin, para proseguir con el ritmo loco, corriendo al aeropuerto, llamada del jefe para pedirme unos datos urgentes y, tras trabajar un poco en el aeropuerto, llegué a Barcelona. Hotel cutre, reunión de trabajo durante un par de horas en una cafetería del centro y fin de la jornada a las siete y pico. Buena hora. Hacía un par de días que me rondaba por la cabeza una idea. Tengo que admitir que cuando supe que iba a pasar una tarde-noche en Barcelona, me monté mil planes en la cabeza: mi dualidad amor-odio hacia las grandes ciudades hace que tenga ganas de exprimir al máximo el tiempo que paso en ellas. Al final, el 90% de los planes que pasaron por mi cabeza tuvieron que ser descartados, pero me acerqué paseando al teatro Coliseum, donde hacía unos días habían reestrenado “The Hole” y… piqué, caí, volví a entrar en el agujero. Yo, que sólo unos días antes miré con cara rara a una conocida que me contaba que había ido sola al teatro, fui sola al teatro. Disfruté tanto o incluso más que cuando los vi aquí en Palma en Julio. Pero hasta ir al teatro se convirtió en un momento estresante: yo toda feliz, esperando a que empezara la función, y no hacía más que recibir llamadas telefónicas: el jefe para organizar la reunión del día siguiente, preguntarme cómo llevaba la presentación (mal, la tuve que acabar después del teatro) y contarme algunas cosas; mi madre para contarme cómo había ido la reunión de la comunidad de propietarios que me acababa de perder. Cuando por fin colgué todas las llamadas y la obra empezó, me lo pasé PIPA. Y luego, al hotel cutre a currar hasta las tantas.

El jueves, de vuelta al aeropuerto, encuentro con el jefe, recogida de coche, encuentro con otra jefa y, casi 200 Km después (en El Port de la Selva la localidad, no la calle), reunión con una docena de personas. Eran más de las nueve cuando llegamos a nuestro hotel en Figueres. Y a las ocho y media de la mañana siguiente ya estábamos en ruta hacia Francia, destino de nuestra siguiente reunión, bilingüe, multitudinaria y un poco confusa. Fue graciosa la performance que nos montamos la colega francesa y yo, cada una explicando las diapositivas de la presentación en su idioma. Toda una experiencia. Tuvimos que despedirnos rápidamente y, de nuevo en carretera, casi tres horas sin parar y sin comer, para que la jefa llegara a tiempo a su vuelo. Comimos después de las cuatro en el aeropuerto.

Viernes noche, llego a casa después de las nueve.

Por fin.

Sin ganas de moverme de casa en todo el finde, así que ni me planteo hacer planes. Mi intención de no moverme del hogar se vio ayer alterada por una visita a la piscina ayer y otra a los chinos a comprar tierra hoy (como se entere mi profe de Huerto Urbano Ecológico, me echa del taller). Y punto.

Tengo la sensación de que no he parado en los últimos diez días. Y necesitaba parar. Sigo necesitando parar. Así que me he pasado este domingo tarde de Carnaval en mi sofá, con una bolsa de agua caliente para esos dolores tan molestos como previstos y una infusión de jengibre. Y no me importa demasiado, lo de perderme el Carnaval, digo.

Total, yo siempre he odiado eso de disfrazarme.

Las fotos (del móvil y la compacta, no he llevado la réflex en ninguno de los dos viajes), de estos diez días un poco locos. Ahora necesito un poco de normalidad.









jueves, 28 de enero de 2016

Dumb Cardigan

Ahora que le he perdido el miedo a tejer jerséis, necesitaba un nuevo reto acorde a mis inquietudes tejeriles. Me gustan los jerséis pero la verdad es que soy más de usar chaquetas: son más fáciles de quitar y poner. Y justamente me encontré con uno de esos proyectos conjuntos de Pearl Knitter y me animé a tejer una Dumb Cardigan.

Me ha encantado tejer esta chaqueta. Supongo que en parte es porque la he tejido bastante rápido, aprovechando las Navidades. Además, trabajar con agujas gruesas siempre es agradable porque se avanza rápido. No me ha resultado un proyecto complicado y he logrado corregir algunos fallos de proyectos anteriores: el largo es exactamente como quería. Incluso las mangas, que acabé adaptando a mis gustos más que al patrón (aunque igual ahora son incluso un poco demasiado largas). La verdad que esta vez me ha salido todo como quería. Estoy encantada. La lana es maravillosa y los botones los compré en la mercería de mi barrio.



Aunque es una chaqueta gruesa, me cabe bien bajo el abrigo y, a pesar de que este año no está haciendo demasiado frío, es estupenda para llevarla por la noche y durante el día en el trabajo, ya que suele hacer bastante frío por los pasillos. La he estrenado esta semana y ya la he usado tres veces. De verdad que me encanta.

Creo que sería chulo hacer una igual pero de lana más fina o de algodón, para llevarla en épocas menos frías (cada vez más habituales últimamente, por lo que parece). Se me acumulan los proyectos, pero es una idea para la lista de espera.

Y ya que es jueves, enlazo en Rums.

lunes, 25 de enero de 2016

“Leviatán o la ballena” de Philip Hoare

Éste es el segundo libro que me leo de Philip Hoare, aunque está escrito antes que el otro que me leí, “El mar interior”. Al igual que aquel, Hoare muestra claramente su amor por la naturaleza, en especial su fascinación sobre las ballenas, pero también por la literatura, con Herman Melville y su “Moby Dick” como parte muy importante de la historia.

Todo lo que cuenta sobre la biología de estos cetáceos me ha parecido muy interesante (deformación profesional, supongo), pero toda la parte de la historia de la caza de ballenas me ha encantado, porque desconocía muchas cosas. Me ha recordado en cierto modo al libro sobre la historia del bacalao que también leí hace tiempo, me ha parecido igual de fascinante, aunque más cruel y dolorosa. Al fin y al cabo, es inevitable sentirse más cerca de las ballenas, mamíferos como nosotros, que de los peces, supongo que por eso creo entender tan bien a Hoare y su fascinación por las ballenas (“Las ballenas sabían utilizar la libertad que les brindaba prescindir de la Tierra”). Y, por supuesto, la parte de Moby Dick, la historia de Melville, la historia detrás de la novela de la ballena blanca (que por cierto, voy leyendo poco a poco), la descripción de los lugares por los que pasó. Ay, qué ganas de visitarlos me han entrado.

Por ponerle un pero, me ha parecido un libro más frío que “El mar interior”. Hoare es un gran conocedor de lo que ama (las ballenas y todo, todo lo que las rodea) y sabe comunicarlo muy bien. Pero en este libro me ha parecido más contenido, más ceñido a lo que quiere contar, manteniendo al margen sus sentimientos, excepto en el último capítulo, donde se atisba ese componente más personalizado que es mucho más profundo y marcado en “El mar interior”. Me gusta esa faceta de Hoare. Y me gusta como escribe.

“Si el pasado es una contracción de lo que ya ha acontecido, entonces el futuro sólo existe si sabemos imaginarlo”.

miércoles, 20 de enero de 2016

Noche...

… de hogueras con llamas que rozan el cielo, de humo que se te impregna en la ropa y en el pelo, de calles llenas de gente como nunca has visto, de música en directo, de bailes tradicionales y no tan tradicionales, de conversaciones profundas después de un par de cervezas, de frío que te quita el aliento, de patear la ciudad, de discutir sobre el concepto de felicidad y su (para algunos) sobrevaloración, de encontrarte con gente que hace mucho que no ves, de estar con los amigos que ves cada semana, de dispersaros y reencontraros, de pasar más tiempo del esperado en un bar hablando sin parar, de reír por las más absurdas tonterías y por cosas no tan tontas, de conversaciones en la cola del baño sobre el tiempo medio de micción de los mamíferos, de luces navideñas encendidas en mitad de enero que compitiendo en luminosidad con las llamas de las hogueras, de bailar cosas que parecen imposibles de bailar, de casi treinta persona entrando en un bar más allá de las dos de la mañana para tomar la última, de volver a casa con las piernas cansadas de horas y más horas caminando y el frío golpeando en la nariz, de meterte en la cama pensando en que ya queda menos para la revetlla del año que viene.

Ah, qué gran noche la de ayer.

Visca Sant Sebastià!

En la foto, el fuego, anoche.

jueves, 14 de enero de 2016

Luces

Esta mañana, de camino a la oficina, estaba parada en un semáforo en rojo, bajo unas luces navideñas en forma de bolas, tres bolas de distintos tamaños que atravesaban la calle. Estaba ahí, contemplando las luces apagadas y pensando que en sólo unos días se iban a volver a encender, por una única noche, en vísperas del patrón de nuestra ciudad, para acompañar a las miles de personas que salen a disfrutar de esa velada especial en la calle, llena de hogueras y conciertos por las plazas del centro de la ciudad. Sonreía, porque este año sí voy a estar aquí (el año pasado me pilló en Roma, aunque los dos años anteriores sí que la disfruté) y mentalmente me iba organizando ya la noche, porque ayer me estudié el programa de fiestas, el horario de los conciertos de los grupos que quiero ver en las distintas plazas. Y estaba así, sonriendo cuando, de repente, las luces se han encendido. No en toda su potencia o al menos no lo parecía bajo esa luz clara de poco después del amanecer, pero ahí estaban, encendidas. He parpadeado, pensando que tal vez mi tonta emoción matutina me hacía ver visiones pero ahí estaban, encendidas. Ha durado sólo unos instantes, unos segundos y en seguida se han vuelto a apagar. El semáforo se ha puesto en verde y he seguido mi camino, sonriendo aún más.

Supongo que era alguna prueba que hacían, alguna cuestión técnica que desconozco, pero no puedo evitar pensar que esas luces encendidas inesperadamente durante unos instantes son algo positivo y esperanzador. Una señal de algo, de lo que sea, pero he querido pensar que traerán cosas buenas.

O eso creía yo esta mañana. Pero este mediodía me he enterado que ha muerto Alan Rickman y ya no sé muy bien qué pensar.

La foto, luces navideñas en mi ciudada. La foto, terrible, es de hace unos días, pero son luces.

martes, 12 de enero de 2016

Mis plantas

Ayer iba a escribir una entrada sobre lo que pasó en Nochevieja en Alemania, o sobre machismo y feminismo, o sobre mis dos anteriores noches toledanas, provocadas por cosas de esas de mujeres. Pero tenía tanto sueño que no escribí nada. Hoy iba a escribir sobre esos mismos temas o sobre lo que ha pasado hoy en Estambul. Pero he pensando, no, no, no y no. He acabado el día a las 10 de la noche y no tengo ganas de enfadarme, enfurruñarme o alterarme por nada. Los días laborales son largos, los inviernos oscuros y en el mundo hay suficientes reflexiones sesudas sobre temas de actualidad y temas interesantes.

Así que me he dicho, voy a escribir sobre las cosas que me hacen feliz y me relajan. Como mis plantas. Ay, mis plantas. Las tenía tan abandonadas que hace más de un mes fui a comprar algunas y ni siquiera las había trasplantado. Y alguna se murió, mi fresal y otra que había comprado. Con el relax de las vacaciones navideñas no había tenido tiempo (qué contradicción) de hacer nada con mis plantas, así que el sábado pasado decidí que era hora de trabajar mis tierras. Me refiero a las macetas de mi balcón, claro.

Por fin las buganvillas han florecido, bueno dos de las tres plantas. Hay muchas flores, muchas, muchas.

He trasplantado un miniclavel que me regalaron hace mucho. A ver si en su nueva maceta me da más flores esta primavera.

He decidido volver a intentarlo con los guisantes. El año pasado no fue del todo mal, a ver qué tal este.

Tengo un nuevo fresal, a ver si éste me acuerdo de regarlo y no lo dejo morir de sed.

He trasplantado el jardín de ginkgos a una maceta un poco más grande. En el proceso, intenté separar los tres árboles, sobre todo el pequeñito que nació hace dos años. Imposible. La masa de raíces es tan robusta que no me atreví a hacerle daño. Los ginkgos han perdido ya las brillantes hojas amarillas que tenía hace un mes y son unos tristes palitos desnudos. Pero en cualquier momento crecerán yemas y tendremos una explosión primaveral. Bueno, en cualquier momento no. En dos meses más o menos.

He trasplantado los bulbos de los narcisos, tanto los que guardaba desde el año pasado (ya viven su tercer año) como los nuevos que compré este otoño. A ver si vuelven a florecer.

Además, he sembrado zanahorias y unas semillas de flores variadas que me regalaron en la Expo de Milán.  De eso no hay foto. Son muy sosas las macetas que sólo contienen tierra.








jueves, 7 de enero de 2016

Jersey de pico

Compré la lana de este jersey hace dos inviernos. La vi y me fascinó. Entonces, novata yo, sentía una clara fascinación por las lanas de colores y las lisas me parecían aburridas. Ahora las lisas me parecen aún más fascinantes que las coloridas, porque puedes lucir más algunos puntos que, en lanas de colores pueden pasar desapercibidos.

La cuestión es que me gustó la lana y la compré pensando en un patrón determinado que había visto en una revista. Han tenido que pasar dos años hasta que me he animado a tejerlo. Es un proyecto sencillo, no he tardado mucho en tejer este jersey de pico, aunque tuve que deshacer la espalda porque calculé mal y cabían dos yos. Me ha quedado más corto de lo que tenía planeado y las mangas son muy anchas, sobre todo por la parte de arriba; son casi mangas abullonadas (un horror, vamos). Igual me animo y las deshago y las vuelvo a hacer, aunque me da un poco de pereza, viéndolo así, tan acabadito él.

De momento aquí lo tengo, un jersey de lana gruesa de colores, demasiado gruesa para este invierno que no acaba de ser invierno. Es muy calentito, así que sólo lo he usado una vez, la noche de Reyes, que creo que ha sido el único momento en el que la temperatura bajó de 10ºC. Como siga este tiempo cálido, tendré que dejar de tejer lana en invierno y pasarme al algodón durante todo el año.

De este jersey me encanta el cuello. Era mi reto en este proyecto porque nunca había tejido un cuello de este tipo y encima con agujas circulares. Pero salí bastante airosa y creo que es lo que más me gusta del jersey.

Y como es jueves, aprovecho y enlazo en RUMS. :)