jueves, 9 de mayo de 2013

Una vez soñé con un bosque de ginkgos

Estas dos semanas que he estado fuera, he echado de menos mis plantas. Sí, lo admito. Soy así de simple. Así que volver y verlas maravillosamente cuidadas por mi padre-MacGyver me ha alegrado mucho (sobre todo porque el año pasado me mató una a base de olvidarse de regarla).

Porque ya tengo tomates ¡¡ya tengo tomates!! Y unos cuantos, la verdad. El pimiento está a punto de echar flores y creo que en la planta de berenjena está apareciendo algo que igual se convierte en… ¿una berenjena? Los fresales están relucientes de hojas y con alguna que otra flor-principio de fresita. He sembrado nuevas semillas de zanahoria. La albahaca está preciosa, aunque yo cogí las semillas de una albahaca de hojas pequeñas así que alguien me explique cuándo se transformó en una de hojas grandes. El aloe ha florecido. Y el cactus también, aunque (como siempre) lo ha hecho con nocturnidad y alevosía. Mi planta bonita de flores preciosas sigue echando flores y la orquídea tiene 5 flores (aunque me ha sido imposible hacer una foto en la que aparezcan las 5. Y sí, debo admitir que mis dos mini-orquídeas han muerto). Y mi bosque de ginkgos… mi bosque de ginkgos merece un punto y aparte.

Dicho y hecho.

Mi bosque de ginkgos.

Una vez soñé con un bosque de ginkgos.

Admito que cuando le di este nombre a un par de tallitos de 5 cm de altura, era una licencia poética, totalmente. Ahora… ahora estoy preocupada. En serio, estoy empezando a preocuparme seriamente por esos dos arbolitos que tengo en una maceta y que, a mi pesar, son eso: árboles. Y que, como tales, van a acabar formando un bosque. Pero un bosque de verdad. El tallo principal de mi ginkgo alfa ha crecido 23 cm en poco más de un mes. Y le ha salido una rama nueva de 28 cm. Y otras nuevas u otras que ya tenía le han crecido entre 15 y 20 cm. Mi ginkgo beta no ha crecido ni un milímetro en altura, pero ahora tiene 3 ramas, de entre 10 y 15 cm. Repito: todo esto en poco más de un mes: a final de marzo estaban así, a mitad de abril así y ahora… ahora están enormes, como se puede ver en una foto por aquí abajo.

Me encanta que crezcan. Me hacen muy feliz. Ya he contado por aquí que estos arbolitos son muy especiales para mí. Pero me temo, sí, me temo, que algún día su maceta será demasiado pequeña para ellos. Que no podré seguir teniéndolos en casa. Que tendré que dárselos a alguien con más espacio para ellos. Que tendré que asumir que no podrán formar parte de mi vida.

Una vez soñé con un bosque de ginkgos. Y pensé que, tal vez, durante unos años, podrían estar en maceta y crecer poco a poco. Y soñé que, tal vez, en un futuro, tendría un lugar más adecuado para ellos: nada de maceta, sino tierra libre, en un pequeño jardín, junto a una pequeña casa y un pequeño huerto. Pero están creciendo demasiado rápido. O tal vez yo estoy viviendo demasiado despacio. La cuestión es que ahí están, alegres, vivos, enormes, verdes, con tal cantidad de hojas que me siento incapaz de contar. Mi bosque de ginkgos. ¿Qué será de ellos?












 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Mucho cine (incluido cine aéreo III)

Una de las cosas que más me han gustado de mi viaje a Namibia es que he leído mucho y he visto muchas películas. Aunque son dos cosas que me gusta hacer mucho, mucho, normalmente no le dedico todo el tiempo que quisiera (o debiera). Siempre hay algo más que hacer y, sinceramente, dedicarme a hacer lo que me gusta a veces me hace sentir culpable (esto es fruto de miles de años dedicando mi tiempo libre a la ciencia, claro).

Además de ir un día al cine en Swakopmund y las dos películas que vi en el vuelo de ida, vi dos más allí y otras dos en el vuelo de vuelta.

Mi viaje a Dublín, Belfast y alrededores en febrero me despertó el interés por el conflicto de Irlanda del Norte y por cualquier cosa en general relacionada con Irlanda, incluidas pelis sobre el conflicto o simplemente pelis rodadas en tierras irlandesas-norirlandesas. Por eso vi “Bloody Sunday”, una película de Paul Greengrass, que narra los sucesos ocurridos el 30 de enero de 1972 (justo 3 años antes de que naciera mi hermana la gafapasta), cuando soldados británicos dispararon contra civiles que participaban en una marcha en Derry (o Londonderry, según quién hable, en Irlanda del Norte). Es lo que se conoce como Domingo Sangriento y que tan bien lo cantan U2 en su canción “Sunday, bloody Sunday”, que aparece en la banda sonora de la película. Una canción brutal, con tal fuerza que impacta antes incluso de saber de qué va, como me pasó a mí en su día. Me gustó mucho la película. Conocía la historia, leí mucho en su momento cuando descubrí la canción de U2 y volvía a leer sobre ella en los alrededores del viaje a Belfast, así que no me sorprendió casi nada la historia. Pero me parece una gran película, me encantó: cuenta de forma amena una historia durísima, unos acontecimientos muy trágicos, pero en ningún momento resulta una película desagradable, sí tal vez un poco incómoda, pero necesaria. Una frase, de un soldado británico, me impactó mucho “Hay tres muertos –a posteriori serían 14-, debe buscar alguna justificación”. Dos cosas curiosas: durante la película, en un cine proyectan una peli que se llama “Sunday bloody Sunday” y al final, dicen que ninguno de los soldados implicados en la matanza fue “sacrificado”, cuando en inglés aparece escrito claramente “disciplined”. Un error de traducción escalofriante para una historia como ésta.



“La joven Jane Austen” de Julian Jarrold me hizo gracia. El principio me gustó bastante, pero si sabes algo de la vida de Jane Austen (yo he leído todas o casi todas sus novelas y algo de su vida también conocía), ya sabes cómo va a acabar. Curiosamente, al contrario que con la película anterior, aquí sí que me influyó (y mucho) lo que sabía previamente de la historia. Una película maja, entretenida. Además, Anne Hathaway me encanta y el actor protagonista, James McAvoy, tiene un no-sé-qué que me parece interesantísimo.

Estas dos las vi en tierra. Las dos siguientes las vi en el avión de vuelta. Bueno, vi una por la noche y medio vi otra por la mañana. Como creo que ya he mencionado alguna vez por aquí, ver pelis a la hora del desayuno es raro y ahora recuerdo por qué: porque, en general, no te da tiempo a verla acabar.



Mi hermana la gafapasta es hiper-fan de "Los Miserables". Vio el musical cuando estuvimos en Barcelona hace más de un año, vio la peli de Tom Hooper cuando la estrenaron (e incumplió su promesa de llevármela a ver a mí, porque no pude el día que ella fue) y tiene la banda sonora. Así que me dije, “habrá que verla”. Me daba un poco de vértigo: versión original sin subtítulos y toda la película cantada. Tuve miedo de no enterarme de nada. Pero no. La historia es tan robusta, tan directa, la película tan bien hecha, tan impactante, las interpretaciones tan acertadas, que no necesitas saber el idioma para entenderla. Aunque debo admitir que: 1. Entendí mucho más de las letras de lo que creía y 2. Hubo un pequeño trozo que no tenía claro y mi hermana me lo tuvo que explicar después. Ah, y un descubrimiento Aaron Tveit. Qué chico taaaaaan mono. Me sonaba, por lo visto de Gossip Girl, aunque no recuerdo su personaje. Para nada. Total, una peli genial, me encantó, muy emocionante y amena. Es cierto que Russell Crowe está un poco justito, pero todos los actores están estupendos. ¿He dicho que me encanta Anne Hathaway? Y Hugh Jackman no es que me encante, ¡es lo siguiente!


Vi “The Guilt Trip” de Anne Fletcher después de dormir bastante poco durante todo el vuelo y me esperaba una comedia chorra, chorra. Pero es un poco más que eso. Sí, es una comedia sin pretensiones, pero Barbra Streisand es genial, me encanta, y Seth Rogen me cae estupendamente. Me lo pasé bien, me entretuvo a la hora del desayuno y, estos días, he sentido la necesidad de acabar de verla. Buena señal, ¿no? Es entretenida y graciosa, nada pretenciosa ni un gran peliculón, pero se deja ver.

martes, 7 de mayo de 2013

Despedida

 En una relación larga, nunca crees que llegará el momento de las despedidas, el momento final, el adiós definitivo. El momento en el que uno tiene que decir “Hasta aquí. Ya basta. Ha sido bonito mientras duró, pero esto no puede seguir así”. Despedirnos después de 17 años se hace extraño. Son muchos años.

Mentiría si dijera que recuerdo perfectamente cuando entraste en mi vida. No lo recuerdo. No recuerdo la primera vez que te vi, ni lo que pensé. No recuerdo nada y, por supuesto, nunca pensé que llegarías a ser lo importante que para mí has sido posteriormente. Pero de repente, empezaste a formar parte de mi vida, de mi entorno. Al principio sólo eso. Después, hace unos 10 años, nuestra relación aumentó y hace 8 años y medio, ya fuimos el uno para el otro. Exclusividad casi total. Debo admitir que al principio no estaba convencida: no daba un euro por nosotros. No veía nada especial en ti, estabas ahí y te apreciaba sí, pero nada más. Pero de repente, ¡oh!, de repente. De repente un día me di cuenta que eras exactamente lo que necesitaba, lo que siempre había estado buscando. Porque más allá de tu perfil diría yo que duro, bruto, tan masculino, se escondía un corazón mucho más fuerte de lo que me imaginaba, mucho mejor de lo que imaginaba. Y de repente me di cuenta que éramos el uno para el otro, que esta relación era perfecta o todo lo perfecta que puede ser una relación de este tipo.

Son muchas las cosas que hemos vivido en estos años, muchas. No ha sido siempre fácil, claro que no. Muchas veces parecía que todo había acabado, que eso era todo, que por fin llegaba el final que todos pronosticaban. Pero no. Hacía un esfuerzo, un nuevo esfuerzo más y conseguía que continuáramos juntos. Sí, tal vez exagero dándome todo el mérito de nuestra durabilidad, así que igual debería admitir que tú también pusiste de tu parte. Porque fuiste duro y fuerte, estuviste ahí cuando te necesité y no me fallaste. Nadie daba dos duros por nosotros (yo la primera) y mira tú, más de 8 años juntos.

Esta vez, cuando ya me rendí, cuando decidí que no podía más, que todo acababa aquí, tuve un par de momentos de flaqueza en los que pensé luchar una vez más por ti. Te miraba y sólo veía lo bueno que tenías, todo lo malo lo intentaba ignorar, lo intentaba olvidar. Pero, no nos engañemos, estaba ahí, seguía ahí. Esto ya no podía seguir así. Todo tiene un final y el nuestro había llegado.

En los últimos años, tuve que aguantar algunas bromitas de gente sin comprensión. Cuando les contaba los años que llevábamos juntos, sonreían sarcásticamente. Cuando confesaba que tú fuiste el primero y, hasta ahora, único de mi vida, sonreían disimuladamente. Como si fuera imposible. Como si estos 17 años de relación tuvieran que acabar ya sólo porque es raro que haya relaciones tan largas. En los últimos tiempos soñaba que duraría más, todavía más. Fantaseaba con un futuro juntos aún más largo de lo que ya ha sido. Pero no pudo ser, no.

Así que querido coche, estimado ZX, ha llegado la hora de despedirnos. Vale, tu tapicería sigue intacta, te puse una palanca de cambio de marchas que mola mil y hasta una funda en el volante maravillosa. Y tienes una radio-reproductor de CDs genial (regalo de mi hermana la gafapasta). Pero estás lleno de abolladuras, se te destrozan piezas que para conseguirlas hay que acudir a talleres de media España y se te rompen unas cosas, ay amor mío, se te rompen unas cosas que me cuestan unos buenos cuartos. Tu motor está perfecto, o eso parece. Pero te ha pasado tanto, hemos pasado tanto, que has dicho basta. O mejor aún, yo he decidido que ya bastaba. Pérdida de líquido de frenos. Embrague encajado e inamovible. Pérdida de aceite. Cosas que no recuerdo porque no sé ni lo que son. Más pérdida de aceite. Pérdida de gasoil a chorro. Hasta aquí hemos llegado. Gracias por tus servicios, gracias por ser el mejor y único coche que he tenido hasta ahora. Puedes estar orgulloso de tu labor y te recordaremos o al menos yo te recordaré como mi primer coche, mi primer gran coche. Te echaré de menos y te recordaré, por supuesto. Me da rabia sobre todo no cumplir una cosa que dije hace un par de años “Este coche llevará a mis hijos”. No va a ser el caso, no. Pero eso te lo perdono porque, en realidad, tampoco es culpa tuya.

Adiós ZX, ha sido un placer, sí señor, un auténtico placer. Pero ha llegado el momento de nuestra despedida. 280223 kilómetros. Menudo crack.

Y así acaba la oda a mi Citroën ZX. RIP.

En las fotos, mi querido ZX. En la última, esta tarde, cuando se lo llevaba la grúa. Para siempre.









viernes, 3 de mayo de 2013

“Beautiful Creatures” de Richard LaGravenese


Hacía tiempo que no iba al cine, un par de meses, creo. Y me parece increíble que me haya tenido que venir hasta Namibia para volver a ir. Así son las cosas. La cuestión es que el día 1 de mayo fue fiesta aquí también. Y después de un día de paseo por un par de tiendas, elegir mi librería favorita de Swakopmund, una comida en un chiringuito junto a la playa (perdón, en EL chiringuito en el que, por cierto, perdí gran parte de mi amada tobillera cretense) y un paseo a la orilla del mar, con un sol estupendo y un calor apabullante (eso sí, el Atlántico frío, frío), decidimos pasar la tarde-noche en uno de los dos cines de la ciudad.

No sabía ni de qué iba “Beautiful Creatures”, pero salía Jeremy Irons y Emma Thompson, así que no podía estar mal. Pues resulta que es una peli para adolescentes, de esas que te chiflan a los 15 años, pero que a los 35… bueno, a los 35 te entretienen. La peli cuenta la historia de Ethan, un adolescente que lleva una vida tranquila en pueblecito americano hasta que conoce a Lena, una chica misteriosa con la que ha soñado reiteradamente. Así que es una historia de amor adolescente, de brujería, de magia buena y magia mala, y de adultos que no hacen más que sobreactuar, lo que te hace pensar que no se toman la peli demasiado en serio. Lo cual, en realidad, no es nada malo.

Ya lo he dicho, ésta es una película para adolescentes, que resulta entretenida para adultos, pero no mucho más. Por lo visto, está basada en una serie de libros para adolescentes por lo que intuyo que habrá sucesivas entregas. Supongo que las acabaré viendo, si es que las llegan a rodar. Si te pones a pensarla en serio, cojea por muchos, muchos lados. Pero bueno, no me voy a quejar. Fui al cine en Namibia y me comí un chupachups gigante. Ah, y vi la peli en versión original, claro, y sin subtítulos ni nada, así a pelo. Al principio estaba un poco acojonada, lo admito, pero creo que entendí bien la historia. Eso sí, a ratos es frustrante cuando todo el cine se ríe menos tú… pero bueno, algún chiste sí que llegué a pillar también. Mola esto de ir al cine en países extranjeros. Creo que nunca lo había hecho.

jueves, 2 de mayo de 2013

En mitad del desierto

Hay una carretera de sal, en mitad de tierras áridas y desérticas, que recorre los algo más de 100 Km que separan la ciudad de Swakopmund de Cabo Cross. Es una carretera no demasiado ancha, sin marcas viales y poco transitada. Sí, es una carretera solitaria, que te da idea de la grandeza y amplitud de este continente, que envuelta en la niebla es aún más solitaria y melancólica. Aunque no se parece en nada a otra carretera por la que estuve hace un par de meses, me resultó inevitable relacionarlas, compararlas, pensar en aquella carretera, en aquellos días que casi me parecen tan irreales como lejanos. Cien quilómetros de carretera de sal rodeada de paisaje desértico te dan para pensar mucho, aunque compartas coche con otras tres personas, te permiten pensar y recordar cuando, en realidad, intentas olvidar. Es increíble como algunas cosas te persiguen aunque estés a miles de quilómetros de tu vida. Aunque ¿no son estos días en el continente negro también mi vida? Es igual. Es increíble como algunas cosas te persiguen aunque estés a miles de quilómetros de tu casa.

Entre Swakopmund y Cabo Cross, hay un pueblo extraño, de casas de colores chillones que llaman la atención entre la niebla. A simple vista, parece un pueblo fantasma, sin gente, como casi todo por aquí. Pero el color vivo de las casas, su perfecto mantenimiento te hace pensar que hay vida aquí, en este pueblo, Hentiesbaai o Henties Bay. Y sí, por lo visto es una importante colonia turística, sobre todo para gente aficionada a pescar con caña o a pasear en todoterreno.

Ya llegando a Cabo Cross, junto a la carretera de sal hay multitud de pequeños puestos en los que se vende (a modo de autoservicio) cristales de sal. Qué bonitos son, qué delicados, qué increíbles. Un toque de color blanco, rosado en la monotonía del desierto de tonos apagados.


Y de vuelta de ver leones marinos, una parada en la Costa de los Esqueletos y un barco semi-hundido, encallado, lleno cormoranes. Y en la lejanía, sombras de gente junto a grandes vehículos portando grandes cañas. La Costa de los Esqueletos. Costa dura, inhóspita. Su nombre viene… pues no sé. En algunos sitios pone que se debe a los esqueletos de barcos encallados. En otros a que los antiguos marinos abandonaban carcasas de ballenas y sus esqueletos adornaban su costa arenosa. En cualquier caso, un lugar impresionante. Sobre todo con niebla, viento y olas espectaculares.

Hoy, penúltima noche en Namibia, estoy cansada y no tengo ganas de nada. Ayer se me rompió mi tobillera cretense, y la mitad de sus piezas quedaron esparcidas bajo una pasarela de madera, perdidas para siempre aquí, en la costa namibia. Aunque conseguí recuperar la mitad y ya planeo hacer algo con ellas, mi tobillera cretense ha desaparecido, como en su día pasó con mi anillo vigués. Las dos únicas chorradas, los dos únicos abalorios por los que sentía un cariño especial. Rotos, perdidos, desaparecidos. Pero ayer también volví a la librería en la que hace unos días no encontré nada y, nada más entrar, encontré el segundo libro de la trilogía de Lewis, de Peter May. El primero, “La isla de los cazadores de pájaros” (“The Blackhouse” en inglés) me entusiasmó. Ansío leerme este segundo. Aunque no sé si será demasiado inglés. Y fui al cine. Pero eso ya lo contaré otro día.

Carreteras. Tobilleras rotas. Días de sol y niebla. Ah, África. Maldita melancolía.










martes, 30 de abril de 2013

Cape Cross

El domingo estuve en la colina de cría de lobos marinos (Arctocephalus pusillus pusillus) de Cabo Cross, en la Costa de los Esqueletos namibia. Fue impresionante. Lobos y más lobos marinos miraras donde miraras: sobre la arena, sobre las rocas, nadando en el mar, saltando sobre las olas. Fue increíble estar allí sintiendo sus sonidos, sus olores, viéndoles dormir, rascarse, mamar o pelearse. Contemplando cómo madres y crías se buscaban a base de gritos y olfatos, cómo se relacionaban entre ellos, cómo se peleaban, cómo jugaban, cómo dormían.

Esta especie de lobo marino se encuentra aquí en Namibia y en Sudáfrica. En esta colonia nacen las crías en el mes de diciembre, así que ahora tienen unos 4 meses. Son bichos curiosos, los lobos marinos. Aparentemente no hacían más que eso: dormir, nadar, pelearse, rascarse y dormir más. Y comen, deben comer, claro; peces y cefalópodos marinos. De hecho, se usan los excrementos de estos animales para analizar el reclutamiento (es decir, de los individuos más jóvenes) de la merluza de aquí. Y también se les acusa, a los lobos marinos, de poner en peligro las poblaciones de peces. En fin. No digo que no, porque consumir, consumen mucho pescado. Pero después de unos cuantos días trabajando con datos de aquí puedo asegurar que la principal amenaza de los peces no son los lobos marinos, claro que no. En cualquier caso, es una especie sometida a un control de población. En otras palabras, igual que existen capturas máximas para algunas especies de peces, existen cuotas anuales de lobos marinos aquí en Namibia. No entraré si esto está bien o mal, no conozco el tema en profundidad para opinar seriamente y con conocimiento de cause, pero sé que hay campañas contra estas acciones. Lo que sí sé es que este país tiene problemas mucho más acuciantes, pero mucho, que la caza de lobos marinos. Y mira que son monos estos bichos.

Hoy no quería ponerme seria. Y me he puesto. En cualquier caso, ir a Cabo Cross fue toda una experiencia. Observar miles, sí, miles de lobos marinos en libertad es increíble. Estando allí fui consciente de que estoy viviendo algunos momentos únicos e irrepetibles. Quién sabe si algún día volveré a Cabo Cross. Quién sabe si algún día volveré a ver miles de lobos marinos en libertad. Uff, qué vértigo.













lunes, 29 de abril de 2013

"El Señor de las Moscas" de William Golding

No quiero resultar pesada actualizando (casi) cada día sobre mis días en Namibia, así que dejo para mañana mi visita de ayer a una colonia de cría de leones marinos (¡¡He visto leones marinos!! ¡¡En libertad!! ¡¡A millares!!) y hoy actualizo sobre libros.

Empecé a leerme “El Señor de las Moscas” hace algún tiempo, igual un año o así. Lo empecé a leer, creo recordar, porque iba a algún viaje y me pareció que sería un libro cómodo para viajar. Lo cogí del estante de libros sin leer pero más por obligación que por atracción. Y así me fue. Cuando llevaba un tercio del libro, lo dejé, porque efectivamente no era un libro que me apetecía en ese momento. Ahora, con este viaje, lo seleccioné de nuevo como un libro cómodo para viajar, aunque admito que esta vez sí que me llamó bastante más.

Ponerte a leer un libro que empieza con un accidente aéreo no es lo más adecuado cuando tienes por delante tres vuelos, el más corto de casi tres horas y el más largo de diez horas y media. Pero pasado el primer momento de tensión aérea conmigo misma, lo llevé bien. Y me ha resultado mucho más ameno e interesante que cuando lo intenté leer la vez anterior. Con lo que es cierta la teoría de que no debemos escoger los libros que leemos, sino que debemos dejar que ellos nos pidan ser leídos en su momento.

La novela es la historia de un grupo de chavales que quedan atrapados en una isla desierta, sin la presencia de ningún adulto. Las relaciones que se establecen entre ellos, el ansia de ser rescatados, la añoranza de su antigua vida, el terror a la oscuridad y a lo desconocido (se llame fiera, se llame fantasma) y el comportamiento violento, salvaje que llegan a tener en la isla marcan una historia que según he leído se ha interpretado de varias maneras: como una fábula moral sobre la condición humana en situaciones límite o una crítica a una educación represiva que prepara futuras explosiones de violencia. Yo me inclino más por la primera opción. Cómo reacciona el humano ante un hecho inesperado, unas condiciones adversas, límites, cómo se establecen los roles y las relaciones entre ellos y cómo la armonía relativa y casi ficticia que crean se ve alterada por elementos discordantes, violentos, que encuentran el placer en la lucha, en la sangre, en la caza. Creo que en una situación así, las reacciones serían muy parecidas a las que hay en el libro: unos surgen como líderes, otros se dejarían dirigir, a algunos les consume el terror y otros necesitan liberar su rabia en actos más o menos violentos, como en un juego que se te escapa de las manos.

Me ha gustado mucho, mucho. Me ha enganchado mucho, sobre todo los últimos capítulos, en los que quería saber ya, pero ya cómo acababa, cómo resolvería el autor una historia que se estaba convirtiendo en muy dura, salvaje, turbia. Y el final me ha encantado, me ha parecido el perfecto para una historia así. Y te hace pensar, claro. Te enseña que las fieras más salvajes, que los fantasmas más terroríficos somos nosotros mismos, los humanos, nuestras reacciones, nuestros temores, nuestras reacciones. A mí me ha hecho pensar en otra cosa: ¿qué hubiera pasado si en la isla también hubiera habido niñas? Estoy convencida que la historia hubiera sido muy diferente. No es por nada, pero creo que las mujeres le aportan a todo un toque de sabiduría, calma y reposo que hacen que el mundo sea un lugar más habitable. Y no quiero parecer feminista ni nada de eso, pero creo que es así.

Creo que hay alguna película basada en esta novela. Tendré que verla.