martes, 4 de diciembre de 2012

Seguridad laboral

Estos días, estoy trabajando (perdón, disfrutando de mis días libre) en el National Marine Institute and Research Centre (NatMIRC) de Swakopmund (juro que he tenido que volver a mirar cómo se escribía), en Namibia.

El primer día (o sea, ayer) me llamaron la atención unas cajitas de colores (en la foto) que había junto al lavabo del cuarto de baño de mujeres que frecuento. En mi primera visita, pensé que eran jaboncitos. Pero en la segunda me fijé bien: condones. Tres condones por cajita.

Eso es seguridad laboral y lo demás son cuentos.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Swakopmund

Creo que nunca antes había estado en una ciudad cuyo nombre soy incapaz de repetir, escribir o recordar.

Swakopmund, Swakopmund, Swakopmund, Swakopmund.

No, no lo conseguiré.

Esto me recuerda a Cicely de “Doctor en Alaska”, con sus calles anchas, sus casas bajas, sus pickups (aunque en la foto no se ve ninguna). Sólo que con arena en vez de nieve, con dunas en vez de árboles.

Southern Exposure.

domingo, 2 de diciembre de 2012

De camino


“Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres ir lejos, ve acompañado”. Proverbio africano.

La frase (y la foto) de esta mañana, en el aeropuerto de Johannesburgo (Sudáfrica), de camino a mi destino final, Namibia.

Aquí estoy. He llegado. Estoy feliz. Y encima ¡tengo internet!

sábado, 1 de diciembre de 2012

Quince días, doce aviones

Hoy empieza mi periplo viajero pre-navideño. Quince días, doce aviones. Y sólo puedo decir una cosa: qué pereza.

En unas horas empiezo un viaje de 24 horas que me llevará al sur, al hemisferio sur. Si alguien me preguntara si voy por placer o por trabajo, no sabría qué responder. Porque yo diría que voy por trabajo, pero cuando te “invitan” a cogerte vacaciones para recorrer 10,000 Km y pasarte cinco días allí trabajando, se me cruzan los cables cerebrales, me bloqueo y me dan ganas de salir corriendo. Pero no sé decir que no. Y debería aprender.

Como intuyo que allí dónde voy no voy a tener conexión a internet (o si la tengo, no creo que sea para actualizar el blog), dejo un poco abandonado esto. Pero por poco tiempo. Sólo una semana para volver a deshacer maletas y hacer maletas y dirigirme a un nuevo destino más cercano y (espero) que con posibilidades de actualizar.

La foto, de hace ya un tiempo, con una frase que me encanta. Y que hoy, más que nunca, cobra mucho sentido. Intentaré disfrutar del viaje, del camino.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Chocolate con sal

Hace un par de años, mi hermana gafapasta me trajo de un viaje a Suiza una tableta de chocolate. Hasta ahí nada extraño: me gusta el chocolate, mucho. Y el chocolate suizo es muy famoso. Así que no hay que ser muy listo para entender que acertó de pleno.

Era una tableta pequeña, no de esas gigantescas que venden en los aeropuertos. No sé dónde la compró y creo que ella tampoco lo recuerda. Pero era un chocolate curioso: con una pizca de sal.

Es uno de los chocolates más ricos, fascinantes e interesantes que he probado en mi vida.

Desde entonces, no paro de buscarlo. Pero no lo encuentro. Por tiendas normales, por tiendas especializadas. Nada. Mi hermana volvió a Suiza, con el encargo de traer muchas, muchas tabletas de chocolate con sal. Nada. Se lo preguntamos a su amiga que vive allí, a ver si lo conocía o sabía dónde encontrarlo. Nada. Yo misma, cuando viajo a cualquier aeropuerto, recorro sus estanterías de chocolates (se podría escribir una tesis sobre la globalización desde el punto de vista de la disponibilidad de chocolates en los aeropuerto) en busca del milagro. Nada.

De aquel delicioso chocolate con sal sólo me queda la caja recortada que lo recubría, que ocupa un lugar destacado en mi corcho, entre dos postales de Alfons Mucha que compré en Praga y una de Gustav Klimt que compré en Viena, encima de una etiqueta de ropa que habla de “Limpiar con cariño”) y de un post-it con mis medicamentos para la alergia a la primavera.

 
Tenía pensado publicar este post haciendo un llamamiento a la sociedad. Algo así como “Si alguien lo ve en algún sitio, que me lo diga. Se recompensará”.

Pero el otro día ocurrió algo sorprendente. Estaba comprando en un hipermercado que tengo cerca del trabajo, cuando revisando los chocolates (siempre lo hago, ¡siempre lo hago! Especialmente si están reorganizando el establecimiento, lo que suele implicar la aparición de nuevos productos, como es el caso), encontré esto:


Guau. Guau, guau.

Así que compré uno. No lo he probado aún. No creo que sea igual que el primero que probé (porque además del punto de sal, llevaba leche y caramelo), pero tengo esperanzas, sí, alguna esperanza de que sea sabroso, delicioso y sorprendente. Si es así, saldré corriendo al hiper para hacerme con una buena cantidad de reservas. Porque estas cosas extrañas, sorprendentes e innovadoras, no suelen sobrevivir a los caprichos de los consumidores.

O a veces sí.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Con las agujas

Siempre he visto a mi madre coser y tejer. Desde que tengo uso de razón, la he visto arreglarnos ropa y tejer bufandas y algunos jerseys de lana que nunca remataba del todo pero que siempre utilizábamos para abrigarnos en casa. Me llamaba la atención que dedicara su tiempo a eso, pero nunca sentí ninguna atracción por las agujas.

Mi primera experiencia fue en algún momento en el colegio, cuando en alguna asignatura de esas de manualidades (o como diantres se llamara) nos hicieron hacer una bufanda. Fue un infierno. Era incapaz de darle la presión adecuada y por unos lados los nudos estaban muy apretados y por otros sueltos. No recuerdo como acabó aquella desastrosa bufanda. Tal vez mi madre me la acabó para intentar que al menos no me suspendieran, aunque la verdad es que no lo recuerdo.

Y de repente, el pasado septiembre, sentí la necesidad de tejer. Así que cogí unas agujas de mi madre y una lana vieja de color gris que estaba por su casa y me puse a ello. Después de algunas pruebas, hasta que me decidí por el punto que quería (tampoco sé muchos: al derecho, al revés y sus combinaciones), empecé a hacer una bufanda. Al principio con terror: creía que volvería a hacer una cosa penosa como la de mi adolescencia, pero yo misma me sorprendí viendo que aquello tomaba forma. Así que le empecé a dedicar tiempo, poco, un rato después de cenar, para relajarme después de un día de trabajo y antes de ponerme a rematar la presentación de la tesis, que me tuvo ocupada muchas noches de finales de verano.

Y ahí estoy, con una bufanda casi acabada (¡creo que me aterra acabarla!). Mi primera bufanda. No sé mucho, pero ya tengo algunos proyectos sencillos en mente: un cuello rojo del que aún no tengo la lana y un pañuelo estrecho y largo de colores verdes, de tacto suave y primaveral, con un hilo que compré durante mi viaje croata. Porque sí, he descubierto un nuevo souvenir que traerme de mis viajes: hilos para tejer. No sé cuánto durará mi afición, ni lo que seré capaz de hacer, pero tampoco me preocupa mucho. Lo hago por puro placer. Y tengo por delante todo un mundo por descubrir.

En las fotos, mi bufanda gris, en pleno proceso, y el hilo verde croata (que en realidad es turco, pero es mi recuerdo de Croacia).

martes, 27 de noviembre de 2012

Tormenta

Esta madrugada, ha caído una de esas tormentas espectaculares que hacen que te despiertes en mitad de la noche.

No eran aún las 6 y los truenos y rayos me han despertado. Feliz porque aún me quedaba media hora en la cama (o una hora o una hora y media…) me he acurrucado para disfrutar del espectáculo. Pero en seguida he recordado que tenía varias ventanas abiertas por la casa (error tonto, ¡si anoche ya llovía!) así que me he levantado corriendo.

Primero a la galería, donde ya había entrado un poco de agua. Parecía de día. ¡Menudos relámpagos! En el comedor también era espectacular, sobre todo porque la persiana de la puerta del balcón estaba abierta, así que he podido contemplar el espectáculo: una cortina de agua, de sonido ensordecedor, caía a plomo; relámpagos cada vez más espectaculares; truenos tan, tan cercanos, que he vuelto corriendo a la cama.

Y allí, en la cama, bien acurrucada, he esperado a que la tormenta pasase, unos veinte minutos después. Y he deseado que durara más, mucho más. Y he soñado con no levantarme y no ir a trabajar. Y he fantaseado con quedarme acurrucada en el sofá en este día gris, nublado, frío, lluvioso que pide precisamente eso: sofá, manta y poco más.

En la foto, mis lechugas, bien fresquitas después de la tormenta.