sábado, 30 de noviembre de 2013

Día de las librerías

Ayer fue el día de las librerías.

No soy yo mucho de celebrar los “días de…” aunque en realidad me parecen la excusa perfecta para llamar la atención sobre un tema que el resto del año pasa prácticamente desapercibido.

Pensando en librerías, me he dado cuenta de que no tengo una librería predilecta en mi ciudad. Antes, de adolescente, sí, pero era un sitio que cerraron. Ahora compro los libros (casi) en cualquier parte: en el hipermercado, en centros comerciales o en aeropuertos. Cuando veo un libro que quiero y me gusta, lo compro. Sí que hay una librería que visito con más frecuencia (Agapea), pero es porque me pilla de paso de camino a mis clases de inglés y, como siempre voy con unos minutos de sobra, suelo entrar a dar una vuelta y ver qué novedades hay. Hace poco descubrí Come In, una librería inglesa con multitud de títulos y me gusta bastante. Pero ambas son en realidad franquicias, no tengo ninguna librería en mi ciudad, de esas “de verdad” a la que vaya con mucha frecuencia.

Curiosamente, sí que tengo librerías favoritas en otras ciudades en las que he estado. Creo que se debe a que en mi ciudad, cuando voy al centro voy a cosas concretas. No suelo deambular por el centro como sí hago en los lugares a los que viajo.

Mi librería favorita en Dublín es, sin duda, Hodges Figgis. Es una librería grande y confortable, con un escaparate que invita a entrar y un interior que invita a quedarse. Estuvimos al menos dos veces y allí me compré unos cuantos libros.

En Swakopmund tengo no una sino dos librerías que me gustan. Una es Die Muschel, la primera que descubrí y de la que me gusta todo, incluyendo la terracita que tiene en la que puedes sentarte a tomar zumos naturales de la cafetería de al lado. La segunda es Swakopmunder Buchhandlung, que a simple vista no es tan atractiva como la anterior, pero su interior sí.

Ahora que ya he estado varias veces en Bruselas, empiezo a tener lugares a los que me gusta volver. Uno que descubrí en mi último viaje (y al que volveré) es la librería Tropismes, en las Galerías de la Reina. Es una librería preciosa en la que hasta ojear libros en idiomas que no conozco es agradable. Me encanta.

Y como bonus track de esta entrada, un lugar que no es una librería. O sí. El café Paludan en Copenhague. Buena comida a buen precio en un lugar acogedor, animado y en pleno centro de la ciudad. En la próxima visita (si la hay) tendré que inspeccionar las librerías de la ciudad.

La foto es de la librería Tropismes, en Bruselas.

Y el segundo bonus track de la entrada, un listado de librerías con encanto.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Pre-Navidad perturbadora

Probablemente, lo más perturbador de mi última visita al Tívoli en Copenhague fue un árbol de Navidad de ositos de peluche.

Terrorífico.

martes, 26 de noviembre de 2013

Una lección

La secuencia inicial de la película “Qué les pasa a los hombres” debería ser de visionado obligatorio para todas las mujeres del mundo.

Una lección magistral.

La mejor de todas.

Es ésta.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Algunas pelis

 Vi “Los viajes de Gulliver” de Rob Letterman estando en Namibia, pero en su día olvidé mencionarla. Me puse a verla un poco con desgana, pensando en que no me apetecía demasiado ver una historia clásica que conocía de mi infancia, así que me sorprendió ver que era una versión actualizada de la historia. Entre eso y ver a Jack Black, un actor que (a veces) me cae bien, me animó bastante pues creí que estaba ante una actualización del cuento moderna y entretenida. Poco a poco me fue decepcionando: aunque al arranque está bastante bien, la historia acaba siendo una mala película para niños, ya no sólo predecible, sino totalmente imprescindible. Igual por eso olvidé mencionarla en su momento.




Había oído hablar mucho y muy bien de “Searching for Sugar Man” de Malik Bendjelloul. Y encima había ganado un Óscar. El documental cuenta la historia de unos sudafricanos, fans de un cantante llamado Rodríguez, sobre el que no saben nada, tan sólo historias que la gente va contando. Me fascinó. Me pareció un documental no sólo emocionante sino visualmente fascinante y con unas canciones (del tal Rodríguez) maravillosas. Cuando lo acabé de ver me entraron ganas de volver a verlo inmediatamente. Hay que verlo, obligatoriamente. Y escuchad esto (especialmente “I wonder”). Pero ya.



Vi la película anterior e “Intocable” de Olivier Nakache y Eric Toledaon en una sesión doble en casa de mi hermana la gafapasta (bueno, admito que me dormí en la segunda, pero yo los viernes por la noche no soy persona y la acabé de ver a la mañana siguiente antes de desayunar). Es la historia de un tetrapléjico adinerado que contrata un cuidador de un barrio marginal y de la especial relación que se establece entre ellos. Me gustó mucho, sí, pero me habían hablado tan, pero tan, tan bien de ella que no sé, casi me decepcionó un poco. La banda sonora es maravillosa, pero me llena de tristeza (cuando la película no es para nada triste).




La última película de hoy es “Origen” de Christopher Nolan, aunque no sé si debería comentarla más adelante, porque la tengo que volver a ver. Me gustó mucho, pero creo que no me enteré de la mitad. Admito que a la vez que la veía, tejía, y aún no soy lo bastante buena tejiendo como para centrarme mucho en las pelis que veo simultáneamente, así que la volveré a ver. Es intrigante, interesante y un lío de narices, así que hay prestarle atención mientras se ve, cosa que no hice. Repito, la volveré a ver.




domingo, 24 de noviembre de 2013

Copenhague

Éste ha sido mi segundo viaje a Copenhague. Estuve por primera vez allí hace dos años, en un curso. Entonces estuve en el Tívoli, un parque de atracciones antiguo y retro, di un paseo en barco por sus canales, hasta llegar a la Sirenita y hasta pasé una tarde en Malmö, Suecia. Ésta vez ha sido un viaje más corto, con poco tiempo libre, mucho frío y poco turismo y pocas fotos (y no muy buenas). Volví al Tívoli, eminentemente navideño y poco más.

Copenhague es una ciudad que me gusta. Me gustan sus calles, me gusta su ambiente, me gustan sus canales y me fascina (mucho) la torre de su ayuntamiento, de la que no tengo ninguna foto medianamente decente. Es una ciudad que tiene un punto especial, un ambiente agradable y tranquilo. Y tiene bicis, tiene muchas bicis. Pero también es una ciudad que aún me confunde, en la que no me oriento y que creo que me gustaría conocer un poco más. Tal vez tenga algún día esa oportunidad.












viernes, 22 de noviembre de 2013

Absurdidad

A veces tienes que enfrentarte a cosas aunque no quieras. Es lo que tiene ser adulto. Enfrentarte a situaciones que preferirías evitar, de las que saldrías corriendo si realmente pudieras hacer lo que quieres. Pero estás ahí, la aguantas, más bien que mal o más mal que bien, dependiendo del caso. Supongamos que bien. Vas ahí, aguantando, pensando que aunque queda ahí un deje de tristeza que no acaba de desaparecer, lo llevas bien, lo controlas. Ja, eres una campeona. Una adulta campeona. Te enfrentas a lo que querías evitar y estás razonablemente bien. Vale, sí, la situación es ciertamente incómoda y las cosas no son lo que eran, pero ahí estás, aguantando como la adulta que eres. Y en ese momento, cuando crees que está todo controlado, bajas la guardia un segundo, un sólo segundo, un maldito e insignificante segundo y, sin darte cuenta, te precipitas de nuevo al abismo. La tristeza infinita te invade. De nuevo. Con más fuerza, con más intensidad que nunca. Y odias de nuevo ser adulta. No poder decir “téntol”, como cuando jugabas de pequeña y querías parar el juego. “Téntol”. Alto. Stop. Basta. A ver, paremos, reflexionemos, un segundo. ¿Qué coño es esto? ¿Qué mierda es este nudo en el estómago que casi no te deja comer y te provoca náuseas? Un momento, ¿no era yo esa adulta que tenía todo controlado y tiraba adelante sin problemas? Pues no. Parece que no. Como esas heridas que no están del todo cicatrizadas y las vuelves a mojar, alargando aún más su cura. Claro, sí, están mejor que hace un tiempo, sin duda. Bueno, digamos que probablemente. Pero siguen ahí, aunque te hayas pasado muchos meses ignorándolas, haciendo como que no existen. Heridas que se acabarán curando, pero para eso tienes que ser estricta en su curación, aunque esas curas duelan. Ah, cómo duelen las heridas cuando les pones alcohol encima. Pero ese alcohol es necesario para que acaben curando y puedas seguir tirando hacia adelante.

Y así, casi por una tontería, casi una absurdidad, pasas de una tristeza infinita que creías superada a una absurda tristeza infinita que duele casi más que la anterior. Porque no quieres aceptarla, porque no quieres sufrirla. Pero ahí está, la muy cabrona. Y no te deja avanzar.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Predicciones

-  Mamá, ¿me llevo las gafas de sol a Copenhague?-  Pues claro.

Y mi padre se echa a reír.

- Jajaja, ¿para qué te las vas a llevar? ¡Estamos en noviembre!
- Pues no me hagas caso.
- Que no, que no, que yo me las llevo, claro.
Y me las voy a llevar. Porque mi madre es bruja.

Que lo sepáis.

Mi madre es bruja pero las de escuelas de magia y Harry Potter, no en el sentido despectivo del término. Aunque creo que es algo extendido en todas las madres. Te conviertes en madre y te aparece el súper-poder de la adivinación.

Mi madre lo tiene.

Hace un sol espectacular en la calle, vas a salir a cenar, hablo con ella y dice “Llévate la chaqueta, que hará fresco”. ¿Fresco? Todo el día con más de 30º. Sabes que la temperatura nocturna no bajará de 20º. Pero baja. Si lo dice mi madre, baja.

En febrero, me fui a Dublín e Irlanda del Norte.

-    No creo que me lleve las gafas de sol. Total, allá arriba en Febrero…
-    Llévatelas.

Le hice caso. Menos mal, porque hizo un sol espectacular casi todos los días. Exactamente así:


En septiembre, me fui tres semanas a Namibia.

- Te llevaras el chubasquero, ¿no?
- ¡Jajajajaja!
- ¿De qué te ríes?
- Me voy a África, mamá…
- ¿Y?
- Voy a una ciudad rodeada de desierto, donde llueve unos 2 días al año. No va a llover justamente estando yo, sobre todo porque el país sufre la peor sequía de los últimos tiempos, especialmente en el norte.
- Al menos llévate el paraguas.

No me llevé ni paraguas ni chubasquero. Llovió tres días. Así:



Vamos, que llovió como nunca había llovido en Swakopmund: nubes negras, truenos y rayos. La gente con la que trabajaba me decía “Eso que se ha oído debe ser un trueno, ¿no? ¡Nunca había oído uno!”. Después de una primera noche de lluvia, miré el parte y vi esto:


Lloraba. De risa, pero lloraba.

Lástima que su poder de adivinación meteorológico no sea comparable a su poder de adivinación sentimental: si cada vez que de un chico me ha dicho “Éste es para ti” hubiera sido verdad, mi vida sentimental sería digna de aparecer en cualquier revista del corazón. Y no lo es.

Resumiendo, que mañana me voy a Copenhague. Y me llevo las gafas de sol.

Obviamente.