Tengo un par de entradas pendientes de publicar de cosas que leí o vi antes de irme al mar. Así que voy a ponerme al día y hoy empiezo con la tercera parte de la trilogía de “Los juegos del hambre” (tras las reseñas de la primera y segunda novelas), la novela que pone punto y final a una historia que me ha gustado mucho. Como ya me pasó cuando comenté la segunda, es muy difícil hablar de ella sin mencionar cosas de las anteriores, así que…
¡¡¡¡¡¡¡ALERTA!!!!!!! ¡¡¡SPOILERS!!! ¡¡¡SPOILERS!!! ¡¡¡SPOILERS!!!
En este tercer libro, Katniss Everdeen, tras ser rescatada de los Juegos por los rebeldes, acepta liderar la rebelión, convirtiéndose en el Mockingjay, en el Sinsajo, en el icono de la misma. El objetivo es acabar con el Capitolio y su poder totalitario sobre Panem. La lucha se gesta desde el Distrito 13, que todo el mundo creía destrozado, pero donde hay toda una sociedad que vive en paralelo a los dominos del Capitolio, gobernados por la presidenta Coin. Katniss tiene que enfrentarse a sus dudas a liderar la rebelión, a la manera en que el Distrito 13 se gobierna y al hecho de que Peeta está en manos del Capitolio.
Ay, qué penita me ha dado que se haya acabado ya.
Este tercer libro se me ha hecho un poco más pesado que nos otros, no porque no me haya gustado, sino porque he tenido la sensación de que algunas partes se alargaban demasiado, se estiraban sin necesidad. Pero bueno, sólo es para ponerle alguna pega a la historia. Me ha gustado que haya tenido un final claro y redondo, con algunas cosas que no me esperaba y otras que no han acabado como yo quería. Vale, spoilereo pero no voy a contar el final. Deja una sensación un poco agridulce, pero creo que un final absolutamente feliz, que te dejara una gran sonrisa sería un poco falso e inadecuado para una historia así, que en el fondo es bastante dura.
Por lo visto van a hacer dos películas basadas en este libro, igual que hicieron con el último de HP. No es que no me parezca bien, pero creo que, de nuevo, alargará demasiado la trama. Pero las veré, claro está.
miércoles, 14 de mayo de 2014
lunes, 12 de mayo de 2014
Desde tierra
Me despierto a la misma hora que me despertaba a bordo, poco después de las siete, incluso antes de que suene el despertador. Menos mal, porque a pesar de no trabajar hoy, anoche me olvidé de quitar la alarma del móvil. He dormido casi nueve horas, me fui a dormir muy pronto. Recuerdo haberme despertado por la noche con ganas de ir al baño y, al levantarme, notar la pelusa de la alfombra que tengo junto a la cama y preguntarme dónde estaba. No estaba en el barco, de eso me di cuenta porque la cama era muy grande, no había madera protegiendo sus lados y el suelo estaba más cerca. Y por la alfombra, claro. Estaba en casa, estaba en tierra.
Voy al baño. Qué grande es mi baño. Qué grande es mi lavabo.
Voy a la cocina a desayunar. No hay nadie. Contraste inmenso con las últimas semanas, en las que desayunaba en un comedor para unas treinta personas. Siempre nos encontrábamos los mismos desayunando a esa hora, algunos tripulantes, algunos científicos, nos dábamos los buenos días y desayunábamos juntos. Le preguntábamos a la jefa cuáles eran los planes del día y charlábamos de esa manera que se charla cuando sólo hace minutos que te has despertado: pausada, tranquila, sin prisas. Hoy voy a desayunar sola.
Después de desayunar, no saldré a la cubierta, a ver el mar, la costa, las luces del día. Luego no subiré al puente, no pasaré allí las primeras horas del día. Hoy no hay artes cogiendo muestras, no habrá especies a triar, crustáceos o moluscos (mis responsabilidades a bordo) a muestrear. El primer turno de comida no se irá a las once y mi comida hoy será más tarde de mi hora habitual, las doce. Igual hoy beberé algo de vino con la comida, ¿por qué no? En mi casa no hay ley seca.
Hoy será día de deshacer maletas, poner lavadoras, sacar la ropa de verano (cuando me fui, aún era invierno, cálido, pero invierno), ordenar cajones, armarios, organizar las plantas, alucinar con lo mucho que han crecido, recontar los tomates que ya han empezado a salir. Hoy no habrá subidas y bajadas por escaleras empinadas, atardeceres en el mar ni paseos por cubierta buscando las zonas de mejor cobertura para hacer una llamada o descargar el correo. Hoy tengo internet de alta velocidad.
Por la tarde, si no me olvido (que me conozco), iré a clase de lindy hop, la gente me preguntará por el viaje, por el mar y yo contestaré sin mucho entusiasmo, no porque no lo sienta, sino porque hoy es el día después, el día de resaca melancólica, el día que todo cambia de golpe. Diré que sí, que esto que hago mola mucho, que ha estado muy bien, que ha sido muy interesante pero se me notará ese poso de tristeza que se siente unas horas, tal vez unos días, después de volver del mar, de pasar casi tres semanas en un barco sin tocar tierra, compartiéndolo todo con la misma gente, viviendo un día a día tan intenso como inolvidable.
Mañana volveré al trabajo, a la rutina, y la melancolía post-marina desaparecerá casi por obligación. La vorágine del día a día me atrapará y volveré a una vida normal tan distinta a la vida marina que nunca sabes cuál prefieres, incluso cuál es la real. Y vuelves a tener vida social, vuelves a poder quedar con tus amigos y a hacer esas cosas que haces en tierra que te gustan tanto. Y los días de mar se diluyen, quedan lejanos, parecen casi un sueño. Pero pasarán los días y, de vez en cuando, recordarás el mar, la inmensidad del mar y lo volverás a añorar. Inevitablemente. El mar.
En 23 días, vuelvo al mar.
En la foto, último atardecer a bordo, el del sábado, junto a la costa murciana.
Voy al baño. Qué grande es mi baño. Qué grande es mi lavabo.
Voy a la cocina a desayunar. No hay nadie. Contraste inmenso con las últimas semanas, en las que desayunaba en un comedor para unas treinta personas. Siempre nos encontrábamos los mismos desayunando a esa hora, algunos tripulantes, algunos científicos, nos dábamos los buenos días y desayunábamos juntos. Le preguntábamos a la jefa cuáles eran los planes del día y charlábamos de esa manera que se charla cuando sólo hace minutos que te has despertado: pausada, tranquila, sin prisas. Hoy voy a desayunar sola.
Después de desayunar, no saldré a la cubierta, a ver el mar, la costa, las luces del día. Luego no subiré al puente, no pasaré allí las primeras horas del día. Hoy no hay artes cogiendo muestras, no habrá especies a triar, crustáceos o moluscos (mis responsabilidades a bordo) a muestrear. El primer turno de comida no se irá a las once y mi comida hoy será más tarde de mi hora habitual, las doce. Igual hoy beberé algo de vino con la comida, ¿por qué no? En mi casa no hay ley seca.
Hoy será día de deshacer maletas, poner lavadoras, sacar la ropa de verano (cuando me fui, aún era invierno, cálido, pero invierno), ordenar cajones, armarios, organizar las plantas, alucinar con lo mucho que han crecido, recontar los tomates que ya han empezado a salir. Hoy no habrá subidas y bajadas por escaleras empinadas, atardeceres en el mar ni paseos por cubierta buscando las zonas de mejor cobertura para hacer una llamada o descargar el correo. Hoy tengo internet de alta velocidad.
Por la tarde, si no me olvido (que me conozco), iré a clase de lindy hop, la gente me preguntará por el viaje, por el mar y yo contestaré sin mucho entusiasmo, no porque no lo sienta, sino porque hoy es el día después, el día de resaca melancólica, el día que todo cambia de golpe. Diré que sí, que esto que hago mola mucho, que ha estado muy bien, que ha sido muy interesante pero se me notará ese poso de tristeza que se siente unas horas, tal vez unos días, después de volver del mar, de pasar casi tres semanas en un barco sin tocar tierra, compartiéndolo todo con la misma gente, viviendo un día a día tan intenso como inolvidable.
Mañana volveré al trabajo, a la rutina, y la melancolía post-marina desaparecerá casi por obligación. La vorágine del día a día me atrapará y volveré a una vida normal tan distinta a la vida marina que nunca sabes cuál prefieres, incluso cuál es la real. Y vuelves a tener vida social, vuelves a poder quedar con tus amigos y a hacer esas cosas que haces en tierra que te gustan tanto. Y los días de mar se diluyen, quedan lejanos, parecen casi un sueño. Pero pasarán los días y, de vez en cuando, recordarás el mar, la inmensidad del mar y lo volverás a añorar. Inevitablemente. El mar.
En 23 días, vuelvo al mar.
En la foto, último atardecer a bordo, el del sábado, junto a la costa murciana.
viernes, 9 de mayo de 2014
Aquí, ahora
Hoy es una noche perfecta.
Estoy sentada en cubierta, junto al punto de reunión de proa, para poder tener conexión a internet. Hace la temperatura perfecta: no hay viento y me basta una chaqueta para no tener frío. Enfrente, veo las luces de la costa murciana. Sí, ya hemos llegado a la costa murciana y estamos delante de Águilas.
Sólo nos queda un día de trabajo en el mar y menos de 36 horas para volver a tierra. Cartagena es nuestro puerto de destino.
Tierra. Qué lejana y qué cercana a la vez.
He salido a descargar el correo y ver si contestaba alguno. Luego me he dado cuenta de que es viernes y, aunque contestara hoy, la gente no lo vería hasta el lunes. Así que el correo puede esperar.
He recordado que apenas he escrito nada en el diario de campaña. Desde que soy jefa de campaña, llevo un diario que intento actualizar cada día. Escribo las incidencias del trabajo, los problemas, las alegrías y las chorradas. Lo que se me ocurre cada día, en cada momento. Escribo notas que me serán útiles en futuras campañas y escribo cosas que sé que me gustará recordar cuando vuelva a leer lo que he escrito. En esta campaña, como no soy jefa, no sabía si escribirlo o no. He escrito sólo dos días, hoy es el tercero. Es una pena, lo que ya no he escrito, ya lo he olvidado. No todo, pero sí algunas cosas. Pero hoy quería escribir.
Si contara todo lo que se vive en un barco…
Algún día revisaré todos mis diarios, los leeré y de ahí sacaré algo. Contaré cosas que ahora no soy capaz de contar. Ah, qué maravilla, el tiempo. El tiempo te acaba dando la libertad de hablar sobre cosas de las que en su momento te sentiste prisionera. El tiempo te da una perspectiva muy diferente de todo lo que has vivido, te relativiza los problemas, te suaviza las alegrías y te endulza las penas.
Hoy he escrito mucho, bueno, bastante, en ese diario de campaña. No creo que lea lo que he escrito en una buena temporada. Algunas cosas sí son interesantes, laboralmente hablando. Otras son personales, reflexiones, ideas, chorradas varias. A veces es más fácil escribir ideas que dejar que ronden como locas por la cabeza.
Mañana toca hacer la maleta. Doble maleta: la que me llevo a casa y la caja con cosas varias que quedará a bordo, para mi próxima visita aquí, a este barco, en menos de un mes. Los finales son siempre momentos extraños, raros, de alegría por volver a casa, a tus rutinas, tu vida normal. De dejar atrás las rutinas que habías adquirido aquí. Yo hasta me he enganchado a ir al gimnasio. Ja. He ido más al gimnasio estos días aquí que en toda mi vida anterior. Flipante.
Por un lado, me quedaría aquí más tiempo: ya tengo mis rutinas, ya tengo confianza con la gente. Por otro lado, se agradece volver a casa, a las rutinas terrestres. Es el momento justo de volver, el momento exacto. Tampoco es bueno encariñarse demasiado con los lugares ni con las gentes en un entorno así. Al fin y al cabo, esto no es la vida real. Es tan sólo un minúsculo cascarón en medio del océano, con menos de medio centenar de personas a bordo.
La fragilidad de un barquito de papel en un charco de lluvia. Pero, aunque sea de papel, ¿no es también ese barquito real? ¿No es ese charco todo un océano para ese barquito?
En la foto, la costa murciana, ahora mismito.
Estoy sentada en cubierta, junto al punto de reunión de proa, para poder tener conexión a internet. Hace la temperatura perfecta: no hay viento y me basta una chaqueta para no tener frío. Enfrente, veo las luces de la costa murciana. Sí, ya hemos llegado a la costa murciana y estamos delante de Águilas.
Sólo nos queda un día de trabajo en el mar y menos de 36 horas para volver a tierra. Cartagena es nuestro puerto de destino.
Tierra. Qué lejana y qué cercana a la vez.
He salido a descargar el correo y ver si contestaba alguno. Luego me he dado cuenta de que es viernes y, aunque contestara hoy, la gente no lo vería hasta el lunes. Así que el correo puede esperar.
He recordado que apenas he escrito nada en el diario de campaña. Desde que soy jefa de campaña, llevo un diario que intento actualizar cada día. Escribo las incidencias del trabajo, los problemas, las alegrías y las chorradas. Lo que se me ocurre cada día, en cada momento. Escribo notas que me serán útiles en futuras campañas y escribo cosas que sé que me gustará recordar cuando vuelva a leer lo que he escrito. En esta campaña, como no soy jefa, no sabía si escribirlo o no. He escrito sólo dos días, hoy es el tercero. Es una pena, lo que ya no he escrito, ya lo he olvidado. No todo, pero sí algunas cosas. Pero hoy quería escribir.
Si contara todo lo que se vive en un barco…
Algún día revisaré todos mis diarios, los leeré y de ahí sacaré algo. Contaré cosas que ahora no soy capaz de contar. Ah, qué maravilla, el tiempo. El tiempo te acaba dando la libertad de hablar sobre cosas de las que en su momento te sentiste prisionera. El tiempo te da una perspectiva muy diferente de todo lo que has vivido, te relativiza los problemas, te suaviza las alegrías y te endulza las penas.
Hoy he escrito mucho, bueno, bastante, en ese diario de campaña. No creo que lea lo que he escrito en una buena temporada. Algunas cosas sí son interesantes, laboralmente hablando. Otras son personales, reflexiones, ideas, chorradas varias. A veces es más fácil escribir ideas que dejar que ronden como locas por la cabeza.
Mañana toca hacer la maleta. Doble maleta: la que me llevo a casa y la caja con cosas varias que quedará a bordo, para mi próxima visita aquí, a este barco, en menos de un mes. Los finales son siempre momentos extraños, raros, de alegría por volver a casa, a tus rutinas, tu vida normal. De dejar atrás las rutinas que habías adquirido aquí. Yo hasta me he enganchado a ir al gimnasio. Ja. He ido más al gimnasio estos días aquí que en toda mi vida anterior. Flipante.
Por un lado, me quedaría aquí más tiempo: ya tengo mis rutinas, ya tengo confianza con la gente. Por otro lado, se agradece volver a casa, a las rutinas terrestres. Es el momento justo de volver, el momento exacto. Tampoco es bueno encariñarse demasiado con los lugares ni con las gentes en un entorno así. Al fin y al cabo, esto no es la vida real. Es tan sólo un minúsculo cascarón en medio del océano, con menos de medio centenar de personas a bordo.
La fragilidad de un barquito de papel en un charco de lluvia. Pero, aunque sea de papel, ¿no es también ese barquito real? ¿No es ese charco todo un océano para ese barquito?
En la foto, la costa murciana, ahora mismito.
jueves, 8 de mayo de 2014
Atardeceres
Llevamos ya muchos días en el mar, dejadme contar, creo que trece. En tres días estaremos en tierra. Probablemente tendría mucho que contar, mucho que explicar, mucho que reflejar para que estos días no acaben borrados en mi mente o mezclados con los de otras campañas. Pero estos días estoy actualizando incluso menos de lo que tenía pensado. Sabría que durante los días de mar no tendría mucho tiempo para hacerlo, pero no es tanto la falta de tiempo ni la falta de ideas, es fundamentalmente la falta de conexión. Tengo que salir por la noche a cubierta para conseguir conectarme con mi pinganillo de internet. Y, en estas noches primaverales en el mar, el tiempo aún es fresco.
Los días en el mar traen consigo muchas cosas, entre ellas muchos atardeceres, uno diario, ni más ni menos. No siempre podemos verlos, no siempre estamos fuera en el momento preciso, no siempre son espectaculares. O sí. Un atardecer siempre es un momento único, un juego de luces, sombras, reflejos, colores y texturas. Siempre tienen algo único, los atardeceres.
Así que hoy va de eso, de atardeceres. Con móvil y con compacta, que la réflex está en casa. Cuelgo las fotos pequeñitas, por eso de la conexión y tal.
martes, 29 de abril de 2014
Desde el mar
Estoy disfrutando como una enana. De verdad.
Aunque vaya al mar cada año, hacía muchos que no lo vivía como lo estoy viviendo aquí: sin grandes responsabilidades. Soy una más de la manada, del equipo, de las 20 personas que formamos parte de la tripulación científica. Hago lo que me dicen: separo especies, mido y abro bichos, escrito palotes, sumo números, limpio, ordeno. Lo que sea. No tengo que tomar grandes decisiones, no tengo que solucionar problemas, no tengo que tener planes B por si el plan A no sale bien, no tengo que mirar el parte del tiempo para organizar los muestreos, no tengo que reñir a nadie. Y eso mola mil. Hasta tengo tiempo de ir al gimnasio ¡al gimnasio! En mis campañas nunca tengo tiempo de ir al gimnasio. Es curioso, yo nunca voy al gimnasio en tierra, pero aquí he ido un par de días. Bueno, a hacer bici y algunos estiramientos, tampoco es para tirar cohetes. Y estoy durmiendo mis horas, como un tronco, aunque eso implique perderme partidas de cartas. Pero me conozco y si no duermo lo suficiente, no soy persona.
El tiempo acompaña, tenemos buena mar. Y que dure.
He visto especies que nunca había visto. He visto lugares que nunca había visto. He muestreado especies que nunca había muestreado.
Hemos estado donde Europa y África se separan.
Trabajamos muchas horas, más algún ratito extra que le dedico al trabajo de tierra. Pero de momento no me siento cansada. La emoción, el subidón de estar aquí, ahora, haciendo esto es más fuerte que nada y las horas y horas que pasamos de pie apenas se notan.
Estos días estoy recordando qué me gustó de este trabajo, que me enganchó.
Me encanta lo que hago.
Así, tal cual.
Pero a veces hacen falta momentos que te lo recuerden. Para tener fuerzas en los momentos más difíciles, menos maravillosos, más complicados.
Y aunque pasemos muchas horas encerrados por debajo del nivel del mar, sin ver la luz del día ni el océano, sabemos que está ahí. El mar. A apenas unos centímetros. Rodeándonos. El mar y toda su vida infinita. Y alucinante.
jueves, 24 de abril de 2014
Gone fishing
En unas horas, cojo un avión hacia el sur, para luego coger un barco.
Me voy al mar. Unos días. Bueno, más de dos semanas.
Toca Festival de Primavera.
O podría decirse que me voy de pesca. Gone fishing.
No es exactamente eso, pero bueno.
Voy a medir peces. Sí, eso sería más adecuado.
Intentaré actualizar con mi pinganillo de internet, pero no prometo nada.
Estoy entre la ilusión de salir de mis mares conocidos a mares extraños para mí y el agobio de todo el trabajo que me espera a bordo, más el trabajo que me llevo de tierra, más el examen de inglés que se me viene encima, más la preparación de mi propio Festival de Primavera.
Pero no me estreso, ¿eh?
Ja-ja-ja.
Pues eso, gone fishing.
Si me necesitáis, estaré por el mar.
Sed felices.
En la foto, un recuerdo que me traje del último viaje a Namibia. Me pareció maravilloso. Y hoy me parece totalmente adecuado.
Me voy al mar. Unos días. Bueno, más de dos semanas.
Toca Festival de Primavera.
O podría decirse que me voy de pesca. Gone fishing.
No es exactamente eso, pero bueno.
Voy a medir peces. Sí, eso sería más adecuado.
Intentaré actualizar con mi pinganillo de internet, pero no prometo nada.
Estoy entre la ilusión de salir de mis mares conocidos a mares extraños para mí y el agobio de todo el trabajo que me espera a bordo, más el trabajo que me llevo de tierra, más el examen de inglés que se me viene encima, más la preparación de mi propio Festival de Primavera.
Pero no me estreso, ¿eh?
Ja-ja-ja.
Pues eso, gone fishing.
Si me necesitáis, estaré por el mar.
Sed felices.
En la foto, un recuerdo que me traje del último viaje a Namibia. Me pareció maravilloso. Y hoy me parece totalmente adecuado.
miércoles, 23 de abril de 2014
Sant Jordi 2014
Hace hoy un año, estaba yo en África, lloriqueando porque no podía celebrar como Dios manda el Día del Libro. Esta vez sí que estoy en mi ciudad y mi intención es salir esta tarde a dar una vuelta por el centro y comprar algún que otro libro. Hace bastante que no compro libros en papel… Mentira total, el otro día compré tres (dos para mí y otro para mi madre) en un gran centro comercial, aprovechando que había ido a hacer algo de compra. Pero eran libros de bolsillo, así que no cuentan, ¿no? ¡Ja!, sí que cuentan.
Por iniciativa de Bichejo, hoy celebramos el Día del Libro haciendo un repaso de algunos libros que queremos leer este año. En mi caso, son libros que tengo en papel en casa, así que es bastante realista pensar que los voy a leer. Algunos hace poco que llegaron a mí, otros llevan ya tiempo, esperando su turno para ser leídos. He escogido 10; quería escoger sólo 5, pero tengo demasiados esperando y al final han salido 10. El año pasado leí una veintena, este año voy por el séptimo así que parece razonable pensar que podré leerme estos 10, más alguno que otro que leeré en digital. Hay un poco de todo, incluyendo 3 en inglés; no quiero parar de leer en inglés ahora que le he cogido el ritmo.
Me ha ido genial repasar lo que tengo en casa pendiente por leer y escoger estos libros. No sé si cumpliré mis deseos, al final acabo escogiendo para leer el libro que me apetece en cada momento, pero lo intentaré. Ahí va el repaso.
“El océano al final del camino” de Neil Gaiman. No recuerdo ni cuándo ni dónde lo compré. No he leído nada de Gaiman y varias personas me lo han recomendado o me han hablado bien de él, así que por algo tengo que empezar. Me apetece mucho.
“Siddhartha” de Hermann Hesse. Lo compré hace unos meses, de escala en el aeropuerto de Barcelona (la de cosas que me he comprado yo en ese aeropuerto…). Me llamó la atención, me atrajo y, como lo tenía a mano, decidí comprármelo. No sé por qué.
“Las cinco personas que encontrarás en el cielo” de Mitch Albom. Tampoco recuerdo ni cuándo, ni dónde, ni por qué lo compré.
“La delicadeza” de David Foenkinos. Leí en algún sitio que era delicioso, lo compré y lo olvidé. El otro día Carmen J. también comentó que era delicioso (y ayer escribió una reseña) y me sonaba mucho… Y efectivamente, lo encontré en el estante (y medio) de libros sin leer. Es una de mis prioridades.
“En el último azul” de Carme Riera. Es un libro prestado por una colega gallega hace ya bastante tiempo. La autora es mallorquina y me lo leería en catalán, pero ya que me lo han dejado en castellano, lo leeré traducido. Quiero leerlo porque quiero devolverlo. Comparte hueco junto a la tele con otros dos libros prestados (de mi hermana la gafapasta).
“Cometas en el cielo” Khaled Hosseini. Hace mucho que este autor me persigue por todas partes. Librería que voy, en la ciudad que sea, en el continente que sea, me encuentro con sus libros. Estaba tentada a comprármelos en inglés, pero no me acababa de decidir: no sé si será fácil o difícil leerlo en inglés. Afortunadamente, las hermanas mayores están ahí para algo, así que la gafapasta me lo regaló un día, hace poco, no recuerdo por qué.
“Guerra mundial Z” de Max Brooks. Una de mis (dos) últimas adquisiciones. Es la típica historia que no vería la película ni de coña (me moriría de miedo) pero creo que en libro me puede divertir (e interesar). Lo tengo en digital, pero no se me carga en el lector electrónico y paso de leer directamente con el ordenador. Así que cuando vi esta edición de bolsillo el otro día en elCarrefour hipermercado, lo hice mío.
“The Thread” de Victoria Hislop. De esta autora ya me he leído dos libros, “The Island” y “The Return”. Me gusta mucho cómo escribe, me entretiene y sus novelas se me hacen muy llevaderas, incluso en inglés. Éste lo compré (creo) la última vez que estuve en Creta, en mi librería favorita de Heraklion, su capital, hace ya casi cuatro años. Ha llegado su turno.
“This Isn’t The Sort of Thing That Happens To Someone Like You” de Jon McGregor. Me gustó el título y me pareció que me gustaría. Lo compré en mi librería favorita de Bruselas, Tropismes, en uno de los últimos viajes, pero no sabría decir en cuál. Suena bien.
“The Chess Men” de Peter May. El tercer libro de la Trilogía de Lewis. Lo compré en mi último viaje en Namibia. Me encanta este autor, me gustó mucho “La isla de los cazadores de pájaros” y “The Lewis Man”. Sé que me va a gustar, así que no dudo que lo leeré este año.
A final de año revisaré esta lista, a ver si le he hecho caso o me he dispersado totalmente.
Feliz Día del Libro. Feliz Sant Jordi. Que os regalen muchos libros y muchas rosas. Y si no os los regalan, os los autorregaláis vosotros mismos. Eso pienso hacer yo.
Post scriptum: otros blogueros que han hecho listas de qué leer en 2014: Bichejo, el niño desgraciaíto y mi hermana la gafapasta.
Por iniciativa de Bichejo, hoy celebramos el Día del Libro haciendo un repaso de algunos libros que queremos leer este año. En mi caso, son libros que tengo en papel en casa, así que es bastante realista pensar que los voy a leer. Algunos hace poco que llegaron a mí, otros llevan ya tiempo, esperando su turno para ser leídos. He escogido 10; quería escoger sólo 5, pero tengo demasiados esperando y al final han salido 10. El año pasado leí una veintena, este año voy por el séptimo así que parece razonable pensar que podré leerme estos 10, más alguno que otro que leeré en digital. Hay un poco de todo, incluyendo 3 en inglés; no quiero parar de leer en inglés ahora que le he cogido el ritmo.
Me ha ido genial repasar lo que tengo en casa pendiente por leer y escoger estos libros. No sé si cumpliré mis deseos, al final acabo escogiendo para leer el libro que me apetece en cada momento, pero lo intentaré. Ahí va el repaso.
“El océano al final del camino” de Neil Gaiman. No recuerdo ni cuándo ni dónde lo compré. No he leído nada de Gaiman y varias personas me lo han recomendado o me han hablado bien de él, así que por algo tengo que empezar. Me apetece mucho.
“Siddhartha” de Hermann Hesse. Lo compré hace unos meses, de escala en el aeropuerto de Barcelona (la de cosas que me he comprado yo en ese aeropuerto…). Me llamó la atención, me atrajo y, como lo tenía a mano, decidí comprármelo. No sé por qué.
“Las cinco personas que encontrarás en el cielo” de Mitch Albom. Tampoco recuerdo ni cuándo, ni dónde, ni por qué lo compré.
“La delicadeza” de David Foenkinos. Leí en algún sitio que era delicioso, lo compré y lo olvidé. El otro día Carmen J. también comentó que era delicioso (y ayer escribió una reseña) y me sonaba mucho… Y efectivamente, lo encontré en el estante (y medio) de libros sin leer. Es una de mis prioridades.
“En el último azul” de Carme Riera. Es un libro prestado por una colega gallega hace ya bastante tiempo. La autora es mallorquina y me lo leería en catalán, pero ya que me lo han dejado en castellano, lo leeré traducido. Quiero leerlo porque quiero devolverlo. Comparte hueco junto a la tele con otros dos libros prestados (de mi hermana la gafapasta).
“Cometas en el cielo” Khaled Hosseini. Hace mucho que este autor me persigue por todas partes. Librería que voy, en la ciudad que sea, en el continente que sea, me encuentro con sus libros. Estaba tentada a comprármelos en inglés, pero no me acababa de decidir: no sé si será fácil o difícil leerlo en inglés. Afortunadamente, las hermanas mayores están ahí para algo, así que la gafapasta me lo regaló un día, hace poco, no recuerdo por qué.
“Guerra mundial Z” de Max Brooks. Una de mis (dos) últimas adquisiciones. Es la típica historia que no vería la película ni de coña (me moriría de miedo) pero creo que en libro me puede divertir (e interesar). Lo tengo en digital, pero no se me carga en el lector electrónico y paso de leer directamente con el ordenador. Así que cuando vi esta edición de bolsillo el otro día en el
“The Thread” de Victoria Hislop. De esta autora ya me he leído dos libros, “The Island” y “The Return”. Me gusta mucho cómo escribe, me entretiene y sus novelas se me hacen muy llevaderas, incluso en inglés. Éste lo compré (creo) la última vez que estuve en Creta, en mi librería favorita de Heraklion, su capital, hace ya casi cuatro años. Ha llegado su turno.
“This Isn’t The Sort of Thing That Happens To Someone Like You” de Jon McGregor. Me gustó el título y me pareció que me gustaría. Lo compré en mi librería favorita de Bruselas, Tropismes, en uno de los últimos viajes, pero no sabría decir en cuál. Suena bien.
“The Chess Men” de Peter May. El tercer libro de la Trilogía de Lewis. Lo compré en mi último viaje en Namibia. Me encanta este autor, me gustó mucho “La isla de los cazadores de pájaros” y “The Lewis Man”. Sé que me va a gustar, así que no dudo que lo leeré este año.
A final de año revisaré esta lista, a ver si le he hecho caso o me he dispersado totalmente.
Feliz Día del Libro. Feliz Sant Jordi. Que os regalen muchos libros y muchas rosas. Y si no os los regalan, os los autorregaláis vosotros mismos. Eso pienso hacer yo.
Post scriptum: otros blogueros que han hecho listas de qué leer en 2014: Bichejo, el niño desgraciaíto y mi hermana la gafapasta.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)