viernes, 28 de febrero de 2014

Guisantes

Hoy he descubierto esto en mi huerto urbano. Ya están aquí, ya llegan los primeros guisantes.

:)


miércoles, 26 de febrero de 2014

Entre dos aguas

Octubre de 2010. Estoy sentada en la terraza de un restaurante en Estambul. Es de noche y hemos llegado hasta allí en un microbús. Es el día de la cena de grupo, ese día en las reuniones en las que todos salimos a cenar juntos, la social dinner la llaman los guiris. A mi lado, una colega italiana que siempre me trata con infinito cariño me cuenta lo mayor que (dice ella) es y lo poco que le queda para jubilarse. Enfrente, un colega griego al que acabo de conocer, criado en Alemania y con trabajo en España, se sorprende de que conozca una película griega que a los dos nos entusiasma, “Un toque de canela”. A su lado, una colega alemana que trabaja en Malta charla con él en alemán, poniéndose al día porque hace muchos años que no se ven, tal vez contándole sus vaivenes sentimentales. En algún momento de la noche, me encuentro con una colega (y amiga) francesa en el baño. Nos reímos. “He bebido mucho vino”, dice una. “Y yo”, dice la otra. Seguimos riendo. Nuestra conversación se desarrolla en ese inglés perfecto que tenemos todos después de unas cuantas copas de vino. Reímos de lo bien que nos lo pasamos cuando nos encontramos, hablamos de lo maravilloso del lugar, decidimos quiénes son los chicos más guapos de la reunión.

Es una noche mágica, como mágica es toda Estambul. Estambul es puro sentido, es vista, es olfato, es oído, es gusto, es tacto. Estambul es la visión de los minaretes de sus mezquitas, el olor a especias, el sonido del canto del muecín llamando a la oración, el gusto del zumo de granada, el tacto de sus piedras.

Estoy allí, en esa terraza en Estambul y oigo cómo un músico toca una guitarra española dentro del restaurante. Toca varias canciones. De repente, suena esto:


Sí, “Entre dos aguas”. Sólo que yo aún no sé que se llama “Entre dos aguas”. Es sólo una canción que me suena. Pero el chico griego la conoce muy bien y me habla de la canción, de Paco de Lucía y de que él también toca la guitarra. Así, en Estambul, descubro que esa canción que me suena es de Paco de Lucía y que se llama “Entre dos aguas”, gracias a un griego criado en Alemania.

Esa noche, alguien da una noticia de que otro colega ha conseguido un trabajo con una colega griega presente en esa cena. Ella está feliz, entusiasmada. Esa noche, volviendo al hotel en taxis, un colega francés se deja una mochila en uno. Él no se preocupa demasiado, porque no había nada de valor dentro.

No sé por qué recuerdo todos aquellos pequeños detalles de esa noche.

Noviembre 2010. Cadaqués. Estoy cenando con el colega griego y varios compañeros suyos de trabajo en el que es su campo base mientras realizan unos muestreos en la zona. Estoy recorriendo la costa catalana, en plena road movie, yendo por los puertos, reuniéndome con pescadores, responsables de cofradías, muestreadores. Esa misma mañana, he recibido una llamada desde Bruselas y me han ofrecido ser la silla de una reunión por tres años y aún no sé muy bien qué decidir. Y ahí estoy, en mitad de un grupo de gente que no conozco, disfrutando de una ya fría noche de otoño. Yo he llevado productos típicos de mi tierra (sobrassada, aceitunas, queso mahonés) y un italiano cocina platos de pasta maravillosos. En algún momento de la noche, vuelve a sonar “Entre dos aguas”, la pone el chico griego en su portátil y hablamos de Estambul, del trabajo, de música, de guitarras, de cine. Tras la cena, salimos a tomar algo (café, infusión) en el Casino. Dan fútbol por la tele. Juega el Barça. Champions creo.

Febrero 2014. Mi hermana la gafapasta envía un correo que dice “¿Habéis oído lo de Paco de Lucía?”. Entro en twitter pero ya me imagino que es “lo”. De repente viene todo esto a mi mente. Estambul, las guitarras, los colegas, Cadaqués. Pienso en el chico griego, que ahora trabaja en Alemania y sé de él a través de otros, porque hace tiempo que no nos escribimos. Pienso en toda esa gente que compartió conmigo aquellos días. En cómo me he ido cruzando con unos y otros, aquí y allí, en los que ya se han jubilado pero aún siguen al pie del cañón, en los que veo muy de tanto en tanto pero con los que mantengo esa complicidad que sólo el tiempo da, en los que ya no se hablan entre ellos, en los que aún no se han jubilado, en los que me he encontrado de nuevo pero no he sabido ubicar. Y trato de recordar cuándo volví a escuchar “Entre dos aguas”. No oírla así como si nada, sino cuándo la he vuelto a escuchar de verdad, consciente de ello, como la escuché en Estambul y en Cadaqués. Y no lo recuerdo. Casi juraría que, desde entonces, no la había vuelto a escuchar. ¿Es posible? Sí.

No sé nada de música y no sé nada de de flamenco. Así que esto es todo lo que puedo contar sobre Paco de Lucía.

La foto, Estambul, octubre 2010.

martes, 25 de febrero de 2014

Regalos

Me estoy volviendo un poco loca con esto de hacer bufandas. Lo bueno es que no son para mí, así que puedo hacer tantas como quiera. Lo malo es que me centro en hacer algo que sé que me va a salir (más o menos) bien y no me lanzo a hacer lo que realmente debería: jerséis. Tengo uno pendiente de deshacer y rehacer y otros dos con la lana comprada. Pero no me pongo a ello, no. Me centro en pequeños proyectos que sé que son más manejables. Supongo es el miedo a embarcarme en proyectos más grandes.

Bueno, sea lo que sea, lo que está claro es que últimamente le estoy dando mucho a tejer bufandas. Estas dos las acabé ya hace tiempo, pero no ha sido hasta estos días cuando se las he dado a sus nuevos dueños. Y aquí están, dos nuevas bufandas, una con flecos y otra sin.






lunes, 24 de febrero de 2014

Operación Palace

Me gusta bastante Jordi Évole y veo bastantes veces “Salvados”. No lo veo todas las semanas, ni siquiera lo veo dependiendo del tema que trate, sino que lo veo según mi estado de ánimo. El programa de Évole me suele cabrear mucho y, aunque es una cosa muy necesaria siempre y en particular en estos tiempos que corremos, algunos domingos no estoy para más cabreos que los estrictamente necesarios en una víspera de lunes.

La cuestión es que ayer se confabularon una serie de hechos que me hicieron plantarme delante de la tele en horario de Évole. Sabía que era un reportaje sobre el 23-F y que no era un programa habitual, pero tampoco le había dado más importancia. En realidad, no es que me interese demasiado el 23-F, no por nada, sino porque es una parte de la historia española reciente que yo no recuerdo para nada y de la que siempre he creído que sabemos menos de lo que deberíamos. Aunque a veces parece que nos lo han contado todo.

Tenía el programa de fondo, mientras hacía otras cosas, así que no le prestaba atención. Pero enseguida me llamó la atención algo. ¿Estaban insinuando que el Óscar de Garci fue tongo? Es lo primero que me sorprendió. Al cabo de un rato, levanté la vista, ¿un montaje sobre el golpe de Estado? ¿Estaban diciendo que se preparaba un montaje de golpe de Estado pero el de verdad se adelantó o que el que creíamos real era un montaje? El interés que despertó en mí me hizo ir a por las gafas para ver mejor la tele (que me ponga las gafas para ver la tele implica que realmente estoy interesada lo que estoy viendo y no es sólo televisión ambiental). Una de dos, o Évole se estaba ganando a pulso entrar en los libros de Historia o todo era una gran broma. Parecía una broma pero... ¿una broma sobre el 23-F? ¿Alguien se atreve a bromear sobre el 23-F? Me lancé a twitter, que es donde se cuece todo. Y sí, allí ya había quien decía cosas como “Si sale alguien hablando en inglés, es todo una broma” (e inmediatamente salió alguien hablando en inglés) o que si estábamos delante de un evento de las características de “La guerra de los mundos” de Orson Wells (pincha aquí si no sabes de qué hablo). No sé cuándo decidí que lo que estaba viendo no era real, pero había demasiadas cosas que no me cuadraban. ¿Garci reconociendo que su Óscar era un tongo? ¡Ja! (Sí, lo sé, políticamente seguro que esto es lo menos escandaloso del reportaje –si fuera real- pero a mí es casi lo que más me impactó, será por las reminiscencias cinéfilas de mi adolescencia).

Al final sí, realmente todo es un falso reportaje del que se habló mucho ayer por Internet y hoy allí y en muchos otros sitios (supongo, porque he preferido no oír/leer nada hasta escribir mi propia opinión). Hay quien aplaude a Évole y hay quien lo mataría ahora mismo. Yo soy de las que, cuando acabó el reportaje, tuve ganas de levantarme y aplaudir. Me gustó mucho, mucho. Me pareció ameno, valiente y con un transfondo mucho más allá del 23-F. El reportaje de ayer es una crítica al hecho de que, aún hoy, los archivos sobre el golpe de Estado son secretos, así que cualquier cosa que pensemos, que nos inventemos, que especulemos podría ser tan verdad o tan mentira como lo que realmente sabemos. Sí, el 23-F pudo ser un montaje como el que mostró ayer Évole. O puede que Tejero fuera un extraterrestre que intentaba invadir la Tierra empezando por nuestro país. O puede que lo que sabemos fuera la verdad. Pero no lo sabemos, porque esos archivos siguen siendo secretos. Toma.

El reportaje también es una punzante arma para los espectadores, ¿tenemos que creernos todo lo que vemos en la tele? ¿Nos lo creemos? ¿Opinamos de manera encarnecida sobre todo lo que nos cuentan en la tele? Yo cuando empecé a verlo, no escribí en twitter nada sobre el reportaje. ¿Por qué? Porque desde el primer momento, tuve dudas. No me voy a hacer aquí la más lista y decir que desde le minuto cero supe que era mentira, porque no es cierto. Pero tampoco en el minuto cero me creí todo lo que vi, no me lo tragué como cierto. No es que sea una experta en periodismo y no sé cuándo decidí no creerme todo lo que sale por prensa y tele, pero la primera vez que se publicó un reportaje en la prensa local sobre un proyecto en el que participé y vi que habían publicado la conclusión principal justamente de manera contraria a como había sido, decidí que nunca me creería nada sin antes pensarlo un poco antes. Y eso es lo que, como espectadores, como sociedad, nos hace falta: ser críticos, poner en duda todo, absolutamente todo lo que nos dicen, lo que nos enseñan, lo que nos cuentan. Tal vez es mi espíritu científico el que me lleva a dudar de todo lo establecido (esa es la base de la investigación), pero creo que esa incredulidad debería ser básica para que no nos convirtamos en robots.

Por último, creo que el reportaje de Évole se merece un aplauso por la valentía de hacer algo así en un país en el que no estamos, para nada, acostumbrados a este tipo de ficción. Esto está muy relacionado con lo anterior. En un país en el que mucha gente se sigue indignando con las noticias de “El mundo today”, necesitamos más mundostoday y más falsos reportajes de Évole para educar al personal en la autocrítica. Recuerdo perfectamente la primera vez que me creí un falso reportaje. Se publicaba en un suplemento dominical. No recuerdo si yo aún era una estudiante adolescente o estaba ya en la Universidad haciendo Biología, pero vi un reportaje de un tal Jean Fontana sobre unos fósiles que se habían encontrado de un animal ya extinto que se parecía mucho, pero mucho a las míticas sirenas. Flipé, flipé en colores. ¿Cómo podía ser aquello verdad? Y sobre todo ¿cómo podía ser aquello verdad y nadie me lo había contado antes? Al final del reportaje descubrí que en realidad Jean Fontana es Joan Fontcuberta, un artista especializado en fotografía que había creado aquel falso reportaje. Mirándolo bien, al inicio del reportaje ponía algo así como “relato” o algo que indicaba claramente que no era un reportaje, sino una simple ficción. Me cabreé mucho, muchísimo, ¡cómo alguien osaba tomarme el pelo así! Con el tiempo, relativicé mi cabreo y valoré mucho más aquella historia (fabulosa, por otro lado). En realidad lo que me cabreaba era que algo tan increíblemente maravilloso no fuera real. Me cabreaba que la fantasía fuera mejor que la realidad, que la maldita realidad (una vez más) no le llegara ni a la punta de los zapatos a la fantasía. Y me enseñó a no creer a pies juntillas nada de lo que viera o leyera.

Resumiendo. Somos corderitos que nos dejamos llevar al matadero sin ni siquiera plantearnos nada. Nos lo creemos todos, lo engullimos y nos puede más el opinar antes de verificar lo que nos cuentan. Así nos va, así nos irá. Flipamos con las distopías de las novelas de ciencia-ficción futurista, pero somos ya carne de cañón para protagonizar nuestra propia distopía. Así que cuidado con lo que os creéis.

Enhorabona, Jordi! Ets un puto crack!

domingo, 23 de febrero de 2014

sábado, 22 de febrero de 2014

Buganvilla

Durante los meses que pasé en Creta, viví en un diminuto apartamento con vistas al mar. En las escaleras que subían hasta él, había unas magníficas buganvillas, rosas y blancas. Concretamente, éstas:


Me encantaban aquellas plantas. Me encantaba el blanco puro de unas entrelazado con el rosa de las otras. Me encantaba el contraste del blanco y rosa con el verde de sus hojas. Me encantaba el contraste del blanco, rosa y verde con el sempiterno azul del cielo cretense. Esa profusión de colores llenaba de vida la entrada de mi austero apartamento de paredes blancas y ventanas azules.

Me acordé mucho de aquellas buganvillas cuando volví de Creta. Creta fue mucho y recuerdo muchas cosas buenas de aquellos días, pero curiosamente una de las cosas que más recordaba a la vuelta eran los rosas y blancos de aquellas buganvillas.

Con los años, cuando los recuerdos cretenses se fueron diluyendo, llegué a una conclusión que no entiendo muy bien cómo no había alcanzado antes: quería una buganvilla. Sí, sabía que era imposible replicar la entrada a mi apartamento cretense, la buganvilla de dos colores creciendo por las barandillas de la escalera que llegaba a él, pero poco a poco se fue formando en mí esa idea, primero difusa, luego muy clara: quiero una buganvilla. Lo curioso es que cuando se lo comentaba a gente que conozco, dueños o no de buganvillas, todos me decían lo mismo: “No la pongas: da mucho trabajo”. Me resultaba muy curioso. Claro, lo sé, me dará mucho trabajo pero ¿y qué? Quiero decir, todo en esta vida da mucho trabajo, hasta respirar da mucho trabajo, pero ¿por eso hay que dejar de hacerlo?

Cuando por fin me decidí ignorar todas esas nefastas recomendaciones, en otoño del año pasado, ya era demasiado tarde para conseguir una. Aunque intenté trasplantar varios esquejes que conseguí de la planta de una amiga, ninguno llegó a echar a raíz. Así que, la semana pasada, cuando fui a comprar tierra, vi varias buganvillas de color morado. No eran las que yo quería, yo las quiero rosas y blancas, o incluso rojas, pero no morado. Así que esperé. Y ayer decidí volver a intentarlo. Y no, no he conseguido una blanca y una rosa para poder entrelazarlas, pero sí que he conseguido esta maravilla:


Me encanta. Eso sí, si dentro de unos meses empiezo a lloriquear porque me da mucho trabajo y estoy harta de la buganvilla, por favor, que nadie me diga que ya me lo dijo. Estaría muy feo.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Kotor

Aunque ya hace más de una semana que volví de Montenegro, aún tenía pendiente escribir sobre la ciudad que visité el último día, Kotor.

De Kotor dicen que es el único fiordo del Mediterráneo, aunque en realidad es el cañón sumergido de un antiguo río (los fiordos se forman por la erosión de glaciares). En cualquier caso, la ciudad de Kotor está rodeada de impresionantes acantilados, al fondo de una espectacular bahía. Aunque sufrió el terremoto que también afectó Stari Bar, al ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, todo su casco antiguo está restaurado. El casco antiguo, amurallado, es pequeño y muy agradable de recorrer. Pero lo verdaderamente espectacular de Kotor es el paisaje que lo rodea, sobre todo subiendo a la fortaleza que se encuentra por encima de la ciudad.

La subida a la fortaleza bien vale el esfuerzo, las vistas son impresionantes y es uno de esos lugares en los que aún puedes pasearte por sus ruinas, perderte por sus rincones y tocar sus piedras sin que nadie te riña. Es un lugar vivo, muy vivo. Según iba subiendo, iba pensando “vale, no hace falta que suba más”. Pero no pude evitar acabar en lo más alto de la fortaleza, alucinando con un paisaje que ya hacía rato me había dejado con la boca abierta.

Ya bajando, descubrí, a los pies de la fortaleza, saltando por un agujero de la muralla, una pequeña iglesia en mitad de un valle. El silencio, la paz, la tranquilidad que allí se respiraba es difícil de describir. Y de nuevo en mi camino de bajada, estuve casi un cuarto de hora parada a mitad de camino, simplemente mirando, contemplando, disfrutando de ese increíble paisaje que tenía delante. Y, entonces, salió el sol.

Kotor bien vale una visita. O dos.